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Versiones de la Patagonia
como lugar y lugarización

Luciana A. Mellado
(Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco)

La Patagonia se construye discursivamente como una distancia intersubjetiva, polisémica e histórica (Mellado 2015). Podemos pensarla como un territorio, y también a partir de las nociones de comarca cultural (Rama 1964), domicilio existencial (Kusch 1976), geografía imaginaria (Said 1978), lugar de enunciación (Mignolo 1996), región geocultural (Palermo 1998), creación de la letra (Uranga 2011) y región invisible (Serjé 2017), entre otras. A veces estos significados se superponen y se mezclan, pero siempre se anclan en condiciones materiales específicas, que se interpretan a partir de una imaginación social de la que participa la literatura. Los modos en que ella produce y reproduce imágenes de identidad, entendida esta siempre “dentro de la representación y no fuera de ella” (Hall 2003: 18), nos llevan a interrogarnos por interdiscursividades complejas que, desde una perspectiva cultural, no reducen el espacio geográfico a un destino o a un grillete. En este marco, la Patagonia como localización identitaria tiene rasgos particulares a considerar: la ciudadanía tardía, la periferización, la transnacionalidad, la preexistencia, las migraciones múltiples, la persistencia de la folklorización y la pluralidad literaria; a los que me referiré resumidamente.

Ciudadanía tardía y periferización

Las preguntas sobre la identidad remiten a una intersubjetividad histórica compleja que no se agota en identificaciones territoriales monovalentes condensadas en ningún gentilicio. Los gentilicios designan una topografía de la nación que introduce, en diferentes contextos, una tensión histórica: entre la ciudadanía nacional y la regional (Mellado 2015). Así como la Patagonia ingresa tardíamente a la cartografía política del país, sus habitantes también acceden tardíamente a sus derechos de ciudadanía y carecen de derechos políticos plenos hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando se produce la provincialización de los territorios, comienzan a sancionarse las respectivas constituciones y, en 1958, se realizan las primeras elecciones directas para gobernador (Bandieri 2005; Ruffini 2006). Habitantes de la nación, devenidos tardíamente en ciudadanos, los patagónicos constituyen su identidad en el marco de un diseño territorial e imaginario hegemonizado por autoridades centralistas, que diseñan las cartografías simbólicas desde una geometrización de los espacios ligada al poder del estado y a sus políticas de estriamiento territorial (Deleuze y Guattari 2002). Dicho estriamiento tiene múltiples efectos en la población patagónica, que van desde la reivindicación extrema hasta el rechazo radical. Recordar esto ayuda al ejercicio de una lugarización epistemológica (Escobar 2003), tendiente a una mejor comprensión del anclaje histórico de las tensiones entre lo regional y lo nacional.

Los autores integran su propia república de las letras desde inscripciones literarias y también geopolíticas. Las diferencias históricas que se producen en el interior de este mapa se piensan, muchas veces, a partir de la diada centro-periferia, lo que, más allá de las lecturas simplistas, implica el reconocimiento de continuos procesos de periferización del sur argentino, a partir de formaciones ideológicas de fuerte centralización política y cultural nacional. Por otra parte, este binomio se relaciona con la producción de centralidad y, a su vez, de marginalidad (Jitrik 1996), ese lugar que la literatura nacional reserva, salvo contadas excepciones, a la literatura llamada regional o del interior. Contraria a la reivindicación del provincialismo, crece entre los creadores patagónicos contemporáneos la asunción de la diversidad literaria. Al respecto, Juan Carlos Moisés sostiene que en los últimos años comenzó “a haber cantidad y variedad en la literatura patagónica como grande y variada es la Patagonia” (2007: 10). Los debates sobre este tema, entre escritores y escritoras de la región, muestran el desarrollo de una colectividad argumentativa madura, cuyos protagonistas organizan sus relatos identitarios desde la asunción de una heterogeneidad representacional “sujeta a la diversidad de influencias multiculturales” (Cros 2013: 130). Lo central y lo periférico se desdibujan y multiplican. Cada centro tiene su propia periferia “porque no hay uno sino varios centros” (Moisés 2007: 5). Esta idea sintetizada cabalmente en el título La periferia es nuestro centro (2011), de un libro de Raúl Artola, sugiere la existencia de una comunalidad literaria e intelectual propia (Mellado 2018b y 2019).

La Patagonia como región fronteriza y transnacional

Las identidades sociales y discursivas que se inscriben en una pertenencia regional se constituyen en una dinámica relacional en la que el imaginario de la nación suele ser la contraparte más frecuente (Mellado 2008). Sin embargo, la Patagonia complejiza esta idea, al inscribirse, sin renunciar a las afiliaciones nacionales, en una pertenencia doble y transnacional: se trata de una región geocultural argentina y chilena. Esto complejiza el abordaje con las herramientas de la crítica literaria del constructo de la literatura nacional, como principio modélico y valorativo (Mellado 2015).

El carácter transnacional del sur argentino y chileno se confirma en las semejanzas de la cronología histórica y política fundante en la incorporación del territorio a sus respectivos proyectos nacionales. Como señala Julio Leite, nuestra colonización de uno y otro lado de la frontera, “fue la crueldad. Mientras que Julio Argentino Roca realizaba la Conquista del Desierto en Argentina, Cornelio Saavedra ‘pacificaba’ la Araucanía en Chile” (2012: s.p.). Efectivamente, las llamadas “Campaña del Desierto” y “Pacificación de la Araucanía” fueron las dos campañas militares paralelas que le permitieron a los estados argentino y chileno apropiarse violentamente del espacio patagónico (Kropff 2005). Son parte de una trama social ligada al programa expansivo de una elite deseosa tanto de construir la ley del Estado y sus espacios jurídicos como incorporarse a la lógica internacional del desarrollo capitalista. La preexistencia de pueblos indígenas y su negación en el relato histórico son cuestiones compartidas en el sur argentino y chileno, que tienen, al decir de Leite, “los mismos olvidos” (2012: s.p.), amnesias selectivas que revelan la memoria como “un espacio de lucha política” (Jelin 2002: 6).

Lo antedicho aporta a la caracterización de la región como espacio fronterizo en términos culturales, como borderland, lugar de encrucijada, resistencia identitaria y posicionamiento político (Anzaldúa 1987) que deviene en frontería, franja abierta al contacto, la movilidad y desarme de las territorialidades de los estados nacionales (Trigo 1997). Estas características habilitan otros modos de leer y escribir la Patagonia; y también justifican considerar su literatura como ejemplo de las literaturas fronterizas, es decir, de aquellas que se reapropian “de las fronteras para volver a subrayar su movilidad, su transitividad y su dualidad […], evidenciando su condición de construcción social e histórica; su condición colonial, en definitiva” (Bocco 2015: 66).

Al igual que América Latina, la Patagonia nace como frontera con una valencia doble de contacto intercultural y violencia etnocéntrica. Su escena inaugural puede leerse en el Primer viaje en torno del globo, donde Pigafetta narra por vez primera la llegada de los europeos a la región en 1520. Con la expedición magallánica comienza a desarrollarse una gramática de la mirada colonial sobre el lugar y sus habitantes, y también una política de nominación e invención de la región para el consumo y control europeo, según sus modos de comprender y habitar el mundo. Luego de Pigafetta, los historiadores de Indias formulan las legitimaciones para la subalternización de los habitantes del sur, a quienes nunca vieron y sobre quienes “echarán a rodar la leyenda y forjarán un mito de salvajes, de gigantes, caníbales” (Uranga 2011: 24). Los efectos de verdad de estas imágenes, con sus predicaciones negativas, se inician con la narrativa fundacional europea, y son retomados para representar la región como frontera interna a conquistar para ingresar a la modernidad y fundar la nación (Blengino 2005).

La preexistencia de la Patagonia a los Estados Nacionales

La Patagonia tiene un poblamiento inicial de una antigüedad aproximada de 13.000 años y una colonización surgida de un proceso complejo que comienza a fines del Pleistoceno, cuando las grandes masas de hielo empiezan a retirarse y el clima se vuelve más favorable para la instalación humana. A partir de allí se suceden distintas etapas en la historia sociocultural de la Patagonia, previa a la llegada de los europeos, que muestran la existencia de organizaciones sociales más diversas y ricas que las inicialmente supuestas (Bandieri 2005: 29-36).

La matriz nación-territorio se consolida en la Argentina hacia fines del siglo XIX con la ocupación militar de territorios donde había pueblos indígenas autónomos. Esos pueblos preexistentes a las naciones fueron víctimas de un genocidio fundante, cuya violencia tuvo plurales efectos. Simbólicamente, sobresalen el silencio historiográfico y el discurso de la extinción que simplifica la historia de construcción del estado nacional y colabora en la elusión de responsabilidades (Delrio 2011). Parte de esa discursividad de negación asocia a los pueblos indígenas con el atraso y la desaparición. Sin embargo, en la Patagonia, así como en otras regiones, es innegable la contemporaneidad de las comunidades originarias, como resultado de procesos históricos y sociales que articulan la emergencia de identidades reetnizadas con reivindicaciones políticas entre las que las relativas a la lengua, la identidad y el territorio son centrales (Díaz Pas 2018).

En esa contemporaneidad, de aquellos que fijan la mirada en su tiempo para percibir la oscuridad, según la perspectiva de Agamben (2006), abreva la producción de Liliana Ancalao, escritora mapuche que vive en Comodoro Rivadavia, y publicó en 2009, en registro doble castellano y mapudungun, Mujeres a la intemperie-pu zomo wekuntu mew. Su trabajo de auto-traducción propicia un desplazamiento intercultural y se hace cargo de una etnicidad política divergente de las cartografías nacionalistas, a las que el pueblo mapuche es preexistente. Este libro plantea la porosidad de una frontera donde hacen contacto y transitan diversos cuerpos, historias y lenguajes, en una perspectiva contraria a la sustancialización promovida por los estados nacionales (Escolar 2013).

El mapudungu, lengua de la tierra, o mapudungun, hablar de la tierra, es oral. Su traducción al castellano apareja las dificultades de toda traducción, a las que se le suma que se trata de una lengua silenciada, afectada por “la política del avergonzamiento” (Ancalao, 2010: 50). Al respecto, Bidaseca (2007) señala oportunamente que la obra de la poeta mapuche logra “to break the silence by recreating a writing made of two languages/memories” (148) y también que las voces de las mujeres de los pueblos originarios “have been excluded by the Argentinian narrative; as they were from the racial-sexual map of globalization and urban white feminist policies” (148).

La centralidad de la palabra para la cultura mapuche (Golluscio 2006) de la que se nutre la producción literaria de Ancalao permite repensar, desde la poesía, las textualidades indígenas, en el marco de una historicidad que impugna la identificación exclusiva con el documento etnográfico. Los discursos de los oralitores mapuche que, en este caso, se materializan en escritura literaria se arraigan a una particular densidad histórica, “de tiempos y ritmos sociales que se hunden verticalmente en su propia constitución, resonando en y con voces que pueden estar separadas entre sí por siglos de distancia” (Cornejo Polar 2003: 11).

Migraciones

La heterogeneidad poblacional de la región está marcada tanto por los diversos orígenes culturales y geográficos de los grupos migrantes como por la diversidad de coyunturas en que se inscriben sus desplazamientos. Los derroteros que concluyen en la Patagonia como destino se pluralizan también en la diversidad de sentidos biopolíticos. Uno de estos sentidos configura un tópico que cabe destacar: el exilio interno o insilio en Patagonia. Producto de la última dictadura cívico-militar argentina y del terrorismo de estado, el insilio tiene un papel relevante en la reconfiguración de los campos literarios del sur argentino, especialmente en la década de los 70.

Luisa Peluffo, Graciela Cros y Raúl Artola, entre otros, viven esta migración de naturaleza política. Nacidos en la década del 40, llegan al sur del país en los años 70, encarnando la experiencia del exilio interno o insilio. Por nacimiento, porteña, la primera, y bonaerenses los otros dos, todos transitan su educación superior en grandes ciudades, en Buenos Aires y La Plata, donde estudian Bellas Artes, Letras y Periodismo, respectivamente. Llegan a la Patagonia siendo adultos, con experiencia formal en el ejercicio de la escritura, y deciden radicarse en la región donde producen la mayor parte de su obra.

Consultada sobre su experiencia, Luisa Peluffo relata:

Fueron motivos políticos los que definieron la venida a la Patagonia. Con mi marido nos vinimos al Sur en 1977 porque llegó un momento en que no aguantamos más el clima de violencia que se vivía en Buenos Aires […] Tal vez después pensamos en Bariloche por la sensación de que al sur del Río Colorado empezaba otro país, y era como irnos, pero no del todo (en Mellado 2017, s. p).

Por su parte, Graciela Cros refiere sobre su propia experiencia:

Yo viví “La noche de los bastones largos” en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, después de ese brutal episodio, en mi medio […] comenzó a registrarse un enrarecimiento del clima universitario, social y político que alumbró la idea del exilio […] Vinimos a vivir la aventura de llegar a un país desconocido -aunque seguíamos dentro de la Argentina era otro país, el otro país, qué duda cabe, el que crece más allá de la Avenida General Paz (en Mellado 2014: s.p.).

Sobre el tema, Artola dice:

Se ha hablado y escrito mucho sobre el forzado exilio de muchos argentinos para salvar su vida antes y durante la dictadura instaurada en 1976. Mucho menos, como con displicencia y menosprecio, se alude al bien llamado “exilio interior” al que recurrimos otros […]. Fuimos de los emigrados más culposos y aterrados […] Supongo que muchos, como es mi caso, salvamos la vida en la Patagonia (en Mellado 2013: s.p.).

Los insiliados en la Patagonia son un importante componente en el desarrollo del campo cultural e intelectual de la región. Las prácticas que ellos impulsan, a partir de los años 70, se enmarcan en una pérdida de ingenuidad por partida doble: en un sentido político y en uno literario. En esa década emerge en la Patagonia la ficción literaria, que aun con antecedentes no era dominante hasta esos años (Uranga 2011). Los vínculos con la juventud de los insiliados, junto a la tarea formativa que asumen, colaboran en una gradual autonomización relativa del campo literario, y favorecen condiciones para la profesionalización del escritor, cuyas figuraciones son heterogéneas y abarcan desde la negación de cualquier especificidad regional, patente en la idea de que escribir en el sur es “como escribir en cualquier otro lugar” (Moisés 2004: 6), hasta la asunción de una singularidad que impactaría directamente en las prácticas discursivas.

La migración política hacia la Patagonia fue un fenómeno significativo cuantitativa y cualitativamente. Por ello, es importante considerar su incidencia en el desarrollo de la literatura del sur argentino. El estudio de las particulares imágenes de autor y sus políticas de escritura en relación con los universos biográficos geoculturales personales permite distinguir en la Patagonia, por ejemplo, la presencia de figuras raigales y de figuras nómadas, cuyas particularidades se relacionan con la gravidez del suelo en el pensar poético y la influencia de imágenes de la infancia en sus obras (Mellado 2018a).

La persistencia de la mirada folclórica y la pluralidad literaria

Persiste una geografía imaginaria de la Patagonia que representa a la región desde la gramática de la desmesura, la soledad y la lejanía; la que retrotrae su origen a los llamados textos fundacionales y tiene peligrosos usos teóricos y literarios centrados en la esencialización del sujeto. En la literatura, esto incide en dos operaciones cognitivo discursivas: la uniformización de la pluralidad social y discursiva regional; y la teatralización exacerbada del paisaje en los textos (Mellado 2015, 2018, 2019). Esta puesta en escena de lo patagónico, como ficcionalización de una identidad nominal, además de propender a asegurar la comerciabilidad de los productos de la cultura, entre ellos, la literatura, se vincula con aquello que Žižek (2008) llama el racismo posmoderno, que celebra al otro folklórico, pero niega las demandas reales de la otredad. El sujeto patagónico no es un aldeano fuera del mundo; su identidad y su tiempo son sociales. La producción de subjetividades lugarizadas se formula en el marco de modelos discursivos, validados ideológicamente y persistentes históricamente, de recordar e imaginar la región (Mellado 2015). Estos modelos exhiben, muchas veces, gestos de heterodoxia literaria, entendida como “una forma diferenciada de comprender una situación y de posicionarse ante ella” (Corona Martínez 2013: 10).

Los itinerarios que sobre la región pueden diseñarse no son ni únicos ni uniformes, tampoco en la escritura literaria. Tal como sostiene Leite, en la Patagonia hay incontables referentes, “voces muy claras y diferentes entre sí, poesía comprometida, poesía más urbana, buena poesía, universal poesía, escrita ‘desde Patagonia’, no ‘sobre Patagonia'” (2012: s.p.). La literatura que se escribe en el sur se ramifica en relaciones intertextuales que dispersan, más allá de las relaciones de continuidad con la literatura histórica o política nacional, constelaciones con obras de otros tiempos y países. Con distintos ritmos, la literatura escrita desde el sur del país introduce la diferencia y no se sabe inmutable ni privada. Sus escritores y escritoras integran comunidades textuales que representan un caudal de saberes a conocer para no desperdiciar la experiencia vía una racionalidad indolente (Boaventura de Sousa 2007).

En los corpus literarios del sur se pueden identificar diversas genealogías y afiliaciones discursivas. Recortando específicamente lo que sucede en la poesía, pueden verse claras relaciones entre la producción de Raúl Mansilla y la de Tomás Watkins, integrantes ambos del grupo literario neuquino llamado Celebrios, con semejantes influencias de lectura y juegos del lenguaje entre los que sobresalen la narrativización y la experimentación formal; entre la poesía de Macky Corbalán y la de Liliana Campazzo, Claudia Sastre y Fernanda Maciorowski, escritoras que le otorgan centralidad en sus obras a la identidad de género como temática y matriz de significación; entre la escritura poética de Ariel Williams y la de Maritza Kusanovic, por el gesto de intensa torsión del lenguaje, y los efectos de implosión entrópica de la polisemia textual; y, entre muchas otras relaciones más, la que coliga la escritura de Rafael Urretabizkaya con la de Julio Leite, por la inclinación conversacional de sus proyectos escriturales (Mellado 2019).

En el sur, los múltiples sujetos discursivos desarrollan sus potencialidades de enunciación poética, enmarcadas en su propia contemporaneidad (Mellado 2015). Actualmente, el contexto global impacta en la imaginación social de las distancias geográficas y culturales, y empuja a revisar las nociones de lo cercano y de lo lejano, en especial en los escritores y escritoras más jóvenes, que tienden a desacralizar la figura del autor y a proponer nuevos espacios de circulación y validación que modifican las prácticas poéticas mismas, que comienzan a “construir un campo de circulación alternativo, ligado al rock, al under, a los movimientos barriales, etc.” (Williams 2008). Así, comienza a hacerse especialmente visible que la configuración simbólica del campo literario regional funciona como un “espacio de producción y reproducción de normas y valores estéticos y sociales plurales” (Maldonado 2014: 135) que atraviesa a las distintas generaciones de escritores y escritoras del sur argentino, en cuyas obras se aprecia la región como el lugar de una diferencia no sustancializada, en constante desplazamiento y relación con otras cartografías simbólicas y materiales. La literatura actual escrita en la región diversifica la construcción literaria de la Patagonia como aldea o como mundo, a la vez que multiplica y dispersa los vínculos con la tradición literaria nacional.

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