Cristina A. Featherston y María Florencia Buret
(Universidad Nacional de La Plata)
En 1919, al prologar la edición de Prosa ligera, Martín García Mérou, quien fuera secretario de Miguel Cané en la misión diplomática que Julio Argentino Roca le había encargado en Colombia y Venezuela, reflexionaba sobre la producción de su maestro y amigo. Con respecto a Ensayos, el primer libro publicado de Cané, en 1877, su secretario acotaba lo siguiente:
En los Ensayos publicados en la juventud de Cané el pulso se muestra menos firme. Sin embargo, como frescura de concepción y como espontaneidad de expresión y de sentimientos ese libro merece ser releído porque él explica tal vez mejor que En viaje y las Charlas literarias, las modalidades íntimas del carácter del autor. Tal sucede con la mayor parte de las producciones de la primera edad de la vida, que se presentan desnudas de artificio y de propósitos preconcebidos, conteniendo en germen todas las cualidades que luego desarrollará el tiempo y el trabajo y ocultando menos todos los defectos y vicios del sentimiento que más tarde disfraza la habilidad del artificio (García Mérou 1919: 10).
Con estas reflexiones, el crítico señalaba la necesidad de estudiar las producciones que un autor realiza en los primeros años de su vida. Una posición compatible con la de García Mérou, es la que nos aconsejó emprender la tarea de rescate y edición de la correspondencia enviada por Miguel Cané a los periódicos La Tribuna y El Nacional durante su primer viaje a Europa emprendido, de acuerdo con la noticia aparecida en el periódico de los Varela, el 17 de mayo de 1870.
Estos artículos enviados con cierta regularidad sólo interrumpida por el estallido de la Guerra franco-prusiana, que alteró los programas de los viajeros, han permanecido sin publicar hasta nuestros días y han concitado escasa atención crítica. Consideramos que este conjunto de cartas públicas –comentado y analizado en mayor o en menor medida por una serie de críticos (Groussac 1896; Sáenz Hayes 1955; González 1968; Featherston 2005, 2009, 2016; Pastormerlo 2016; Featherston y Buret 2017)– ha permanecido inaccesibles debido a múltiples razones. En primer lugar, imposible soslayar las dificultades puramente fácticas que supusieron, en nuestro caso, digitalizar material periodístico de arduo acceso en los repositorios de nuestro país, circunstancia a la que se unió que, en las escasas menciones que se hicieron de esta primera travesía transatlántica de Cané, aparecen confundidas las cronologías o se obvia su participación en El Nacional.[1]
Más allá de este tipo de dificultades consideramos que la desatención hacia este texto juvenil de Cané se relaciona con otro orden de cuestiones más estrechamente ligadas a lo estrictamente intelectual: hasta fines del siglo XX, la veintena de años que se extiende desde 1860 hasta 1880 recibió escasa atención específica y tendió a quedar incorporada en lo que generalmente se ha denominado “generación del 80”. El hecho de que muchos actores de la élite cultural de este período hayan desarrollado bajo el roquismo posterior trayectorias políticas asociadas a la toma de decisiones influyó para que sus escritos quedaran incluidos, sin mayores matices, en la producción de la generación del 80, generalmente asociada a los comienzos de la novela y a la autonomía del escritor. Como lo expresa Gramuglio la relativa “estabilidad institucional y social” (Gramuglio 2002: 26) lograda en ese momento influyó no sólo en el tardío comienzo de la novela sino en su capacidad de eclipsar producciones literarias anteriores. Estas posiciones comenzaron a ser cuestionadas desde focalizaciones diversas. Desde la historia de las ideas, por ejemplo, Paula Bruno ha señalado la pertinencia de otorgar un tratamiento especial al período de la cultura argentina que se extiende desde 1860 hasta 1880 arguyendo que se trata de años en que “conviven y se superponen figuras culturales muy diversas” (Bruno 2009: 363). Más cercano a nosotros y focalizada en la literatura, Florencia Buret ha quebrado las rígidas periodizaciones al proponer un corte que se extiende desde 1861 hasta 1884 como significativo a la hora de investigar la emergencia del relato fantástico en la literatura argentina (Buret 2017). Estas nuevas focalizaciones permiten leer a los autores del período desde ángulos novedosos que aportan renovadoras perspectivas. Consideramos que rescatar obras que han quedado olvidadas en periódicos que, como el propio Cané dice en el texto que comentamos, quedan en manos de “anticuarios, que jamás lo leen ni se aprovecha de él” (Daniel 1870) supone aportar nuevos materiales para el estudio de las literaturas de Argentina.
La edición del relato del primer viaje de Cané a Europa –que indudablemente se inscribe en la categoría de Bildungsreise, a la que se refiere Percy Adams (1983: 3)– da cuenta, además, del tipo de viaje que solían emprender los jóvenes solteros de su clase. Acompañado y, en muchos casos, solventado económicamente por sus familiares cercanos, el viaje de los jóvenes varones de la “alta sociedad” puede ser leído ante todo como una suerte de rito de pasaje a la vida adulta, una práctica no extraña en su época y en su clase, que suponía una suerte de iniciación a la vida sexual adulta, “experiencias que estaban extendidas, alentadas o al menos toleradas” (Losada 2008: 154).[2] Precisamente, ésta es la primera inscripción que podríamos hacer del viaje del joven Cané, que desde esta perspectiva podría agregar algún matiz a la historia de la bohemia en la Argentina.
Al comunicar la noticia del viaje, La Tribuna pasa revista a los motivos por los cuales parten los “viajeros amigos” desplegando varios (s. fir. 1870ª). En el caso del Dr. Juan José Montes de Oca, su viaje es una búsqueda de consuelo para mitigar el dolor producido por la muerte de su esposa.[3] Al referirse a los motivos del viaje de Rufino Varela, el periódico apunta a la formación que obtendrá en el caso de Miguel La Tribuna señala el aprendizaje pero el joven es explícito en las epístolas cuando afirma que “no [ha] ido a París a visitarlo monumental o artísticamente. Eso lo haré más tarde” (Cané 1870: 1). Efectivamente, en París, Cané transita los lugares galantes, “las noches de estudio” en Mabille, caracterizadas por una ostentación necesaria para pescar algo más que una lorette o una cocotte. Relata sus impresiones ante la “impudicia” del can-can, ya detenido en Londres a causa del sitio de París, pasa revista –con mayor precisión de la que podría esperarse– a las representaciones de la ópera, así como a los espacios galantes de la fría y neblinosa ciudad, que también sorprende al viajero con sus progresos e innovaciones entre las cuales se destaca el viaje en el subterráneo londinense, el primero en el mundo.
Más allá de las innovaciones que advierte, el joven Cané no deja de señalar los aspectos negativos del progreso metonomizados a través de la pobreza que deambula en las calles mientras el joven sale de los teatros. En este aspecto, este primer viaje del joven Cané permite advertir actitudes que posibilitarían una lectura de su obra que diera cuenta de sus fluctuaciones frente al tan anhelado progreso, al tiempo que posibilitaría advertir la evolución de sus consideraciones, evitando un vicio que suele afectar a los críticos de Cané que tienden a construir un personaje monolítico (Wasserman 2011: 13).
Para la reconstrucción de este primer viaje de Cané nos servimos también de una serie de cartas privadas –conservadas en la Sociedad Argentina de Escritores– que, recientemente, fueron publicadas por la editorial barcelonesa Linkgua y que previamente habían estado disponibles en la biblioteca virtual de la Fundación Noble. En ambos casos, las cartas transcriptas presentan algunas erratas que, aunque pocas, son significativas en lo respecta a la reconstrucción del itinerario del viaje de Miguel Cané (específicamente, en lo referido a su fase final, como luego veremos).
Esta correspondencia privada que Cané le escribe a su madre (y también, aunque en menor medida, a Eduardo Dimet, su flamante cuñado y nuevo dueño de El Nacional,) fue consultada en la SADE con sumo interés de nuestra parte, porque nos permitió entrever el “detrás de escena” del viaje iniciático de Cané. Allí advertimos que el itinerario realizado –a saber: Londres, París, Bruselas, Waterloo, Spa, Londres, el paso en tren por ciudades de Alemania y Austria (Munich y Tirol) y el tour por ciudades de italianas (Florencia, Roma, Nápoles y Pompeya)– no fue el itinerario planteado inicialmente en el barco rumbo a Europa. Al respecto, le comenta a su madre: “Por ahora, nuestro itinerario es ir a Inglaterra venir a París a dejar a Pepa, volver a Londres y embarcarnos para Estados Unidos donde estaremos un par de meses” (Cané 2019, carta del 10 de junio de 1870).
Entre los condicionantes que definieron el rumbo finalmente realizado se encuentran: el parto de Josefa, la esposa de su primo y tutor, Rufino Varela, que –combinado con el inicio de la Guerra franco-prusiana– “ancla” el itinerario en Londres; y el dinero, siempre faltante y necesario para gozar plenamente en las islas británicas y la ciudad de París.
Las cartas privadas nos permiten, a su vez, entender el viaje como un encuentro espiritual del joven Cané con su padre, a quien busca en todo momento parecerse. Esta “sombra”, así como también las expectativas sociales que pesan sobre él –dado a que el autor de las cartas que tan buena repercusión van a tener entre el público femenino, son escritas por el “hijo” del autor de Esther, modo en que el joven periodista es presentado en La Tribuna– hacen que el joven Cané se encuentre interesado en producir un escrito entretenido. Pero, a la vez, está preocupado por imagen pública que se va construyendo de él. Al respecto, las cartas privadas también permiten vislumbrar los juegos de poder en los que Cané se vio inmerso debido a los tejes y manejes de su primo Héctor Varela, uno de los fundadores de La Tribuna. Si bien la correspondencia que Cané envía a Orión (seudónimo de Héctor Varela), se publica dentro de la columna “Cosas”, más adelante, por decisión de su primo, sus artículos comenzaron a aparecen en la primera plana del diario. Frente a este imprevisto cambio, Cané se va a quejar frente a su madre porque los avasallantes gestos de Héctor lo tienen saturado:
si lo hubiera tenido a Héctor a tiro ayer, cuando recibí los diarios y vi que le había falsificado la firma a Rufino y que decía que yo me abría al teatro de la guerra, etc., te aseguro que le rompo el alma. Es el canalla más egoísta que conozco. Le supliqué que no me firmara mis correspondencias con mi nombre, porque no me convenía, que pusiera Daniel y hace su capricho (Cané 2019, carta del 1° de octubre de 1870).
Más allá de que el enojo de Cané tiene razón su ser, puesto que el proceder irrespetuoso de Héctor suponía una fuerte exposición de su imagen pública, cabe señalar que el accionar del fundador de La Tribuna no era, de ningún modo, inmotivado: con el inicio de la Guerra franco-prusiana, el rol periodístico de Cané había sufrido un cambio significativo pues, a la voz desenfadada y risueña del cronista de la “movida cultural” de la juventud de Londres, se le había superpuesto otra modulación, que estaba a tono con su nueva función como corresponsal de la guerra. Al asumir este nuevo rol, Cané se posicionó ideológicamente, comprometiéndose con la causa francesa y siguiendo, de este modo, la misma tendencia que La Tribuna, periódico que, cuando se comunica el fin del enfrentamiento bélico, va a vestir sus páginas de luto por la derrota francesa.
Por otra parte, las cartas privadas permiten conocer la red de contactos que Cané frecuentó en Europa, elemento que fue significativo para la reconstrucción del último tramo del viaje, tramo que –es necesario aclarar– no estaba explícitamente descripto ni documentado por la crítica.
Miguel viajó, como señalamos anteriormente, junto a la familia de Rufino Varela y la de los Montes de Oca. Junto al Manco y a Pepa –sobrenombres con los que afectuosamente Cané se refiere a su primo Rufino y a la esposa, Josefa, en la correspondencia privada–, el joven periodista pasó la mayor parte de su estadía en Londres. Esta estadía contó de, al menos, dos etapas: la primera, desde el 14 de junio, fecha del arribo a Londres, luego de casi un mes de viaje, hasta el 19 de agosto, cuando intempestivamente decide viajar solo a la ciudad de París, que estaba por ser sitiada por los prusianos. Y la segunda, desde el 15 de septiembre hasta mediados de diciembre. En Londres, inicialmente, visitó a su tío político Luis L. Domínguez (1819-1898), esposo de su tía paterna Ana Cané Andrade, quien poco tiempo después asumiría el cargo de Ministro de Hacienda. En París, donde permaneció diez días, se reunió sus otros primos: Manuel Láinez y Juan Cruz Varela. De París se fue a Bélgica (a las ciudades de Bruselas y Spa), donde se reunió con Ricardo Gutiérrez, Conde y Eduardo Ibarbalz.
Estos nombres fueron significativos, como señalamos, para reconstruir algunos detalles cronológicos del tramo final de su trayecto por Europa (es decir, el viaje por Italia) y el regreso a la Argentina. La primera pista fue una carta de Ricardo Gutiérrez, fechada en París el 7 de agosto de 1871, que Ricardo Sáenz Hayes publica en su libro Miguel Cané y su tiempo (1851-1905). En esa carta, Gutiérrez rememora los distintos lugares de Europa que visitaron juntos en el siguiente fragmento:
La Europa me es ya diversa de la Europa de aquellos días de Spa y de Bruselas; de las tundas a Conde y de las correrías en ferro-carril de Munich y del Tyrol, de nuestras pláticas nocturnas y de nuestras excursiones a todo lo bello y grandioso, en Florencia, en Roma, en Nápoles, en Waterloo y en Pompeya (Gutiérrez citado por Sáenz Hayes 1955: 77).
La importancia de esta carta reside en que cuando Cané recuerda, en su libro Ensayos, las aventuras en Europa con Ricardo Gutiérrez, lo hace mezclando el viaje de 1870 y el de 1874. Esta referencia permite entonces delimitar las ciudades europeas visitadas y recorridas en el primer viaje.
La segunda pista fue advertir la errata en la carta privada del 8 de diciembre, mal fechada en la transcripción realizada por la biblioteca virtual de la Fundación Noble y la edición barcelonesa de las cartas privadas de Cané. Es decir, esta carta fue fechada erróneamente el 8 de diciembre de 1874 (año del segundo viaje de Cané a Europa), cuando en realidad, la carta pertenece al primer viaje de 1870. Si bien los números del original pueden dar lugar a dudas, los hechos que menciona no. Allí Cané escribe, por un lado, sobre sus planes de trasladarse a Italia para reunirse con sus otros primos que también se encontraban en Europa: “Rufino teme por los chiquitos hacer la travesía a Italia, así es que dentro de breves días parto yo solo, a unirme con Mariano y Juan Cruz que andan por allá”. Al respecto, cabe aclarar que hemos constatado que los hermanos Mariano y Juan Cruz Varela se encontraban también en Europa a través de una serie de artículos periodísticos publicados en La Tribuna y del censo realizado en Inglaterra en 1871 (documento que, a su vez, permitió conocer el grupo familiar con el que viajó cada uno de los hermanos Varela). En su carta, además Cané menciona otro suceso que permite fechar la carta en 1870, que es el temor de su hermana –casada con Dimet el 22 de abril de ese año–, de no quedar embarazada. Hacia 1874, ese temor es infundado pues para ese entonces Justa ya había dado a luz a 3 hijos.
Los indicios que nos permiten determinar que el regreso de Cané tiene lugar a fines de febrero de 1871, los encontramos en las noticias sobre el arribo al país de la familia Montes de Oca, Eduardo Ibarbalz y el Dr. Eduardo O’Gorman, en el vapor Río Uruguay, ocurrido el día 27 de febrero de 1871. Días después, el 1° de marzo de 1871, en un breve artículo, Héctor Varela se disculpa por no haber dado la bienvenida al joven Cané a tiempo:
Tengo que reparar una falta de cortesía que me han hecho cometer malgré moi. / Apenas llegó de Europa este querido amigo y compañero, escribí algunas líneas saludándolo, como era mi deber, pero, las terribles carnereadas que siempre persiguen á mis pobre elucubraciones, han hecho, sin duda, traspapelar esas líneas, dejándome, como dicen las viejas, en el mas grande descubierto. / Nunca es tarde cuando la dicha es buena, dice el refran. / Así pues, creo que no será tarde aun, para enviar á este amigo mis sinceras enhorabuenas, por su feliz regreso al seno de su familia y para manifestarle la alegria que hemos tenido sus amigos al verlo llegar sano, contento y rico de recuerdos. / Al darle pues á mi amigo Miguel, un fuerte apreton de manos, deseo que las pollitas porteñas, (que tanto lo enloquecen) endulcen sus horas en la tierra natal, haciendo que no estrañe los goces que ha disfrutado en el Viejo Mundo (s. fir. 1870c).
Reseñadas algunas de las dificultades que tuvimos a la hora de reconstruir el primer viaje de Cané, queremos cerrar nuestra presentación dando cuenta de algunos de los criterios de edición adoptados.
Por un lado, hemos intentado respetar en todo momento el original hemerográfico. Sin embargo, consideramos necesario corregir sí los nombres propios, que no son pocos. Cané constantemente hace referencia a personalidades y distintos lugares de Europa. También la transcripción de las cartas públicas del joven periodista fue complementada con un glosario de personalidades y una serie de notas que buscan reponer datos históricos, contextuales y argumentales también, dado que Miguel Cané, un aficionado musical, continuamente menciona las obras operísticas a las que asistió. Por último, cabe mencionar que el texto transcripto es acompañado de un artículo introductorio de nuestra autoría y dos anexos en los cuales se recogen artículos periodísticos. El primero de los anexos está conformado por artículos y cartas anónimas públicas referidas a la Guerra franco-prusiana y, también, por una selección de la corresponsalía escrita por los parientes viajeros, compañeros de la travesía del joven Cané –nos referimos a Rufino Varela, Juan Cruz Varela y Manuel Láinez–. El segundo anexo se encuentra constituido por breves y diversos artículos, en los que se hace referencia al viaje de Cané y a su rol de “corresponsal”, se aporta información sobre la situación en la cual se encontraba el autor y los medios periodísticos por los que circulaba su corresponsalía y, también, se ofrecen noticias diversas sobre los hermanos Varela, como por ejemplo, el duelo en el cual muere Florencio y la candidatura de Héctor Varela a la gobernación de Entre Ríos. Noticias posteriores de los Varela, como ser el proyecto de fundar un periódico bilingüe junto con Emilio Castelar en Europa, al que titula “El Americano”, no son incluidas en el volumen.
Por último, queremos informar que el trabajo realizado con las cartas públicas de Miguel Cané actualmente está en proceso de evaluación para ser publicado próximamente.
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Wasserman, F. Juan José Castelli. De súbdito de la corona a líder revolucionario. Buenos Aires, Edhasa, 2011.
- Por ejemplo, Featherston 2005, 2009, 2016 sólo trabaja con la correspondencia enviada a La Tribuna. La edición que presentamos incorpora la epístola enviada a El Nacional y en los “Anexo” se incluyen también, entre otros artículos, algunas epistolas no firmadas que estimamos relevantes.↵
- Al respecto, Leandro Losada se detiene a considerar este aspecto del “grand tour” y acota el siguiente comentario, que nos resulta pertinente a la hora de considerar este primer viaje de Miguel Cané: “el grand tour”, el periplo europeo con París como destino preferencial, fue una de las ocasiones emblemáticas para cumplir con el rito iniciático. Estaba claro que se iba a Europa ‘para pasarla como Dios lo manda y no para hacer vida de día y museos solamente’” (Losada 2008, 135).↵
- Este tipo de viajes estuvo muy extendido durante el siglo XIX y solía ser prescripto por los facultativos. Idéntico motivo aconsejó y precipitó el primer viaje de Miguel Cané (padre) a Europa, quien partió hacia el Viejo Continente el 1º de octubre de 1847, tras la muerte de su primera esposa, Lucianita Himonet, ocurrida el 10 de junio de 1847 (Mujica Láinez 1942, 85).↵