Otras publicaciones:

9789871867530-frontcover

12-4583t

Otras publicaciones:

9789877230147-frontcover1

9789877230024-frontcover

(Des)colonización y latinoamericanismo

La Tempestad reescrita en la Argentina

Rocco Carbone
(Universidad Nacional de General Sarmiento, CONICET)

Introducción

La tempestad de William Shakespeare de Silvina Pachelo. Esta frase nos indica dos cosas: que estamos frente a la reescritura de un clásico, acaso menos inglés que latinoamericano, y a una “propiedad” doble, que por ser tal se vuelve colectiva. Silvina Pachelo –escritora, ilustradora y pintora argentina: Buenos Aires (1976)– reflexiona sobre el clásico shakesperiano, que es también un clásico uruguayo –si pensamos en el Ariel de Rodó–, que es también cubano –si pensamos en el Calibán del recién fallecido Fernández Retamar–, que es también martiniqués –si pensamos en Una tempestad (1969) de Aimé Césaire, etc. Pachelo reflexiona, vuelve a flexionar el pensamiento sobre un objeto clásico de las letras americanas y universales: La tempestad (1611 ca.). Para modificar el mundo es necesario re-imaginarlo, re-narrarlo y a esto se dedica Silvina. La suya es una reescritura doble, porque apela a dos lenguajes artísticos: la propia reescritura literaria que refrasea, repiensa y nos devuelve otra mirada latinoamericana sobre el último drama shakesperiano, y la acompaña con un lenguaje visual: 13 ilustraciones en blanco y negro diseminadas a lo largo del texto. Ese dispositivo dual y por eso mismo colectivo nos habla de un drama todavía inconcluso en Nuestra América: el drama de la (des)colonización. Se trata del drama de Calibán, de su madre Sycorax, de Ariel, de Miranda –colonizadxs, esclavizadxs, despojadxs, violentadxs, sometidxs, que representan clases, razas y géneros oprimidxs, deshumanizadxs– por el señorío blanco, colonizador, patriarcal del hombre occidental: Próspero: filósofo, mago, viejo y blanco, una forma de la estatalidad. Ese drama aún queda inconcluso porque el colonialismo –y los procesos descolonizantes complementarios– tanto en la Argentina como en América Latina no han terminado. Ése es el aporte específico de Pachelo, releer dibujando desde el siglo XXI latinoamericano y argentino con la lupa puesta en un proceso inconcluso.

En verdad, Pachelo reescribe y dibuja más cerca de Césaire que de Shakespeare. Aimé Césaire en Una tempestad recupera los personajes shakesperianos: el mago Próspero, Ariel, espíritu del aire, el contrahecho Calibán, la bruja Sycorax, Miranda y lxs ubica dentro de las fronteras del teatro negro. Césaire discute la descolonización del “Tercer Mundo”, caracterizada (desde el punto de vista cultural) por el surgimiento de sensibilidades descolonizadas. Se propone sustituir el caos heredado del colonialismo, sustituir las estructuras de opresión y alienación por unas estructuras de solidaridad y de fraternidad. Su drama tematiza los conflictos fundamentales entre clases y entre razas también. Una tempestad profundiza en los problemas de la comunidad negra, marcada por la violencia del sistema colonial-esclavista. Denuncia la fuerza coercitiva del colonialismo y tematiza los problemas de la dependencia. Una tempestad es una adaptación de The Tempest pero con disimetrías dado que se trata de un drama de la América Latina colonial-esclavista que pretende descolonizarse. Césaire reflexiona estética e ideológicamente sobre el signo de la relación colonial a través de personajes que representan, más allá de toda determinación geográfica y temporal, al colonizado y al colonizante y la relación racializada entre ambos. Calibán tiene una fortaleza persuasiva porque es una promesa para todos los negros alzados. Mejor: para todos los negros que tienen como horizonte, como cultura, como forma política, el panorama colonial. Césaire reinventa el discurso sobre el colonialismo: pone en segundo plano la ideología de Próspero y reorienta el drama en función de la ideología descolonial del colonizado: Calibán. Una tempestad es una contranarrativa –o un contradrama– respecto de La tempestad porque incorpora y rearticula una ideología europea, cultural e institucional, y nos la devuelve con una “herencia africana” enquistada en América Latina. Nos propone un drama emancipatorio. Algo parecido hace Pachelo, pues nos propone una reescritura emancipada. Si Una tempestad de Césaire tematiza los conflictos fundamentales entre clases y razas, Pachelo nos propone un drama renovado, porque a esos conflictos primordiales le agrega un nuevo signo ideológico de género. Nos acerca una tempestad feminista, porque le otorga parlamentos y pensamientos a Sycorax, la madre de Calibán y a Miranda, la hija-amante de Próspero. A esos personajes femeninos que en las escrituras de Shakespeare y de Césaire (casi) no hablan.

La hipótesis que manejamos en este trabajo atañe a los personajes generizados y a este giro que Pachelo le imprime a su Tempestad. En su reescritura Sycorax y Miranda tienen voz propia y cuentan su historia en primera persona. Empoderan su voz y le arrebatan la narración de los hechos a la voz y la ideología patriarcal-colonial de los personajes masculinos que hasta ahora las habían contado. La hipótesis entonces atañe a ese giro retórico-ideológico que instrumenta Pachelo y que reformula la metafórica tempestuosa sobre la descolonización.

El drama de la libertad

El drama está compuesto por 8 actos y un epílogo acompañados por 13 imágenes en blanco y negro. Como todas las Tempestades ésta también cuenta lo mismo. En el segundo acto, “La gruta en la isla”, es Próspero que le repone a su hija Miranda la historia del drama, que es la historia de la colonización:

Hace doce años, Miranda, hace doce años el duque de Milán, tu padre, fue un príncipe poderoso. Tu madre era un modelo de mujer. Pero un acto sucio nos trajo a esta isla. Mi hermano, tu tío Antonio, me traicionó […], me clavó el puñal por la espalda. […] Le di crédito a su lealtad. […] Le asigné el gobierno y así me hice extraño, y me entregué a mis ciencias ocultas. […] El rey de Nápoles, Alonso, depositó toda su confianza en mi hermano, tu tío Antonio […], nos arrojó al mar […]. Nos arrojaron a la oscuridad de la noche, del alma. Teníamos comida que venía de la mano de Gonzalo, a quien le designaron la misión de expulsarnos al mar y tuvo la amabilidad de empacar los libros, que yo considero lo más valioso. Así fue como el destino nos trajo a esta isla, a nuestra isla. […] Es el momento de llamar a uno de mis siervos, a quien yo mismo liberé de Sycorax en esta tierra. […] Acércate Ariel (Pachelo 2016: 28).

Aquí aparecen los elementos esenciales del drama: Próspero es el duque de Milán destronado por una conspiración. Es un hombre blanco, sabio. Nombra la isla como su propiedad privada. Menciona a Sycorax, la antigua pobladora de la isla. Próspero es la encarnación de la filosofía, del conocimiento, de los saberes occidentales, de la magia, pero es también una forma de la estatalidad y por otra parte cumple el papel del inquisidor: encierra a la “bruja” en un árbol y además de su isla, le sustrae todos sus conocimientos. De hecho en el octavo acto –“Por último la gruta en la isla”– dice: “Los hechizos que robé de los escritos de la bruja Sycorax funcionan muy bien. Tengo la isla bajo mi poder” (Pachelo 2016: 69). Además, se reconoce dueño de esclavos por medio de la mención de Ariel. El epíteto que éste usa para dirigirse a Próspero es “señor”. Próspero es un señor colonial-esclavista porque ha expropiado y vaciado de sentido la cultura de sus colonizadxs. Esta es una clave de toda forma de colonización. En cuanto a lxs esclavxs, son bienes. Paradójicamente, bienes inmuebles a la hora de hacerlxs trabajar a destajo en la plantación; y también bienes muebles porque podían ser vendidxs. Desde el punto de vista del señor esclavista son unidades de fuerza de trabajo económicamente rentables.

En la tercera imagen (Pachelo 2016: 30-31) un Próspero enorme está (a)sentado en la isla con todo su cuerpo, tiene una mirada pícara, una media sonrisa malvada y usa un libro desde donde brota la propia tempestad, el fuego, el poder, el naufragio. A su lado está Ariel, entre plantas, suspendido en el aire. El relato de la historia iniciado por Próspero ahora sigue por boca de Ariel, que cuenta cómo desató la tempestad que le había encomendado su señor. Nos cuenta cómo hunde el barco que llevaba a esos personajes que en Italia habían conjurado en contra de Próspero. Todos los que estaban en el barco ahora están en la isla: “perdidos y enloquecidos. Al rey lo adormecí. Otros están de triste rumbo creyendo al rey muerto. Tenemos en la isla lo que usted ordenó, a su gusto y semejanza” (Pachelo 2016: 32). Y agrega un elemento importantísimo para el drama: su libertad y su condición de siervo más que de esclavo, aunque no es más que un esclavo con derecho a una movilidad controlada.

Sólo necesito saber a qué hora dispondré de mi libertad, ya que puse en juego muchas cosas. Y no se enoje, Próspero señor, ya que usted me liberó de Sycorax […]. Y se lo agradezco. Pero ahora me sirvo de la condición de siervo más que de esclavo, y siento premura para que mi libertad sea total (Pachelo 2016: 32).

Frente a estas interpelaciones de Ariel inherentes a su libertad, Próspero le dice que “Concluida la misión, Ariel, encontrarás tu libertad” (Pachelo 2016: 70). Ariel está en estado de desafección respecto de la isla y de su pueblo. Ligándose a Próspero ha llevado a cabo un proceso de ruptura con la isla, con su condición soberana y sus pobladorxs. O al revés: ha erotizado su relación con el poder y ha deserotizado su relación con el planeta, con la tierra conocida, la ahora-colonia. Ariel llama “libertad” a lo que en verdad es su negación, a lo que en verdad es renunciar a ella. La libertad se verifica en el hecho de ejercerla. Es una conciencia del ser humano que no puede depender de otrxs ni de agentes externos. Depende del modo en que el ser la hace propia en función de lo que piensa de sí. Y puesto que Ariel se piensa siervo (aunque es esclavo) se la solicita a Próspero. El verdadero concepto de libertad se verifica en la autonomía, en el poder disponer de unx mismx y de decidir por unx mismx. Y se verifica también en el derecho a que lxs demás reconozcan esa libertad. Por eso mismo es posible decir que Ariel llama “libertad” a lo que en verdad es renunciar a ella. O como alguna vez dijo Sartre: “Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros” (1952: 51). Próspero ha hecho de Ariel un esclavo y Ariel ha hecho de sí mismo un siervo-siendo-esclavo.

La figura de Ariel podemos pensarla en paralelo con la de José Dolores en Queimada (1969), la película de Gillo Pontecorvo. Mientras Ariel espera paciente que Próspero le conceda la libertad –ademán que en realidad la niega–, José Dolores lucha en contra de su Próspero –William Walker (Marlon Brando)– y decide inmolarse, morir, ser muerto, para ser libre y servir de ejemplo para lxs demás esclavxs que padecen la inhumanidad del sistema colonial-esclavista. Sobre el final de la película, mientras Walker (que se llama William, como Shakespeare, y que desata la tempestad) se apresta a dejar la colonia –cosa que por otra parte no logrará hacer– y mientras José es conducido a la horca, desde lejos éste le grita un parlamento filosófico singular: “Inglés, te acordás, decías que la civilización es de los blancos, pero qué civilización y hasta cuándo.” Pocas palabras que remiten a la libertad total y a la liberación próxima del pueblo esclavo. De esto desciende que todxs los seres humanos tienen la capacidad de tolerar la esclavitud. La pregunta necesaria (en el sentido del anankaion aristotélico: inevitable) es: hasta cuándo.

Mystic y el invento de la esclavitud

Sycorax: la bruja, la mujer libre, sin marido, la madre de Calibán, el primer sujeto atacado por Próspero. En este punto se sitúa el giro más importante y más inteligente de este drama. Ni en La tempestad de Shakespeare ni en todas las reescrituras sucesivas, incluso en aquellas emancipadoras como Una tempestad de Césaire, Sycorax tiene voz. Hasta la versión de Pachelo la historia de Sycorax siempre fue repuesta por otros, por sujetos masculinos. La cuarta imagen del drama la grafica (Pachelo 2016: 34).

Es una ilustración de lo más notable: Sycorax es una mujer que surge de la tierra, como si fuera un cerro más, brota de los cauces de agua, también es una reverberación de los duendes que pueblan el territorio de la isla, está contorneada por la flor y la fauna de su territorio ancestral. Es mujer, pero es también pájaro –pues en vez de un brazo tiene un ala–, es también pez –tiene escamas–, tiene un ojo de gato, los labios prominentes, tiene motas, pelo ondulado, bucles, pelo lacio. En términos étnicos y naturales es mestiza. Es un ser que surge de la acumulación de distintos elementos cuya índole es distinta: es el encuentro biológico, cultural y natural de elementos cuya índole es diferente. Es un ser en el que conviven mezclas que dan vida a una nueva etnia y a un nuevo fenotipo. Es una especie de Mystic de X-Man. Y ella misma se relata con una voz empoderada:

Soy el alma de esta isla, la madre tierra. […] La primera bruja, la irracional. Sufrí las peores aberraciones: persecución, hostigamiento. Y así me corrieron a latigazos de mi tierra. Todos los hombres como Próspero usurparon nuestra isla. Y fueron los que pensaron en mi muerte y en la de mis compañeras, que fueron quemadas vivas. Acá me sentía libre, podía volar, correr, ser parte del fuego y del agua. Acá concebí a mi hijo Calibán, que Próspero castiga por ser hijo de bruja. Ellos aprendieron de nosotros […] A nosotras, las brujas nos mataron, nos violaron y nos arrojaron al mar (Pachelo 2016: 33).

En el “nos arrojaron al mar” están las penumbras infaustas y los signos de la memoria de lxs 30 mil desaparecidxs. Pues bien, Próspero puede esclavizar a Calibán porque ha aprendido a esclavizar a las mujeres de su propio grupo: a su hija Miranda concretamente (a quien usará para recuperar su poder y el señorío sobre el ducado de Milán luego de la tempestad) y luego a las mujeres de los pueblos conquistados (Sycorax), dominando su saber y su poder. Es Lerner quien nos enseña que la “opresión de las mujeres antecede a la esclavitud y la hace posible” (2018: 124). Las construcciones mentales nuevas siempre dependen en alguna medida de experiencias y de órdenes anteriores. Quiero decir que el patriarcado en tanto construcción histórica, mental, simbólico-cultural le ha enseñado a los hombres que se pueden utilizar las diferencias somáticas (genéricas) para separar y dividir a un grupo humano de otro. Sobre la base de esas diferencias se articularon posteriormente aquellas raciales para implementar formas de segregación, opresión y esclavitud. De esta forma Próspero formaliza la institucionalización de la esclavitud en la isla a partir del ejercicio de un poder patriarcal-colonial que señala a un grupo de personas como un conjunto aparte. Y a ese conjunto lo construye como esclavizable. El/la esclavx es un xenos (extraño y extranjero). Esa es la condición necesaria y suficiente para desarraigarlx, declinar su condición ontológica, reducirlx de ser una persona a una cosa-que-ha-de-ser: usada y poseída como propiedad. Se trata de una construcción mental y material cuya finalidad es que el/la esclavx sea reconocidx y declaradx como un extraño (hasta por sigo mismo). Otra cosa, aparte de humanos.

La esclavitud rara vez, por no decir nunca, ocurre entre las sociedades cazadoras y recolectoras, pero aparece en regiones y épocas muy separadas con el advenimiento del pastoreo y, más tarde, con la agricultura, las primeras ciudades y la formación del estado. […] la esclavitud deriva de la guerra y las conquistas. Las causas de la esclavitud que se citan con más frecuencia son los prisioneros de guerra, el castigo de un crimen, la venta por parte de los miembros de la familia, la venta de uno mismo a causa de una deuda y la esclavitud por deudas. La esclavitud es la primera forma institucionalizada de dominio jerárquico en la historia humana; está relacionada con la creación de una economía de mercado, las jerarquías y el estado. Por muy opresiva y brutal que indudablemente resultara a aquellos que fueron sus víctimas, supuso un avance fundamental en el proceso de organización económica […]. así es que podemos hablar con razón del “invento de la esclavitud” como momento crucial en la historia de la humanidad (Lerner 2018: 122-123).

De esto desciende que la esclavitud es anterior al sistema colonial-esclavista. La práctica de esclavizar cautivxs en toda la antigüedad fue muy difundida. Si nos atenemos a las fuentes literarias –podríamos considerar las históricas también: Tucídides sin abundar, con su Historia de las guerras del Peloponeso–, las cautivas de guerra –esclavas con la función de concubinas o botín para ser arrojadas al mercado en tanto esclavas– podemos encontrarlas en el poema épico de Homero, la Iliada, escrita en el siglo VIII a. C. El historiador Finley, que se refiere a la Grecia de los siglos IX y X a. C., ratifica la presencia de esclavos:

Los esclavos existían en gran número; eran propiedades de las que se podía disponer a voluntad. Para ser más exactos, existían esclavas, ya que la fuente principal de suministro eran las guerras o las incursiones y no tenían muchos motivos, de orden económico o moral, para perdonar la vida a los hombres derrotados. Por norma, los héroes mataban a los varones y se llevaban las mujeres, fuera cual fuese su rango (Finley 1959: 56).

En necesario matizar levemente lo de “matar varones”, pues se trataba de guerreros que integraban el ejército enemigo vencido en combate. Esto era una práctica típica de los pueblos primitivos o más precisamente de los estadios inferiores de desarrollo de la agricultura, en la época en el que el campo (aún) no necesitaba mucha fuerza de trabajo para ser productivo. En los estadios superiores de desarrollo de la agricultura, cuando las sociedades de nómadas pasaron a ser sedentarias, la práctica de matar a los hombres vencidos disminuyó notablemente y fue suplantada por otra: esclavizar a los guerreros vencidos (Patterson 1982: 121).

Sin embargo, es a partir del “descubrimiento” de América, de la conformación del “sistema-mundo” que Europa genera una nueva perspectiva temporal de la Historia (Wallerstein 1979). En esa construcción los pueblos colonizados –con sus historias y culturas– son ubicados en el pasado y precisamente por eso son construidos como anteriores a los europeos. Las subjetividades situadas por los europeos en ese pasado fueron definidas como: primitivas, irracionales, tradicionales, poseedoras de un pensamiento mágico, etc. Con el “descubrimiento” se articula el sistema político-social colonial-esclavista. Es la razón moderna, la que descansa en la expansión capitalista, que “necesita” de la construcción política del otro como ser inferior debido a su ADN biológico. Sobre esa “inferioridad biológica” se construye la subhumanidad del otro por su condición de “diversamente pigmentado”. Y la raza, el racismo, la racialización de las relaciones sociales, las diferencias geopolíticas de raza están a la base del sistema colonial-esclavista, que se funda en el desprecio del ser nativo o del afro(descendiente). Ese desprecio lo expone Próspero cuando al referirse a Calibán dice: “Voy a echar peste a esa bestia, su vida no vale nada” (Pachelo 2016: 69). El/la esclavx padece una “alienación natal” (Patterson 1982: 5-10). Esto quiere decir que el/la esclavx queda excluido de todo tipo de derecho por el mero hecho de haber nacido diversamente pigmentadx. Por esa misma razón se lo priva de todo derecho y de toda participación dentro de un ordenamiento social. El sistema político-social colonial-esclavista implica una cultura articulada con otra(s) mediante una relación de hegemonía. Y ese sistema funciona sobre la base de una asimetría de clase y raza (Villani 1999; Cipolla 1980) pero de género también.

La invención de la esclavitud se basó en la elaboración de símbolos de subordinación, como el color, la raza y el género. Esas son las coordenadas básicas de un lenguaje simbólico que expresa dominio y que en la sincronía crea una clase de personas humana y psicológicamente esclavizadas. La condición genérica en el caso Miranda, la condición racial, genérica y de clase en el caso de Sycorax y la condición racial y de clase en el caso de Calibán le permiten activar a Próspero los códigos esclavistas de la subordinación. Raza, color de piel, clase y género, son los elementos que permiten hacer (activar) distinciones entre personas en base a sus caracteres visibles. De este potencial depende la consolidación de la dominación. Pues bien, de esa asimetría de raza, clase y género se extrae plusvalía de cuerpos racializados, pauperizados y generizados (cuerpos no blancos originarios de América, procedentes de África o de afros nacidos en cautiverio). El ser esclavo define la moderna empresa de la esclavitud. Es el centro nuclear de un dispositivo económico, cultural y “civilizatorio” que articula la máxima racionalización de la vida social con una superexplotación extremada hasta los límites de la subsistencia. El sujeto más precario, cuyas condiciones de trabajo son más severas –criminales, desgarradoras–, define lo que padece. La línea de racialización es una línea de exclusión de la condición humana. Y esa misma línea implica también una segregación racial. Este sistema político-social-cultural colonial-esclavista en América empezó a implementarse hacia 1500 y en el plano de la teoría se prolongó por lo menos hasta las independencias impulsadas por los movimientos emancipatorios, independentistas.

Amor te (ad)miro esclavo

El segundo giro retórico-ideológico que presenta el drama –de lo más notable por cierto– está situado sobre la figura de Miranda. Desde Shakespeare en adelante Miranda es un personaje que tiene la función de “mirar y ser (ad)mirada”. Su propio nombre así lo indica. Está emparentado con el “mirari” latín que quiere decir “admirarse”. Y se deriva de la voz latina “mirandus”, o sea, “aquella que es digna de admiración”. Miranda es una mujer que es mirada y admirada por parte de los personajes masculinos. Y puede mirar, pero nada más, es casi despojada del uso de palabra. Es un símbolo patriarcal-colonial. De hecho, los parlamentos y las acciones que tanto Shakespeare como Césaire le encomiendan son objetivamente mínimos, casi nulos, nunca propios (en el sentido que son subsidiarios de las necesidades y deseos masculinos). De hecho, casi no habla. Está atada a Próspero, a su señorío, es su hija. Esto en términos generales nos enseña que la mujer en el sistema colonial-esclavista es un sujeto sin autonomía. Y esto que señalo es refrendado por Fernando –el hijo del rey de Nápoles, su futuro marido luego del naufragio, mientras vaga por la isla creyendo que su padre se ahogó en la tempestad– cuando ve a Miranda desde lejos y dice: “Escucho el murmullo, su nombre es Miranda, es la hija de Próspero. Me les acerco, ‘ella mira, nos miramos, nos amamos’” (Pachelo 2016: 38).

Miranda a lo largo de su vida ha conocido a tres hombres: a Próspero, a Calibán y a Fernando, pero dice haber conocido solo dos: al padre y al futuro esposo. “Nunca vi una mujer en mi vida, y sólo vi a dos hombres, a ti [Fernando] y a mi padre. […] ‘No deseo ninguna otra compañía que no sea la de mi padre’” (Pachelo 2016: 56). La lógica que expone implica una negación: negarle a Calibán el estatuto ontológico de ser. Otro sentido que está inscripto en ese parlamento señala que Miranda y Próspero funcionan casi como una pareja. El propio Próspero lo refrenda cuando dice que Miranda es “su amor” (Pachelo 2016: 69). Padre y amo, cuyo “amor” adopta la forma de la posesión y de la violencia. Próspero dispone las fuerzas del drama con vistas a casar a Miranda con Fernando. Con ese movimiento intercambia lo servicios sexuales y reproductivos de su hija –ambos cosificados– con el objetivo de volver a recuperar el poder sobre el ducado de Milán. De esto descienden dos cosas. Una vez que una mujer es intercambiada ya no puede mantener el estatus de persona sino que adquiere el de mercancía. O en todo caso, de instrumento bajo el designio del hombre. En este sentido, podemos suponer que Miranda, una vez casada con Fernando, tendrá una vida peor respecto a la que tuvo con su padre. La segunda consideración es que quienes poseen los medios de producción pueden dominar a quienes no los poseen. Y la mujer que en el sistema colonial-esclavista no posee ningún medio de producción sólo puede acceder a los recursos materiales vía un hombre. En el caso de Miranda, Próspero o Fernando. Pero hay algo más, de índole significante en este mecanismo: en el sistema colonial-esclavista, que es atravesado por las fuerzas del patriarcado, las mujeres no pueden disponer de sí mismas ni son capaces de decidir por sí solas. Sus cuerpos, sus saberes y sus servicios sexuales están a disposición del señor esclavista. Y estas consideraciones valen tanto para Sycorax como para Miranda. En cuanto a esta racionalidad y a la autonomía relativa del sujeto femenino, Gerda Lerner nos enseña que: “La opresión de las mujeres antecede a la esclavitud y la hace posible. La sexualidad y el potencial reproductivo de las mujeres se convirtió en una mercancía de intercambio o para ser adquirida, al servicio de las familias” (2018: 124). ¿Qué desciende de todo entramado tupido? Que Miranda es una especie de esclava de su padre. Y que cualquier esclava (convencida de su papel) funciona como un instrumento de los deseos de su amo y actúa enteramente en interés de él. Esta, paradójicamente, es Miranda, pues actúa según los designios y deseos de su padre. Se casa con alguien que no conoce, que nunca ha visto, con el cual nunca ha hablado, que no sabe siquiera si es de su agrado. Pero lo acepta. Esto es el producto final de un largo proceso histórico de desarrollo que llamamos sistema colonial-esclavista. Paradójicamente entonces, Miranda, sin ser diversamente pigmentada, es esclava del sistema instituido por Próspero porque le sirve y lo sirve. Hasta aquí leímos críticamente la forma de tratamiento que tanto Shakespeare como Césaire le reservaron a Miranda.

En el drama de Pachelo, en cambio, Miranda es una cuestionadora. Se expresa, interviene y pone en duda las propias acciones de Próspero. Pero al final termina creyéndole: “me asombra ver cómo pusiste a tus órdenes esas aguas, esta isla, estos siervos. […] También me convocas a sentirme honrada por haber producido esa catástrofe en mi nombre [se refiere a la tempestad]. Pero siempre me ocultaste la verdad. Hasta puse en duda nuestro parentesco” (Pachelo 2016: 36-37).

Puesto que estamos ubicados en los márgenes de un sistema colonial-esclavista, incluso el “amor” entre Miranda y Fernando adquiere los atributos de la esclavitud. Para empezar, ellxs están unidos de manera espuria por la magia de Próspero. En la novena imagen (Pachelo 2016: 58) lxs dos jóvenes se ven juntxs pero si nos detenemos en las expresiones de sus caras parecen estar bastante apesadumbrados por esa unión que llamamos amor. Detrás de ellxs, arriba de ellxs está la figura de Próspero. De sus brazos bajan unos efluvios, unos rayos, unas fuerzas que llegan a envolver a lxs jóvenes y a unirlxs. Podemos decir que ese “amor” es una relación colonial-esclavista más.

Además, en el quinto acto –“De nuevo la gruta en la isla”– Fernando es esclavizado a lo Calibán. Es la condena que Próspero le prescribe para que pueda relacionarse con Miranda. Fernando: “Tengo que transportar estos leños por su duro mandato [Próspero]. Mi dulce dama llora, todo este esfuerzo vale la sonrisa de esa dama. Más pienso, menos cansa” (Pachelo 2016: 55). Miranda: “¡Ay, ay! Te ruego no trabajes tan fuerte, esas fatigas son para esclavos. […] Descansa, mi padre volverá hasta dentro de unas horas. Yo cargaré leños por ti” (55-56). Fernando: “¡Miranda, la más admirada! […] Soy tu esclavo […] Mi corazón está a tu servicio” (56).

La conclusión, previsible, es que si bien la Miranda de Pachelo se pretende emancipada respecto de sus versiones anteriores aún no lo es cabalmente porque termina aceptando y padeciendo el señorío de Próspero a pesar de que empodere su voz. Pues no niega su condición de mercancía y termina aceptando el matrimonio con Fernando, cosa que le permitirá a Próspero recuperar su poder sobre el viejo ducado italiano.

To be free

En el octavo acto –“Por último la gruta en la isla”–, Próspero prepara su regreso a Europa, se apresta a dejar la colonia. El precio que posibilita esa vuelta es el casamiento pergeñado por él mismo entre Miranda y el hijo del rey de Nápoles. Pero antes de partir busca especialmente un encuentro con Calibán. El señor colonial y el colonizado se encuentran cara a cara por última vez. Próspero reconoce el enorme poderío de Sycorax: “la bruja de fuerza descomunal, que movía el cielo y la tierra, que incluso controlaba la luna y sus mareas y ejercía sus mandos fuera de su poder” (Pachelo 2016: 72). Cuando tiene a Calibán enfrente le recuerda que la isla le pertenece porque es el señor colonial, le recuerda a Calibán que es un monstruo, un ser deforme, pero la pura verdad es que sin Calibán no hay historia. Que la historia de Próspero es la historia de Calibán. Y por extensión, que la historia de Europa es la historia de sus colonias. Eso nos enseñaron Césaire y en general las sucesivas reescrituras latinoamericanas del clásico shakesperiano. Por su parte, Pachelo nos enseña que la historia de Próspero es también la historia de Sycorax y de Miranda. Que sin ellas, Próspero no es. Sin Sycorax y Miranda no hay historia, no hay tempestad, no hay colonialismo y descolonización posibles. El legado de La tempestad de Pachelo consiste en hacer foco en la cuestión femenina y en el feminismo como herramienta necesaria (inevitable) de la emancipación/descolonización latinoamericana. Nos enseña que no hay descolonización posible si ese proceso emancipatorio no es acompañado por la categoría reflexiva que expresa la lucha por la emancipación de las mujeres: feminismo. La metafórica de Pachelo nos enseña que el feminismo es necesario para descolonizar “las estructuras socioeconómicas del subdesarrollo, y luego descolonizar la mente, descolonizar los corazones, descolonizar las conciencias, es decir, destruir los tabúes, los mitos nocivos, los dogmas y demás manifestaciones de la miseria espiritual del hombre y de la mujer subdesarrollados (Depestre 1969: 46).

Bibliografía

Cipolla, C. M. Historia económica de Europa. El surgimiento de las sociedades industriales. Barcelona, Ariel, 1980.

Davis, A. Mujeres, raza y clase. Buenos Aires, Sube la marea, 2018.

Depestre, R. et al. El intelectual y la sociedad. México, Siglo XXI editores, 1969.

Fernández Retamar, R. Calibán. Contra la leyenda negra. Lleida, Edicions de Universitat de Lleida, 1995.

Finley, Moses I. The World of Odysseus. New York, Meridian Paperback Edition, 1959.

Greenidge, C. W.W. Slavery. Londres, Allen and Unwin, 1958.

Lerner, G. La creación del patriarcado. Buenos Aires, Sube la marea, 2018.

Pachelo, S. La tempestad. Versión ilustrada. México, Editorial Viandante, 2016.

Patterson, O. Slavery and Social Death: A Comparative Study. Cambridge, Harvard University Press, 1982.

Sartre, J. P. Sait Genet, comédien et martyr. París, Gallimard, 1952.

Villani, P. La edad conteporánea: 1800-1914. Barcelona, Ariel, 1999.

Wallerstein, I. El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el s. XVI. México, Siglo XXI, 1979.



Deja un comentario