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La condición southamerican
en el viaje europeo

El estereotipo francés del rastaquouère en algunos relatos latinoamericanos

Silvana Gardie (Universidad Nacional del Sur)

El Grand Tour y la condición southamerican son aspectos centrales a la hora de entender la emergencia de la figura del rastaquouère dentro de la literatura francesa de fines de siglo XIX, así como su rápida aparición dentro de las literaturas latinoamericanas. El fenómeno turístico –al que Marc Boyer piensa en términos de revolución– promovió una serie de cambios acelerados en la propia idea de experimentar el mundo que se plasma en nuevos itinerarios, la conformación de espacios destinados al placer (balnearios, estaciones termales, casas de campo), la gestación de nuevas prácticas de ocio y recreación (juegos y deportes), la aparición de agencias de viaje, el despliegue de cadenas hoteleras y casinos, así como la multiplicación de guías de viaje orientadas a los nuevos consumidores. Se trata de una nueva fase cultural que implicó la ampliación del público viajero, la aparición de un nuevo tipo de viajero: el turista, y la transformación de los motivos del viaje.

Al compás de estas transformaciones culturales de impacto mundial, para mediados de siglo XIX, el desprecio francés por los turistas en tanto masa inédita de burgueses asalariados (en su mayoría británicos) devenidos en viajeros improvisados que, con tiempo libre a favor y poco capital cultural, empiezan a llegar a Paris dentro de un itinerario fijado por otros, es reconocido y explícito.

Este ímpetu del consumo moderno para un público amplio propuesto por la revolución turística también se permeó en América Latina. Se trata de un consumo construido a partir de diferentes elementos como la promoción del viaje europeo a partir de la oferta de nuevos vapores, el crecimiento de las compañías navieras, rutas de navegación más ágiles y así como la propia publicidad del viaje al Viejo Mundo.

En este contexto, a partir de 1880 los nuevos ricos sudamericanos –llamados por los franceses, rastaquouères[1]– empiezan a cruzar el Atlántico en los mismos vapores que los viajeros tradicionales, aquellos que viajan “desde siempre” y por motivos diplomáticos, académicos, o de desarrollo profesional. Si bien, el rastaquouère se instala en Europa con el deseo de insertarse en círculos aristocráticos que les aseguren una distinción social con la que no cuentan en sus países de origen. Y muchas veces el apellido noble se alcanza en Francia y a partir de bodas acordadas a través de agencias matrimoniales.

Como nuevo tipo social, esta figura aparece en la literatura francesa en tanto personaje humorístico en folletines, representaciones teatrales de estilo vodevil, crónicas y hasta novelas. Convertido en estereotipo, es rápidamente apropiado y adaptado por algunos escritores latinoamericanos con estas y otras intencionalidades.

Me interesa revisar algunas de las confrontaciones culturales que se desprenden de este personaje irritante en algunos textos periodísticos publicados hacia fines del siglo XIX por tres escritores latinoamericanos: el chileno Alberto Del Solar, el argentino Martín García Mérou y el nicaragüense Rubén Darío. Se trata de textos escritos en respuesta a la burla, la parodia, la generalización y el desprecio francés sobre la condición sudamericana, es decir, esa especie de resultante de una característica o dato racial (una apariencia física) y un origen geopolítico periférico (desconocido y exuberante para la mirada europea).

La hipótesis de este trabajo sostiene que los escritores latinoamericanos desde la prensa simulan un diálogo imposible con la prensa francesa a fin de fijar un posicionamiento a propósito de las asimetrías culturales, el eurocentrismo, más allá de reconocer la marginalidad de América Latina en relación con una espacialidad moderna. Como dijimos, en las tres notas seleccionadas para este trabajo, los autores se ocupan de los rastaquouères para modular distintas respuestas a la prensa francesa, conscientes de que los periodistas y escritores franceses jamás llegarán a enterarse de estas pequeñas amonestaciones culturales. Se trata de la crónica de Alberto Del Solar, previa a la escritura de su novela[2] , “El Rastaquaere” (1886) con motivo de un artículo de El Fígaro de Paris” al que se busca corregir. Así también un perfil de Martín García Mérou reunido en Perfiles y Miniaturas de 1889 en respuesta al perfil de Albert Millaud “Le rastaquouère à Paris” que había aparecido en El Fígaro (1887) y luego, en la serie Physiologies parisiennes[3] y finalmente, una crónica de Rubén Darío para La Nación escrita desde París en junio de 1900, en respuesta a la serie de tipos nacionales que el caricaturista Caran D´Ache acababa de presentar dentro de los tipos nacionales.

Estos materiales nos permiten reconocer la interconexión de redes internacionales que se establece primero en la prensa para luego expandirse en otros circuitos culturales y comerciales, aquello que hoy llamamos mundialización, globalización o internacionalismo.

Esa muestra averiada de nuestra raza

Alberto Del Solar es uno de los primeros en ocuparse de la figura incómoda del rastaquouère. En 1886 escribe una crónica, El Rastaquouère, en la que dice responder a Le Figaro: “uno de los periódicos más notables de París por sus sátiras mordaces y por su inmensa circulación” (1886: 87). Más allá de reconocer un lugar demasiado marginal para dirigirse a Le Figaro sobre cualquiera sea el asunto de la publicación, no deja de hacerlo. ¿Por qué intentar una interpelación? Del Solar es muy consciente de que desde mediados de siglo XIX, a un lado y al otro del Atlántico, los diarios son las grandes vidrieras de la escena pública que hay que saber ocupar especialmente cuando el tema hace al interés común.

En la crónica, el escritor chileno aclara que su intención es “romper una lanza” contra el periódico francés “a riesgo de provocar más de una sonrisa burlona por tamaña osadía, sin cierta picazoncilla que trasciende a amor propio ofendido” (1886: 87) para responder a la queja de los periodistas franceses por “la ola sudamericana que ha entrado en París” planteando que también Sudamérica ha sufrido “una invasión de extranjeros de todos los colores, entre los cuales, si bien los más cristianos, no escasean los moros y especialmente los griegos, grecs, en toda la extensión de la palabra” (1886: 88) La crónica en la que se dice responder a Le Figaro tiene como destinatarios reales a esos nuevos ricos sudamericanos que viajan a Europa asignándole un prestigio que Del Solar pretende relativizar a partir de la recuperación de ese pasado “incontaminado” de sus abuelos en el que Francia revestía para un sudamericano: “la forma de un pasatiempo o una ociosa curiosidad” sin que llegara la perturbación actual, ese “ruido aturdidor de la marcha de la civilización del viejo mundo” (1886: 83). El autor decide invertir el orden de la mirada, volver al pasado y pensar el avance de los modos franceses en la vida cotidiana de ese pasado colonial:

Cuentan las crónicas del tiempo de mi abuelo que allá en nuestro rincón del globo que se llama Sud-América no se sabía por entonces del viejo mundo sino por lo que acaso podía pescarse en algún periódico extranjero: y esto solamente cuando por venir envueltos en él telas o chiches comprados a Mme. Aimée por la señora de la casa, era dado al jefe de la familia o al hijo mayor (únicos que entendían el francés) recorrer sus columnas a la manera de pasatiempo, o simplemente de ociosa curiosidad. (1886: 83)

Del Solar traduce la definición de Figaro: “El rastaquouère es un individuo cándido y derrochador que desde que puso el pie en los bulevares de París, créese ya más francés que los propios franceses” (1886: 88). Para 1886, el hecho de viajar a Europa ya ha dejado de ser un acontecimiento colosal para convertirse en mercancía más accesible a un público amplio, no selecto. Dice Del Solar: “todo el que tiene dinero, y nada más que dinero, hállase en el caso de satisfacer su curiosidad” (1886: 83) Una vez instalados en París –por su comportamiento y su falta de cultura– irremediablemente reciben el trato despectivo que se ha naturalizado entre los franceses frente a la condición de sudamericanos.

En el tomo II de El Espectador de París de 1887, Juan Montaldo cuenta sobre el escándalo que generó este escrito “contra los hispanoamericanos que traían a sus hijas a buscar marido en París.” El asunto ocasionó duelos en virtud de que algunos ricos sudamericanos se sintieron agraviados. Sin embargo, Del Solar terminó publicando en Buenos Aires una extensa novela con este tema a la que tituló: Rastaquouère; ilusiones y desengaños Sudamericanos en París (1890). El relato cuenta la suerte de un rastaquouère que ha viajado con su familia a París para lograr un título de nobleza comprando un apellido de la aristocracia europea empobrecida con la llegada de las repúblicas. Ese título puede alcanzarse a través de un casamiento acordado[4], tal como se propone hacer Don Cándido, el protagonista de la novela quien llega a casar a una de sus hijas con un miembro de apellido aristocrático, aunque sin lograr un reconocimiento de la sociedad parisina sino la burla indeclinable. A partir del tono humorístico y la ironía, el autor pretende amonestar la moralidad del nuevo rico sudamericano que, con una enorme fortuna pretende comprar esa identidad que siente superior a la suya, distinguida por el prestigio de la tradición, el patrimonio simbólico y cultural de la aristocracia europea.

Por ello, y por lo que conocemos a partir de las fuentes de la época es necesario relativizar algunas afirmaciones de Leandro Losada cuando en Esplendores del Centenario señala: “La colonia argentina en París, fue una presencia importante en esa ciudad, a cuyos eventos fueron ajenos algunos miembros de las elites del Viejo Mundo” (2010: 31). Y especialmente cuando afirma: “La mejor expresión de los vínculos que las unieron está dada por las concertaciones matrimoniales que anudaron a familias de aquel elenco estable con otras de las filas (en general menores) de las aristocracias europeas” (2010: 31).

Por su parte, Martin García Mérou, como del Solar, le dedica una crónica “Rastaquouère” presente en Perfiles y miniaturas de 1889 también en respuesta a una publicación de Le Figaro que la prensa de Buenos Aires había transcripto y en la que se pintaba “la fisonomía del rastaquouère o del americano parisiensado, que va a dejar a la capital del placer, sus lustrosos billetes de mil francos, en cambio de algunas sensaciones pasageras y superficiales” (1889: 17). García Mérou se detiene en el texto de Albert Millaud quien había escrito un perfil satírico sobre la psicología del rastaquouère[5] radicado en París y al que describía como: “encore un américain, mais du midi. C’est le Marseillais du Nouveau Monde. Il est exubérant, voyant, clinquant, bruyant.”

La ironía de Mérou es la clave del desagravio en este texto sobre rastacueros donde hace falta corregir las exageraciones de Millaud, que “todo lo convierte en motivo de piruetas y de intermedios clownescos” (1889: 18) siendo el mismo Millaud el verdadero y “¡delicioso personaje!” de sus humoradas (1889: 18). García Mérou ubica la obra del francés con la zona menos prestigiosa de la nueva cultura popular y espacios rechazados por las clases más cultas en virtud de la banalidad, como el espectáculo de vodevil, las funciones de muñecos y títeres, la feria perpetua y las farsas desopilantes.

La crónica responde a la pregunta fundamental: “¿cuál es el crimen del rastaquouère?” Tener dinero y ser generoso en un contexto parisino donde la “aristocracia de librea, todos los señores de delantal blanco y del frac a pasto, son sus verdugos y su eterna pesadilla” (1889: 20). Se trata de “monstruos insaciables”, dice García Mérou redirecciona su discurso hacia el naturalismo: “en París, el extrangero es propiedad de una multitud microbiológica de tiranos que lo acechan, lo persiguen y lo estrujan como un limón” (1889: 21)

En síntesis, este perfil de García Mérou trastoca aquel otro perfil de Millaud que terminaba diciendo “Le rastaquouère, à force de faste et de magnificence, finit presque toujours dans la peau d’un décavé” (El rastaquouère, a fuerza de esplendor y magnificencia, casi siempre termina en la piel de un reventado). Para el escritor argentino, el rastaquouère “no es tan inepto como quieren retratarlo” (1889: 23) ya que sabe que la propia ciudad es cómplice de la sensualidad y el adulterio. Sabe que “París le pertenece por un mes, por una semana, o por un día (…) Indiferente y altivo, atraviesa la ciudad con el paso del triunfador audaz y le entrega su sangre juvenil, su amor y su patrimonio” (1889: 24).

Rubén Darío y los “internacionales guarangos”

En París, los “internacionales guarangos” parecen tener asegurado el desprecio de poetas, escritores e intelectuales latinoamericanos como resultado de cierta afiliación con el pensamiento francés predominante y la angustia que supone ser confundidos dentro de ese colectivo desprestigiado hispanoamericano. El rastaquouère se convierte, como señala Gonzalo Aguilar, en “el doble siniestro” del que debería huirse. Sin embargo, a diferencia de otras crónicas, en “Los hispanoamericanos. Notas y anécdotas” escrita en París y publicada en La Nación del 1/8/1900, el tema es el rastaquouère pero la observación de Darío se detiene en las deficiencias francesas a la hora de descentrarse y encontrarse con los Otros y en la brutalidad que supone el hecho de confundir todo:

Es de ver cómo se asemejan el sol peruano, el peso argentino, el oriental, el mejicano, etc, a los tipos levantinos, egipcios, griegos. Son los rasgos comunes al señalado rasta internacional. No se ve, pues, a nuestros países sino por ese lado poco agradable. Etnográficamente, todo se confunde en la lejanía de vagas Venezuelas y poco probables Nicaraguas. (2013: 301)

La figura del “rasta” le permite a Darío leer el eurocentrismo naturalizado entre los franceses y las fuertes asimetrías culturales entre centro y periferia –que conoce bien porque las ha padecido en su propia trayectoria– para reflexionar con sus compatriotas latinoamericanos sobre las torpezas francesas. El centro desconoce, homogeniza, confunde todo lo que hay en los márgenes: “Tanto sabe Tolstoi de Porfirio Díaz a quien se ha colocado creo entre César y Alejandro, como Rodin de Sarmiento, a quien ha esculpido con su excepcional audacia (…) He dicho alguna vez que, hablando con un señor muy culto, averigüé que para él Bolívar era un sombrero y San Martín, un santo” (2013: 302).

Darío se detiene en la ignorancia europea y en la injusticia sobre América en “achacar a los americanos de lengua española la mayor parte en lo que se ha llamado “rastacuerismo” cuando no se trata de un comportamiento exclusivamente americano. Sin embargo, la gran responsabilidad la tienen

los presidentes (latinoamericanos) en exil, los varios sujetos de distintas repúblicas que después de ordeñar las respectivas vacas lecheras de sus estados, han venido a París a tirar zurdamente sus milloncejos; y los varios aztecas, chorotegas, quinces y coyas que hacen el marqués y el príncipe, a la sombra misma del armonial de Dozier. (2013: 302)

Esta última expresión de Darío sobre marqueses, príncipes y el Armonial de Dozier, refieren a aquello denunciado por Del Solar como acuerdos matrimoniales con los cuales las nuevas fortunas latinoamericanas se hacen confluir con los títulos de nobleza de la empobrecida aristocracia europea de fines de siglo XIX. La crónica de Darío es muy clara cuando se refiere a la colonia latinoamericana que, aun siendo muy heterogénea, funcionó como un nucleamiento de contención (y hasta como un gueto, según Colombi[6]) para muchos hispanoamericanos imposibilitados de ganar un lugar en la vida cotidiana parisina. Los vínculos fueron desiguales en lo social y muy asimétricos en términos culturales como si fuese imposible para América Latina ingresar en la civilité, y ser parte plena de esa supuesta universalidad de la cultura europea moderna[7].

Bibliografía

Colombi, B. “Camino a la meca: escritores hispanoamericanos en París (1900-1920)”. Historia de los intelectuales en América Latina. Buenos Aires, Katz, 2008, pp. 544-566.

Darío, R. Viajes de un cosmopolita extremo. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2013.

—“Los hispanoamericanos”. La Nación, 27-06-1900 .

Del Solar, A. De Castilla a Andalucía. Paris, Imprenta de Pablo Dupont, 1896.

García Mérou, M. Perfiles y miniaturas. Buenos Aires, Imprenta de Pablo E.Coni é hijos, 1889.

Losada, L. Esplendores del Centenario. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2010.

Millaud, A. “Le rastaquouère à Paris”. Physiologies parisiennes. Librairie illustrée, illustrations de Caran d’Ache, Frick et Job, 1887. Bit.ly/31HCaRh.

Ricard, J.P. Le rastaquouère dans la littérature française (1880-1914): contribution à l’étude d’un stéréotype. Université Paris Ouest Nanterre, 2004.

Rosenblat, A. “Rastacuero y arrastracueros”. Buenas y malas palabras, Tomo II, Madrid, Editorial Mediterráneo, 1978, pp. 214-215.

Siskind, M. “Sarmiento, Darío y Borges, o el dilema de las modernidades marginales”. Revista Iberoamericana, vol. LXXV, nº 226, 2009, pp. 191-204.


  1. Existen diferentes hipótesis acerca del origen del término. Adherimos a la explicación de Ángel Rosenblat quien sostiene un origen en una frase popular venezolana arrastrar cuero. La frase migra y se resignifica. En francés, el término denomina al extranjero que ostenta una riqueza sospechosa y del que no se conocen sus medios de existencia. Por su parte, Rosenblat sintetiza: “El término francés rastaquouère alcanzó una vida brillante: penetró en el habla culta y literaria de España (se encuentra, por ejemplo, en La voluntad de vivir, novela póstuma de Blasco Ibáñez) y de toda Hispanoamérica, en el portugués y en el inglés. Y regresó a Venezuela, de donde había partido inicialmente, pero ya con el sello universalizador de París, que le dio amplia entrada en la buena sociedad. “¿No necesitó el tango argentino la consagración de París para poder penetrar en la buena sociedad de Buenos Aires?”, Ángel ROSENBLAT (1978: 214-215).
  2. Se trata de la novela Rastaquouère. Ilusiones y desengaños sudamericanos en París que Alberto del Solar publica en 1889.
  3. Caran d’Ache ilustra la edición de Physiologies parisiennes de Albert Millaud.
  4. La novela Los trasplantados de Blest Gana sigue el asunto expuesto por Del Solar en su novela. Blest Gana relata las desventuras de una familia chilena instalada en una mansión al Oeste del Sena que, una vez en París, persigue el sueño sudamericano colectivo, tan ilusorio como peligroso, de acceder a los círculos distinguidos de la aristocracia (ahora empobrecida). La búsqueda del “marido rico” o la “esposa rica” por parte de esa aristocracia francesa tuvo como protagonistas a muchos hispanoamericanos y se convirtió en una institución tan vedada como eficiente. En la novela de Blest Gana (1905) uno de los protagonistas, Graciano Canalejas, explicita este tópico: “El noble, con su nobleza, tiene más que una profesión: su título es un capital, que se cambia, mediante el casamiento, por el dinero de los ricos. Y son precisamente las sociedades que se dicen democráticas las que se rinden culto a eso que por allá, en nuestras tierras republicanas hacemos alarde de mirar como pequeñeces indignas de hombres libres. Las dos Américas, la del Norte y la del Sur, traen a Europa sus hijas y sus riquezas, y se sienten muy ufanas de encontrar nobles sin ocupación, sin profesión y sin fortuna, a quienes dárselas. Si un intercambio de conveniencias que satisface la vanidad de los supuestos demócratas y da lustre al empañado blasón de las clases que fueron, en otros tiempos, privilegiados, y que, en general, miran el trabajo como una degradación” (Blest Gana, 1905, tomo II: 52). Para estos mismos años, en Les Mémoires d´un rasta écris à la prison de la Santé, publicado en 1906 por el Conde de Roussillon bajo el pseudónimo de Adolphe Grappe, se describe el funcionamiento de toda una serie de agencias de matrimonio por arreglo y de estafa matrimonial en París de entre-siglos (Cfr. Ricard 2004: 217).
  5. El texto de Millaud, Albert (1887) “Le rastaquouère à Paris” en Physiologies parisiennes: “Encore un américain, mais du midi. C’est le Marseillais du Nouveau Monde. Il est exubérant, voyant, clinquant, bruyant. Bien que la mot rastaquouère soit appliqué à Paris à tous les exotiques, le vrai, le seul rastaquouère est Brésilien, Chilien, Bolivien, Argentin et Vénézuélien. On trouve en lui de l’Indien, du Caraïbe, du Mohican, de l’Espagnol, du Portugais. Sa figure a le ton du vieux bois, ses cheveux noirs sont luisants et parfumés, sa toilette est criarde et trop riche. Il est constellé de bijoux. Il porte tant de diamants, que ceux-ci finissent par n’avoir plus de valeur. Ils deviennent des bouchons à carafe. Le rastaquouère les exhibe partout, à sa cravate, à sa chemise, à son bras, à tous ses doigts, à sa boutonnière, à son gilet. Du plus loin que vous apercevez le rastaquouère, sa présence vous est signalée par un éclat insupportable et des parfums idem. Diamant et musc. De plus près, il vous absorbe dans un flot de grimaces et un flux de paroles vertigineuses, prononcées avec une sonorité de casserole. Le rastaquouère est généreux et fastueux. Il a une grosse gaieté et il aime le tapage. Le plaisir est son but, sa vie, son rêve. Il y laisse toute sa vigueur et toutes ses plumes. C’est, en définitive, un bon garçon que l’on exploite plus qu’il n’exploite les autres. Le rastaquouère, à force de faste et de magnificence, finit presque toujours dans la peau d’un décavé”.
  6. Colombi, Beatriz (2008) “Camino a la meca: escritores hispanoamericanos en París (1900-1920)” en Historia de los intelectuales en América Latina / Jorge Myers. (coord.), Buenos Aires, Katz, pp. 544-566.
  7. Lo pienso desde el aporte de Mariano Siskind en “Sarmiento, Darío y Borges, o el dilema de las modernidades marginales”.


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