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Poesía y mística en la época de la muerte de Dios: el caso de Hugo Mujica

Javier Mercado (Universidad Nacional de Córdoba,
Universidad Católica de Córdoba)

En este trabajo partimos de una observación poco frecuente en la historiografía literaria argentina: existe un grupo de poetas no agrupados –cuyos primeros antecedentes pueden remontarse desde Luis de Tejeda y llegan hasta nuestros días–, que trabajan en sus propuestas líricas la relación poesía-mística. Creemos que la dificultad para reunirlos consiste en que no responden a los criterios clásicos de agrupamiento: no pertenecen a una misma generación ni, tampoco, profesan un mismo credo estético. Al contrario, encontramos entre ellos diferencias significativas tanto en el plano poético como en el religioso y el generacional. Dado, entonces, lo disperso del grupo, nos interesa iniciar el trabajo trazando una constelación de poetas que pueden reunirse en torno a este vínculo con lo místico.

Al contrario de Martín Prieto (2011: 22), pensamos que la herencia de Tejeda no tiene que ver con el reconocimiento de su obra a posteriori –ya que fue publicada recién en 1916–, sino más bien en poder configurarse como el primero en abrir esta senda que se desarrolla entre la poesía y la mística. Luego de que Ricardo Rojas rescatara y editara sus textos, vemos a lo largo del siglo XX el florecimiento de este cruce que, como dijimos, se lleva adelante desde diferentes perspectivas y con estilos variados. Es en este punto donde debemos fijar la herencia de Tejeda.

Cabe señalar que hablamos de poesía y mística, no de poesía y religión o poesía devocional. El detalle no es menor. Se podría escribir otro trabajo señalando las tradiciones poéticas devocionales que existen y existieron en nuestro país. Tal vez el trabajo sea vano ya que, creemos en nuestro fuero íntimo, este tipo de poesía no ingresa al canon por cuestiones claramente estéticas y dogmáticas. Pero la poesía mística es otra cosa. Si recordamos que poetas como San Juan de la Cruz o Yalal ad-Din Rumi fueron perseguidos o encarcelados –y si advertimos que varios poetas místicos siguen estando prohibidos en territorios regidos por la ortodoxia religiosa– veremos que la poesía mística, como ya lo señala Panikkar (2007), es siempre revolucionaria, rupturista, y heterodoxa en el plano teológico.

Por ello, esta tradición mística que nos gustaría señalar para Argentina no se apoya en autores religiosos o vinculados al clero. Más bien todo lo contrario. Son personajes que vivencian su religiosidad al margen –o por fuera– del canon religioso católico hegemónico. Nos referimos a poetas como Jacobo Fijman, Romilio Ribero o Ricardo Güiraldes. Y si bien los estudios más amplios sobre poesía argentina desde la última dictadura militar hasta la actualidad no parecen interesarse significativamente por el aspecto místico, nos encontramos con obras como las de Olga Orozco, Héctor Viel Temperley o Miguel Ángel Bustos, que se alzan incólumes y diferentes. De igual modo, trabajos críticos como los de Marimé Arancet Ruda, Ana María Rodríguez Francia o Gabriela Milone –también realizados desde perspectivas diferenciadas– señalan la pertinencia y pervivencia de esta corriente en la última parte del siglo.

Dado que nos interesa preguntarnos por la relación con lo místico en la poesía contemporánea, nos detendremos –partiendo de lo anterior– en el caso de Hugo Mujica y, más particularmente, en su texto de 1987 Escrito en un reflejo. Nuestra selección responde a que Mujica es, tal vez, el más reciente representante de esta constelación y, sin dudas, el más actual. Tomar como objeto particular de estudio su caso se constituye como el recorte más significativo y pertinente para dar cuenta de un estado de situación en las últimas décadas del siglo XX y el comienzo del XXI.

Escrito en un reflejo, si bien se enmarca en las constantes propias del estilo de Mujica, despliega una amplia serie de imágenes e insistencias poéticas que tematizan lo divino como ausencia e imposibilidad. El texto se construye a partir de la mudez y la ceguera como pilares fundamentales de esta nueva experiencia místico-poética vaciada de sacralidad. De hecho, la ausencia se tematiza tanto como una experiencia de apertura, cuanto como una experiencia del horror. En este sentido, postulamos que el texto de Mujica se presenta como valioso para pensar la relación con lo sagrado que la poesía entabla en la época de la muerte de dios ya que se decanta por una experiencia mística anclada fundamentalmente en la ruptura de los límites del lenguaje y pensada por fuera de lo sagrado en su sentido religioso tradicional.

En su texto Lo naciente, Mujica comienza señalando la diferencia entre el lenguaje asertivo propio de la teología y el lenguaje abierto propio del poema: “La perpleja lucidez de la poesía es tal/ que nada queda definido/ nada cristalizado/ ningún posible exorcizado” (2011:111). Este pequeño texto poético-programático condensa lo primordial a la hora de definir el lenguaje poético místico de Mujica: la indefinición. Mientras que el lenguaje asertivo y calculante propio de los conceptos –sean teológicos, científicos o filosóficos– tiende a cerrar, el lenguaje poético deja en suspenso y apertura.

La definición conceptual entifica y fija un devenir transformándolo en sustantivo, es decir, en sustancia. Pero la pregunta que se hace la teología negativa es, justamente, esa: ¿qué afirmación se puede hacer sobre lo divino en tanto y en cuanto menta la no-sustancia? La respuesta que dieron Dionisio Areopagita y sus continuadores se articuló por la vía negativa, ya que no se puede afirmar lo que es –dado que entifica– tal vez pueda afirmar lo que no es. Así, el conocimiento de lo divino opera por descarte y anulación. Se va desprendiendo de aquellas afirmaciones que no pueden hacerse sin violar lo que se intenta conocer.

La apuesta poética de Mujica trata de ir por otro lado. Lo que intenta no es negar mediante un lenguaje asertivo, sino más bien –como señalaba Barthes (2008)– hacerle trampas al lenguaje. Esta trampa consiste en evitar su carácter conceptual y conclusivo. O, como señala Mujica, dejando de lado su definición y cristalización. Así, cada poema es un acontecimiento en sí mismo que no puede ser abordado desde las categorías conceptuales previas. Dice al respecto nuestro autor: “Cada poema inicia su propio/ espacio, / abre su recogimiento,/ late su tiempo inaugural…” (2011: 149). El poema inaugura un tipo que es diferente al tiempo previo, habitual, en el cual se encontraba el lenguaje cristalizado. Las relaciones entre significantes y significados son redispuestas en el poema y nunca se estabilizan. Cada poema, por tanto, requiere de una hermenéutica propia.

Encontramos que esta poética se articula en Escrito en un reflejo a través del uso que se hace del verbo “ser” y del adverbio “como”. En cuanto al primero, encontramos poemas en los que se advierte lo siguiente: “cuando la copa taja/ el vacío/ beber el vino es lamer sales de un mar/ que no fue escuchado.” (2008: 214)[1]. O “no son pájaros/ son jirones danzando vientos, /es la piel de cada hombre/ vendando tu tajo” (2008: 217). Observamos que cuando se conjuga, el verbo ser no se utiliza como una definición, sino como una forma de construir una imagen, es decir, en sentido metafórico. Beber vino es lamer sal, los pájaros son viento. El arrogarle ser a algo no comporta fijarlo ya que, a su vez, lamer sal del mar o jirones de viento se constituyen como imágenes móviles de una fluidez constante. Jugando con los términos, podríamos decir que en esta poética el ser de algo es su devenir propio en acto.

En cuanto al adverbio “como”, encontramos sobrados ejemplos: “como deber la mitad pagándolo todo:/ ya he saldado todos los dones/ ya sólo debo el haber pagado” (2008: 218). O “y como los que no tienen ojos/ estiramos las manos hasta leer con las yemas/ sobre la piel de los mudos// o todo o nada:// como quien baja los párpados/ hasta mirar a los ojos/ el amor de los ciegos” (2008: 219). En estos dos ejemplos, encontramos que ese adverbio establece la comparación con una ausencia. El término inicial de la comparación no está, ni nunca aparecerá. Como si el poema hubiese comenzado a escribirse luego de que su declamación se hubiere iniciado, o como si hubiese algo no dicho –e imposible de devenir decible– que se ubica antes y permaneciese siempre en silencio. La imagen que se propone está fracturada, inconclusa, ya que no encuentra nunca su antecedente necesario. De “Como deber la mitad” inmediatamente surge la pregunta ¿qué es “como deber la mitad”? Este interrogante quedará sin respuesta, no por impericia poética, sino por el carácter abierto que se busca imprimir a las estructuras lingüísticas que, si bien pueden constreñir al poema, no pueden fijar el fluir de la poesía.

Ahora bien, como lo demuestra Rodríguez Francia (2007: 106), Escrito en un reflejo es un poemario donde se resalta el dolor y la queja. Un profundo sentimiento de desencuentro con el mundo tiñe todas las páginas. Allí encontramos imágenes que trasuntan desolación, soledad y abandono.

En primer lugar, aparecen imágenes vinculadas a la boca, al morder y al roer de los dientes: “y cuando mis dientes muelan/ mis huesos/ con su polvo haré la piedra con que partiré tu mármol” (2008: 244). Evidentemente, se trata de una imagen del dolor, los dientes humanos moliendo huesos, cual dientes de perro. Este dolor de la boca también se vincula con posiciones incómodas donde la boca sufre: “boca abajo, / amordazado de tierra/ sin renegar de nada de lo que me fue negado:” (2008, 222). Y, en último grado, las imágenes de la boca llegan al hambre y a la carencia: “de tantos desgarros/ voy a coserme otro cuerpo/ para dar de comer/ a mi sombra” (2008: 208); o “he sido el más tatuado, / el de labios partidos de tanta partida/ de palabras dichas de tanta desdicha” (2008, 213). Como vemos, se trata de versos cuyo centro gravita en torno al dolor y a la falta. La boca sufre, tiene sed, hambre o se encuentra partida o amordazada.

Paralelamente, advertimos otro grupo de metáforas que evocan la errancia en el mundo. El yo lírico no experimenta el paso a través de la noche oscura (figura típica de la poesía mística española), sino que se siente perdido en el mundo y busca algo que siempre se tematiza como ausente, a saber: “vivir como bajo el mar/ donde respirar es tragar la muerte// o como buscando/ un hijo perdido en la muchedumbre, // sin saber dónde está, / sin saber si ha nacido” (2008: 203). Vivir bajo el mar y buscar un hijo perdido se configuran como sensaciones de desamparo y errancia. Con el claro tinte político que tiene la figura del hijo (nieto) que se busca sin saber dónde está. De igual modo, aparecen poemas como este: “frente al espejo de cada día/ con los ojos clavados en los clavos de los ojos:// yazgo cerrado en dos/ como un guijarro partido” (2008: 207). La comparación con una piedra partida, pero cerrada, nuevamente nos lleva al terreno de lo desolado, incluso de lo desértico.

Este andar perdido que se tematiza adquiere incluso connotaciones mortuorias en algunos poemas, ya que llega a proponer: “como rehén de un adentro que no tiene afuera, / o el exilio de un alma/ que no llega a redimirse carne, // o condenado a siempre/ y nunca/ como cautivo de a quien le inmolaron la mitad de su muerte” (2008: 215). El alma no llega a redimirse en la carne, el paso por el mundo en un cautiverio del que no se espera muerte, es decir, cese. Esto llega a su remate en el siguiente poema: “pedrada al pájaro/ en vuelo// o como quien roba a quien lo hospeda, / o como estar en la vida/como un muerto desnudo:/ cubierto de tierra” (2008: 233). Se trata de un estadio sufriente que no se encuentra cómodo ni en la absoluta trascendencia ni en la pura inmanencia terrestre.

Finalmente, en este recorrido queremos reseñar los poemas donde se hace referencia a dios. Es una constante de la poética de Mujica escribir este sustantivo en minúsculas, y aquí no romperemos esa regla. En respeto a la diferencia ontológica y poética que se puede establecer entre el sustantivo “dios” escrito con mayúsculas o minúsculas –diferencia importante para la interpretación de Mujica– es que mantendremos su propuesta y siempre que escribamos el adjetivo lo haremos en minúsculas. En las conclusiones explicaremos el porqué de esta decisión.

El dios mentado en este poemario se carga de impotencia, soledad e indiferencia. Existe un hiato insalvable entre un dios que no se vincula con las criaturas y el poeta, cuya desolación ya señalamos: “como ser la sed desde otra garganta, / o la mirada/ que no cabe en tus ojos. // ¿cuándo leerás mis poemas/ dios de mi ceguera” (2008: 245). El dios de la ceguera no se compadece a leer los poemas, no entabla ninguna relación de cordialidad con el yo lírico. De igual modo, este ser ha perdido todo control sobre su creación y está, de algún modo, incapacitado para intervenir en el curso del mundo, por ello, “en cada vida se le muere un hijo a dios” (2008: 224). Aquí no encontramos una afirmación moral o moralista, sino más bien una consideración sobre la distancia entre el creador y la criatura. El creador, lejos de omnisciente u omnipotente, es un otro incapacitado de hacer.

También resulta llamativa la expresión “para un dios” o “para el dios” que aparece en estos poemas: “la tierra: una playa del cielo/ pero sin cielo:/ un yermo/ donde la vida amasa con mi vida su hostia/ para un dios ya sin hambre” (2008: 205); o “mujeres arrodilladas tejen/ con sus miedos/ un manto para el dios desnudo” (2008: 220). Dios pasa a ser carencia e imposibilidad, el manto se teje en la tierra para el dios que está desnudo, o la hostia se fabrica en la tierra para el dios que no puede ingerirla. Más que constituirse como la fuerza a la cual recurrir, dios aparece como la carencia a la cual ayudar. Pero esta ayuda también está transida por el miedo y la soledad –no de otra cosa se teje el manto para dios–.

Se trata, entonces, de un dios sin nombre, desnudo, ciego, cuyos hijos se le mueren a cada instante. Las imágenes mentan la ausencia, la imposibilidad o la falta. El espejo que se refiere ya no es el vitral de la catedral gótica, donde se reflejaba la grandeza de dios, ni remite a las teologías de la luz, donde aparecía la majestuosidad de la creación. Antes bien, en este caso el espejo se ha roto, sus astillas reflejan rayos difusos, incomprensibles, incoherentes.

Habiendo recorrido ya las imágenes que refieren a la boca, la errancia y al dios ciego, cabría preguntarse por qué nos encontramos con poemas que parecerían romper con esta tópica general del libro: “mi corazón está lleno de mariposas/ que atizan con su vuelo/ la brasa que sobrevuelan. // mi corazón a veces se enciende,/ se llena de cenizas color arco iris” (2008: 227). La oposición entre la brasa y la ceniza aparece como remediable, se trata de un poema de esperanza. Debajo de lo muerto y gris puede persistir el fuego, el ardor en su sentido más luminoso. La levedad y el aire parecen ser los agentes de esta transformación.

De igual modo, el poema 36 ofrece una imagen sugestiva para trabajar este aspecto del libro: “como una iglesia que al derrumbarse/ abriera su nave al rocío;// o una vida que vaciándose/ abre su vacío a la vida (2008: 236). El derrumbe de la iglesia –entendida como una estructura vuelta sobre sí misma– propicia que su nave –la parte medular– se abra al rocío. La metáfora no es menor. Como lo reconstruye Jean Chevalier (1999: 887), el rocío está vinculado en multitud de culturas con la bendición, el alivio, el alimento y la vuelta de lo vivificante. Lo ocluido, lo cerrado de la iglesia colapsa por su propio peso, pero ese colapso es el que posibilita el resurgimiento. Un perfecto oxímoron del que se hace uso con frecuencia en Mujica. Lo mismo sucede con la segunda parte del poema. Para poder llenarse, una vida debe primero vaciarse. Así podrá abrir su espacio a la vida.

Estas dos imágenes, nos parece, sintetizan de buen grado el proyecto poético de Hugo Mujica. Lo fijo y permanente de la iglesia se derrumba ante lo efímero y transitorio del rocío. La carga de la vida debe vaciarse para que ésta pueda ser vivida. Lo leve, lo impermanente, lo efímero, frente a lo puesto, lo postrado, lo cristalizado.

Si bien se mira, esta forma de entender la poesía como impermanencia es lo que posibilita la apertura a lo otro trascendente propio de la mística. Mujica sostiene en Lo naciente: “Hay que escribir cada poema/ en una lengua ignorada/ ser el extranjero de las propias palabras” (2011: 163). El extrañamiento ante la propia palabra es, justamente, el derrumbe de la catedral. En tanto que cercano, el lenguaje impone su propia dinámica, fija sus propias estructuras y cierra al hombre. Toda metafísica es, primero y sobre todo, una metafísica instaurada por las categorías del lenguaje.

Pero la poesía, al menos la poesía de Mujica rompe con esa normalidad –con ese impersonal “se”, al decir de Heidegger– instaurado por el lenguaje. Y reinstala la metáfora. Una metáfora que no ha sido prefijada, sino que es nueva y diferente en cada poema. No hay posibilidad de establecer de antemano la hermenéutica del poema. Y algo semejante pasa con el dios. La insistencia de Mujica por su grafía en minúsculas también nos lleva a pensar en un concepto de dios donde dios está por completo ausente. La existencia del concepto mismo nos lleva a pensar que dios está ausente en su concepto. La poesía se constituye como la búsqueda, como el recorrido tras el flechazo que deja la ausencia. El concepto queda opacado, roto, ciego, ya sin capacidad de restituir ni señalar nada. Porque todo concepto apunta a un sitio fijo y el dios, en tanto que no-ente, no puede someterse a la fijeza de ningún estadio, de ningún concepto. El lenguaje que tiene lo divino para hablarse es metafórico, poético, divergente. Los místicos de diferentes tiempos, sitios y religiones han advertido este desgarramiento que provoca la experiencia mística en el lenguaje. Y es justamente por esto, por formar parte de ese tajo que taja lo habitual, que consideramos a Mujica como el poeta místico de la literatura argentina contemporánea.

Bibliografía

Barthes, R. El placer del texto y la lección inaugural. Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.

Chevalier, J. Diccionario de los Símbolos. Barcelona, Herder, 1999.

Milone, G. Pensamiento filosófico y experiencias religiosas en la poesía argentina contemporánea. Tesis de posgrado. Córdoba, Editorial FfyH-UNC, 2014.

Mujica, H. “De la palabra y su nombrarnos”. Literatura y hermenéutica. Buenos Aires, García Cambeiro, 1986.

Lo naciente. Madrid, Pre-textos, 2007.

Poesía completa 1983-2004. Buenos Aires, Seix Barral, 2008.

Panikkar, R. De la mística: experiencia plena de la Vida. Barcelon, Herder, 2007.

Prieto, M. Breve historia de la literatura argentina. Buenos Aires, Taurus, 2011.

Rodríguez Francia, A. M. El “ya, pero todavía no” en la poesía de Hugo Mujica. Buenos Aires, Biblos, 2007.


  1. Las citas están realizadas a partir de la edición de la Poesía completa 1983-2004 de Hugo Mujica que publicó Seix Barral en 2005.


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