Marilina Aibar (Universidad Nacional de Catamarca)
El diario personal es el género elegido por escritores de diversas filiaciones estéticas para dejar testimonio de vivencias, expresar opiniones y registrar aquellos acontecimientos que, a su juicio, hayan resultado destacables. Del mismo modo, las bitácoras gestionadas por autores son sitios webs usados para reflexiones, comentarios o informaciones. Dada la similitud de contenidos, los vínculos entre el diario canónico y el digital parecen claros. Incluso, es usual pensar que la red ha venido a ofrecer una continuidad renovada al diario tradicional. Sin embargo, nosotros creemos que no ocurre así. Aunque haya aspectos que los acercan, –cronología, subjetividad en los contenidos, supuesta pertenencia al ámbito privado, enunciación a cargo de un yo “importante”–, las diferencias se ven acentuadas desde varios frentes. La materialidad del medio, el circuito de producción y difusión, las circunstancias enunciativas, la multimedialidad constituyen aspectos imposibles de soslayar. Pero, las que más incompatibilizan con el diario impreso –a nuestro entender– son la tarea del lector y el espacio sin volumen, o mejor, la falta de corporeidad textual.
En el texto digital quien debe construir el itinerario de lectura es el propio lector mientras que en el papel la recepción está marcada por el autor. Asimismo, el libro objeto permite una relación de alguna manera emocional: ocupa espacio, puede tocarse, ver como envejece, atesorar un ejemplar único. El texto online en cambio, es abstracto, presenta enlaces infinitos, publicación abierta y posibilita tanto simplemente leer como interactuar con él. Es decir, la topografía con sus relieves, altitudes, formas y detalles cobra relevancia. Si entendemos topografía como la descripción del espacio y la representación de éste a través de planos, niveles y altitudes, entramos de lleno al tema que nos convoca. Así pues, ¿Cómo se despliega el espacio en un diario canónico y en un diario virtual? El objetivo de este trabajo es poner en diálogo las figuraciones que uno y otro llevan a cabo para observar tanto las regularidades como las variantes.
Clasificado en su carácter físico o histórico (cronos o kairós), observado como sucesión o duración, vinculado a lo subjetivo u objetivo el tiempo siempre ha sido objeto de estudio de numerosas disciplinas. Al espacio, por el contrario, se lo ha confinado a las dimensiones euclidianas de ancho, altura y profundidad que al final de cuentas no informan nada acerca de la experiencia humana. Recién en el último siglo el espacio se ha concebido como producto social que los humanos recreamos a través de individuos, grupos o instituciones, razón por la cual es visto bajo dos perspectivas: material y mental, objeto físico y figurativo (Ortega Valcárcel 2000: 32-33).
Estudiando el discurso social del tiempo Ramos Torre (2005) propone tres imágenes o metáforas comunes. Una, el tiempo es observado en tanto “recurso”, otra a la manera de un “escenario” y la tercera como un “horizonte”. Si aplicamos esta visión al espacio podríamos decir que en su condición de “recurso” establece un área pasible de ser compartida, darse o recibirse. La superficie de un aula, por ejemplo, supone una herramienta. El espacio como “escenario” implica un territorio en el que los sucesos se llevan a cabo con ritmo propio. En esta cosmovisión es preciso adaptarse a él y no es posible tomar posesión de él. La situación de enseñanza-aprendizaje ilustra lo que estamos diciendo, conforma una atmósfera sujeta a horarios o calendarios que permite tanto la sincronización a nivel contextual como social. Por último, el espacio como “horizonte” entraña una ubicación precisa desde la cual se puede contemplar el presente, el pasado o el futuro. Pongamos por caso el espacio de la literatura de hoy frente al pasado y al futuro. Estas tres perspectivas del espacio van a vertebrar este trabajo.
Respecto de los textos a observar, digamos que el blog de Daniel Link nació el 29 de julio de 2003. Denominado Linkillo, cosas mías fue uno de los primeros en su tipo y tuvo éxito debido a que en aquellos años la web, el hipertexto y los multimedia dieron lugar a la creación de una amplia gama de soportes, comunidades y redes digitales. Entre los dispositivos, las bitácoras resultaron herramientas de edición y publicación, a la vez que, permitieron el desarrollo de prácticas escriturarias cuyo efecto se tradujo en soslayar los mandatos de las escrituras canónicas. Link, por ejemplo, sostiene que empezó a escribir su blog por presión de amigos y primero funcionaba como diario de escritor o bitácora de trabajo. Luego, con el correr de los años fue cambiando y por lo general “dos condiciones lo han sostenido: investigar las potencialidades literarias (ficcionales, o como se quiera llamar al extraño estatuto de la verdad cibernética) de las nuevas tecnologías y debatir asuntos que no tendrían cabida ni en los libros ni en sus clases” (2007, 2 de enero).
Gombrowicz (1904-1969), por su parte, escribió un diario entre los años 1953 y 1967. Publicado por entregas en la revista Kultura (medio de difusión de la emigración polaca en Paris) fue posteriormente recogido en forma de libro. En 1968, Editorial Sudamericana publicó Diario argentino, una especie de compendio del diario “mayor” que recoge pasajes seleccionados por el propio autor donde relata sus viajes por Argentina y reflexiona acerca de su estancia en el país. El carácter vivencial de esta versión aparece ya en el prólogo del texto: “No encontrarán aquí una descripción de la Argentina. Quizás incluso no reconocerán sus paisajes. El paisaje es aquí “un estado de ánimo”. No es solo una descripción de Argentina, sino la de mi vivencia de Argentina (…)” (2017: 9).
Dado lo dicho y observado el espacio en su calidad de herramienta, escenario y horizonte, retomemos el interrogante inicial ¿Cómo es presentado en un diario canónico y en un diario virtual?
El espacio como recurso o herramienta
En primer lugar, consideremos la naturaleza del medio pues sabemos bien que la construcción de sentido también depende de su forma de inscripción. El diario tradicional posee una espacialidad primaria y elemental que deriva de la materialidad de la escritura. Esta tecnología provista de signos y convenciones –como la dirección y lateralidad– ha facilitado la percepción en términos visuales, espaciales, continuos y ligados. El hábito de pensar en partes constituye un efecto de la partición lineal. Si a esto se suma el hecho de la diagramación cronológica pergeñada por el género diarístico deducimos que los capítulos, parágrafos o fragmentos deben enhebrarse como cuentas para hilvanar el valor semántico del orden prescrito. Leemos un diario de autor a partir de entradas y fechas que dan idea de transcurso, aunque el tiempo no haya pasado. En este sentido, Diario argentino tiene un plus. Las fechas han sido borradas por el mismo Gombrowicz lo que da la pauta de que el espacio ha sido intervenido para que el país como territorio se convierta en un centro de significación no solo de la vida del autor sino del público pensado en su recepción.
El espacio digital, en cambio, parece inconmensurable. La desmaterialización de la obra es el primer aspecto que salta en la web. En la versión impresa, el lector se apropia de un texto en forma tangible, por el contrario, en la lectura digital, el discurso se descontextualiza de la totalidad a la que pertenece. El hecho de que estemos frente a un espacio abstracto pero manipulable, da la pauta de que la tecnología hace posible la intervención de los usuarios en el hecho concreto de edición, producción y publicación. Es decir, en la plataforma no solo es posible escribir sino “hacer escritura”. Las bitácoras personales, así, responden a la impronta espacial originada por el hipertexto y se presentan como lugares donde “suceden cosas”. Un blog en este marco, es una vivienda digital donde encontramos textos, otros lectores y también a un “personaje”, el autor. Aquí no observamos capítulos, pero las plantillas diarísticas dibujan planos y erigen convenciones propias. El nombre, Linkillo, por ejemplo, la dirección específica, las fotografías, los textos que avalan el oficio constituyen acuerdos que indican convenciones. Estos pactos, más los multimedia y la interacción juegan a favor de la virtualidad para que percibamos al espacio como un lugar de uso.
O sea, visto el espacio como herramienta o recurso, la topografía diseña en el diario impreso una superficie material irreversible mientras que el diario digital traza un área pasible de intervención dentro de un macroespacio ancho y ajeno.
El espacio como escenario
En el diario canónico el escenario permanece ocupado por el género y sus convenciones. Por cierto, un acuerdo significativo tiene que ver con la enunciación mediada por un yo “importante” que debate su estatuto entre la persona civil, el discurso y la función autor. Además, a diferencia del narrador que cuenta sin hablar, el yo del diario está hablando o escribiendo mientras cuenta (García Barrientos 2012: 146). Asimismo, el sujeto que la escritura instala resulta un poco atípico: especula permanentemente a la vez que interpela. Se crea y transforma a partir de su “pose” de escritor lo que parece ser tanto un artificio formal como una herramienta de autoexploración. La tensión entre un yo adecuado a la cultura fijada de antemano y otro “joven”, libre de tradiciones es tomada como tema de escritura. Así, por ejemplo, Gombrowicz evoca, desde una percepción anclada en el presente, al lejano joven que llegó a la Argentina para poner en diálogo a las versiones de sí que, al mismo tiempo, lo construyen y difuminan:
En la avenida Costanera, con la mirada fija en las olas que, convertidas en espuma blanca, eran arrojadas con obstinada furia por encima del parapeto de piedra que bordea la orilla, evocaba yo, el Gombrowicz de hoy, a aquel lejano antepasado mío joven, tembloroso e indefenso. La trivialidad de aquellos acontecimientos adquiría hoy para mí (para mí que ya sabía, para mí que ya encarnaba precisamente mi propio futuro de aquel entonces, para mí que constituía la solución del misterio de aquel chico), adquiría, pues, el carácter sagrado de las leyendas sobre los lejanos comienzos. (Gombrowicz 2017: 110)
El diario online, en cambio, monta una situación de enunciación que de alguna manera es fingida. La página presenta un área para el autor, denominado entrada, y otra para la opinión de los lectores, los comentarios. O sea, la topografía dibuja planos y, en similitud con el teatro, la escena y la sala parecen estar representadas icónicamente por el post y los comentarios. La superficie virtual no solo figura un espacio real por analogía, sino que, de alguna manera, borra los límites convencionales del género diario. Estamos ante un diario que navega, pero también ante un espectáculo dramático.
Respecto de la enunciación, el yo habla o escribe mientras cuenta –como el diario tradicional– pero fundamentalmente escribe un texto que funciona como parlamento de un actor. Es decir, un texto publicado con anterioridad al momento de la enunciación sirve como inicio de diálogo. La escritura ayudada por la topografía virtual finge una conversación presente valiéndose de una escritura pasada. Lógicamente el hecho de que sea posible interactuar entre los planos de la superficie incide en la noción de distancia. Cuanto menor sea la distancia entre el espacio escénico y el público, mayor será la ilusión de realidad. La arquitectura de las bitácoras simula un espacio teatral comprimido.
En síntesis, en tanto escenario, el Diario de Gombrowicz se ajusta a las convenciones del género, Linkillo de Link rompe con aquellas e instala –gracias a la tecnología– un diálogo fingido al modo del teatro.
El espacio como horizonte
El espacio como horizonte hace alusión a un presente que contempla tanto el pasado como el futuro. A través de las relaciones que entabla puede proyectar un horizonte vivencial, cultural o histórico (Ramos 2005) o suspender, neutralizar o invertir los lugares. En este sentido, viene bien la distinción que hace Foucault en “Los espacios otros” (1967). Existen utopías, lugares sin espacio real pero que establecen una analogía directa o inversa con la realidad. Las heterotopías, en cambio, son espacios reales, construidos por la sociedad pero permanecen fuera de éstos aunque sea posible su localización. El espejo, por ejemplo, es una heterotopía en la medida en que nos vemos allí, donde no estamos. En Diario argentino, Polonia podría ejemplificar el no lugar, la utopía y nuestro país el espacio real, el que topográficamente existe, pero en Gombrowicz funciona como heterotopía. Argentina es un espacio real pero la memoria del yo-escritor configura un lugar imaginado, casi ficcional, donde puede mirarse y ver al otro que fue y existe dentro de los márgenes de lo real. Y en su contemplación, todos miramos, de paso, como en un espejo, donde no estamos:
¿cómo es esa Argentina?… Nadie lo sabe. Si un inglés o un francés dicen “nosotros”, eso a veces puede significar algo…. ¿Pero en la Argentina? Mezcla de razas y de herencias, de breve historia, de carácter no formado, de instituciones, ideales, principios, reacciones no determinadas, maravilloso país, es verdad, rico en porvenir, pero todavía no hecho. (118)
Precisamente la tensión entre el otro lugar o utopía, Polonia, y Argentina, el lugar real, sirve de puente para que las culturas dialoguen y el discurso sea un espejo de ambas: refleja el país que Gombrowicz ve y él mismo se contempla otro en el exilio. Este juego de reflejos alimenta la idea del “forastero”.
En el blog de Link, el sitio con sus fronteras específicas ya es una heterotopía. El espacio virtual es un “otro” que ofrece una visión particular, la del autor, pero también y al mismo tiempo una imagen del mundo. La sociedad selfie, la extimidad, el voyeurismo constituyen paradigmas de lo visible y el diario digital no permanece ajeno a la tendencia. Link no solo es un creador que escribe también es un actor social que defiende tanto la propiedad intelectual como los derechos de la comunidad LGBT. Además, su espacio constituye una muestra de la literatura desubicada, un laboratorio que fabrica presente en constante diáspora. Así pues, no solo el discurso es un espejo, la plantilla, la superficie que construye la bitácora es un reflejo, una heterotopía, un “espacio donde el ser sabe que no es lo que ve, pero que debe ajustarlo a lo que ve” (Parra Valencia 2017: 241).
Pasando en limpio, en el diario impreso el discurso funciona como utopía u heterotopía, por el contrario, el diario digital mismo es una heterotopía donde nos ven y nos vemos.
Conclusiones
A nuestro entender, el cambio cultural no está dado por el desarrollo de lo digital y el atraso de lo impreso sino por el hecho de que la literatura es la materia a partir de la cual el espacio desafía convenciones tanto en los libros electrónicos como en los impresos. A pesar de que la emergencia del yo funciona como eje común, una y otra tecnología genera diálogos que confluyen o quiebran las normas de una escritura que siempre es fragmentada y autodestinada.
En el ámbito de los diarios de autor, estas diferencias se manifiestan, por sobre todo, en los espacios que construyen. Tanto en el tradicional como en el virtual se erigen topografías que pueden ser observadas a partir de tres dimensiones metafóricas: recurso o herramienta, escenario y horizonte.
El espacio comprendido como herramienta diseña, en el diario impreso, un lugar que se sostiene a partir de la diagramación cronológica. Si bien Diario argentino de Gombrowicz rompe de alguna manera este orden, la topografía que dibuja sigue respondiendo al canon de la división en capítulos, la mención a lugares concretos y fechas precisas. El diario en línea, en cambio, genera espacios que, a pesar de su naturaleza abstracta, se muestran manipulables para el lector cuya interacción con los elementos multimedia será determinante al momento de la interpretación. Por otra parte, la metáfora escénica permite considerar, en el plano impreso, la performance de una subjetividad que se ajusta a las necesidades de un género legitimado por la tradición cultural; en el diario digital en cambio, la topografía dibuja planos y, en similitud con el teatro, la escena y la sala parecen estar representadas icónicamente por el post y los comentarios. La plataforma así crea un efecto de convivio dramático donde gestores y lectores no solo representan un papel sino navegan en el mar cibernético. Por último, el espacio entendido como horizonte pone de manifiesto la capacidad que tiene el discurso de crear, en las páginas del diario tradicional, ambientes utópicos u hetorotópicos mientras que en las bitácoras la virtualidad parece ser, en sí misma, una heterotopía.
Bibliografía
Foucault, M. “De los espacios otros”. Fotocopioteca, nº 43, 2014 (2014). Bit.ly/3iueh5s.
García Barrientos, J. Cómo se comenta una obra de teatro: ensayo de método. México, Ediciones y Producciones Escénicas y Cinematográficas: Paso de Gato, 2012. Bit.ly/3f8bv3Y.
Gombrowicz, W. Diario Argentino. Buenos Aires, El cuenco de plata, 2017.
Link, D. Linkillo. Cosas mías. bit.ly3f7IPYH.
Ortega Valcárcel, J. Los horizontes de la geografía. Teoría de la geografía. Barcelona, Editorial Ariel, 2000. bit.ly/38vxaQW.
Parra Valencia, J. “Imagen, virtualidad y heterotopía. Reflexiones acerca de la imagen y su función heterotópica”. Civilizar. Ciencias Sociales y Humanas, nº 32, 2017, p. 241. bit.ly/2Dgjr53.
Ramos Torre, R. “Discursos sociales del tiempo”. Tiempo y Espacio. Miradas Múltiples. México: CEIICH-UNAM, 2005. Bit.ly/3iCZOV5.