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La crónica como género de no ficción y la narrativa literaria en Pablo Ramos

Mónica Rubalcaba (Universidad Nacional de Quilmes)

Introducción: la crónica hoy

En el año 2015, la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich ganó el premio Nobel de Literatura por una obra centralmente periodística, trabajada desde la crónica como género. En Voces de Chernóbil: crónica del futuro, único libro de Alexiévich traducido a nuestra lengua para ese año, se testimonia un dramático lamento coral en el que el accidente de la central nuclear no es el eje, ni siquiera sus consecuencias, sino la experiencia humana de sus víctimas, entrevistados por Alexiévich y vueltos voces diversas y bellamente trabajadas para formar lo que se llamó “novela de voces”. O como enunció la academia sueca, “una escritura polifónica, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”, “un cuidado collage de voces humanas”. También sostuvo que “inventó un nuevo género literario que trasciende los formatos del periodismo.”

Todas estas cuestiones no hacen más que volver la mirada sobre la versatilidad de los géneros, esos corsés que los cánones aplican para circunscribir el mundo que debe ser nombrado. La experiencia de muchísimos escritores-periodistas a lo largo de la historia de la literatura da cuenta de los bordes siempre franqueables entre uno y otro lado, si bien pensados con propósitos y pactos de lectura diversos, reunidos sin duda por la búsqueda poética a la vez que testimonial de sus autores. Sin entrar en largas discusiones donde cabrían desde El diario de Ana Frank hasta Operación Masacre, es interesante pensar en la muy nutrida variedad que conforman las obras que han nacido de la necesidad de dar testimonio literariamente de una época, un acontecimiento, una experiencia.

El género crónica ha crecido notablemente en Latinoamérica en las últimas décadas. Hoy se propone como un campo explorable y fecundo para desplegar los recursos que posee la ficción. Pablo Ramos, escritor argentino contemporáneo, publica en 2016 –y luego de seis libros de narrativa ficcional– una serie de crónicas que condensan la dolorosa experiencia del alcohólico: Hasta que puedas quererte solo. Él mismo declara en el comienzo del libro: “Se me ocurre que algunos de estos retratos, de estas crónicas, podrían tener algún valor para un lector en especial: el lector que se identifique de alguna manera con este sufrimiento. Escribir es, entre otras cosas, civilizar el dolor.” Lo curioso es que estos relatos son propuestos como parte de su narrativa literaria, y en ellos se desdobla la voz confesional y autorreferencial junto con los trazos de la invención puramente ficcional. Aquí reaparecen muchos de sus personajes anteriores con nueva encarnadura, organizados en doce relatos que se corresponden con los doce pasos del programa de Alcohólicos Anónimos.

Este trabajo se propone revisar la eficacia narrativa ficcional de las crónicas de Hasta que puedas quererte solo (2016), en diálogo con otras publicaciones de Ramos que también asumieron la referencialidad extraliteraria para dar vida a personajes puramente de ficción.

La voz propia en Pablo Ramos

Pablo Ramos, indagado en una entrevista que le hace el diario La Voz, de Córdoba, acerca de cuáles son sus motores al momento de escribir, sostiene: “Hoy por hoy no podría separar el motor de mi vida y el literario. Son la misma cosa, lo que me motiva a escribir es la vida, la manera que tengo de entender mi día a día. La literatura y mi vida se han mezclado tanto que no podría diferenciar las motivaciones ni las funciones de cada una” (Heinz 2015).

La publicación de su primer libro de crónicas en el 2016 da continuidad a una serie de intervenciones en la prensa en las que ya había planteado su voz autobiográficamente. Del año 2004 contamos con “Obsesiones”, un texto que retoma lo que literariamente había planteado en 2003 en el cuento “En un cuaderno de hojas lisas”, de su libro Cuando lo peor haya pasado. Entre uno y otro texto encontramos anécdotas y frases casi calcadas que refieren a la experiencia frustrante de la búsqueda de un trabajo “decente” frente a la necesidad de escribir (Rubalcaba 2014). Esa correspondencia no necesariamente significa una relación idéntica y autobiográfica en sus ficciones –Ramos con énfasis discute sostenidamente sobre ello, sino un trabajo de figuración o representación de escenas de su propia vida. Por otra parte, en distintos lugares ha sostenido que la escritura ha sido un rescate para sus adicciones, su tabla de salvación, por la posibilidad de simbolizar, de sacar demonios fuera, de desprenderse de algún modo de sus obsesiones. Esto dice en el relato autobiográfico mencionado: “Hasta que me di cuenta de que otra de las cosas que se puede hacer con las obsesiones es contarlas.” En ese relato, la pintura desgraciada del hombre que retorna del alcohol, del sinsentido, del abandono de sí mismo, cobra otro significado cuando puede volver palabra aquello que le pasa; en otros términos, cuando la escritura toma el lugar de las obsesiones y se vuelve productiva. (Ramos 2004)

Estos señalamientos son necesarios para entender el propósito del libro de crónicas autobiográficas. La estructura que organiza el texto es el de los doce pasos del programa de recuperación en Alcohólicos Anónimos, del que participó. De hecho, cada parte del libro se titula así: “Paso uno”… etc., seguido de un texto en cursiva que introduce la idea-fuerza de ese paso en la estructura del trabajo de recuperación, y que adelanta la historia que contará inmediatamente, vinculándola con el contenido de cada escalón en el recorrido de la recuperación del adicto. A continuación presenta con un título propio cada relato donde se cuenta una historia que lo tiene como protagonista en la cual el alcoholismo y la adicción a las drogas van dando cuenta del daño que le han causado a él y a sus cercanos.

¿Cómo diferenciar la voz ficcional de Ramos y la voz testimonial del adicto que cuenta su historia? ¿En qué medida existe esa distancia, cuando encontramos las mismas anécdotas, personajes y hasta frases completas entre los textos que publica como periodísticos y sus narraciones en cuentos y novelas? O en tal caso, ¿es necesario establecer esa diferencia? Por una parte, si bien comenzamos aludiendo a una afirmación de Pablo Ramos en una entrevista donde declara “La literatura y mi vida se han mezclado tanto que no podría diferenciar las motivaciones ni las funciones de cada una”, también podemos señalar la cantidad de veces en las que define su escritura como autofiguración o autorrepresentación, y en diversas ocasiones nos recuerda que poco de lo que cuenta ha sucedido tal como lo cuenta.

Este coqueteo entre realidad y ficción no es más que lo propio de la crónica como género: leer una crónica, muchas veces, es asistir al despliegue de todos los recursos narrativos con los que cuenta la ficción, aunque el pacto de lectura establezca que debe leerse como realidad.

En “Sobre este libro”, el capítulo inicial que funciona como preámbulo de Hasta que puedas quererte solo, dice:

De esas personas va a hablar este libro, de personas que, como yo, luchan día a día para seguir adelante. De los que amanecen agradeciendo sencillamente por el hecho de estar limpios, abstinentes, porque no consumir por veinticuatro horas significa veinticuatro horas de milagros ininterrumpidos […] Se me ocurre que algunos de estos retratos, de estas crónicas, podrían tener algún valor para un lector en especial: el lector que se identifique de alguna manera con este sufrimiento. (Ramos 2016: 11)

En el planteo del propósito del libro aparece el “valor” como criterio, referido al aprovechamiento que pudieran hacer otros en circunstancias semejantes. En este sentido, la proclamada utilidad o servicio de la crónica a la función de “relato de lo real” la distancia de la literatura (“la crónica es literatura en función ancilar”, parafraseando a Alfonso Reyes sobre el ensayo). Graciela Falbo, en su ya clásico Tras las huellas de una escritura en tránsito. La crónica contemporánea en América Latina (2007) sostiene que la crónica como género “se sabe amarrado a una marca de referencialidad que lo separa en forma decidida de la idea de mera ficción”, sin embargo eso no le impide “tomar de los postulados literarios la capacidad de reinventarse en nuevos procedimientos narrativos que en todo caso responderán, interpretándolo, al pulso que piden los tiempos narrados” (14). Como parte de la versatilidad del género aparece la “aceptación de la complejidad, signo que la convierte en una narrativa implicada en los cambios vertiginosos, dilemáticos de nuestro tiempo, sosteniendo un equilibrio propio, siempre en tránsito, entre el reto de la veracidad y el arte de narrar.” (15-16). Por ello mismo es difícil leer este libro de Ramos sin el eco constante del resto de su obra literaria, tanto por el estilo como por muchos de los personajes reiterados entre uno y otros textos.

Un ejemplo de esto lo encontramos en el “Paso siete”. Allí dice: “En esta crónica que termina mal quienes sean mis lectores habituales van a reconocer a un personaje de mi ficción, pero en la crudeza de cómo fueron en verdad las cosas” (Ramos: 109). Y el capítulo que inaugura esta introducción, titulado “Las líneas de mi mano”, comienza: “Para hablar de Andrea, de la verdadera Andrea, que no es la Andrea de mis novelas pero sí la dueña del nombre y de mucho del alma de mi personaje, tengo que empezar por describir el quiebre que me llevó a sus brazos…” (111). Es el propio narrador – cronista quien se empeña en destacar que “esta vez es de verdad”, lo que vuelve aún más crudo el triste relato que desarrolla con la historia de Andrea. ¿Por qué es necesario para Ramos hacer esta distinción? ¿Por qué necesita contarlo “en la crudeza de cómo fueron en verdad las cosas” (Ramos: 109)? ¿Es parte del pacto moral con el lector, al que siente un otro cercano, especialmente ese lector a quien dedica sus crónicas –el perdido, el adicto, el que se siente irrecuperable-? ¿Es una deuda moral que paga con estas crónicas, tal como enuncia uno de los pasos de la recuperación?: “Admitimos ante Dios, ante nosotros y ante otro ser humano la naturaleza exacta de nuestras faltas.” En la presentación del paso cinco, dice:

Muchos compañeros piensan que leerle el inventario moral que pide el cuarto paso a un compañero del grupo de autoayuda basta para cumplir. Pero esa admisión resulta incompleta, porque se da dentro de los grupos, no escapa al ámbito de “nosotros mismos” […] por eso se piden dos confesiones más, ante Dios y ante otro ser humano, considerándose implícito que sea alguien de fuera de los grupos. (Ramos: 78)

La escritura de este libro de crónicas puede leerse entonces como la lectura que hace Ramos frente a otros que no son los del pequeño círculo del camino de recuperación; todos nosotros, espectadores y lectores de sus crónicas, nos vemos transformados en el confesionario donde Pablo Ramos deposita su alma desnuda, su necesidad moral de desvestirse para admitir sus faltas, porque como dice al final de esa presentación:

Admitir es exhalar el espíritu tóxico que encierran las palabras no dichas, esas que no admiten sinónimos, esas que entendieron mal el valor del silencio y lo usaron de tapa, de losa sepulcral, y lejos de hacernos dueños de algo valioso nos hacen esclavos de lo no dicho, esclavos del dolor…. (78)

La invención ficcional para testimoniar lo real

Para repensar el pacto de veracidad, de relato de lo real, que el género crónica establece con sus lectores y que Ramos asume para su libro, basta con mencionar lo dicho sobre la calidad testimonial de su escritura en Hasta que puedas quererte solo. Sin embargo, un dato casi anecdótico expresado en el “paso dos” revela la trama de factura literaria que el propio Ramos admite para su libro.

En la presentación que hace en el Paso dos del capítulo titulado “El optimismo de la Cruz”, cuenta cómo conoció al sacerdote que será protagonista de la nueva crónica. En ella, un cura escucha su confesión a distancia, consagra pan y vino para él, y le recuerda que todo lo que ha escrito –en referencia a sus novelas– bastan como una enorme confesión que redime su alma.

Pero sobre el final de esta presentación, dice:

Dedico esta crónica sobre mi búsqueda de un Poder Superior a alguien que la hizo posible, el sacerdote Matías Colángelo. Y a otro sacerdote, el que ofició un vez por mí una misa que acá le voy a adjudicar a Matías para que la historia no tenga tantas complicaciones que la desvíen de su verdadera función. (Ramos: 34, el subrayado es mío).

Es curioso cómo quien decide “confesarse” públicamente, es decir, no mentir y contar su verdad, admite que cambiará algo constitutivo de todo relato como lo es un personaje, para que su relato no tenga “tantas complicaciones” y para que no se desvíe “de su verdadera función”, es decir, tocar el corazón de otros adictos.

Este rasgo confesional en los dos aspectos a los que atañe (confesión de sus culpas, confesión del cronista que advierte al lector que le mentirá, que ficcionalizará un personaje reuniendo en él las características y anécdotas protagonizadas por dos personas distintas) es un buen elemento para destacar la particular naturaleza del género crónica. Porque si el pacto con la verdad es constitutivo del género, lo es también el recurso a cuantas estrategias discursivas se reserva la escritura de ficción. La diferencia aquí es que Ramos lo cuenta, advirtiéndole a sus lectores que van a ser engañados en función de un propósito narrativo, testimonial, pero también literario: que la historia quede bien contada.

En el relato de la crónica, un párrafo final señala: “Mi optimismo es el optimismo de la Cruz, y mi fe es la duda que otro sostiene por mí. Un cura, un amigo, un extraño o un personaje de ficción” (Ramos: 46). La igualación que hace el narrador-cronista entre personas reales y personajes de ficción no es la admisión de un engaño, todo lo contrario: es destacar la relevancia que la ficcionalización puede adquirir cuando es puesta al servicio de una verdad.

Quién narra en las crónicas. El uso de la primera persona

En relación con el narrador resulta interesante detenerse a considerar cómo lo resuelven los cronistas. El “punto de vista en tercera persona”, al que refiere Tom Wolfe (1998), se vincula con un narrador que enuncia en tercera persona, focalizando en la perspectiva de cierto personaje en particular, con el objetivo de lograr esa mirada “a través de sus ojos” (Aren et al. 2016). Sin embargo, en las crónicas de Pablo Ramos el empleo de la primera persona es exclusivo y necesario para la creación del aspecto confesional. Con respecto a la perspectiva de un narrador en primera persona, Caparrós introduce una distinción:

Por supuesto, está la diferencia extrema entre escribir en primera persona y escribir sobre la primera persona. La primera persona de una crónica no tiene siquiera que ser gramatical: es, sobre todo, la situación de una mirada. Mirar, en cualquier caso, es decir yo y es todo lo contrario de esos pastiches que empiezan “cuando yo”: cuando el cronista empieza a hablar más de sí que del mundo, deja de ser cronista (Caparrós 2011: 13).

Estas consideraciones respecto de las características del género bien podrían hacer tambalear la calidad de crónica del relato que presenta Pablo Ramos en su libro. Son ciertas, sin embargo, dos cosas: Caparrós escribe en primera persona, especialmente las crónicas de viaje, más que cualquier otro cronista. La necesidad del planteo del “estuve allí” que las crónicas de viajes desenvuelven frente a los lectores impone el uso de la primera persona con las atenuaciones que considera Caparrós… y que no siempre cumple. Por otra parte, la escritura de Ramos se vuelve una y otra vez una narración que nace del yo pero trae las voces de otros que han sufrido o vivido lo mismo que él: ese narrador protagonista da paso a un narrador testigo del dolor de los otros a los que le toca ocasionalmente acompañar. Tal es el caso de “El vicio de los suicidas”, la crónica que despliega el paso seis, y en el que relata la historia de Isabel, una señora polaca, alcohólica, que conoció cuando él era un adolescente, y que acaba suicidándose en las vías del tren. A poco de comenzar la narración, sostiene:

Por eso esta historia, esta crónica de una muerte anunciada, no puede ser contada sin el desvío necesario para definir el contexto en el cuál sucedió, y mi trabajo en el almacén del hermano menor de mi padre, y su mirada, la de alguien que jamás bebió y casi no conoció ningún exceso excepto el del trabajo, fueron ese contexto. (Ramos: 93-94)

En este caso, la elección del narrador que se inmiscuye en el relato y que lo protagoniza parcialmente, se justifica como contexto para la historia central, la de Isabel y su alcoholismo. Podríamos decir que casi pudorosamente Ramos-cronista plantea para sus lectores que su inclusión en el relato tiene una justificación narrativa, y que además introducirá otra perspectiva, otra mirada –la del tío Alfredo, que nunca bebió– para poder caracterizar aún mejor al personaje con el que va a conmovernos esta vez.

A modo de conclusión

Pablo Ramos en “Hasta que puedas quererte solo” se anima a desplegar sus relatos más viscerales y realistas en tanto testimonios de su propia vida como adicto en recuperación. El uso de las herramientas que la ficción le brinda desde hace más de quince años como escritor está puesto al servicio de los lectores: la cercanía del relato, el realismo crudo y duro, la contundencia de esa mirada en primera persona va de la mano de la necesidad de no esquivar el bulto de una confesión que se le impone como parte de su recuperación.

Los personajes de sus ficciones son desnudados aquí de todo ropaje encantador; los nombres cobran referencias reales. Sin embargo, se vale del ardid ficcional para revestir con otro nombre a un personaje que reunirá las acciones de dos personas reales. Pero nos lo advierte: es, entonces, un respetuoso cronista que no falta a su pacto con la verdad.

Bibliografía

Aren, F.; F. Cano y T. Vernino “La crónica no ficcional: la mirada del cronista y el narrador”. Questión. vol. 1, nº 51, 2016, p. 20. Bit.ly/2VKPn81.

Caparrós, M. “Por la crónica”. Tomás, M. (Comp.) La Argentina crónica. Historias reales de un país al límite. Buenos Aires, Planeta, 2011, pp. 11-13.

Falbo, G. (Ed.). Tras las huellas de una escritura en tránsito. La crónica contemporánea en América Latina. La Plata, Al Margen, 2007.

Heinz, J. “A la hora de escribir, uno se puede transformar en cualquier cosa. Entrevista a Pablo Ramos”. Revista digital Vos. Diario La voz del interior, 2015. Bit.ly/3iz5j7g.

Ramos, P. Cuando lo peor haya pasado. Buenos Aires, Alfaguara, 2003.

— “Obsesiones”. La mujer de mi vida, 2004, p. 11.

Hasta que puedas quererte solo. Buenos Aires, Alfaguara, 2016.

Rubalcaba, M. [Ebook] “Cuando lo peor haya pasado. Autofiguración y figura de escritor en la narrativa de Pablo Ramos”. Aymará de Llano et al. Actas del V Congreso CELEHIS de Literatura. Mar del Plata, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2014, pp. 2064-2070.

Wolfe, T. El nuevo periodismo, Barcelona, Anagrama, 1998.



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