Un recorrido por la obra literaria de Josefina Pelliza de Sagasta, Juana Manso y Leonor Allende
María Gabriela Boldini (Universidad Nacional de Córdoba)
En sus estudios en torno al nacionalismo, Benedict Anderson (2000) configura a las naciones como “comunidades imaginadas”; entidades que se proyectan, se modelan, se adaptan, se transforman históricamente. Toda nación, entonces, resulta objeto de una construcción discursiva en la que se disputan: ideologías, tradiciones, modelos de ciudadanía, configuraciones territoriales, entre otras cuestiones. El censo, el mapa, el museo, son los tres pivotes sobre los cuales Anderson imagina una nación. El censo releva y traza alteridades; delimita quiénes son los que se incluyen o excluyen en un marco de ciudadanía. El mapa, por su parte, establece una cartografía geográfica y simbólica para trazar las fronteras del Estado nación. El museo, en tanto, indaga en la memoria histórica y las tradiciones; dispone y reordena formaciones discursivas con el objeto de visibilizar, opacar, configurar nuevas identidades.
Sabemos que la literatura argentina del siglo XIX no puede ser leída al margen del proceso de formación del Estado nacional. La literatura participa activamente de las polémicas culturales y políticas del momento y, paralelamente, se va configurando como disciplina. Constitución de una nación, pero también constitución de una literatura nacional. En esta ponencia, analizaremos de qué manera se construyen modelos o configuraciones alternativas de nación en tres novelas románticas escritas por mujeres, durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Nos referiremos puntualmente a: La familia del comendador (1854), de Juana Manso; La chiriguana (1877), de Josefina Pelliza de Sagasta; y, por último, Don Juan Ramón Zevallos (1912), de la escritora cordobesa Leonor Allende. Estas ficciones indagan en historias familiares e intrigas sentimentales que alegorizan conflictos políticos, inter-étnicos, interculturales. Los textos plantean debates en torno al binomio civilización/ barbarie; las tradiciones; los espacios; las identidades y alteridades; los paradigmas de ciudadanía. Además, se producen en coyunturas históricas singulares que operan como bisagras para proyectar y revisar modelos de nación: el inicio de un proceso de “organización” nacional, luego de la caída de Rosas; la modernización y consolidación del proyecto político liberal llevado a cabo por la coalición del 80; los debates nacionalistas que emergen en el contexto del primer Centenario patrio.
Señalábamos más arriba, que dichas configuraciones pueden ser leídas en clave heterodoxa, si se tiene en cuenta el marco hegemónico de lo narrable que sobre-determina cada una de las condiciones de producción discursiva. En este sentido (en mayor o menor medida) plantean desplazamientos o puntos de fuga con respecto al discurso hegemónico. Los textos, además, construyen un locus de enunciación periférico. De hecho, la escritura de mujeres disputa un espacio de legitimidad dentro del campo literario y genera ciertas “reticencias”. La femineidad no se aviene con el ejercicio de la actividad intelectual. La escritura viriliza y expone a la mujer en el espacio público, configurándola como “ridícula”. En tal sentido, los textos escritos por mujeres delinean diversas estrategias para que esa voz femenina enunciadora sea audible y valorada en el campo literario, aun con ciertos recaudos y prescripciones. Como señala Josefina Ludmer (1985)[1], la treta del débil frente a una posición patriarcal de subordinación y marginalidad, es construir un lugar de enunciación que no desborde radicalmente los límites de disidencia impuestos de antemano por el discurso oficial, pero que permita, al mismo tiempo, establecer fisuras y heterodoxias en los resquicios del discurso hegemónico. La treta, entonces, plantea un pseudo-acatamiento al discurso dominante, pero, a la vez, la constitución de un lugar intersticial para la resistencia y la reorganización de los sentidos. Por su parte, siguiendo a Ludmer, la “treta” también implica asumir una perspectiva de lectura: sustraerse del “encasillamiento” que singulariza o estigmatiza la literatura femenina en el lugar de la diferencia y la excepcionalidad, para leer en el discurso femenino el pensamiento abstracto, universal, la ciencia, la política, la cultura, la literatura (con mayúsculas).
Comenzaremos nuestro recorrido con Juana Manso (1819-1875), una figura controvertida y “molesta” en el campo literario de la época. Juana, “Juana, la loca”, la “fea culta”, la mujer monstruosa o siniestra que posa como varón. la escritora y publicista que agota la paciencia de los lectores cuando en sus largos “chorizos” (o artículos periodísticos) denuncia sin miramientos ni decoro, las hipocresías del progresismo liberal y las contradicciones de la civilización. Señala Liliana Zuccotti (2006), que Juana Manso fue una de las escritoras más descalificadas y humilladas de la época. Este ensañamiento responde a varias causas. Una de ellas, su profesionalización como escritora. Juana no tiene un respaldo económico ni prosapia de clase, como otras escritoras del momento. Es una escritora pobre, con una historia de vida desafortunada, atravesada por exilios, desengaños, separaciones, penurias económicas. Madre de dos hijas, jefa de hogar abandonada por su marido, escribe y ejerce el periodismo para sostener económicamente a su familia. Sin embargo, sus ideas de avanzada incomodan, desconciertan al público porteño de la época, y explican, en parte, sus sucesivos fracasos periodísticos. Cuando regresa a Buenos Aires, luego de una larga permanencia en Brasil, funda en enero de 1854 el periódico femenino Álbum de señoritas, del cual sólo se publican ocho números. Sus ideas radicalmente liberales en torno a la educación pública, y la necesidad de emancipación social para las mujeres, resultan sumamente ofensivas hasta para sus propias congéneres. Se suman a ello las críticas que Juana Manso profiere en torno a la iglesia católica y la ratificación de la libertad de culto. Militar por la educación laica, el alumnado y profesorado mixtos, la promulgación de una Ley de matrimonio civil y la legitimidad del divorcio, la necesidad de instrucción para la mujer y la implementación de programas de educación popular, son ideas progresistas que generan polémicas y batallas culturales en la época. A partir de la década del 1860, Juana Manso será requerida por Sarmiento para llevar adelante sus políticas educativas laicas y populares. Desde ese momento, asocia su figura a la del sanjuanino y se desempeña, fundamentalmente, como educadora. Juana, ahora, se convierte en un “doble distorsionado y caricaturesco del sanjuanino”. Un andrógino vehemente y pasional como el “loco” Sarmiento: no se calla frente a las acusaciones; insiste, responde, pelea, aunque sea llamada al silencio y amenazada en múltiples ocasiones. El mismo Sarmiento, de hecho, reconoce en una carta, en 1868, que Juana Manso había sido el único “hombre” que había comprendido cabalmente su obra de educación y que se había puesto al hombro el edificio para llevar adelante este programa. Se pregunta, finalmente, si verdaderamente “era una mujer”[2].
En el ya mencionado Álbum de señoritas, Juana Manso publica los primeros capítulos de su segunda novela: La familia del comendador, un texto que ya había comenzado a escribir años anteriores y que no tuvo el reconocimiento, ni la estimación esperados en el público porteño. La novela, de corte romántico, está contextualizada en Río de Janeiro (Brasil), patria adoptiva de la autora, como lo manifiesta en su obra: “¡Siempre que hable de ti, Brasil, lo haré con entusiasmo, porque has sido por muchos años mi patria adoptiva y estás ligado a mi corazón y a mi pensamiento por un altar y dos tumbas!” (2006: 126). Puertas adentro, el texto visibiliza las intrigas y conflictos sentimentales que se desarrollan en el marco de la familia del Comendador Gabriel Das Neves: un tío insano; una joven a la que se le impone un matrimonio en contra de su voluntad; tiranía clerical; hijos mulatos desheredados de sus bienes; escenas de crueldad, opresión y esclavitud en el ingenio de Macacú que administra la familia Das Neves. Desde un posicionamiento progresista y liberal, la novela plantea temas polémicos para la época: reivindicación de diferencias étnicas, reclamo de ciudadanía e igualdad jurídica entre diferentes grupos sociales, cuestionamiento de los prejuicios coloniales en torno a la “pureza” de sangre y demanda por el abolicionismo de la esclavitud. El antiesclavismo, la crítica al racismo y la discriminación étnicas aparecen como temas relevantes en esta novela. Esta programática emancipatoria se traslada de igual manera a la figura de la mujer, y se manifiesta cabalmente en el personaje de Gabriela, una joven que huye de su hogar para liberarse de un matrimonio sin amor. Mujeres, negros, configuran un colectivo de personajes subalternos, oprimidos por una sociedad despótica que los despoja de sus derechos y los obliga a callar. La iglesia católica, en este sentido, prescribe una moral opresiva para la mujer, que reprime sus sentimientos. Sobreponerse a la debilidad, educar el carácter, sacrificar el deseo, implica transformar al hombre en una máquina sin pasión ni corazón. En definitiva, la insensibilidad y la pedagogía del martirio que exigen el fanatismo clerical son prácticas antihumanistas que traicionan los auténticos valores cristianos.
El texto se ajusta a las convenciones de la novela rosa, cuyo motor narrativo es el amor. Como en toda novela sentimental, hay obstáculos sociales o morales (prohibiciones y mandatos familiares, en este caso) que impiden la unión amorosa y la felicidad entre los amantes. Las víctimas luchan por su amor, atraviesan pruebas y se exponen a situaciones de alto riesgo. La novela, además, incorpora elementos folletinescos (el disfraz, la astucia, el engaño) que permiten la resolución de ciertos conflictos. Los personajes también adquieren un estatuto épico: Ernesto de Souza, por ejemplo, libera a Gabriela de las garras del capellán, que la recluye de un convento. El desenlace, por su parte, invierte la matriz conservadora que caracteriza a este tipo de literatura. El “final feliz” no reimplanta un conservadurismo social o moral, por el contrario, propicia un orden alternativo y una pedagogía emancipatoria que refrenda los ideales liberales de igualdad y democracia.
No es la primera vez que Juana Manso incurre en el ámbito de lo privado para indagar en la moral de los individuos, los roles y relaciones interpersonales. Lo hace también en su primera novela –Los misterios del Plata– originalmente publicada en Río de Janeiro, en 1850. Los enigmas o secretos familiares alegorizan y explican, en parte, los conflictos sociales. En el umbral de un nuevo momento histórico, esta novela reafirma una utopía liberal y republicana. Establece coordenadas para llevar adelante un proceso de modernización y organización política del Estado nacional. Pero la nación o “comunidad” que Juana Manso imagina y modeliza en la ficción revela sus fisuras en el universo extraliterario. El texto –revulsivo y heterodoxo en múltiples aspectos– incomoda a la sociedad porteña y evidencia algunas contradicciones que ponen en brete al discurso liberal: una de ellas: la emancipación social de la mujer y su demanda de educación (moral, intelectual), para sobreponerse al mandato patriarcal; otra: el reconocimiento y la inclusión de actores sociales subalternos (negros, indios), dentro del sistema. Juana Manso discurre sobre estas temáticas en distintos artículos que publica en Álbum de señoritas. En cuanto a la mujer, denuncia las desigualdades de género, la opresión patriarcal y responsabiliza al hombre por esclavizar y corromper a la mujer. Es él quien ha convertido al “ángel-mujer” en un “demonio” y la ha despojado históricamente de su palabra, su dignidad y libertad[3]. Por su parte, en otro orden, también propone la incorporación del indio dentro de un proyecto civilizatorio, para remediar una larga deuda histórica de injusticia que la cultura occidental (blanca, europea) ha ejercido sobre este actor social:
La experiencia ha demostrado que el indio tiene inteligencia y cuando civilizado, hemos visto desenvolverse en ellos mil sentimientos nobles y generosos (…) Esta patria es de ellos como nuestra. La conquista los esclavizó, los arrojó de sus lares, los despedazó, y nosotros, después, no hemos hecho más que continuar la obra que comenzó la conquista. (…)”[4] (Manso 1994: 71)[5].
Las problemáticas vinculadas con el indio y los conflictos de interculturalidad también pueden ser leídos en La Chiriguana, novela que Josefina Pelliza de Sagasta[6] (1848-1888) –escritora de elite– publica en 1877, en el periódico La Ondina del Plata. Promediando la década del 70, otras son las condiciones políticas y sociales del país. La modernización y el crecimiento económico, la afluencia inmigratoria, el europeísmo y la “exitosa conquista del desierto”, abonan ciertos mitos y representaciones que aún hoy circulan en la doxa: el “granero” del mundo (el progreso y la riqueza), la Argentina “hospitalaria” (afluencia inmigratoria), la creencia de que los argentinos bajamos de los barcos (la ratificación de un modelo de nación blanca), la París o la Atenas del Plata (para referirse a la metrópolis porteña y construir una identidad europea), entre otros. Sin embargo, como señala Oscar Terán (2015)[7], en el repliegue del discurso oficial, emergen discursos disidentes que revelan resistencias, dudas y vacilaciones con respecto al nuevo escenario que la modernidad despliega. El proceso de modernización está acompañado de una fuerte dosis de escepticismo y malestar. ¿“Lo nuevo” que está surgiendo conforma un mundo mejor que el del pasado? Se vislumbran, de esta manera, las primeras contradicciones derivadas del proyecto modernizador. En este sentido, la coalición dirigente y liberal del 80 establece un viraje ideológico y manifiesta, particularmente, una actitud reaccionaria en el análisis de las problemáticas sociales: permanece alerta frente a los virtuales desórdenes que pueden derivar de la heterogeneidad y democratización social.
La novela mencionada se construye en el marco de esta ambivalencia. Desde una perspectiva, puede ser leída como un texto heterodoxo, por su incorporación de temáticas americanas y su deliberada contribución para consolidar una literatura nacional. Esto queda explicitado en el prólogo que encabeza la obra[8]. No obstante, si se lee el texto en clave simbólica, las valoraciones difieren y reafirman el sentido hegemónico del binomio civilización/barbarie. Los personajes representados son indios y el escenario natural es americano, pero el texto construye una representación positiva y civilizatoria de lo extranjero, en contraposición con lo nativo, como apreciaremos más adelante.
La Chiriguana se inscribe dentro de una estética romántica (relativamente anacrónica para su época), con un fuerte componente melodramático. Refiere la desafortunada historia amorosa de dos jóvenes nativos–, Sora: una india chiriguana; Dalma: un inca extranjero –que no pueden consumar su unión amorosa por una serie de prohibiciones sociales, instituidas por la comunidad chiriguana. La historia se desarrolla en la región del Gran Chaco, a orillas del río Bermejo, en un remoto pasado, cuando los Tobas, Matacos y Chiriguanos –hoy mansos– (como advierte la voz narradora), habitaban dicha región. Esta valoración podría ser desmentida si se consideran los sucesivos fracasos colonizadores que, desde la época de la colonia, impidieron la ocupación de esta región y la férrea resistencia que las etnias nativas manifestaron frente al avance del hombre blanco. La novela, entonces, instala el sema de la colonización como un deseo y justifica el expansionismo civilizador del Estado nacional sobre estas regiones inexploradas, en beneficio del progreso y la civilización. Sin embargo, no postula el exterminio del indio (como establece el discurso oficial), sino más bien, un proceso de asimilación. Claro está, desde un lugar marginal y con un propósito servil, utilitario. La novela construye una representación compleja y heterogénea del indio ya que establece importantes diferencias entre la pareja de enamorados y el colectivo de la comunidad chiriguana. Mediante una clara estrategia discursiva de disolución del otro por el yo, Sora y Dalma son idealizados y representados en el texto como sujetos excepcionales: bellos, nobles, respetuosos de los valores cristianos, y conocedores de la lengua española. En definitiva, son configurados como sujetos blancos, con cuerpos indios. Además, son víctimas de las leyes “anacrónicas”, “bárbaras” y endogámicas que rigen la comunidad chiriguana, entre ellas: la prohibición de relaciones interétnicas con el extranjero. La novela propone un mestizaje blanco y establece un martirologio. Los jóvenes enamorados son mártires de un sistema de barbarie. Su redención está más allá de su muerte, con la promesa del paraíso cristiano. El cuerpo femenino chiriguano, por su parte, habilita el cruce de fronteras y el establecimiento de relaciones inter-étnicas con el extranjero. ¿traición? ¿asociación? ¿mestizaje deseado?. La novela parece dejar en claro cuál es la respuesta.
Natalia Crespo señala que la obra literaria y periodística de Josefina Pelliza de Sagasta se caracteriza, fundamentalmente, por su ambivalencia. En ocasiones, la escritora toma posiciones claramente conservadoras; en otras, expone planteos progresistas. En esta novela, en particular, construye una representación humanizada del indio y propone una alternativa a su exterminio, pero sobre la base de una previa asimilación, vale decir, de un borramiento de identidad. En este punto observamos diferencias con respecto a Juana Manso. En el desenlace de su novela, ya comentada, el amor triunfa y se sobrepone a cualquier tipo de prejuicio o desigualdad social. Los hijos mulatos son reconocidos, se hacen acreedores de herencias y establecen relaciones inter-étnicas con los blancos. En definitiva, son incorporados como miembros legítimos de la “familia” imperial del Comendador. La Chiriguana, por el contrario, culmina en una tragedia que impide la unión terrenal de la pareja. Un fuego devastador castiga y destruye a la comunidad chiriguana. El inca también se inmola, pero los enamorados están fortalecidos con la muerte: para ellos, el consuelo reside en la fe cristiana.
Nos ocuparemos, por último, de la novela Juan Ramón Zevallos, de la escritora Leonor Allende (1883-1931)[9]. La obra se publica en Córdoba, en 1912, en el contexto del Primer Centenario patrio. Relata las desafortunadas vivencias amorosas de un hidalgo español: Don Juan Ramón Zevallos, durante la época de la colonia. El texto refiere el viaje iniciático del hidalgo a tierras americanas y su permanencia transitoria en Córdoba, la ciudad colonial. El pesimismo y el fracaso se imponen como tonos predominantes en esta novela. El protagonista, aventurero, experimenta el típico spleen de fin de siglo: la angustia vital, la debilidad, el tedio de la vida. Es un héroe romántico, maldito, víctima de un destino adverso que no puede torcer y que lo conduce inevitablemente al fracaso. Esta representación deconstruye el perfil épico del conquistador español, pero también, un estereotipo patriarcal de masculinidad. El héroe de este romance –señala la narradora– vivió a lo “aguilucho”, dominado por una energía destructiva de poder y dominio hacia el otro, que finalmente lo autoaniquila y lo conduce a un perpetuo destierro. El hidalgo goza de una joven india y la abandona; luego, huye cobardemente de la ciudad cuando su amada española Doña Sol muere accidentalmente en sus brazos.
El primer Centenario de la Revolución de mayo pone en evidencia la crisis y el fracaso de un proyecto político y modernizador liberal. La Argentina liberal del ganado y de las mieses, que Lugones idealiza y aclama en sus Odas Seculares (1910), se desarticula con la virulencia de las luchas obreras, los conflictos económicos, los debates en torno a las identidades en un mosaico social y culturalmente complejo, las críticas al positivismo y la ratio occidental, entre otras tensiones del momento.
Leída en clave política, esta novela alegoriza la incertidumbre y búsqueda de identidad, en un periodo de balance, de emergencia de memoria histórica y redefinición de tradiciones. Inscribe dicha búsqueda en un telurismo ontologizante que anticipa, de alguna manera, los planteos que Ezequiel Martínez Estrada expone en su conocido ensayo: Radiografía de la Pampa, de 1933. “Nadie sabe por qué estas naturalezas lo dominan todo” (1912: 2) –señala la narradora. América se configura como tierra de destierro, destructora de ilusiones. La civilización es una ficción. La realidad profunda: el fracaso de la cultura occidental, la orfandad, la soledad.
Observamos, entonces, que cada una de estas novelas interpela y configura diversos modelos de nación, atendiendo a proyectos políticos e ideológicos particulares. La modelización implica una representación, pero también una programática. Leídas en una serie cronológica, y ancladas en nodos históricos particulares, las novelas establecen un arco que permite leer las fluctuaciones del discurso liberal y el proceso de formación de la nación, en sus sucesivas etapas, y con sus respectivas limitaciones. Con distintos matices y perspectivas, y de manera más o menos explícita, los textos analizados diseñan tretas y formas de resistencia frente a un modelo homogéneo y hegemónico de nación blanca, liberal, europea, patriarcal, que silencia voces e invisibiliza identidades. En este sentido, como señala Francine Masiello (1997), la escritura de mujeres abre un intersticio desde el cual se discuten, tensionan y complejizan representaciones hegemónicas de nación. Aun sin postular ideas radicalmente corrosivas o revolucionarias, los textos instalan puntos de fuga que habilitan desplazamientos, permiten leer los dobleces del discurso y las heterodoxias.
Bibliografía
Allende, L. D. Juan Ramón Zevallos. Córdoba, Imprenta Argentina, 1912.
Anderson, B. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Buenos Aires, Fondo de Cultura económica, 2000.
Crespo, N. “Introducción”. La lucha en el desierto. La Chiriguana, de Josefina Pelliza de Sagasta. Buenos Aires, TeseoPress, 2016.
Ludmer, J. La sartén por el mango. Puerto Rico, Ediciones El Huracán, 1985.
Manso, J. La familia del Comendador. Buenos Aires, Ediciones Colihue-Biblioteca Nacional de la República Argentina, colección “Los raros nº 12”, 2006.
Martínez Estrada, E. Radiografía de la Pampa. Buenos Aires, Losada, 1961.
Masiello, F. La mujer y el espacio público. El periodismo femenino en la Argentina del siglo XIX. Buenos Aires, Feminaria editora, 1994.
— Entre civilización y barbarie. Mujeres, nación y cultura literaria en la Argentina moderna. Rosario, Beatriz Viterbo editora, 1997.
Pelliza de Sagasta, J. La Chiriguana. Buenos Aires, Teseopress, 2016.
Sarlo, B. Signos de pasión. Claves de la novela sentimental. Del Siglo de las Luces a nuestros días. Buenos Aires, Biblos, 2012.
Terán, O. Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales. Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2015.
Zuccotti, L. “Juana Manso. Entre la pose y la palabra”. Mujeres argentinas. Buenos Aires, Suma de Letras argentinas, 2006.
- Cfr. Josefina Ludmer. “Las tretas del débil” (1985).↵
- Cfr. Sarmiento, D.F. “Las santas mujeres”, Diario de un viaje (1944: 31).↵
- Cfr. Juan Manso. “Emancipación moral de la mujer”. En: Álbum de señoritas. Nº 1 (1 enero 1854).↵
- Cfr. “Las misiones”. En: Álbum de señoritas. Nº 5 (29 de enero de 1854).↵
- El destacado es nuestro. ↵
- Josefina Pelliza de Sagasta fue una importante narradora, poeta y periodista muy reconocida en su época. Su obra literaria fue muy prolífica: publicó dos novelas: Margarita (1875), La Chiriguana (1877) y tres antologías de poemas: Lirios silvestres (poemas – 1877), El César (poemas – 1881), Canto inmortal (poemas – 1881). Colaboró en distintas revistas y periódicos de la época: La Ondina del Plata, El álbum del hogar, La alborada del Plata (que co-dirigió con Juana Manuela Gorriti, entre 1877 y 1878), entre otras. ↵
- Cfr. Oscar Terán, “Lección 4. El 80. Miguel Cané”.↵
- La novela se publica en el primer volumen de la colección americana, del periódico La Ondina del Plata.↵
- Leonor Allende fue una de las primeras escritoras y periodistas cordobesas. Nació en Córdoba en 1883 y murió tuberculosa, en 1931. Fue esposa del poeta y pintor italiano Guido Buffo, con quien tuvieron una hija llamada Eleonora, quien también se dedicó a las letras y murió muy joven –también tuberculosa– en 1941, con sólo veinticuatro años de edad. Al morir esta escritora, su marido construye una capilla mortuoria para honrar su memoria, actualmente conocida como: “Capilla Buffo”, la cual se encuentra ubicada en las proximidades de la localidad serrana de Unquillo, en un paraje denominado: “Los Quebrachitos”. Allí yacen los restos de todos los integrantes de la familia.↵