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8 Centralidad

Lorena Vecslir

La centralidad, definida por el diccionario de la Real Academia Española como “condición de central” (https://dle.rae.es/centralidad), es decir, como una cualidad o propiedad de algo, resulta interesante de contraponer a la idea de centro, entendido como un punto geométrico o un lugar concreto. Así, mientras la centralidad se vincula a la capacidad de atracción o polarización ejercida por la concentración de determinadas actividades (económicas, culturales, administrativas o comerciales), el centro remite a un sitio específico, “núcleo de una ciudad o de un barrio”, “punto o calles más concurridos de una población”, “lugar de donde parten o a donde convergen informaciones y decisiones”, por citar algunas de sus acepciones más cercanas a la dimensión urbana o territorial (https://dle.rae.es/centro).

En este sentido, autores como Domingues (2000) y Paris (2013) han optado por diferenciar la “condición central” de aquellos espacios donde se aglutinan funciones especiales con un alto grado de accesibilidad que atraen usuarios y consumidores, de los centros fundacionales o históricos, que pueden coincidir o no con los anteriores. Así, se busca evitar la asociación directa que se suele tener del centro con la configuración y referencias simbólicas (la plaza, la iglesia, el teatro, la municipalidad, etc.) de los espacios de origen más antiguo localizados en los núcleos urbanos consolidados, incluso cuando éstos han perdido gran parte de la actividad económica (bancaria, financiera, administrativa) que les dio origen, en pos de su patrimonialización y reconversión en nuevos sitios de interés turístico.

Este traslado o condición espacial cambiante de la centralidad, sumada a las diferentes jerarquías y alcances que asume en el territorio contemporáneo, interpela la idea de frontera. A escala metropolitana, el desarrollo de las comunicaciones, la reestructuración de los espacios productivos, el auge del sector terciario y la demanda de nuevas opciones residenciales, entre otras dinámicas, conllevan un crecimiento urbano fragmentario y una progresiva disolución de los límites urbano-rurales. Junto a éstos, el surgimiento de nuevos espacios con funciones centrales, en posiciones periféricas o “descentradas” respecto de los aglomerados urbanos, remiten a una necesaria conceptualización de la centralidad, más allá de la histórica o tradicional. Esta complejidad se reproduce a otras escalas de abordaje con la configuración de nuevos “centros de comando” y las relaciones de competencia y complementariedad que establecen en el territorio nacional y global.

En este marco, el capítulo se organiza en tres secciones. En la primera sección se revisan algunas teorías respecto de la centralidad urbana y el proceso actual de reestructuración territorial. La segunda sección busca dar cuenta de la recepción de esos aportes teóricos para el estudio de la centralidad en las principales metrópolis latinoamericanas. Por último, se hace hincapié en el caso de Buenos Aires y la configuración del sistema de centros a escala metropolitana.

De la relación centro periferia a los territorios en red

De acuerdo con la “teoría del lugar central” propuesta por Christaller (1966), la centralidad de un lugar está supeditada a su oferta de servicios y capacidad de atraer población residente en un espacio más amplio, el cual configura su radio, hinterland o área de influencia. Christaller concibió este espacio como una planicie isótropa, poblada de manera homogénea y con idénticos costes de transporte en todas las direcciones, donde el desplazamiento de los consumidores respondía exclusivamente al principio de proximidad. Desde esta perspectiva, también se han señalado como centralidades los lugares de concentración del empleo que polarizan una población activa residente más dispersa. En ambos casos, se distinguen niveles jerarquizados de centralidad correspondientes al mayor o menor tamaño de dichas áreas de influencia. 

Más allá de las críticas, correcciones y ampliaciones que se formularon posteriormente a la teoría del lugar central, la reestructuración y salto de escala territorial de las relaciones económicas a partir de las transformaciones en los sistemas de comunicación y transporte comportaron el surgimiento de nuevos modelos como el “urbanismo de las redes” (Dupuy, 1991), con implicancias en la conceptualización de la centralidad urbana. 

Mientras que las jerarquías christallerianas remiten a lógicas verticales o piramidales, donde un centro de nivel superior proporciona servicios a una serie de subcentros de nivel inferior, los sistemas en red se caracterizan por las relaciones horizontales, en malla, entre centros de un mismo nivel jerárquico. La progresiva obsolescencia de los patrones urbanos de crecimiento radioconcéntrico, en “mancha de aceite”, y el paso a regiones metropolitanas más complejas, fragmentarias y reticulares, conllevan la estructuración de centralidades urbanas con alcances superpuestos. De esta manera, junto a las relaciones verticales, coexisten las relaciones horizontales entre localidades de una misma jerarquía territorial y se establecen sinergias entre usos y actividades que no compiten, sino que se complementan entre sí.

De este modo surge otra acepción de centralidad, definida por la posición más o menos accesible de un nodo en una red (por ejemplo, una estación o intercambiador en una red de transporte). Esta conceptualización resulta especialmente apropiada para el análisis de territorios donde a sus antiguas estructuras urbanas monocéntricas, caracterizadas por las relaciones exclusivas centro-periferia, se superpusieron a nuevos sistemas policéntricos, con flujos y patrones de movilidad más horizontales o reticulares (Veltz, 1999). Dematteis (1995) lo definía como “el paso del aglomerado a la red”, donde los valores de proximidad son reemplazados por los de accesibilidad, con la consiguiente configuración de conjuntos urbanos relativamente independientes de la ciudad y/o del área central tradicional, y el aumento de los intercambios inducidos por mayores especializaciones y complementariedades entre centralidades de segundo y tercer orden. 

Desde otra escala de aproximación, ciertas ciudades e incluso regiones urbanas en su conjunto, han sido categorizadas como centralidades, dadas las funciones “de comando” que ejercen en el marco de una economía globalizada (Sassen, 1991). Los sectores impulsores del crecimiento de las ciudades globales son, principalmente, los servicios financieros y empresariales (bancarios, contables, publicitarios, de gestión, seguros, legales, etc.). En este sentido, según Brenner:

los intentos del capital para fortalecer su comando y control sobre el espacio a una escala global dependen de complejos productivos específicos de un lugar, sistemas tecnológico-institucionales, economías de aglomeración y otras externalidades que están necesariamente localizadas dentro de las ciudades globales (2003:10). 

El área de mercado de estos “centros de comando” (Tokio, Londres, Nueva York, Paris) supera cualquier frontera político-administrativa, alcanzando partes del mundo entero. En la misma dirección, diversos estudios (como el realizado por el Grupo de Estudios sobre Globalización y Ciudades Mundiales de la Universidad de Loughborough, (https://www.lboro.ac.uk/gawc/) dan cuenta de la inserción de las grandes ciudades latinoamericanas (Ciudad de México, San Pablo, Buenos Aires, Bogotá, Santiago de Chile y Río de Janeiro) en el sistema mundial, en el segundo o tercer nivel de las jerarquías. 

El estudio de la centralidad en la metrópolis latinoamericana 

Las ideas anteriores tuvieron diversas repercusiones en los estudios urbanos latinoamericanos y sirvieron de base para reflexionar acerca de los cambios de comportamiento y configuración de la centralidad en metrópolis como México (Aguilar, 2002), Lima (Chion, 2002), Santiago (De Mattos, 1999) y Buenos Aires (Ciccolella, 1999), entre otras.

En cuanto a los métodos de identificación y jerarquización de centralidades, desde inicios de la década de 1990, investigadores especializados en economía urbana y geografía económica han avanzado en el diagnóstico, incluso de manera prospectiva, de sistemas policéntricos en las regiones urbanas de Bogotá, México, Buenos Aires, Concepción de Chile, etc. (Molina, 1992; Aguilar y Alvarado, 2005; Abba, 2005; Rojas Quezada et al., 2009; Usach et al., 2017). Para ello utilizaron, por separado o en forma combinada, variables demográficas (densidad de población), funcionales (presencia de equipamientos, distribución de la actividad económica y concentración del empleo) e indicadores de movilidad cotidiana, con medición de los viajes de entrada y salida de cada nodo. La centralidad también ha sido evaluada en función de los edificios en altura, la densidad comercial y los precios del suelo, como para el caso de Santiago de Chile (Truffello e Hidalgo, 2015) y Buenos Aires (Ciccolella et al., 2015) . 

Desde enfoques más vinculados a la sociología, se ha indagado en torno a la dimensión simbólica de la centralidad, haciendo hincapié en la función integradora -económica, político-institucional y de interacción social- del centro (Castells, 1972). Apelando a técnicas más cualitativas, los esfuerzos se concentraron en evaluar la percepción que los usuarios tienen sobre esas centralidades (Vega-Centeno, 2017), los efectos más o menos fragmentadores de los usos y prácticas sociales que allí se desarrollan (Duhau y Giglia, 2008), así como la relación -no pocas veces conflictiva- con la función residencial que caracteriza también a estos espacios (Coulomb y Delgadillo, 2016).

Ciertos sectores de la metrópolis de Buenos Aires, por ejemplo, han sido observados desde el punto de vista de la disputa social por la centralidad. Por un lado, se puso foco en la relación entre las dinámicas de renovación urbana, las políticas habitacionales y las dificultades de acceso al suelo por parte de los sectores populares (Rodríguez y Di Virgilio, 2016). Por otro lado, se vincularon ciertos procesos de reestructuración urbana con las trayectorias habitacionales de los hogares de clase media que, en lugar de opciones residenciales de baja densidad alejadas de la ciudad compacta, se inclinaron por áreas con componentes de centralidad, como la accesibilidad al trabajo y al consumo, y la proximidad con los vínculos familiares (Cosacov, 2014). 

En cambio, con excepción de algunos trabajos (Beuf, 2016), la relación entre centralidad y políticas públicas ha sido escasamente abordada desde los estudios urbanos en América Latina. La discusión se ha focalizado en las experiencias de renovación de los centros históricos de mayor valor patrimonial (Carrión, 2001) o, más ampliamente, en las intervenciones sobre áreas degradadas de posición central (Rojas et al., 2004). A pesar de que la centralidad ha sido un tema recurrente de planes y esquemas directores de ordenamiento urbano, existen vacancias en el análisis de tales propuestas y de sus efectivas implicancias en la reestructuración de los territorios de referencia.

El sistema de centralidades en la Región Metropolitana de Buenos Aires 

La Región Metropolitana de Buenos Aires (RMBA) abarca la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), los 24 municipios circundantes que forman la primera y segunda corona de la aglomeración (sector también denominado Conurbano Bonaerense), y otros 16 municipios de la tercera corona. En conjunto, comprende un área de 19.680 km² y una población que hacia 2020 se aproximaba a los 15 millones de habitantes (Censo 2010, INDEC). 

En 1995 se realizó un diagnóstico de esta región metropolitana en el que se utilizó una matriz de doble entrada, denominada “escalograma de Guttman”, para jerarquizar 115 localidades en función de la presencia de actividades de equipamiento social, institucional, servicio financiero, comunicación y transporte (CONAMBA, 1995). Con esta información, de acuerdo con la cantidad y complejidad de las funciones relevadas, se definieron tres niveles o rangos de centralidad: regional, urbano y local (o barrial). Este trabajo fue actualizado una década más tarde, permitiendo la comparación entre los “centros tradicionales” y las “nuevas centralidades” que fueron relacionadas con la presencia de shopping centers (Abba, 2005). Según lógicas christallerianas, quedaron definidas para los años 1994 y 2004 tres jerarquías de centralidad con similar dotación de funciones, cuyos alcances se circunscriben respectivamente a las localidades, los municipios y la región metropolitana de pertenencia. Por ello, no se cuestionan los límites administrativos, y los centros de un mismo rango no compiten ni se complementan entre sí. 

En el mismo estudio, sin embargo, el relevamiento de los usos del suelo realizado por Horacio Bozzano, dio cuenta de diversos tipos de subcentros y corredores, que alternan usos comerciales y administrativos con talleres o galpones, y se asientan sobre rutas o antiguas avenidas, atravesando uno o varios partidos de la región metropolitana (CONAMBA, 1995). Se trata de centralidades lineales a lo largo de ejes que han perdido su rol de tráfico de paso, haciendo caso omiso de los límites municipales. La intensidad de uso peatonal de estos corredores disminuye progresivamente al alejarse de las zonas más densamente pobladas; los servicios y la actividad comercial van cambiando hasta convertirse en un tipo de comercio suburbano especializado (muebles, repuestos, concesionarios de automóviles, ferreterías, corralones de construcción, viveros), pero nunca se interrumpe la continuidad. 

Más recientemente, un estudio específico de los patrones de movilidad cotidiana en el corredor sur de la RMBA (Vecslir et al., 2018) confirmó la capacidad de atracción que estos ejes tienen por fuera de los propios municipios. Allí, la movilidad dominante es “desde la periferia hacia el centro”, a la inversa de lo que sucede en el corredor norte con los centros comerciales o corporativos, que atraen viajes “desde el centro hacia la periferia”. 

Figura 1
Centralidades en el eje sur del CB según la presencia de edificios en altura (izq.) y la localización del comercio minorista (der.)

Imagen que contiene Mapa  Descripción generada automáticamente

Fuente: Vecslir et al. (2018).

Figura 2
Origen de los viajes según encuesta de movilidad en Lomas de Zamora (izq.) y Lanús (der.)

Gráfico radial  Descripción generada automáticamente

Fuente: Vecslir et al. (2018).

Los corredores se distinguen de otras formas de centralidad más concentradas en los puntos de máxima accesibilidad, como enlaces viarios o accesos urbanos. Se trata de nodos o aglomeraciones comerciales y de servicios, implantados en áreas donde no existían estas funciones, en los que la presencia de una gran superficie especializada (shopping, home center, hipermercado) ha actuado a manera de “locomotora” o atractor de la actividad empresarial (oficinas, edificios corporativos), de grandes equipamientos privados (universidad, clubes deportivos, centros de salud), e incluso de nuevas formas de alojamiento temporal (hotel corporativo, suites, home & office). 

El patrón de localización de los edificios de oficinas premium ha servido, asimismo, para identificar los “centros de comando” que, pese a la alta pervivencia del terciario corporativo en el área central tradicional, desde los años 2000 presentan una tendencia creciente de localización en la zona norte de la RMBA (Vecslir y Ciccolella, 2011), con una concentración significativa en torno de dos corredores paralelos a la costa del Río de la Plata: Acceso Norte y Av. del Libertador. Para el mismo periodo, el relevamiento de los edificios en altura en algunas localidades del eje sur dio cuenta de un proceso de revitalización y verticalización de antiguas centralidades que habían entrado en una fase de estancamiento y deterioro a mediados de la década de 1970 (Ciccolella et al., 2015). 

Por último, a otra escala de observación, cabe destacar el rol del conjunto de la RMBA como centro a escala nacional, sudamericana y global dada su participación en la gestión de los principales flujos productivos y financieros, la atracción de turismo, la inserción en redes culturales y de eventos internacionales, etc. La jerarquización realizada por el Plan Estratégico Territorial en base a un índice de centralidad que remite a la mayor o menor concentración de servicios y funciones (Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, 2011) le otorga una alta primacía como cabecera indiscutible del sistema urbano argentino. 

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