Maristela Ferrari
De origen latino, el término natural denota todo aquello que pertenece a la naturaleza, es decir, que es propio del mundo físico, que fue producido por la naturaleza sin interferencia humana, siendo, por lo tanto, un fenómeno natural.
En política, el término natural se aplica a los nacidos en un país. Ya en la política moderna de los estados territoriales modernos, los accidentes geográficos naturales como ríos, montañas y laderas fueron considerados, por algún tiempo, como fronteras naturales interestatales. Por lo tanto, el término natural estuvo profundamente asociado con el desarrollo del concepto moderno de frontera, entendido como frontera natural, especialmente en Europa central, inicialmente durante el siglo XVIII y, con mayor fuerza, en el siglo XIX y principios del XX, cuando se consolidó más consistentemente el concepto de frontera. En ese momento, además, la geodesia y la cartografía lograron consolidarse como disciplinas, contribuyendo a la teorización de la frontera y su linealidad.
Entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, en geografía política eran recurrentes los interrogantes: ¿cómo dibujar una línea fronteriza? ¿Cuál es la mejor línea de frontera, natural o artificial? Así, las preguntas teóricas sobre las fronteras estaban fundamentalmente vinculadas a la demarcación de líneas y versaban sobre la distinción entre fronteras naturales y fronteras artificiales. Antes de ese período, aunque se usaban accidentes geográficos físicos, la línea de frontera era trazada, por lo general, a través de tratados políticos. El primero de ellos fue, sin duda, el Tratado de Tordesillas (1494).
En el enfoque teórico naturalista, especialmente de la geografía clásica, la línea de frontera ideal sería la que se apoyara sobre un trazado físico indiscutible, como las líneas del relieve (montañas, depresiones, etc.) y ríos. En ambos casos se llegó al concepto de frontera natural. Para esa perspectiva, la naturaleza ofrecía los elementos necesarios para diferenciar los territorios de los estados nacionales. Por ello, las líneas de frontera debían seguir accidentes geográficas físicas naturales. De este modo, las fronteras políticas entre estados nacionales serían naturalizadas. Sin embargo, algunos geógrafos inclinados a los problemas fronterizos, aun en el siglo XIX, cuestionarían la naturalización de las fronteras políticas, ya que entendían que las fronteras entre los estados no eran obra de la naturaleza, sino creaciones humanas. Tal comprensión estableció un paradigma científico y puso en jaque la validez del concepto de frontera natural.
En lo que sigue se reflexionará sobre la naturalización de las fronteras políticas entre los estados nacionales. Asimismo, se revisarán las vías por las cuales esta perspectiva teórica se reflejó en la demarcación de jurisdicciones nacionales, especialmente en América Latina. El texto se organizará en tres partes: la primera recoge los principales aportes teóricos del geógrafo alemán Friedrich Ratzel a la perspectiva naturalista. La segunda recupera algunas de las derivaciones que tuvieron, en Europa, las propuestas de Ratzel. La tercera parte proporciona un caso que permitirá ilustrar, en cierto modo, la influencia que tuvo la perspectiva naturalista de la frontera en el proceso de demarcación interestatal en América Latina.
Propuestas de Ratzel
Dentro de la perspectiva naturalista, especialmente de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, uno de los pensadores que contribuyó profundamente al debate teórico sobre la frontera fue el geógrafo alemán Friedrich Ratzel (1897). En el Capítulo XVIII de La geografía política: los conceptos fundamentales, el autor reflexiona sobre “las fronteras naturales”. Su obra, influenciada en ese momento por las ciencias naturales, introdujo algunos de los principales instrumentos de reflexión de la geografía política todavía vigentes. Su pensamiento puede considerarse de una gran riqueza y de una gran actualidad, especialmente con respecto a las fronteras. Al reflexionar sobre las fronteras naturales, este autor argumentó que la “naturalización de las fronteras” en el siglo XIX se debe fundamentalmente a la política de los estados nacionales.
Para el autor, el trazado de una línea por la cima de una montaña o por el lecho de río no tendría ningún significado si no fuese por el uso político de la diferenciación natural. Por lo tanto, todas, o casi todas las fronteras naturales, deberían ser políticamente confirmadas por medio de tratados. El geógrafo alemán no negaba la existencia de algunos accidentes geográficos naturales como buenas líneas fronterizas. Según él, en algunos lugares, la naturaleza misma habría dibujado tipos de líneas que podrían considerarse inmediatamente como buenas fronteras entre estados, pero recomendaba cautela, pues no todos los accidentes geográficos producirían buenas fronteras, en el sentido de proporcionar seguridad a un estado nacional contra invasiones externas.
Sin embargo, no todos los ríos tenían vocación para ejercer el papel de frontera. Aunque en un momento dado, los ríos jugaron un papel importante como frontera natural, especialmente en Europa central, con el curso de la historia y los cambios políticos y económicos, los ríos, según el autor, ya no podrían desempeñar el papel de frontera debido a que, como el Rin, podrían convertirse en medios de comunicación. Desde su perspectiva, la frontera entre los estados nacionales había sido considerada como un elemento de separación, por lo que una frontera fluvial (un río frontera), al convertirse en medio de comunicación, estableciendo contactos diarios entre las poblaciones fronterizas, jamás podría tomar el lugar de una frontera política, porque la seguridad de un estado nacional estaría en peligro debido a su porosidad.
El geógrafo argumentaba que, en períodos anteriores, tal como en el período de los grandes imperios del pasado, cuando era imposible determinar con precisión la línea de frontera, los ríos y cursos de agua estaban predestinados a servir de trazados de frontera y fueron universalmente reconocidos como tales. Pero en el período moderno, los ríos no podían servir por mucho tiempo como frontera política, por lo que su uso debería ser provisorio y simbólico. Los ríos podrían servir de frontera o de proyecto fronterizo cuando ocurriera la colonización. Sin embargo, incluso dentro de las regiones colonizadas, los ríos servirían solo como fronteras provisorias. Todo esto lo llevaría a estudiar la diferencia entre fronteras naturales y fronteras artificiales.
En sus reflexiones sobre qué frontera es mejor, si natural o artificial, el autor argumentaba que la geografía política debería basarse en las fronteras trazadas por los tratados políticos. Explicaba que, incluso si las fronteras fueran totalmente artificiales, la naturaleza del medio podría influenciar sobre la operatividad de tales fronteras y, en cada caso, el agua o el bosque, las montañas o los valles, podrían facilitar una u otra función de las fronteras. Sin embargo, era necesario tomar a la frontera tal como ella es, es decir, como consecuencia o traducción de destinos históricos.
Derivaciones de la propuesta de Ratzel
La perspectiva teórica ratzeliana sobre fronteras naturales y artificiales serviría de base a varios geógrafos europeos y estadounidenses que teorizaron sobre la frontera.
En Francia, el trabajo de Ancel (1938) se centró, básicamente, en los aspectos sociales y políticos de la frontera, considerada naturalmente como una región. Para él, todas las líneas fronterizas serían “isobaras políticas”. Este trabajo, además de hacer un gran aporte para debatir las fronteras, revela la tensión política entre Francia y Alemania previa a la Segunda Guerra Mundial.
Otro geógrafo que también contribuyó a teorizar las fronteras naturales fue el británico George Curzon (1907). En su trabajo, desarrolló el concepto de frontera, desde su función defensiva, como una barrera de protección contra invasiones externas. Dentro de la perspectiva naturalista de la frontera, este geógrafo distinguía las fronteras naturales de las artificiales. Para él, la diferencia entre ambas estaría dada por el trazado de la línea: mientras que las fronteras naturales establecieron el trazado del límite político sobre accidentes geográficos, ríos, montañas, valles o bosques, el trazado de las fronteras artificiales seguía criterios históricos o políticos. En suma, son aquellas a las que Ratzel también hacía referencia. Pero Curzon fue más lejos, al crear una clasificación de las fronteras artificiales en tres grupos: las astronómicas: seguían paralelo y meridiano: las matemáticas: con enlaces rectos entre puntos específicos; las referenciales, las que recurrían a varios puntos e incluían arcos y líneas rectas.
Dentro de esta tendencia de clasificación de las fronteras, también participó el geógrafo estadounidense Richard Hartshorne (1936), que propuso una clasificación de fronteras antecedentes, subsecuentes, superpuestas y consecuentes. Según este autor, las fronteras antecedentes y subsecuentes serían relativas a períodos o modos de ocupación de una región, mientras que las fronteras sobrepuestas serían aquellas impuestas por un colonizador y las consecuentes las establecidas sobre un accidente geográfico o una barrera natural. En cierto modo, estas reflexiones parecen estar inspiradas en la obra Ratzel, pero son importantes ya que evidencian la forma como las fronteras estaban siendo construidas, en particular aquellas establecidas por un proceso de colonización, que sería, siempre desde esta línea, subsecuente a la ocupación nativa del territorio y antecedentes a la ocupación por parte del colonizador.
Otro geógrafo estadounidense que participó en teorizar y clasificar las fronteras fue Samuel Whittemore Boggs (1940). Este autor identificó cuatro tipos de fronteras: físicas, geométricas, antropogeográficas y complejas o compuestas. Según esta clasificación, las fronteras físicas se dibujarían sobre características geográficas (ríos, montañas, desiertos o pantanos) y las líneas deberían seguir, entre otros, los cauces de los ríos o las curvas de nivel. Ya en las fronteras geométricas, la línea seguiría paralelos y otros círculos máximos, además de la latitud. Para las fronteras antropogeográficas, la línea debía considerar criterios históricos, culturales y lingüísticos y, las líneas de frontera complejas o compuestas estarían más relacionadas con su génesis y no con el tipo de demarcación.
Entre los geógrafos y geógrafas contemporáneos, parece haber consenso en que la línea de frontera –natural o artificial- es una abstracción en el terreno, sin embargo, en el mapa aparece como productora de un saber científico que permite el ejercicio de un poder soberano sobre una base territorial. Con el progreso de las técnicas geodésicas y cartográficas, el mapa se convirtió en una herramienta para el conocimiento del territorio y las fronteras finalmente serían mostradas como líneas, por generalización. El concepto de frontera natural, en este momento, ha perdido su validez, ya que todas las fronteras, naturales o artificiales, son creaciones humanas. Con todo, el concepto sirve, fundamentalmente, para revelar un momento epistemológico de la geografía humana, y en especial de la geografía política, evidenciando la evolución histórica del concepto de frontera en la ciencia geográfica. No obstante, es posible considerar hoy que los teóricos que contemplaron la naturalización de la frontera política en los siglos XVIII y XIX, siguieron métodos científicos que, en su tiempo, les parecieron los más científicos y apropiados para la teorización y construcción del saber político geográfico.
Fronteras naturales en América Latina
En la historia de América Latina, especialmente durante el período colonial, las fronteras entre los imperios colonizadores fueron inicialmente trazadas por medio de tratados políticos. El primero de ellos fue el Tratado de Tordesillas (1494), cuando el mundo se dividió entre Portugal y España. Este tratado determinaba como línea fronteriza al meridiano de 370 leguas al oeste de la isla de Santo Antão (en el archipiélago de Cabo Verde). Por el meridiano de Tordesillas, los territorios al este pertenecerían a Portugal y a España los territorios al oeste. Con la transgresión de la línea Tordesillas por parte de los portugueses y los luso-brasileños, se debieron celebrar nuevos tratados durante el siglo XVIII, entre ellos, el Tratado de Madrid (1750), el Tratado del Prado (1761) y el Tratado de Santo Ildefonso (1777).
Ya en el siglo XIX, cuando la mayoría de las tierras sudamericanas se convirtieron en países independientes, el trazado de las líneas de frontera, en su mayoría, seguían accidentes geográficos naturales. De este modo, las fronteras políticas de los nuevos países latinoamericanos, casi en su mayor parte, seguían el modelo europeo, es decir, el de frontera natural. Por lo tanto, en el proceso de formación territorial de los estados latinoamericanos, cuando se producían disputas fronterizas, el poder político buscaba resolver los diferendos mediante la diplomacia y los tratados políticos, pero incluso allí, normalmente el trazado de las líneas fronterizas seguía el curso de los ríos y/u otros accidentes geográficos naturales. Un ejemplo paradigmático fue la Questão de Palmas o Cuestión de Misiones entre Brasil y Argentina, entre los años 1857 a 1895 (Figuras 1 y 2). El origen de este conflicto era una herencia colonial y, al igual que la Argentina, el Brasil independiente también heredó de Portugal todos sus problemas fronterizos, debiendo negociar con Francia, Holanda e Inglaterra, y con todas las naciones sudamericanas excepto con Chile y Ecuador.
Figura 1
Territorios en litigio entre Brasil y Argentina entre 1857-1895
Fuente: Ferrari (2010).
Figura 2
La nueva frontera luego del Laudo Cleveland (1895)
Fuente: Ferrari (2010).
La Questão de Palmas o Misiones, fue un conflicto que, básicamente, tenía que ver con el reconocimiento de dos ríos: Pepirí-Guazú y San Antonio. Esto generó una contienda que duraría 38 años y, a pesar de los diversos tratados políticos suscriptos entre las dos partes, solo pudo ser resuelto a través del arbitraje estadounidense. El árbitro elegido fue el presidente Grover Cleveland, quien puso fin al litigio, al dar una opinión favorable a la postura del Brasil. La demarcación de la línea de frontera siguió los criterios del Del Tratado de Madrid, que se basaba en el principio de uti possidetis: determinaba que el trazado de las fronteras siguiese los accidentes físicos naturales más notables. Es decir, adoptaba el concepto de frontera natural, como sucedió con el resto de la línea divisoria entre la Argentina y el Brasil, trazado por los ríos Uruguay e Iguazú.
Sin embargo, en comparación con los ríos Uruguay e Iguazú, por ejemplo, los ríos Peperi. Guazú y San Antonio no pueden ser considerados, en ninguna circunstancia, obstáculos físicos naturales “notables”, como determinaba el uti possidetis. Además, allí existe el único paso seco entre el Brasil y la Argentina, donde, en contraste con el límite fluvial, el límite allí es artificial. Para demarcarlo en el terreno, Grover Cleveland determinó que la línea siguiese la caída del agua de lluvia: donde las aguas de lluvia fluyesen hacia el este sería territorio brasileño y donde las aguas de lluvia corriesen hacia el oeste, argentino. Aunque el límite se estableció oficialmente en la cartografía en 1895, la demarcación de la línea internacional sobre el terreno en esa región ocurrió recién a principios del siglo XX, más precisamente en 1903.
Al observar la línea fronteriza en esa región es imposible no pensar en las concepciones ideológicas y políticas de la época que llevaron a tal recorte espacial. Es curioso que los ríos Pepirí-Guazú y San Antonio hayan sido motivo de tantos tratados y divergencias jurídico-políticas entre el Brasil y la Argentina, hasta inclusive requerir el arbitraje de los Estados Unidos. Se trata de pequeñas corrientes de agua que en algunos sectores permanecen prácticamente secos durante todo el año y no representan un límite natural difícil de trasponer. Ese límite no es, como lo determinó el Tratado de Madrid, un ejemplo de montes y ríos “más notables” (Ferrari, 2010).
Probablemente el volumen de sus aguas en ese momento fuera mayor de lo que es hoy. Igualmente, según los antiguos residentes de la región, nunca dificultó el paso de un territorio a otro, de la misma forma que ocurre en el presente. Actualmente, para los organismos de seguridad de ambos países, esta es una frontera lineal costosa y difícil de controlar. Los agentes de seguridad, tanto del Brasil y como de la Argentina, afirman unánimemente: “¡el problema es la geografía!”. Lo anterior quiere decir que, aunque el diplomático e historiador brasileño José da Silva Paranhos Junior, más conocido como Barão do Rio Branco, se haya apoyado sobre el concepto de frontera natural al elegir tales ríos como línea fronteriza, él no habría considerado en la época el tradicional criterio europeo de elegir la “buena línea fronteriza”. Ahora bien, si tal criterio fuese tomado en consideración, quizás el límite sería hoy el que fue reclamado por la Argentina.
Este caso no es una excepción en América Latina. De todas formas, revela que, con la independencia de los países latinoamericanos, el trazado de fronteras seguía el modelo europeo de fronteras naturales por accidentes geográficos, especialmente ríos. Asimismo, revela que la política de los estados nacionales en América Latina también naturalizó las fronteras políticas.
Bibliografía
Ancel, J. (1938). Géographie des frontières. Paris: Gallimard.
Boggs, S. (1940). International Boundaries: a study of boundary functions and problems. New York: Ed Columbia University Press.
Curzon, G. (1907). The Romanes Lecture: frontiers. Oxford: Ed. Oxford Clarendon Press.
Ferrari, M. (2010). Conflitos e povoamento na fronteira Brasil-Argentina: Dionísio Cerqueira (SC), Barracão (PR) e Bernardo de Irigoyen (Misiones). Florianópolis: Ed. da UFSC.
Hartshorne, R. (1936). Suggestions on the terminology of political boundaries. Mitteilungen des vereins der geographen an der Universitat Leipzig, XIV-XV, 180-192.
Ratzel, F. (1897). Géographie politique: les concepts fondamentaux, (traduction EWALD, f.). Paris: Fayard, 1987.