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31 Género

Menara Guizardi, Herminia Gonzálvez y Eleonora López

En términos amplios, género alude a una tipología clasificatoria que sirve para categorizar cosas y seres. Este sentido más general tiene diversas aplicaciones específicas. Por ejemplo, en biología, identifica a un subconjunto taxonómico de especies vivas con caracteres comunes. En el comercio, refiere a los tipos de mercancía (a la vez que también se usa como sinónimo de tejido/tela). En las artes, alude a la agrupación de las obras por sus estilos o contenidos comunes, mientras que, en la gramática, remita a la definición, a través de un prenombre, de la inclinación masculina o femenina de un sustantivo. Pero, el sentido de la expresión que se viene recuperando en el debate político internacional desde la década de 1970 es el que hace referencia a la diferenciación de los seres humanos por el sexo. 

Vinculándose estrechamente con este último significado, el concepto de género tuvo preeminencia en el desarrollo de ciertas ramas de las ciencias sociales desde fines del siglo XIX. Tanto en la filosofía, como en las ciencias sociales y naturales, se sostuvo hegemónicamente hasta muy recientemente que las diferenciaciones entre los géneros en la especie humana estaban definidas por determinaciones biológicas. Se asumía que la distinción natural entre lo masculino y lo femenino explicaría y justificaría todas las formas de desigualdad entre hombres y mujeres (Lamas, 1999).

Este consenso empezó a cuestionarse en la primera mitad del siglo XX. Por un lado, gracias al protagonismo femenino en el sector productivo (particularmente en Europa y Estados Unidos) en los periodos de la primera y segunda guerras mundiales. Este protagonismo implicó una sobrecarga productiva y reproductiva de las mujeres que fue cuestionada por los emergentes movimientos sociales feministas. Por otro lado, el determinismo biológico de los géneros fue fuertemente cuestionado por pensadoras y científicas, inspiradas por el libro El segundo Sexo, de Simone de Beauvoir (1949).

De Beauvoir defiende que la consciencia que las mujeres hacen de sí mismas no está determinada por su sexualidad, sino que refleja su situación. Esta última depende específicamente de las fuerzas y procesos productivos. Con esto, acepta los argumentos marxistas que relacionan la opresión patriarcal con los procesos históricos de organización de la familia, la propiedad privada y el estado. De todos modos, incorporando estas ideas en su deconstrucción de los criterios biologicistas y/o psicologistas sobre la supuesta “predisposición natural” femenina a la sumisión. Traduciendo estas reflexiones a las indagaciones sobre la reproducción del patriarcado, su argumento apunta a que la conformación androcéntrica del concepto de “humanidad” en el pensamiento filosófico y científico se constituye, desde la antigüedad clásica, a partir de mecanismos simbólicos que expresan (permiten y constituyen) la dominación masculina en sus diversas encarnaciones históricas. 

Estos debates ganarán centralidad y permearán diversos campos del conocimiento a partir del denominado “giro de género” que redefinirá las conceptualizaciones de las ciencias sociales internacionalmente en la década de 1990. Las varias acepciones dadas al género desde entonces en las diversas disciplinas constituyen una polisemia de difícil síntesis. Pero parte relevante de las definiciones asumen un mínimo denominador común: que el género constituye un conjunto de disposiciones y prácticas (simbólicas, económicas, políticas, culturales) que transforman socialmente el sexo biológico en un producto humano/cultural (Lamas, 1999). Estos debates permitieron asumir la variabilidad cultural de las relaciones entre los géneros en diferentes territorialidades del mundo, y a plantear el particularismo sociohistórico de las desigualdades que ellas engendran. 

Por otro lado, la formación de los estados nacionales significó, desde fines del siglo XVIII, articulaciones específicas para la relación entre la violencia, el patriarcado y las mujeres. En la mayor parte de los proyectos estado-nacionales latinoamericanos, las mujeres figuraron como elementos constitutivos de la cultura nacional, pero subordinadas al carácter viril de la nación. Su rol obligado como reproductoras biológicas las yuxtapuso, ideológicamente, a la función de transmisoras de la “cultura nacional” (Yuval, 1993). La concepción de una supuesta homogeneidad racial respaldó este concepto de cultura nacional y también el de ciudadanía: el control de las mujeres se volvió un elemento central, una piedra angular para la reproducción de los ideales elitistas de homogeneidad nacional. 

De ahí que la movilidad femenina entre fronteras nacionales sea vista como un problema político tanto para los estados nación de donde parten, como para aquellos adonde llegan las mujeres. Históricamente, esta movilidad fue castigada con excesos de crueldad en los territorios fronterizos (Guizardi et al., 2019). Por lo anterior, los contextos fronterizos condensan de forma excepcional la violencia estructural y de género, conectando estos patrones de subordinación local territorializada de los estados nacionales a las desigualdades (económicas, políticas y sociales) a escala global (Morales y Bejarano, 2009). 

Este capítulo abordará los vínculos entre los conceptos de género y de frontera en las ciencias sociales contextualizando los usos articulados de estos términos en los debates latinoamericanos. Las discusiones se dividirán en tres momentos. Primero, se discutirá la emergencia, a partir de la década de 1980, de la díada género-fronteras en el estudio de las experiencias de mujeres que viven, transitan y trabajan entre México y Estados Unidos. Segundo, se revisará la aplicación de estos debates en Sudamérica, especialmente desde la década de 2000. Tercero, se reflexionará sobre las formas de agencia femenina en territorios fronterizos latinoamericanos. 

Perspectiva de género en la frontera México – Estados Unidos

En las ciencias sociales, la relación frontera-género empezó a ganar centralidad en la década de 1980, cuando las zonas limítrofes entre México y Estados Unidos emergieron como un espacio privilegiado para comprender la experiencia transfronteriza femenina. La obra de Anzaldúa (1987) es considerada fundacional en este campo crítico. Sus escritos interpelan la historia social y política del espacio atravesándola con las historias personales y familiares de la autora. Esta intersubjetividad crítica es lo que le facilita “abrir” la frontera a partir de su presencia en ella, situando su cuerpo, su experiencia del género y de la violencia como facilitadores de una historiografía donde el sujeto subalterno se convierte en el centro de una comprensión del espacio. 

Desde entonces, las aportaciones de investigadoras latinoamericanas en diferentes puntos de esa frontera son una contribución central. Ellas contribuyeron a superar la invisibilización de las discriminaciones étnicas, raciales y de género en territorios fronterizos. Estos estudios proponen entretejer la perspectiva histórica de los géneros en las fronteras desde diversas disciplinas: literatura, antropología, sociología y psicología (Lugo, 1990; Woo, 2004; Monárrez, 2013; Segato, 2013). Entre sus varias conclusiones, se pueden destacar al menos cinco. 

La vulnerabilidad laboral que enfrentan las mujeres en estos espacios se articula al ámbito doméstico, en sus relaciones con sus parejas y con los miembros masculinos de sus familias (Molina, 1985). 

La vulnerabilidad laboral femenina en esta frontera se radicalizó con la expansión de las maquilas, empresas que desde 1965 se empezaron a asentar en las ciudades del lado mexicano de la frontera. Utilizaban materias primas y mano de obra locales (sin pagar impuestos), produciendo mercancías que serían vendidas en sus países de origen. En la década de 1980 las empresas maquiladoras se multiplicaron, cambiando el paisaje fronterizo. Ellas representaban una salida laboral femenina a una situación generalizada de desempleo (solo el 10% de los empleados eran del sexo masculino). La empleabilidad femenina impulsó profundas reestructuraciones en la división sexual de las responsabilidades productivas y reproductivas, radicalizando la explotación de las mujeres. Los hombres se sentían desplazados de su rol de proveedores económicos, lo que culminó en brotes de violencia de género que tenían origen en el hogar y se multiplicaban y naturalizaban en el ámbito público (Molina, 1985). 

Las mujeres migrantes indocumentadas enfrentaban una mayor cantidad de violaciones de derechos humanos en el cruce fronterizo hacia Estados Unidos (Woo, 2004). Su condición de género contribuía a la configuración de un encadenamiento de violencias que se iban magnificando a lo largo del itinerario migratorio hasta la frontera. 

A inicios del siglo XXI, centenares de mujeres que trabajaban en las maquilas de Ciudad Juárez (México) fueron asesinadas brutalmente (unas 400 entre 1994 y 2004). Pese a la enorme repercusión de estos feminicidios, los asesinos siguieron desconocidos e impunes. Expandiendo las reflexiones sobre la deshumanización de los sujetos transfronterizos, de cara a comprender estos homicidios, se desarrollan los trabajos de diversas autoras. En ellos, se analiza cómo los circuitos económicos transfronterizos configuran formas de violencia estructural que son particularmente destructivos para las mujeres y géneros no-masculinos (Monárrez, 2013).

La violencia promovida por el narcotráfico en territorios fronterizos está diferencia por géneros. La acción de los narcotraficantes estaría respaldada en lógicas organizativas definidas por la existencia misma de la frontera y basadas en extorsionar, coaccionar y violentar, pero todo ello con impactos diferentes entre hombres y mujeres (Sandoval, 2012). 

Averiguando las dimensiones sociales de esta lógica del narcotráfico, Campbell (2008) recrea, mediante 50 entrevistas en profundidad y observaciones etnográficas, la experiencia de mujeres contrabandistas de drogas en la frontera mexicano-estadounidense entre Ciudad Juárez y El Paso. Identifica una jerarquía en la cual ubica cuatro diferentes posiciones femeninas en el mundo del narcotráfico transfronterizo: 

Señores de la droga femeninos: mujeres con la más alta jerarquía en las organizaciones, que alcanzan un importante poderío económico y logran independizarse de algunos roles de género.

Nivel medio de la organización: mujeres que trabajan sin los beneficios y las ganancias de la posición superior jerárquica pero que, no obstante, logran ser mayormente independientes en términos económicos (en comparación con mujeres que realizan otro tipo de trabajos remunerados). Empero, ellas se encuentran fuertemente victimizadas y afectadas dentro de un mundo con códigos masculinos.

Mulas de bajo nivel: las que transportan la droga en su cuerpo, ya sea introduciéndola por la vía vaginal o por intervenciones quirúrgicas. En esta arriesgada función, las mujeres con vulnerabilidades económicas y sociales –por ejemplo, las madres solteras–, encuentran una estrategia para lograr devenir proveedoras del hogar sin necesidad de contar con una pareja masculina. 

Mujeres conectadas con hombres en el mundo de las drogas: estas mujeres son las “menos liberadas” por relacionarse con el mundo del narcotráfico a través de sus lazos sentimentales con los hombres que lo integran.

A través de las experiencias de mujeres en estas cuatro posiciones, se evidencia el trastrocamiento de las relaciones de género y el cambio de roles, posición y estatus social que ellas promueven y experimentan al encontrarse insertas en las redes del narcotráfico. Estos estudios demuestran, entonces, que las mujeres situadas en los altos puestos de la jerarquía de las organizaciones criminales adquieren poder económico y relativa independencia de la dominación masculina. Simultáneamente, aquellas situadas en posiciones inferiores jerárquicas serán maltratadas y estarán expuestas a niveles elevados de violencia (física, económica, material, emocional). 

Fronteras sudamericanas

Los debates sobre género en espacios limítrofes sudamericanos solo empezaron a cobrar protagonismo en las ciencias sociales desde 2000 en adelante. Un ejemplo de este esfuerzo es el trabajo de Viteri et al. (2017), quienes comparan los mercados (i)legales caracterizados por la trata de personas y el tráfico de migrantes en las zonas fronterizas de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil y Argentina. Con este ejercicio, las autoras identifican dinámicas y relaciones de poder que permiten comprender la reproducción y/o la ruptura de los estereotipos y mandatos de género. 

Parte de estos nuevos estudios emergieron debido al creciente interés internacional sobre la problemática de la trata humana. En 2002, la Organización Internacional del Trabajo declaró que prevenir y punir las redes ilegales que mueven este tipo de trata en las zonas fronterizas latinoamericanas era prioritario, dada la gravedad de la vulneración de los derechos humanos en estas redes (OIT, 2002, p. 16). El tema adentró fuertemente a la agenda de investigadores/as que trabajan en la triple frontera del Paraná (Argentina-Brasil-Paraguay), el trifinio más transitado de Sudamérica. Los diagnósticos apuntan a que la trata humana en esta triple-frontera está articulada con los circuitos turísticos, comerciales y políticos de la zona fronteriza, que se globalizaron fuertemente en las últimas décadas (OIT, 2002). Seaman (2012) describe a esta triple frontera como “el sueño de contrabandistas” a causa de lo que identifica como la laxitud de las autoridades locales en el control de actividades ilícitas. Según el autor, el contrabando entre Paraguay, Brasil y Argentina mueve el tráfico de productos muy variados: desde ropas y juguetes hasta automóviles y drogas. La trata humana sería, entonces, parte de este contexto polifacético de institucionalidad del contrabando y del tráfico transfronterizo. Dos tipos específicos de trata humana con fines sexuales operarían en esta región.

De niñas y adolescentes. De acuerdo con el Programa de la Organización Internacional del Trabajo para la Eliminación del Trabajo Infantil, en 2003 unos 3.500 menores de 18 años enfrentaban algún tipo de violencia sexual en esta triple frontera (Zsögön, 2013). Específicamente en el caso de la trata sexual, los estudios asumen que la mayor parte de las víctimas en este territorio son las niñas y adolescentes paraguayas de entre 8 y 18 años (Seaman, 2012). Paralelamente, la provincia argentina de Misiones también se convirtió en aquello que Tarducci (2006) denomina irónicamente un “paraíso de las adopciones” de menores por parte de familias europeas. Las adopciones no están plenamente reguladas y se carece de evidencias para conocer los medios por los cuales se desarrollan, sirviendo, frecuentemente, como un puente para la trata y/o tráfico de niñas con fines sexuales. 

De mujeres mayores de edad. Analizando los testimonios de varias de ellas, Barvinsk (2014) dilucida que la triple frontera del Paraná constituye una “zona de servicios” que emplea predominantemente la mano de obra femenina informal. En ella, los límites entre el comercio y el crimen se desdibujan frecuentemente (Lima y Cardin, 2019). En estas interacciones liminales, las mujeres se involucran en actividades criminales, exponiéndose a las redes de trata. Generalmente, ellas son cooptadas por un familiar, pareja, vecino o amigo cercano. Los límites entre violencia de género y lazo familiar o afectivo serían tan liminales en la vida de estas mujeres como el cruce entre legalidad e ilegalidad en el desempeño de las actividades y servicios fronterizos (Barvinsk, 2014). 

Otro de los campos de investigación desarrollados en esta triple frontera refiere a los estudios sobre las movilidades transfronterizas y su interrelación con las transformaciones de los lazos familiares, roles de género y la sobrecarga (re)productiva femenina (Profit, 2015). Paraguay sostuvo, durante muchos años, el puesto de segundo destino migratorio prioritario de los/as brasileños/as, detrás solamente de Estados Unidos. Entre 1980 y 1990, el flujo migratorio desde Brasil hacia territorios paraguayos aumentó considerablemente, debido a una serie de factores (Ribeiro y Geusina, 2008).

Del lado paraguayo de la frontera, los/as brasileños/as migrantes son vistos como entes perturbadores para el orden público (a raíz del pasado conflictivo entre estas naciones y su larga historia de recelos identitarios) y sufren constante asedio policial (Ribeiro y Geusina, 2008). Gran parte de estos/as migrantes no logran ser contemplados/as por los sistemas de protección civil en ambos países (Albuquerque, 2012), viviendo una experiencia marginal de ciudadanía, con precario acceso a la salud y educación públicas, a la jubilación formal y a los servicios de abastecimiento de agua y luz. Todos estos factores son vividos con más intensidad en el caso de las mujeres, quienes se hacen cargo de las responsabilidades de reproducción social de las familias, entre las cuales se incluyen el cuidado y atención a menores y mayores de edad. 

A su vez, Báez (2017) realizó entrevistas en profundidad con trabajadoras domésticas paraguayas empleadas en Foz do Iguazú (ciudad brasileña del trifinio). Utilizando técnicas cualitativas, reconstruyó su perfil socioeconómico, afirmando que la mayoría de ellas: 1) tiene entre 17 a 30 años, 2) cuenta con la educación secundaria terminada, 3) provienen de las comunidades rurales de Paraguay y 4) no poseen documentos migratorios en Brasil. Su estudio demuestra que las mujeres optan por una vida transfronteriza a raíz de procesos de marginación social, económica y laboral en su país de origen. Así, la precariedad laboral en Paraguay y la rentabilidad cambiaria de la moneda brasileña impulsa a las mujeres paraguayas a buscar trabajos domésticos en Foz. 

No obstante, una vez se insertan en estas labores en territorio brasileño, su vulnerabilidad tiende a incrementarse: los empleadores usan su condición de indocumentación para forzarlas a realizar más labores de las que deben (Báez, 2017). Esta sobrecarga de trabajos domésticos y de cuidado termina por extender su jornada laboral por sobre los límites legales. Asimismo, ellas cobran menos que lo establecido legalmente en Brasil y sufren procesos de discriminación racial, étnica y de género. De esta forma, las tareas domésticas constituyen un mercado laboral transfronterizo que traspasa la responsabilidad de la reproducción social de las familias brasileñas a las mujeres paraguayas, quienes desarrollan estas funciones bajo condiciones de explotación, denigración y vulneración (Profit, 2015). 

Un tercer campo de estudios en las fronteras sudamericanas refiere a la vinculación entre género y cuidados. El concepto de cuidados alude a las diversas expresiones cotidianas en que esta práctica puede manifestarse: los cuidados remunerados y no remunerados (con o sin contrato), realizados dentro o fuera de la casa, en un país o entre varios (Gonzálvez, 2016). Estas actividades, asignadas cultural e históricamente a las mujeres, hacen posible la reproducción de la vida. Las investigaciones apuntan a que la configuración de una desigualdad de género en la distribución de dichas tareas en los distintos lados de las fronteras nacionales articula formas específicas de inserción femenina. Estas, simultáneamente, conectan a las mujeres que migran o que se desplazan a través de las fronteras en una cadena de transferencia de las sobrecargas del cuidado. La desigualdad –entre la obligación de cuidar y la falta de apoyos a los que derivar estas responsabilidades– empuja a las mujeres a complejas cadenas de precarización laboral y constituyen, asimismo, una desprotección, dado que ellas están del todo descubiertas del derecho de recibir cuidados (Woo, 2004). 

Hay estudios pioneros sobre este tema desarrollados en diferentes áreas fronterizas chilenas y, más particularmente, en la región de Tarapacá, que tiene muchos kilómetros de frontera con Bolivia (Leiva et al., 2017). En Iquique, la capital de la región, Tapia y Ramos (2013) estudiaron la acción de los servicios religiosos como institución de acogida y apoyo en el proceso de inserción de mujeres bolivianas transfronterizas. Las condiciones de cercanía que posee Tarapacá con respecto a Bolivia les permiten cierta flexibilidad en la generación de estrategias para la reproducción social de sus familias y de su propia experiencia migrante mediante la circularidad entre territorios. El retorno circular al país de origen se mantiene como una opción plausible. Esta flexibilidad está apoyada por la condición más accesible a los trabajos por parte de los migrantes, ya sea por el carácter de estos (precarios), o por las redes transnacionales/transfronterizas que los condicionan. 

Analizando precisamente estos patrones de migración circular fronteriza en Tarapacá, Leiva et al. (2017) investigan sobre la experiencia de migrantes bolivianas en el trabajo doméstico y en los servicios del cuidado en esta región, enfocándose en las trayectorias y condiciones laborales de las trabajadoras. Demuestran que estas migrantes permanecen un máximo de tres meses en Chile, sin buscar establecerse en el país. Esto debido a las responsabilidades de cuidado y de reproducción social de sus propias familias en el lado boliviano de la frontera. Este patrón circular determina su discontinuidad laboral y las expone a experiencias laborales caracterizadas por diversos tipos de abuso. Consecuentemente, la circularidad laboral implica costos económicos de largo plazo para las migrantes (inhabilita acceso a jubilación, vacaciones, licencia de salud), a la vez que acarrea fuertes consecuencias emocionales. En conjunto, estos trabajos ofrecen luces respecto de la importancia de analizar los cuidados como una categoría de análisis social y política centrales para entender los procesos de movilidad transfronteriza.

Agricultora aymara peruana seleccionando tomates para venderlos. Valle de Azapa, Arica (Chile), inmediaciones de la Triple- frontera Andina

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Fuente: Pablo Mardones, septiembre 2019, para Proyecto Fondecyt 1190056.

Dialécticas de agencia femenina fronteriza

Pese a la magnitud e intensidad de las violencias y desigualdades identificadas por las investigadoras y los investigadores en las fronteras latinoamericanas, gran parte de los estudios coinciden en que las mujeres poseen un rol dialéctico allí. Ellas encarnan histórica y culturalmente la sumisión específica de sus contextos cotidianos y, simultáneamente, son agentes activos de resistencia y de empoderamiento (personal y comunitario) (Morales y Bejarano, 2009).

Como demostró Renoldi (2013), la agencia de las personas que habitan en territorios fronterizos desafía constantemente los límites de la marginación estatal. Con una perspectiva etnográfica de las relaciones microsociales y macroeconómicas, la autora muestra cómo las mujeres que cruzan la triple frontera del Paraná encuentran formas innovadoras de recrear su experiencia. Con ello, ellas logran sortear y poner en juego las limitaciones y ausencias estatales –tanto de los servicios sociales, como al control de los cruces fronterizos–. Se observa que el carácter dinámico de la frontera repercute en una forma de agencia protagonizada por todos, pero particularmente por las mujeres.

Así, la violencia estatal promovida por la marginación del acceso a servicios y derechos fomenta, dialécticamente, estrategias subjetivas y grupales de resistencia que tienen, debido a la centralidad de las mujeres en el comercio y en los cuidados fronterizos, una crucial dimensión femenina.

Considerando estos aspectos, diversos autores vienen defendiendo que, en las zonas de frontera, los estados no logran destituir la acción de las personas que, a veces a escalas muy microsociales, generan y alimentan relaciones, prácticas y experiencias que extrapolan (y desafían) las rigideces estructurales. La vida y las experiencias de las mujeres transfronterizas ejemplifican lo anterior (Guizardi et al., 2019). Pero esto no implica que la gente logre destituir, como por arte de magia, las formas sociales, económicas o políticas hegemónicas. Estas dialécticas siempre operan en las fronteras en tensión con el proceso histórico de construcción de los estados nacionales. Esto implica, simultáneamente, que la relación entre acción y subordinación de los sujetos fronterizos será tanto más compleja, tanto más dialéctica de lo que se supuso históricamente en las ciencias sociales. 

Por lo anterior, los estudios del género en territorios fronterizos requieren una sensibilidad analítica hacia los matices de la relación entre agencia y estructura. Demandan perspectivas más atentas a los detalles de la acción cotidiana de agentes que, de forma inesperada, pueden dar origen a transformaciones estructurales de gran envergadura. Esto implica reconocer que las mujeres fronterizas actúan determinando la propia historia, pero a través de mecanismos que son eminentemente contradictorios.

Bibliografía

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