María Dolores Linares
El término continuidad, según la Real Academia Española, refiere a “la unión natural que tienen entre sí las partes del continuo” (https://dle.rae.es/continuidad) y, etimológicamente, este continuo implica que no presenta interrupción (Corominas, 1987). Deriva de contenere, formado a partir del prefijo con (junto, completo) y del verbo tenere (dominar, retener), es decir, el mantener unido un todo. Esta noción es utilizada en matemáticas (continuidad de funciones) o física (ecuación de continuidad), en esta última haciendo referencia a las probabilidades de conservación de una masa o de fluidos. A la conservación de la coherencia en una serie televisiva o filme también se la denomina continuidad y se consigue mediante la sucesión lógica de las escenas. Coloquialmente, cuando alguien habla “sin solución de continuidad” está manteniendo esa “unión natural” sin admitir interrupciones, hablando sin parar.
En las ciencias sociales, los estudios históricos abordan el par dicotómico cambio/continuidad dentro de los procesos sociales. En una línea temporal, la continuidad social da cuenta del mantenimiento de costumbres, creencias o instituciones en determinados grupos y su permanencia sin interrupción. Mientras que en esta disciplina este término se asocia con el conservadurismo, en la ciencia política la continuidad es una variable para evaluar la eficacia de las políticas públicas o de ciertos regímenes políticos, por ejemplo. Para el derecho, por otra parte, la continuidad ofrece beneficios jurídicos, como es el caso del principio de continuidad laboral o la usucapión (cuando se adquiere un derecho de propiedad por su uso continuado en el tiempo).
Para los estudios fronterizos en general, en donde el pensamiento geográfico cumple un papel fundamental, existe un consenso en afirmar que la frontera implica la discontinuidad entre dos espacios, es decir, se trataría de lo contrario a “mantener unido”. Entendida de esta forma, la frontera en tanto barrera no solo interrumpe los espacios, sino que esta discontinuidad accionaría, siguiendo a Foucher (1991), sobre las soberanías, las historias, las sociedades, las economías, incluso también –pero no siempre– sobre los idiomas. Es que, con la consolidación del estado como entidad jurídica y territorial, primero en Europa y luego en América, la frontera comenzó a tener una “cualidad sacra” (Douglass, 1994, p. 44), como si se tratara de un límite inviolable, infranqueable. Al interior del límite se encontraba un territorio con características homogéneas. Aquello que “continuaba” más allá de las fronteras, que demostraba su porosidad, fue entonces objeto de preocupación tanto de estadistas como de académicos.
A continuación, se presentarán en líneas generales y no exhaustivas, las perspectivas que, desde el pensamiento geográfico, la antropología, la historia y las relaciones internacionales, han centrado su atención en las continuidades que atraviesan las fronteras internacionales. Luego, se propondrán herramientas conceptuales para el abordaje de lo “transfronterizo” para finalizar indicando ejemplos concretos de este objeto de estudio tanto en Europa como en América Latina.
Continuidades y fronteras
Los enfoques que han abordado la frontera como separación y discontinuidad han tenido sus orígenes en la geografía política clásica y prevalecieron hasta mediados del siglo XX, poniendo el acento en la figura del estado-nación como el principal actor –sino el único- del sistema internacional. Esta mirada “de arriba hacia abajo” todavía se observa, en parte, en aquellos trabajos que, desde una escala nacional o global, focalizan en la discontinuidad espacial analizando las instituciones, las políticas públicas y los controles fronterizos, cada vez más informatizados y deslocalizados. A fines de la década de 1980 y durante la de 1990, algunos ensayistas y pensadores vaticinaban la caída de los estados-nación como unidades de poder en las relaciones internacionales, por su debilidad frente a algunos flujos (de personas, de divisas, de información) que no “respetaban” su soberanía: era “el fin de los estados”. Sin embargo, no sólo las fronteras no desaparecían, sino que eran reforzadas con muros y vallas.
De esta manera, desde fines de la década de 1980 algunos de los cambios desestabilizadores del proceso de globalización (los tráficos ilegales, el resurgimiento de nacionalismos o los flujos económicos transnacionales) propiciaron la aparición de nuevas líneas de investigación sobre las fronteras y renovaron las ya existentes. Dentro de esta renovación se destacan los aportes de la perspectiva crítica de la geografía política a partir de los trabajos de Raffestin (1974, 1980) y Foucher (1991), entre otros, y de la nueva geografía regional anglosajona, gracias a las investigaciones de Paasi (2005) y Newman (2006a, 2006b), entre otros. Se multiplicaron los trabajos que, a partir de una observación multiescalar, analizaban las relaciones asimétricas entre el poder del estado y los poderes de las sociedades que habitaban las fronteras. Se demostró, en algunos casos, la tensión que implica la interacción entre una institución que opera como ente homogeneizador de territorios e identidades hegemónicas con, por otro lado, las prácticas, representaciones, construcciones identitarias y circuitos de las sociedades que viven en/con/pese a la frontera. Enriquecida entonces a partir de la geografía crítica, la antropología social y la sociología, la misma noción de frontera fue distanciándose de la idea de límite e incorporando la noción de continuidad, presente en la hipótesis del cruce que se debe controlar (Kralich, Bendetti y Salizzi, 2012). Acompañando los debates desarrollados en el seno de la geografía sobre el concepto de territorio, en las últimas décadas los estudios fronterizos se focalizaron en aquellas continuidades que, más allá y junto con la territorialidad estatal, habilitaban nuevas territorializaciones y creaban espacios, esta vez, transfronterizos.
Entonces, entendiendo a las fronteras como porosas y permeables, la noción de espacio transfronterizo fue cada vez más utilizado en los estudios multiescalares o multinivel sobre los flujos y en las redes que se forman pese a las líneas de separación (Reitel y Zander, 2004; Abínzano, 2004). Como explica Benedetti (2018), el prefijo “trans” en los estudios de fronteras latinoamericanos, utilizado para poner el acento en aquello que cruza, generó nuevos conceptos, como transfrontera (Valenzuela, 2014), región transfronteriza (Pinto, 2011) o procesos de transfronterización (Rückert, Carneiro y Uebel, 2015).
A partir de las escalas utilizadas, los conceptos y los actores puestos en juego, se reconocen dos líneas de investigación que han aportado a los estudios sobre espacios transfronterizos: la de “fronteras contestadas” y la institucionalista (Porcaro, 2017), que serán analizados en los próximos dos apartados.
Cruces, circuitos y prácticas transfronterizas
La perspectiva de las fronteras contestadas utiliza las escalas micro y mezzo para centrarse en los procesos, las dinámicas sociales, culturales y económicas que desafían la idea de frontera como separación. Las ideas sobre la desterritorialización (Deleuze y Guattari, 1980) y reterritorialización ayudaron a comprender de qué manera, pese a la asimetría del poder de los actores intervinientes, alrededor de las fronteras se superponían territorialidades que respondían a diversas prácticas sociales y que la trascendían. Por eso, esta perspectiva puede denominarse de “fronteras contestadas”, reuniendo trabajos etnográficos que retoman aspectos materiales y simbólicos de la frontera para dar cuenta de la vida cotidiana, el trabajo (trabajo de frontera), las experiencias y representaciones sociales de sus habitantes. La interdisciplina propia de los estudios fronterizos dio lugar a fructuosos entrecruzamientos de problemáticas socioespaciales: frontera y género, frontera y trabajo, frontera e identidades nacionales, frontera y expresiones artísticas, frontera y movimientos sociales, etcétera.
Bajo el paraguas de esta línea, en Latinoamérica se han desarrollado numerosas investigaciones que buscaron caracterizar y explicar los circuitos transfronterizos en diferentes espacios. Para describir el fenómeno de la circulación a través de la frontera (Tarrius, 1992; Cortés y Faret, 2009) por diversos motivos y por períodos cortos de tiempo, que no implican radicarse en “el otro lado”, diferentes autores retoman la noción amplia de movilidad espacial. Siguiendo a Benedetti (2011), las movilidades espaciales, en tanto relaciones sociales que producen y reproducen las continuidades en los espacios fronterizos, implican el manejo de distintas localizaciones, personas y bienes, abarcando los transportes, los flujos, las migraciones, las remesas, las circulaciones con un abanico de motivaciones en juego.
Otro campo de estudio centrado en las continuidades a través de las fronteras se relaciona con esta línea descripta por su objeto y escala de análisis, pero en este caso se pone énfasis en las circulaciones de larga duración. Estos trabajos se basan en las continuidades resultantes de las territorialidades preexistentes al establecimiento del límite internacional, aquello que Hagget (1994) llamó fronteras superpuestas. Este tipo de espacio evidencia modelos sociales y económicos ya existentes y son característicos en los estados colonizados que heredan una frontera impuesta pero que poco tiene que ver con las divisiones culturales, económicas, sociales y ambientales previas a la colonización. En general, a partir de los aportes de la historia y la antropología (Barth, 1969), las continuidades analizadas en estos estudios focalizan en construcciones identitarias culturales e incluso étnicas. Esta línea es útil para comprender la complejidad de los procesos de fronterización como problemática histórica, especialmente en aquellos casos en los que se involucran el accionar del estado moderno con las naciones indígenas.
En este sentido, algunos ejemplos de esta línea los encontramos en el trabajo coordinado por Bandieri (2001), que se apoya en la noción de frontera como espacio social para dar cuenta de las particularidades regionales en el período de formación de la frontera argentino-chilena. Matossian y Vejsbjerg (2016), por otro lado, indican que uno de los tramos de este extenso límite internacional, la región de Araucanía (Chile) – Norpatagonia (Argentina), ha sido abordada en los últimos años como un espacio fronterizo regional no solo por historiadores sino por geógrafos y otros científicos sociales que intentan superar la idea de barrera o el carácter nacionalista de los estudios de frontera. En general, en estos trabajos se observa la caracterización, en términos de Benedetti (2011), de las continuidades generadas por las espacialidades transversales que existían previamente al establecimiento del límite internacional.
Espacios transfronterizos “desde arriba”
La segunda gran línea de investigación sobre los espacios transfronterizos amplía la escala de observación y, desde una perspectiva institucionalista, analiza los procesos políticos a nivel macro y micro para la formulación de programas de cooperación transfronteriza. Utilizando como campo el ejemplo europeo, se retoman los términos de área y región fronteriza/transfronteriza y cooperación transfronteriza. Los casos estudiados se enmarcan en un proceso de integración en marcha y en áreas lejanas a las regiones centrales de los estados-nación miembros. En esta línea cobra importancia la paradiplomacia y el accionar de sujetos variados, desde actores políticos regionales y locales (regiones, estados subnacionales o provincias, municipios, barrios), a organismos no-gubernamentales locales (ONG), o gremios y grupos de interés, que se organizan en grupos de trabajo o comisiones (Coletti, 2010). Como establece Perkmann (2003), para que las relaciones institucionales tengan estabilidad y continuidad en el tiempo, se deben construir mecanismos de concertación entre las administraciones locales y los demás actores capaces de gestionar exitosamente los aspectos específicos de las problemáticas transfronterizas.
Pensando las continuidades/discontinuidades
Una herramienta conceptual propicia para abordar las continuidades puede ser el de espacio transfronterizo (Linares, 2017). Este se puede entender como un espacio donde la movilidad y el intercambio prevalecen sobre lo estático, donde las continuidades atraviesan los límites de manera constante, promovidas o no por las autoridades institucionales (locales, nacionales) que lo componen. El espacio creado por estas continuidades puede comprender ciudades, zonas rurales y semi rurales, etcétera, atravesados por un límite internacional con una vinculación física, social, institucional y política, definida por prácticas sociales que hacen a una vida en común más allá de las decisiones del poder central de cada estado. Estas prácticas y tipos de vinculaciones (sociales, económicas, culturales, etcétera) deben mantenerse en el tiempo aún después de cambios en las coyunturas económicas e institucionales que afecten el espacio transfronterizo (Reitel y Zander, 2004). Además, la existencia de instancias de cooperación intergubernamentales a nivel local podría contribuir al desarrollo y consolidación de este tipo de espacios.
Como advierte Tapia Ladino (2017), el análisis de los espacios transfronterizos se ha enriquecido a partir del estudio de conglomerados urbanos fronterizos, debido principalmente a los intentos de objetivación analítica que produjeron esquemas interpretativos e intentos de sistematización. La autora indica que las modelizaciones propuestas, que sistematizan las características que debe cumplir un espacio transfronterizo, han suscitado importantes debates, especialmente en torno al carácter conflictivo que éstos pueden implicar. En ocasiones las nociones teóricas que sustentan la formación de espacios transfronterizos no admiten la idea de conflicto que trae implícito la presencia de asimetrías y desigualdades a cada lado del límite.
Por esta razón, esta autora insiste sobre la importancia del anclaje territorial al intentar conceptualizar el espacio transfronterizo. De esta manera lo transfronterizo se vincularía con lo nacional y lo global, pero sin perder de vista las interacciones y los vínculos que se desarrollan entre las personas a la hora de cruzar la frontera, de su utilización como un recurso o una oportunidad laboral de cualquier tipo. Entonces, en cada caso, será necesario poder desentrañar la naturaleza de los cruces, sus motivaciones, su estabilidad y continuidad en el tiempo, las estrategias de reproducción que giran en torno a esta circulación, para luego vincularla con las escalas nacionales y globales.
En la frontera el mapa de poder (Butler et al., 1992) es especialmente complejo, dado que se trata de un doble espacio en sí mismo: límite y unión, transición y freno, todo se puede detener en las fronteras intermitentemente, en ese cambio de soberanía y sistema de poder. El hecho de poder sacar el mejor partido de cada espacio y de mantener relaciones ambiguas con los poderes estatales son entonces rasgos característicos de las sociedades que alimentan las continuidades transfronterizas. El desafío es poder dar sustento teórico a los conflictos que se originan en el uso, la apropiación y la generación de lugares de circulación, de venta, de compra, de descanso, de espera, en todos aquellos encuentros que van dando forma al espacio transfronterizo, justamente allí en los intersticios que quedan entre la prohibición y el permiso (Linares, 2017).
Algunas continuidades transfronterizas
La preocupación por las continuidades, a través de las fronteras nacionales, llevaron a la realización de proyectos de cooperación transfronteriza en Europa a partir de la década de 1950, espacialmente entre los países escandinavos, entre Alemania y Francia y entre Alemania y Holanda, cuando los representantes de localidades fronterizas planteaban la superación de las fronteras internacionales para lograr fines comunes. Más tarde, el Consejo de Europa definió las bases legales de cooperación en 1980 mediante la Convention-cadre européenne sur la coopération transfrontalière des collectivités ou autorités territoriales. En dicha convención, el Artículo 2 define la cooperación transfronteriza, como “toda acción coordinada destinada a reforzar y a desarrollar las relaciones de vecindad entre colectivos o autoridades territoriales dependientes de dos o más partes contrayentes, así como las firmas de acuerdos y pactos útiles para tal objetivo” (Consejo de Europa, 1980:2). Este tipo de cooperación fue oficializada a nivel supranacional mediante el Reglamento (CE) 2.760/98 relativo a la ejecución de un plan de cooperación transfronteriza en el marco de los programas Phare e Interreg. Los ejemplos europeos de cooperación transfronteriza en Basilea, Ginebra y Luxemburgo analizados por Sohn (2010) están regulados por numerosos vínculos de índole política que refuerzan los proyectos de desarrollo económico y social.
Teniendo en cuenta la realidad latinoamericana, no fue la institucionalista sino la línea de investigación de las fronteras contestadas la que ha sido más fructífera. Una evidencia de lo anterior se encuentra en el caso paradigmático que ha marcado un horizonte en el ámbito de los estudios fronterizos: el de la llamada frontera norte, aquella que vincula a México con los Estados Unidos. La línea fronteriza que separa/une a estos dos países tiene una extensión de 3.185 km y reúne dos decenas de aglomeraciones urbanas fronterizas, siendo Tijuana–San Diego la más abordada académicamente. Mientras que autores como Macias (2007) o Iglesias Prieto (2014) proponen el término de región fronteriza o transfrontera para este espacio en virtud de la profundidad de los vínculos a uno y otro lado del límite, otros como Cornelius (2001) o Massey, D. S., Pren, K. A. y Durand, J. (2009) resaltan las barreras físicas, las asimetrías y las graves violaciones a los derechos humanos que los vallados y los muros –productos de las políticas migratorias restrictivas de los Estados Unidos- han tenido como consecuencia.
La región sudamericana, por otra parte, presenta un centenar de casos de aglomeraciones transfronterizas que articulan movilidades multiescalares vinculadas al comercio fronterizo, por ejemplo, que Benedetti (2011) sistematizó en las siguientes: consumos fronterizos cotidianos, comercio multinacional, paseo de compras transfronterizo, comercio hormiga, tráficos ilegales, ferias campesinas y comercio multinacional con aprovechamiento de movilidades transfronterizas (en las figuras de paseros, por ejemplo). Se encuentran entonces casos en donde prevalecen uno o dos de estos tipos de movilidades y casos más complejos que presentan la totalidad de los tipos. En ese sentido, mientras que entre Paso de los Libres (Argentina)-Uruguayana (Brasil) predomina el comercio multinacional, entre las ciudades de Foz de Iguazú (Brasil), Puerto Iguazú (Argentina) y Ciudad del Este (Paraguay) se pueden observar tanto el comercio multinacional, el comercio hormiga, el consumo fronterizo cotidiano, los tours de compras y la actividad de los paseros, todas al mismo tiempo.
En el caso del paso internacional Chacalluta-Santa Rosa, que une Tacna (Perú) con Arica (Chile), además del consumo fronterizo de los chilenos en Tacna o del comercio hormiga de los pacotilleros y las cachineras peruanas en Arica (Tapia y Parella, 2015), también se observan cruces por motivos laborales (en el rubro de albañilería, por ejemplo) o turísticos cotidianos, aunque las ciudades se encuentran a casi 60 km una de otra. Para el caso de la aglomeración urbana formada por La Quiaca (Argentina) y Villazón (Bolivia), Kralich et al. (2012) describen el trabajo de los paseros como un eslabón en la cadena de comercialización transfronteriza, que se caracteriza por la sobre explotación, el trabajo infantil, la precariedad laboral y la informalidad. Un caso similar se ha registrado en la aglomeración de Posadas (Argentina)-Encarnación (Paraguay) en la cual se han reconstruido las circulaciones transfronterizas, los lugares de frontera y las estrategias del “saber circular” de las paseras paraguayas en su labor cotidiana entre las dos ciudades (Linares, 2017).
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