Ernesto Olmedo y Marcela Tamagnini
Según la RAE, defensa se vincula con la acción de defender o defenderse, con un arma con la que alguien se defiende, con el amparo, la protección o el socorro (https://dle.rae.es/defensa). También, puede relacionarse con una fortificación o un muro. Mientras que en términos concretos las menciones podrían extenderse hasta incluir una línea defensiva, desde una perspectiva más abstracta refiere a una actitud natural de protección, que puede aproximarse tanto a la violencia y la agresión como a una razón o motivo. Inclusive, en términos jurídicos, la defensa suele aparecer personificada en los abogados, profesionales naturalmente encomendados para defender y, bajo esos cánones, para litigar.
Por su lado, el juego y el deporte -especialmente aquellos de práctica colectiva- evidencian la utilización de este término. De hecho, es sabida la existencia de antiguos clubes barriales en los que se practican distintos deportes que llevan por nombre Defensores de… En las formaciones de esos equipos (fútbol, hockey, rugby, etc.) cobran relevancia la posición de los defensores, siendo muy valorado el carácter aguerrido de quienes ocupan ese lugar, en tanto permiten contener o derribar al adversario –habitualmente un atacante– muchas veces sin ser advertidos. A su vez, quien comanda el equipo dentro de la cancha recibe el nombre de capitán, evidenciando así la transposición al deporte de un conjunto de términos de neto corte guerrero.
La noción de defensa adquiere un sentido especial si se la vincula con los procesos fronterizos. En muchos de ellos se puede observar que las hipótesis y/o acciones de defensa militar constituyen un eje central para la construcción de la alteridad. En el cono sur, un ejemplo temprano de fortificación defensiva frente a la amenaza de piratas primero y ejércitos imperiales luego, fue Cartagena, apostada sobre la costa del mar Caribe en la actual Colombia en la segunda mitad del siglo XVIII. Por otro lado, hacia fines del mismo siglo se destaca la línea de fuertes y fortines trazada por la monarquía borbónica para defender las tierras ya conquistadas de los avances de las poblaciones nativas que habitaban la llanura pampeana y el Gran Chaco. Las mismas convivieron con construcciones similares, pero de mayor potencia y eficacia defensiva destinadas a resguardar puntos estratégicos de las costas rioplatenses de los ataques de los portugueses.
No es extraño escuchar decir que “no hay mejor defensa que un buen ataque”. Esta frase de sentido común remite a representaciones variadas. La defensa es así un término que tiene múltiples usos. Vinculada con el mundo de los instintos, la expresión tiende puentes sinonímicos que la relacionan con acciones de tipo invasivo y destructivo que pueden ser encuadradas dentro de la lógica del resguardo. Esta presunción encierra una fuerte carga ideológica derivada del -muchas veces resignificado y actualizado- discurso evolucionista de supervivencia de los más aptos o, en términos bélicos, los que “atacan primero” por sorpresa y por la espalda. ¿Por qué ambos términos aparecen íntimamente asociados? ¿A qué remite esta expresión? ¿Cuál es su significado y qué implica?
A continuación, se presentan algunos aspectos centrales del tratamiento de la defensa, organizados en cuatro secciones. La primera se titula Sobre el arte de la defensa y está dedicada al examen de los aportes efectuados por algunos teóricos modernos, tales como Maquiavelo y Clausewitz. Luego, en la sección Defensa y guerra se avanza en el análisis de este último concepto que está indisolublemente ligado a la noción de resguardo o defensa. Ahora bien, su abordaje requiere atender a los aspectos contextuales que la acompañan, los cuales son incluidos en la tercera sección La defensa y sus múltiples dimensiones. Finalmente, se reflexiona sobre La defensa en las fronteras indígenas del extremo sur americano donde se describen situaciones de defensa de la Corona española en las fronteras del extremo sur americano.
El arte de la defensa
La existencia de un enemigo real, concreto o potencial que en cualquier momento puede atacar obliga a montar una estructura, una estrategia o un plan defensivo. En ese marco, la defensa es un concepto clave para la logística militar, un objetivo que se ejerce de manera conjunta con el ataque. Sin embargo, el término no puede ser explicado a partir de su reducción, fusión y/o asociación con el anterior. La defensa va mucho más allá ya que se retroalimenta de manera constante con una política orientada, dirigida a producir sus efectos, a partir del ejercicio de la violencia o la amenaza. La defensa se asocia al orden y en su instrumentación crea instituciones para legitimarse. Ministerios, secretarías, fuerzas de orden y seguridad, son los encargados de administrar la fuerza, generar estabilidad o cambios.
Un autor clave de la modernidad, Nicolás Maquiavelo (trad. de 2007), le otorga a la defensa un lugar relevante en la vida social. En el prólogo al Arte de la Guerra, dice:
[…] si considerásemos las antiguas instituciones, no encontraríamos cosas más unidas, más acordes, y que necesariamente se prefiriesen tanto una a la otra, como éstas; porque todas las artes que se organizan en una civilización por el bien común de todos los hombres, todas las instituciones en ellas establecidas para vivir en el temor de Dios y de las leyes, serían vanas si no estuviera preparada su defensa; la cual bien organizada mantiene a aquéllas, aun cuando no estén bien organizadas. Por el contrario, de las buenas instituciones, sin ayuda militar, se desorganizan como las habitaciones de un soberbio palacio real, aunque ornadas de gemas y de oro, cuando al carecer de techo no tuvieran nada que las protegiese de la lluvia (p. 7-8).
Además de la reflexión sobre las instituciones, cabe también una mención a la defensa y sus fines. Sobre la misma también reflexionó Karl von Clausewitz, uno de los teóricos más conocidos sobre la guerra. Según Clausewitz (2006), en un contexto bélico la forma defensiva debe utilizarse solo cuando o mientras haya flaqueza, debiendo ser abandonada ni bien se fortalezca la fuerza relativa de cara a una victoria, en tanto objetivo positivo vinculado a la conquista.
Defensa y guerra
Defensa es inherente al conflicto y al enfrentamiento armado. A lo largo del tiempo, ha estado íntimamente ligada a las formas de hacer la guerra, con sus múltiples réplicas y manifestaciones en cada rincón del mundo. Clausewitz (2006) la definió como un tipo de relación humana que se inscribe dentro de la esfera de la existencia social: una disputa de intereses superiores que solo se distingue de otras disputas porque se resuelve con el derramamiento de sangre.
Este aspecto distintivo de la guerra hunde sus raíces en el pasado más remoto y se ha mantenido a lo largo del tiempo. Diversos enfrentamientos alejados temporal y espacialmente ponen al descubierto la intención de matar, dominar y expropiar. Ellos van desde los choques entre bandas y tribus bajo la modalidad de vida paleolítica a las incontables batallas y combates del mundo antiguo, medieval y moderno. Más recientemente, se pueden contabilizar las grandes y crueles guerras mundiales del siglo XX con las muertes masivas y el holocausto, la consecuente Guerra Fría con sus ensayos periféricos destinados a disipar la posibilidad de enfrentamiento entre las grandes potencias y las modernas guerras del siglo XXI caracterizadas por llevar la tecnología bélica al extremo de la sofisticación. Simultáneamente, emergieron otras formas bélicas como la guerra irregular –y sus variantes guerra irrestricta y asimétrica- guerras de cuarta generación, de baja intensidad y guerra sucia. (Delrio, 2019).
En una de sus acepciones clásicas, la guerra se piensa como “un acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario” (Clausewitz, 2006, p. 19). De manera implícita, esta premisa asume la presencia de dos componentes íntimamente asociados: oposición y fuerza. Ambos encuadran dentro de una logística militar porque debe acudir a una fuerza organizada para contener, repeler, destruir a otra, que debe además operar de manera disciplinada. Lo anterior permite observar el predominio de los actos de poder, toda vez que se pretende imponer por la fuerza una decisión o doblegar una voluntad en términos de sumisión. En tal sentido, cuando estalla la guerra se terminan las sutilezas y todo se convierte en acción y demostración, incluyendo actos de máxima brutalidad.
Pero la definición de la guerra no se agota allí. Existen varias acepciones que responden a enfoques diferentes y, por supuesto, miradas críticas sobre ella, como por ejemplo la del revolucionario ruso León Trotsky (1930) cuando planteó que
…mientras estos monos sin cola orgullosos de su técnica que se llaman hombres, guerreen y levanten ejércitos para la guerra, no habrá un solo mando que pueda renunciar al recurso de colocar a sus hombres entre la eventualidad de la muerte que les aguarda si avanzan y la seguridad del fusilamiento que acecha en la retaguardia, si retroceden (p. 232).
Más recientemente, se ha definido a la guerra como una actividad social y cultural, una forma de relación social. En esa dirección, se apunta a pensarla no solo como fenómeno histórico y político -antropológico (Rabinovich, 2018)- sino también como experiencia vivida. Para entenderla, se debe apelar a las mismas herramientas conceptuales y metodológicas utilizadas para estudiar otros fenómenos sociales. Ahora bien, no se trata de cualquier experiencia sino de aquella en donde la acción humana es repudiable en cuanto a cuestiones morales dado que ingresan en consideración aquí tanto la violencia como la muerte (Lorenz, 2015). Para una mayor complejización del concepto de guerra se acude en su lugar a la noción de estado de guerra, que habilita considerar un modo de ser de una sociedad determinada en el que la guerra determina de manera predominante, modos de funcionamiento sociales (Rabinovich, 2015).
Luego de reflexionar sobre el concepto de guerra, resta pensar en las implicancias de la defensa que, en situación de guerra, remite a la coordinación de acciones entre diferentes cuerpos organizados y especializados en variadas funciones específicas. El armamento y por ende la tecnología resultan de absoluta relevancia, muchas veces como la dimensión que posibilita el triunfo en la guerra. Desde una perspectiva menos ortodoxa, también hay que incluir la consideración de la burocracia, la cual constituye una tecnología crucial para la defensa y, por extensión, para la guerra. En términos de estructura organizativa, la burocracia del sistema defensivo resulta crucial, con efectos en los escenarios de conflicto. En otros términos, el conflicto también se administra. Por esta razón, no alcanza con la toma de decisiones tácticas en terreno, sino que resulta necesario acudir a la planificación de la estrategia general de la guerra. Por eso, Clausewitz (2006) distingue entre “guerra real” y “guerra sobre el papel”.
Ahora bien, las contiendas no se reducen al uso de la fuerza. En un contexto de guerra, la defensa puede ser de baja y alta intensidad, reflejando las relaciones entre grupos y las instancias de enfrentamiento y/o negociación que se atraviesan en un momento determinado. Precisamente, desde una perspectiva estratégica también son de utilidad la diplomacia, la negociación, la paz y la neutralización de los contendientes. Todas estas medidas sugieren que la defensa debe ser tomada como una variable, como un indicador de la intensidad de la guerra. Un ejemplo de conflicto en el que aparece una síntesis de guerra y defensa es la Guerra Fría acaecida entre 1945 y 1991, la cual se inscribe en las disputas ideológicas, políticas y militares entre los países alineados en los bloques capitalista y socialista.
En síntesis, la guerra vista desde la perspectiva de una relación de orden social refleja aspectos de las disputas y confrontaciones de sujetos, pueblos, estados e imperios. Queda abierta entonces esta pregunta: ¿se está viviendo actualmente en medio de una guerra por la información a escala planetaria?
La defensa y sus múltiples dimensiones
El sentido integral del término defensa se puede ampliar si se la relaciona con otros conceptos que dan cuenta de las diferentes dimensiones de los procesos sociales. Las seis más relevantes son la esfera política, la económica, la cultural, la territorial, la del conocimiento y la de la violencia.
Defensa y política. Clausewitz (2006) sostiene que la política es hacer la guerra por otros medios. Por ello, todas las guerras debieran ser consideradas actos políticos. Del mismo modo, cada vez que se plantea una disputa política, se utilizan consignas centradas en la derrota de los adversarios.
Defensa y economía. La defensa toca la esfera de lo económico cuando se apropian o resguardan recursos, caminos, circuitos de mercancías y/o porciones territoriales. No en vano los estudiosos de los conflictos armados han dedicado siempre algún capítulo a las finanzas de la guerra. En los procesos de defensa, la avidez, la abundancia de recursos o el sustento monetario de las acciones bélicas han definido, en muchos casos, el resultado de una batalla, el curso de una guerra o la dominación de un territorio y su gente.
Defensa y cultura. Cuando se piensa en término de fronteras, la defensa encierra una definición socio-cultural ya que remite al problema de las identidades de los grupos que se oponen o enfrentan.
Defensa y territorio. En la mayoría de los contextos históricos en los que se han desarrollado enfrentamientos armados, los territorios fueron motor, razón y circunstancia de los ataques y las defensas. La cuestión de la supervivencia en y del territorio depende de las estrategias y de las defensas montadas. Del mismo modo, puede decirse que muchos errores tácticos se han cometido por el desconocimiento territorial o por la ineficacia de los planificadores y estrategas de la guerra en el reconocimiento de puntos clave o estratégicos.
Defensa y conocimiento. Aproximadamente en el siglo V a.C. Sun Tzu, quien fue militar y teórico de la guerra en China, autor de un libro consultado por los estrategas de la guerra, planteó que en un proceso bélico el conocimiento tiene una importancia crucial. Cuando se ingresa a un territorio enemigo, se deben conocer de la manera más exacta posible, montañas, ríos, tierra altas y bajíos, elevaciones que el enemigo puede defender por considerarlas puntos estratégicos, bosques, cañaverales, juncales y altos pastizales que pueden servir para esconderse. A ello se suma el conocimiento de las distancias, los caminos, los senderos, la extensión de las aldeas y los pertrechos (Sun Tzu, 2009). El conocimiento de los puntos estratégicos es así clave para doblegar al enemigo sin dificultad. Una lectura en torno del terreno que equivoque esta consideración no conducirá en realidad a la victoria sino a la derrota, al desastre bélico. En el mundo contemporáneo, la subestimación del terreno y sus condiciones estuvieron detrás de derrotas famosas, como la del ejército napoleónico en Waterloo (1815), la del ejército alemán en Stalingrado (1943) o la del norteamericano en Saigón (1975).
Defensa y violencia. Esta dimensión excede el problema de la defensa, pero en sentido integral, ayuda a comprenderla porque lo primero que califica a la violencia es el ataque, que genera dolor y actúa contra la voluntad del otro por medio del empleo de la fuerza o la intimidación. También hay que tener en cuenta la “estricta desemejanza” de sus formas, ya que lo que está en juego no es sólo la diferente intensidad de sus prácticas sino también sus objetivos y naturaleza (Crettiez, 2009). Esa violencia puede ir más allá de la brutalidad de la fuerza física, incluyendo prácticas más invisibles o capilares que se esparcen en forma difusa y permanente.
Defensa en las fronteras indígenas del extremo sur americano
En términos generales, la defensa se planifica de modo diferenciado según el escenario de conflicto. El éxito de la empresa requiere tener en cuenta los potenciales enemigos, el contexto socioambiental y los recursos de que se dispone. En territorio americano, las estructuras defensivas y las estrategias bélicas desplegadas por los españoles fueron distintas. Esto dependía de si el objetivo de la defensa era el resguardo de los territorios ante las aspiraciones de otros imperios, generalmente próximos a zonas costeras marítimas o, en su defecto, si se trataba de los avances de las parcialidades indígenas sobre territorios ya colonizados. A continuación, se describen algunas líneas de defensa montadas en las fronteras interétnicas. En todos los casos, la estrategia militar desplegada combinó la defensa, la guerra, el conocimiento y la violencia.
La construcción de una línea militar de fuertes y fortines es una estrategia militar que, en el Cono Sur se remonta al siglo XVI con la instalación de la frontera del Biobío en el Reino de Chile. Posteriormente, se extendió al territorio pampeano. Los funcionarios españoles actuaron guiados por los principios de la guerra de posiciones, es decir, aquella estrategia de delimitación y demarcación territorial que posibilitó mediante la instalación de fuertes y fortines en línea, el avance coordinado y gradual en territorio indígena (Olmedo, 2009; 2014). Asimismo, se guiaban por la premisa de que los procesos de defensa debían estar orientados al resguardo de poblados hispánicos, caminos, mercancías transportadas en su recorrido y tierras con potencial para el pastoreo de ganado vacuno, mular y caballar (Tamagnini y Pérez Zavala, 2012).
En este contexto, la guerra contra los indígenas que poblaban el territorio pampeano no solo fue defensiva sino ofensiva, toda vez que se pretendió una batida o avanzada sobre sus territorios. Sin embargo, esto último ocurrió pocas veces. Aquí vale tener en cuenta un problema técnico militar pero también de contexto socioambiental. Los fracasos militares de la época –que no fueron pocos- no solo obedecían a los resultados de los enfrentamientos con los grupos indígenas, sino que involucraban otras contingencias tales como la escasez de soldados para hacer la guerra (Tamagnini y Olmedo, 2011), la mala calidad de los caballos para transitar vastas extensiones, armamentos, municiones y pólvora insuficientes y en malas condiciones para su uso (Tamagnini, Olmedo y Lodeserto, 2011; Olmedo y Tamagnini, 2019).
Las condiciones de la guerra en la frontera del Arauco en el extremo sur de la Capitanía de Chile, no se manifestaron muy diferentes ya que fueron alcanzadas por las mismas políticas de los funcionarios borbónicos. En este caso, igualmente, de manera temprana se desplegaron con mayor fuerza otras estrategias, como las paces con las tribus y el orden impuesto por las misiones religiosas (jesuitas, franciscanos, capuchinos). De esta época fueron los parlamentos entre representantes de la corona y caciques de distintas parcialidades.
La situación fronteriza en la región del litoral de los ríos Paraná y Uruguay tendría otro correlato. Allí, además de los enfrentamientos con las parcialidades guaraníes, la singularidad tiene que ver con la latencia y recurrencia del enfrentamiento con los portugueses, especialmente por un punto estratégico como fue Colonia del Sacramento. Asimismo, otra especificidad regional devino del asentamiento de las misiones jesuíticas. Al menos hasta su expulsión en 1767, los misioneros imprimieron una marca importante sobre las comunidades indígenas de toda la región.
Bibliografía
Clausewitz, K. (2006). De la guerra. Naturaleza, teoría, estrategias, combate, defensa y ataque. Buenos Aires: Distal. (trabajo original publicado en 1832).
Crettiez, X. (2009). Las formas elementales de la violencia. Buenos Aires: Waldhuter Editores.
Delrio, W. (2019). Tres preguntas sobre guerra y genocidio. Memoria Americana. Cuadernos de Etnohistoria 27, 2, 52-79.
Lorenz, F. (comp.). (2015). Guerras de la historia argentina. Buenos Aires: Ariel.
Maquiavelo, N. (2007). El arte de la guerra. Buenos Aires: Claridad. (trabajo original publicado ca 1531)
Olmedo, E. (2009). Militares de frontera. Fuertes, ejércitos y milicias en la Frontera Sur de Córdoba (1852-1869). Río Cuarto: Editorial de la Universidad Nacional de Río Cuarto.
Olmedo, E. (2014). Los militares y el desarrollo social. Frontera sur de Córdoba (1869-1885). Buenos Aires: Aspha Ediciones.
Olmedo, E. y Tamagnini, M. (2019). La frontera sur de Córdoba a fines de la colonia (1780-1809). Guerra, saber geográfico y ordenamiento territorial. Revista Fronteras de la Historia. 24 (1), 36-72.
Pérez Zavala, G. y Tamagnini, M. (2012). Indígenas y cristianos en la Frontera Sur de la Gobernación Intendencia de Córdoba del Tucumán, 1779-1804. Revista Fronteras de la Historia, 17 (1), 195-225. Recuperado de: http://www.icanh.gov.co/nuestra_entidad/grupos_investigacion/historia_colonial/revista_fronteras_historia/12691
Rabinovich, A. (2015). De la historia militar a la historia de la guerra. Aportes y propuestas para el estudio de la guerra en los márgenes. En Corpus [En línea]. 5 (1), 1-6.
Rabinovich, A. (2018). El cuerpo, las armas y el combate: hacia una antropología histórica de la guerra. Revista Diferencia, N°. 6, 86-110.
Sun Tzu. (2009). El arte de la guerra. Buenos Aires, Argentina: El Libertador.
Tamagnini, M. y Olmedo, E. (2011). Algunas notas sobre los cuerpos armados en la frontera sur de Córdoba. Un análisis comparativo del siglo XVIII y XIX. Revista Sociedades de Paisajes Áridos y Semiáridos, Año III, vol. V, 287-305.
Tamagnini, M., Olmedo, E. y Lodeserto, A. (2011). Las armas en la Frontera del Río Cuarto (1852-1870). Revista Sociedades de Paisajes Aridos y Semiáridos, Año III, vol. IV, 93-114.
Trotsky, L. (1930). Mi vida. Recuperado de: https://docs.google.com/file/d/0ByVW1G–4tQDZGRVMG5TX3h5dWc/edit