Perla Zusman
El término cuerpo adquiere múltiples significaciones en la sociedad occidental actual. Ello se expresa en la variedad de acepciones que figuran en el diccionario de la Real Academia Española. Sin embargo, aquella que guarda relación con la noción más ampliamente difundida en el sentido común lo entiende como un conjunto de sistemas orgánicos que constituyen un ser vivo.
Las ciencias sociales ven al cuerpo como un medio de conectarse con el entorno, como una expresión del deseo y el placer, pero también lo entienden como una fuerza productiva y objeto de mercantilización en el contexto capitalista. Dentro de los movimientos feministas aparece como una idea fuerza en la lucha contra la violencia de género o en las campañas a favor del aborto seguro legal y gratuito (ello se expresa en consignas como “yo soy la única dueña de mi cuerpo y decido por él”. Por su lado, las mujeres de los pueblos originarios, afrodescendientes o campesinas recurren a esta idea con el fin de establecer los vínculos de este con la defensa de la autonomía de los territorios que habitan. El análisis del cuerpo adquiere relevancia en los estudios de fronteras pues se considera que las políticas de seguridad han puesto el foco en su control y vigilancia.
La discusión del término cuerpo se dividirá en tres partes: en la primera se identificarán las críticas que se han hecho a la diferenciación entre la mente y el cuerpo durante la modernidad europea; en la segunda se establecerán las relaciones que la bibliografía identifica entre el cuerpo y el espacio y en la tercera se hará referencia a las implicancias que los cambios en las fronteras suponen en los cuerpos que las atraviesan.
Crítica a la diferenciación entre mente y cuerpo de la modernidad
Los estudios sobre la significatividad del cuerpo en las ciencias sociales se iniciaron en la década de 1990 en el marco del despliegue del posestructuralismo. Estos trabajos critican la mirada de la modernidad europea que separó en el análisis el cuerpo de la mente. Esta diferenciación llevó a que conocimientos como los de la geografía, la historia o la antropología considerasen que estudio de la razón podría permitir conocer los pensamientos, los sentimientos y las formas de actuar de los seres humanos. Esto quiere decir que los cuerpos de los sujetos eran borrados del tratamiento social (Hubbard et al., 2002; Ortiz, 2012).
En la medida que la medicina o la biología aparecían como disciplinas que se abocaban al estudio del cuerpo en un contexto en que el evolucionismo se alzaba como base epistemológica del conocimiento científico, las diferencias entre hombres y mujeres, blancos y negros, personas sanas o con discapacidades fueron consideradas biológicas o genéticas. A su vez, en el marco del desarrollo de estas ideas, el cuerpo del hombre se asoció a la razón y la cultura, mientras que el de la mujer al de la naturaleza y la emoción. Así, en un contexto en que la sociedad buscaba dominar la naturaleza para emanciparse a sí misma, se justificaba la dominación de la mujer (representante de la naturaleza) por parte del hombre (representante de la cultura y la razón).
Esta perspectiva esencialista y naturalizada del cuerpo fue puesta en cuestión por las obras filosóficas de Michel Foucault y Judith Butler. Así, Foucault (1998) comprendió que el cuerpo era producto de discursos emergentes de la medicina, el derecho, la arquitectura, la religión o la educación. Ellos definían cuáles cuerpos era normales y cuáles no. Además, los discursos, en tanto mecanismos de poder, contribuyeron a su disciplinamiento, es decir, a tornarlos cuerpos dóciles.
Por su lado, Butler (2003) considera que las acciones repetidas del cuerpo inscriptas en los discursos hegemónicos en una sociedad (y en cada contexto espacio temporal) definen la relación de congruencia entre cuerpo, género, deseo e identidad. Sin embargo, el movimiento y la gestualidad, la forma de hablar o de vestir cotidiana, o sea la performatividad, puede no ser la esperada y puede desestabilizar la correspondencia entre aquellos tres términos. En este sentido, Butler entiende que el cuerpo redefine y subvierte continuamente las diferencias de género y sexo establecidas.
A partir de estas perspectivas, el cuerpo es entendido como un proyecto inacabado, histórica y geográficamente maleable. Esto supone que no es una entidad cerrada, se crea, se mantiene y se disuelve en el flujo espacio temporal de procesos múltiples (Harvey, 2003; Mc Dowell, 2000).
Específicamente, Harvey (2003) entiende que el cuerpo del trabajador, a partir de sus capacidades creativas, se convierte en un componente clave de la acumulación del capital. En este contexto, aquel se torna un campo de disputa entre los intereses de reproducción de los distintos tipos de capital (que se valen del mismo para obtener la plusvalía) y los deseos y luchas del trabajador (ya sea para defender los derechos sobre su propio cuerpo o para garantizar la obtención de un salario digno para desarrollar su vida cotidiana). En esta misma línea, Federici (2015) pone especial atención en el pasaje del feudalismo al capitalismo desde el punto de vista del género. Así entiende que el proceso de acumulación originaria, es decir la separación de los trabajadores de los medios de producción y la privatización de los últimos, se acompañó del aumento del control del cuerpo de la mujer y de sus capacidades reproductivas para contar con mano de obra para incorporar al mercado. Esto supuso el confinamiento de la mujer al ámbito de hogar y a las actividades domésticas.
El cuerpo y el espacio
La geografía, en tanto saber académico, se ha interesado en indagar la significatividad del cuerpo como lugar (McDowell, 2000) y como escala de análisis (Smith, 2002; Harvey, 2003). Para McDowell el cuerpo es un espacio en que se localiza el individuo y sus límites resultan más o menos permeables respecto a los restantes cuerpos. Pero también el cuerpo ocupa un lugar atravesado por relaciones de poder. En este sentido, la movilidad y gestualidad del cuerpo en el espacio doméstico es diferente de la que tiene lugar en el espacio público, en los ámbitos laborales o en los de ocio.
Por su lado, Harvey (2003) sostiene que la reproducción del capital a nivel global requiere el encuentro entre: “Las diferentes cualidades corporales y sus modos de valoración en distintos lugares [este] se introduce en un entorno espacialmente competitivo mediante la circulación del capital” (p. 132). Ello explica el interés del capital transnacional por trasladarse a aquellos lugares en el que los cuerpos de los trabajadores concebidos como dóciles, hacen que la mano de obra resulte más barata y en el que las normativas locales permiten evitar el pago de vacaciones, jubilación, indemnizaciones frente a despidos, entre otros.
Los estudios feministas y decoloniales en América Latina han considerado al cuerpo como construcción histórica, moldeada por ideas, discursos y prácticas que han llevado a su sometimiento, devaluación y enajenación por parte del patriarcado. Pero estos estudios, a su vez, toman en cuenta la capacidad de subvertir dichas ideas, discursos y prácticas, a partir de recuperar la memoria del cuerpo de modo reflexivo y crítico. En este proceso interactúan las dimensiones emocionales, racionales y espirituales (Segato, 2013; Cabnal, 2010; Gómez Grijalva, 2012).
Muchas de estas académicas feministas, en diálogo con las mujeres activistas de pueblos originarios, ponen en relación la violencia ejercida sobre el cuerpo de las mujeres con los procesos extractivos que tienen lugar en territorios colectivos (urbanos, suburbanos, campesinos e indígenas). En este marco, el concepto cuerpo-territorio se convierte en una “idea fuerza” (Gago, 2019) y da cuenta de dos procesos simultáneos de conflicto social: por un lado, la apropiación y violencia ejercida en el cuerpo de las mujeres y, por el otro, la privatización y jerarquización de aquellos espacios de dominio y uso común. Esto quiere decir que existe una conexión entre las distintas formas de violencia ejercida sobre las mujeres y las distintas formas de extractivismo (de materias primas, de recursos financiero). Las mujeres visibilizan así los vínculos entre las actuaciones del patriarcado en los cuerpos y las del capitalismo a nivel local, regional o global.
Cuerpo, territorio y fronteras
Las relaciones de poder que tienen lugar en el marco de construcción y recreación de las fronteras en el mundo global, marcado por el neoliberalismo y las desigualdades, transforman los cuerpos que viven en sus adyacencias o buscan atravesarlas. La literatura específica reconoce que tanto las políticas de seguridad como las acciones de las organizaciones criminales, devalúan los cuerpos de los migrantes, los tornan en vida nuda. En términos de Agamben (2013) esto es en un cuerpo desprovisto de todo derecho. Ello es acentuado por el uso de tecnologías para la vigilancia de las fronteras, las prácticas de identificación visual, sensorial o biométrica. Estas tecnologías convierten a los cuerpos en sujetos de dominación.
En las fronteras definidas en períodos pasados (los confines de los territorios nacionales) las innovaciones técnicas priorizan el control de la movilidad de los cuerpos sobre la de los territorios, a la vez que establecen una jerarquía entre las mismas en el sistema-mundo. De hecho, estas tecnologías se hacen más presentes en aquellas fronteras que la geopolítica internacional define como “calientes” (El Mediterráneo, la frontera de México con Estados Unidos, la frontera entre Israel y Palestina o entre Argentina y Bolivia).
Sin embargo, el control de los cuerpos no sólo tiene lugar en los límites de los territorios de los estados nacionales. De hecho, las tecnologías contribuyen a definir otras nuevas, como pueden ser los aeropuertos, las estaciones de trenes, de metro o la calle. Así, los ámbitos fronterizos se multiplican (Bigo, 2001). Esto lleva a algunos autores a hablar de fronteras electrónicas o de fronteras portátiles (Neira Orjuela, 2015; Amoore, 2006).
Tanto las antiguas como las nuevas fronteras participan en la creación de un conjunto de mano de obra disponible que, en su carácter de indocumentada, se incorpora en el mercado laboral aceptando salarios más bajos que los habitantes de los países a los que los migrantes llegan. A ello se suma la acción de las organizaciones criminales transnacionales que participan tanto de la trata de personas para fines sexuales como para propósitos laborales en áreas rurales (en Argentina, por ejemplo, en el sector avícola, en la producción de hortalizas, en el trabajo en la producción de ladrillos, o en trabajos temporales de levantamiento de cosecha o recolección de frutos) como urbanos (en Argentina, en la producción textil). Estas organizaciones actúan quitando los documentos a los migrantes y confinándolos en ciertos espacios, como los prostíbulos, las viviendas precarias en las explotaciones agrarias o talleres clandestinos (Sommer, 2017).
Algunas organizaciones criminales tienen un papel activo en las actividades de cruce, pero pueden hacer también de los ámbitos fronterizos un espacio de actuación. Aquí el cuerpo adquiere una nueva connotación. A través del estudio de femicidios en Ciudad Juárez, Segato (2013) considera que el poder ejercido sobre el cuerpo de las mujeres es concebido como extensión del dominio territorial llevado adelante por parte de las redes ilícitas. El cuerpo de las mujeres mestizas y pobres se torna “objetos de trofeo” en las luchas de poder que se establecen entre asociaciones del mismo carácter por el control territorial.
En todos los casos, se observa que a las políticas de control se le oponen “políticas de cruce”: técnicas y estrategias colectivas ideadas para contornear las cambiantes reglas de las fronteras y cumplir con los objetivos que orientan los proyectos vitales de las sociedades que buscan atravesarlas (Domenech de la Lastra, 2016; Haesbaert, 2019). Ello se observa particularmente en el estudio de López (2019) en el que analiza la “metamorfosis” que vivencian los cuerpos de mujeres-amas de casa- cuando se incorporan como trabajadoras en el contrabando de bienes y buscan a travesar el límite internacional entre Aguas-Blancas-Argentina, Bermejo-Bolivia. En este contexto sus cuerpos se tornan fuertes a fin de poder trasladar bultos que pesan más de 50 kilos. Además, ellas adquieren astucias para actuar ágilmente y pasar desapercibidas frente a los potenciales controles de gendarmería. En las fronteras, los cuerpos pueden convertirse en dóciles, pero también pueden empoderarse y desafiar las normas establecidas por los distintos actores y actrices que participan de la organización del orden global.
Perla Zusman (2018). “Voy a ser la mujer que me da la gana de ser”. Inscripción realizada en el cuerpo de una manifestante, participante de una de las movilizaciones de estudiantes universitarias que tuvieron lugar en Chile entre mayo y junio de 2018. El cuerpo aparece así como expresión de la resistencia al acoso sexual y laboral de los académicos varones. La imagen fue tomada durante la marcha que tuvo lugar en la Ciudad de Santiago de Chile el 6 de junio de 2018.
Perla Zusman (2018). “Nuestro cuerpo, nuestro territorio”. Se trata de uno de los lemas de la Articulación Feminista Marcosur, una red de organizaciones no gubernamentales feministas del Cono Sur de América Latina. La imagen corresponde a la manifestación pública que tuvo lugar en la Ciudad de Buenos Aires el 13 de junio de 2018 durante la discusión en la Cámara de Diputados de Argentina de la Ley por la legalización y despenalización del aborto.
Bibliografía
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