Alejandro Fabián Schweitzer
La palabra recurso tiene origen en el latín y deriva del verbo recurrir, término compuesto por el prefijo re que remite a reiteración, y cursus, que significa carrera. En el diccionario de la Real Academia Española existen tres entradas que se relacionan con el espacio geográfico: “medio de cualquier clase que, en caso de necesidad, sirve para conseguir lo que se pretende”; “Bienes, medios de subsistencia” y “Conjunto de elementos disponibles para resolver una necesidad o llevar a cabo una empresa: recursos naturales, hidráulicos, forestales, económicos, humanos” (https://dle.rae.es/recurso). Éstos pueden ser materiales, como los recursos naturales, energéticos, hídricos, forestales, alimentarios, clasificables a su vez en renovables o no renovables. Existen recursos producidos por humanos, como las máquinas y herramientas, las infraestructuras que permiten el acceso a los naturales y el espacio construido. También producidos por humanos, pueden ser inmateriales, como la cultura, el conocimiento y los oficios, las capacidades de las personas y las instituciones, recursos organizativos e incluso financieros, algunos de ellos con soporte material.
Los recursos naturales en particular tienen carácter histórico, ya que solo son recursos a partir de su necesidad y de la existencia de tecnologías para su extracción y aprovechamiento. Es uno de los términos más ambiguos de las ciencias del territorio y la geografía en particular. En su tratamiento más genérico, son materia y energía, son nutrientes y energía solar aprovechadas por vegetación y de forma indirecta por los animales, a lo largo de la cadena alimentaria hasta llegar a los humanos.
El tratamiento de los recursos naturales como problema y como condición para la reproducción de las sociedades tiene mucha historia. Uno de los hitos más significativos es el debate entre los clásicos de la economía política sobre su finitud, a partir de las formulaciones de Smith (1776) y de Malthus (1846). En el primero de los casos se refiere a los factores de producción, mientras que en el segundo solamente a los recursos naturales y en particular la agricultura. Casi dos siglos más tarde, con el informe preparado para el Club de Roma titulado Los límites al crecimiento (Meadows et al., 1972, actualizado en 1992 y 2006) se retomaron las tesis malthusianas, que se concentran sobre la necesidad del control demográfico. También en la década de 1970 surgieron las corrientes decrecentistas, impulsadas principalmente por André Gorz, de quién se destaca el libro Ecología y Libertad. También sustentada en los límites de los recursos y postulando, entre otros, la relatividad de la idea de pobreza se plantea como opositora al “tecnofascismo” neomalthusiano y promueve una salida desde la izquierda, mediante la disminución del consumo material y de energía en el norte, con el objetivo de igualar niveles de vida (Gorz, 1975 y 1977).
Para las ciencias sociales también es un problema el propio término de recurso. La puesta en valor de los recursos puede ser para atender una necesidad, concebida como valor de uso, pero también orientada a su mercantilización y acumulación, en cuyo caso son valor de cambio o reserva de valor. Por su parte, las fronteras, tomadas en cuenta en su definición más general de discontinuidades espaciales naturales o producidas, operan y se relacionan también con los recursos y en general con los usos del territorio. Las discontinuidades espaciales muchas veces existen entre diferentes ecosistemas y espacios de ecotono, cada uno con su propia y desigual dotación de recursos.
Este capítulo se divide en cuatro secciones. En primer lugar, se expone sobre la relación entre recursos y fronteras, para luego avanzar sobre una geopolítica de la naturaleza en las fronteras y, en tercer lugar, se exponen aportes desde la ecología política latinoamericana, que orienta la exposición final del caso de la Patagonia Sur como espacio de encuentro de fronteras y recursos.
Fronteras y recursos, historia y presente
La frontera política interestatal es un tipo particular de frontera política que marca el alcance de la jurisdicción dentro de la cual el estado garantiza o excluye el acceso a condiciones de producción y reproducción de grupos sociales y capitales. Durante el siglo XIX la expansión del modelo del estado nacional y su exportación desde Europa hacia el resto del mundo conllevó a la formación de mercados integrados hacia su interior y diferenciados hacia el exterior, con distintos grados de protección. Las fronteras de mercado desde ese entonces coinciden con las fronteras políticas interestatales. Posteriormente, ya en la segunda mitad del siglo XX y en la medida que avanzan los procesos de formación de mercados comunes, las fronteras de mercado van superando a las interestatales.
Para poner en relación fronteras y recursos es necesario analizar los sistemas y configuraciones territoriales que entran en contacto en esas fronteras, las asimetrías que generan flujos de capitales, personas, bienes e informaciones, las similitudes y diferencias culturales y los socioecosistemas presentes e históricos. También se debe contemplar casos de fronteras unilaterales, donde un estado cuenta con poder político, militar y económico, y con condiciones de imponer avances de sus fronteras por sobre soberanías de estados con menores condiciones. El avance de la frontera de los Estados Unidos sobre territorio español y luego mexicano, o de las potencias europeas sobre África son algunos de los más claros ejemplos.
La frontera lineal como instrumento de delimitación de soberanías data del Siglo XVI, y en su consolidación se pueden identificar tres etapas. La primera estuvo centrada en Europa: se extiende entre 1648, con la forma lineal definida en los acuerdos de Whestphalia, y 1815 donde es generalizada en Europa mediante el Tratado de Viena. La segunda etapa se caracterizó por la “exportación” a América del modelo de estado nación y la frontera lineal. Las fronteras entre Estados Unidos y Canadá y entre los estados surgidos de la independencia de las colonias ibéricas adoptaron esta forma. La tercera etapa se desarrolló entre 1885 y 1960, cuando este modelo es aplicado en la delimitación de las colonias en África y en los nuevos estados independientes en los restantes continentes. Con la exportación del modelo eurocéntrico de estado nación y de fronteras lineales, hacia 1960 se completa el sistema interestatal mundial (Foucher, 1991).
En la segunda mitad del siglo XIX y recogiendo particularmente las ideas de Malthus, aparecen algunas de las primeras consideraciones sobre los recursos en relación con las fronteras y confluyen con las formulaciones propuestas desde Alemania con el Lebensraum (espacio vital) de Friederich Ratzel (1897), basado a su vez en la idea del modelo de estado orgánico de Karl von Ritter (1833-1839). La noción del espacio vital en su formulación original, postula que la expansión del territorio del estado hacia nuevos espacios -que implica el acceso a más recursos-, colabora en el mantenimiento de la paz social. Es conocido el uso del lebensraum por parte del nazismo para justificar la expansión y el corrimiento hacia el este de las fronteras de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y el reordenamiento ideado en caso de ganar la guerra. El argumento de la expansión o el control territorial para asegurarse y apropiarse de recursos se mantiene hasta la actualidad. Es lo que sucede en Oriente Medio donde se producen las intervenciones de la OTAN para controlar las rutas del petróleo, o con los planes geoestratégicos transfronterizos como el Plan Meso-América para acceder a los recursos naturales de la región.
Uno de los primeros estudiosos de la frontera, Frederick Jackson Turner (1987, p. 188), la definía como “el borde exterior de la ola, el punto de contacto entre la barbarie y la civilización”. Para este autor, límite y frontera son conceptos diferenciados. El primero es lineal, internacional, mientras que el segundo es definido como frente de colonización, no estable, en permanente avance. También definió la “condición fronteriza”, caracterizada por la combinación de avances de campesinos, agricultores, cazadores, mineros, buscadores de oro y campañas militares contra pueblos indígenas. A estos les seguiría la instalación de la administración del territorio, la construcción de mejoras en infraestructuras ferroviarias y la industrialización del campo, perdiendo gradualmente su condición de frontera. Estas concepciones no son ajenas a las formuladas por intelectuales y políticos latinoamericanos, como Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento en Argentina, o José Lastarria y Valentín Letelier en Chile, Rafael Reyes en Colombia y otros a lo largo de todo el continente. Estos personajes influenciaron las políticas de poblamiento y organización de los estados nacionales en el siglo XIX e inicios del siglo XX.
Desde la década de 1950 se retomaron los estudios sobre los frentes pioneros, fronteras agrarias y megaproyectos y las experiencias de su implantación en zonas de frontera en América Latina, África y Asia, destacándose en particular los aportes de Pierre Monbeig (1981) en la geografía brasileña y francesa. Dos décadas después este geógrafo exponía cuatro constataciones generales en los resultados de estos estudios sobre el conjunto de espacios tropicales: (1) aceleración de los frentes pioneros sobre nuevas áreas, (2) cambios en la composición étnica y en la demografía de los espacios de colonización, (3) influencia de la construcción de megaproyectos industriales, polos, enclaves y rutas y (4) políticas públicas de fomento de avance hacia las fronteras políticas, para ocupar tierras nuevas con población excedente de las grandes ciudades, con el objetivo de aliviar las tensiones sociales en el centro, apropiarse de nuevas tierras y explotar los recursos naturales necesarios para el desarrollo nacional.
Sin una mención explícita, se verifica en estas políticas el grado de implantación de las definiciones de la frontera de expansión de Turner o el Lebensraum de Ratzel, así como argumentaciones modernizadas de las viejas políticas de poblamiento del siglo XIX. En las décadas de 1960 y 1970 se constata la superación de las fronteras políticas por parte de los frentes pioneros, que buscan hacer avanzar las fronteras de mercantilización la naturaleza (Thery et al., 1981).
Desde la década de 1960, con el inicio de los procesos de integración en el continente americano y de la mano de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio y posteriormente la Asociación Latinoamericana de Integración, se firman grandes se firman grandes pactos como el Tratado de la Cuenca del Plata. El objetivo era construir infraestructuras de transporte y de avanzar en la cooperación fronteriza con el propósito de acompañar las interacciones de manera de controlar o impulsar los flujos locales y regionales provocados por la frontera. Así, era entendida como un recurso en sí misma, fundamentalmente para la construcción de megaproyectos para aprovechar recursos compartidos, como el caso de las represas de Salto Grande, Yacyretá e Itaipú.
Esta primera fase de integración física fue una condición para la integración económica de los mercados, sin embargo alejó las condiciones de la integración social que venía desarrollándose desde antes. Se trata de un proceso de escalamiento del capital (Smith, 1988), donde la construcción de infraestructura, para acelerar los tiempos de circulación, como puentes y corredores, a la par de megaproyectos hidroeléctricos, da lugar a una superposición en que la frontera es más percibida como obstáculo que como recurso.
Ecología política de los recursos en y a través de las fronteras
La ecología política, entendida como campo de convergencia de aportes de la geografía crítica, la antropología, la biología y otras disciplinas, estudia las relaciones de poder que los humanos establecen entre sí en el espacio y que tienen como objeto la naturaleza. Estas relaciones sociales se reflejan en acciones de apropiación, explotación, expoliación, pero también en la alienación de la humanidad respecto a su pertenencia a la naturaleza en tanto ser biológico. Estos enfoques permiten avanzar en una geopolítica de la naturaleza y sus recursos en las fronteras.
La producción del espacio y de la naturaleza por el capital se realiza como proceso histórico. Moore (2017), por ejemplo, sostiene que el desarrollo del capitalismo dependió y depende aún de sus capacidades de extenderse hacia espacios no mercantilizados, de la extensión de las relaciones de producción capitalistas en sentido vertical, en el tiempo, y horizontal, en el espacio. La extensión espacial consiste en el avance de la frontera de la mercantilización de la naturaleza para la apropiación de lo que el autor denomina los cuatro baratos -energía, alimentos, materias primas y trabajo-, creando así formas de naturaleza específicas al capitalismo (Moore, 2013a y 2013b; Moore y Patel, 2018). Para el mencionado autor estas expansiones solo pueden ser aseguradas mediante estrategias de apropiación de esos recursos por fuera del circuito inmediato del capital.
Analizar la ecología política de un espacio o un proceso implica la reintegración de la naturaleza en la economía política. Exige también superar el dualismo sociedad-naturaleza, creado por el capitalismo en su fase extensiva, que implicó la creación de la naturaleza abstracta -humana y no humana- como “sujeto de apropiación” así como los perfiles metabólicos de las sociedades en diferentes periodos históricos.
Moore (2013a) propone la noción de frontera de mercantilización de la naturaleza, en base al análisis de las “cadenas mercantiles”, de la producción y comercialización. El autor estudia la base de la cadena, los productos “crudos”, con poco valor agregado. Tomando al conjunto de la economía-mundo como el surtidor de estos recursos, analiza los avances en las fronteras de la incorporación de productos (trabajo humano, materias primas, alimentos, energía, etc.) al mercado mundial, como motor principal de la expansión geográfica del capitalismo desde sus núcleos de partida en Europa Mediterránea. Este enfoque permite determinar las fronteras y la configuración cambiante de la división espacial del trabajo y resulta ser muy provechoso. Exige superar al estado-nación como unidad de estudio de las fronteras, hacia centrarlo en los espacios globales para acumulación de capital y los procesos fronterizos. También exige incorporar el momento de la mercantilización (no solo la extracción de recursos sino su puesta en el mercado) en el estudio de los circuitos de producción y de acumulación. De este modo, el estudio de los conflictos por los recursos se realiza en un marco más amplio de los procesos globales de acumulación.
Estudiando el nivel de consumo de recursos a lo lago de la historia humana, Delgado Ramos (2015) plantea que las diferentes relaciones sociales de producción, con sus respectivas estructuras de poder y de clase y especificidades territoriales, sociales e histórico-culturales, conforman perfiles metabólicos distintos. Luego de repasar aportes de diversos investigadores, en particular en el campo de la historia ambiental y la ecología política, verifica una correlación entre consumo de recursos energéticos y materiales, diferencias en capacidades de consumo (y apropiación de recursos) entre clases sociales y regiones, así como su intensificación a lo largo de la historia hasta el punto de superar la capacidad de regeneración de la biósfera y la transgresión de los ciclos biogeoquímicos del planeta. Indicadores globales como la huella ecológica y biocapacidad ilustran niveles de consumo que son desproporcionados y desiguales. Asimismo, aportan a demostrar que esta carrera por la apropiación de los recursos atenta contra la vida en el planeta (Global Footprint Network, 2019).
Son numerosos los aportes a la ecología política y el estudio de los conflictos desde el ámbito latinoamericano. De México, junto a Delgado Ramos, es necesario mencionar a Enrique Leff (1994, 2014 y 2019). Desde la epistemología ambiental, plantea que las relaciones de poder atraviesan el conocimiento, el saber, el ser y el hacer; recomienda el estudio histórico de las relaciones entre las formaciones sociales y su ambiente. Por su parte, el argentino Héctor Alimonda (2018), otro de los primeros referentes de la ecología política latinoamericana, recupera a Aníbal Quijano estudiando la colonialidad de la historia ambiental y va a convertirse en uno de los principales impulsores de la visión latinoamericana de la ecología política. El brasileño Carlos W. Porto Gonçalves (2001) incorpora, por su parte, los primeros estudios de los movimientos y grupos sociales subalternos en espacios rurales y relacionados con el acceso a los recursos naturales.
Machado Aráoz (2018), argentino, piensa la ecología política como nuevo paradigma y propone entenderlo desde la dimensión de la vida. Al igual que Alimonda, rescata el aporte del marxismo para el desarrollo de la visión latinoamericana (Machado Araoz, 2015). Desde la opción decolonial, el antropólogo colombiano Arturo Escobar (2005) entiende que la ecología política refiere a las múltiples articulaciones entre historia y biología, dando cuenta que lo biofísico y lo histórico están implicados mutuamente.
La argentina Maristella Svampa (2012), por su parte, plantea que en las últimas décadas América latina, la expansión de las fronteras de mercantilización de la naturaleza pasó por tres etapas o “consensos”: 1. El consenso de Washington (1970-1990), que consistió principalmente en la imposición de regímenes neoliberales a escala global y la desregulación de economías, privatizaciones y reformulación del estado para reforzar las condiciones de acumulación de capital. 2. El consenso de los commodities (2000) que avanzó aún más en la línea anterior, hacia la financiarización de la naturaleza por medio de la especulación en bolsa con los precios de los “recursos”: soja, alimentos, agrocombustibles, minerales metalíferos, energía. En América latina este consenso significó una reprimarización de las economías con mayores niveles de explotación de los recursos de la naturaleza. Algunos de éstos eran y siguen siendo claves, como los energéticos o ciertos materiales y alimentos. 3. La crisis de 2007 marca el inicio del Consenso de Pekin. Fruto de más de dos décadas de alto crecimiento de la economía china y del despliegue de sus inversiones y estrategias comerciales con el objetivo de abastecer sus necesidades en el marco de la aceleración de su crecimiento interno, esta potencia demográfica comienza a competir con las economías del centro y el norte por el acceso a recursos materiales, alimenticios y energéticos del planeta. Una muy buena compilación de estos aportes se encuentra en los dos volúmenes editados por el Grupo de Trabajo de Ecología Política de CLACSO (Alimonda et al., 2018a y 2018b).
Teniendo en cuenta que es una relación social, entre humanos que se apropian o los extraen y otros que los necesitan y demandan, los recursos se constituyen en fuentes de conflicto, sea entre aquellos demandados por diferentes actividades productivas, o entre una o más actividades y la población que habita en las cercanías de los espacios de extracción. Se trata de conflictos de uso, conflictos de acceso, conflictos latentes, a recursos -agua, suelo y tierra, alimentos, entre otros- y por la defensa de valores de uso colectivo y bienes comunes por parte de las poblaciones.
Patagonia Sur como caso testigo
La Patagonia Sur argentino-chilena es un caso testigo de convergencia objetiva de conflictos por acceso a condiciones de reproducción social y resistencias al uso de éstas como condiciones de acumulación (apropiación más capitalización) que por diversas causas actúan de modo desarticulado o permanecen latentes.
Se trata de una región transfronteriza, estratégica por su dotación de recursos y periférica con relación a las distancias geográficas de los centros. Durante las primeras décadas de su historia reciente, a mediados del siglo XIX, la expansión de la frontera textil, que aprovechó los pastizales de la estepa para la cría de ovinos y exportación de lana, se dio con características transfronterizas. Un acuerdo entre Chile y la Confederación Argentina de 1856 permitió la libre circulación de mercancías, capitales y personas, posponiendo la cuestión de la definición de las fronteras en nombre del poblamiento y extensión de la cadena global textil.
Entre esa década y fines de la década de 1910 se dio en la región una superposición entre la frontera interna y la frontera internacional. Se dio también una convergencia entre la crisis de esta cadena global y el despliegue de mercados nacionales y políticas proteccionistas que llevó entre otros, al estallido de huelgas de los peones rurales por condiciones laborales, poniendo en jaque la provisión del recurso “mano de obra”, que entre 1911 y 1920 tenían características transfronterizas. Durante las décadas que siguieron y hasta la de 1980, en la región se desplegaron actividades extractivas basadas en los hidrocarburos, primero en la cuenca San Jorge y desde la década de 1960 en la cuenca Austral, así como el carbón en Río Turbio desde la década de 1940.
Posteriormente, el despliegue de nuevas dinámicas globales estuvo asociada a la expansión de la megaminería metalífera y la llegada de las trasnacionales pesqueras desde la década de 1990, poco después el turismo de paisaje, tomado también como recurso en el caso de localidades como El Calafate, El Chaltén y los parques nacionales en general. Los gobiernos “neodesarrollistas” (neoliberales o “progresistas”) de las últimas dos décadas no modificaron en nada esta matriz. Así, la combinación de estados capturados por las trasnacionales, grupos dominantes subordinados a decisiones globales y, recursos localizados en zonas de frontera contiguas trajo aparejado, desde esos años, nuevos avances en las fronteras de expansión del capital por sobre las fronteras nacionales.
En la actualidad se desarrollan en este espacio actividades extractivas de energía (carbón, petróleo y gas convencionales y no convencionales, uranio), minerales metalíferos (oro, cobre, plata) y alimentos (piscicultura, pesca con intensidad extractiva). A estos se les superpone por momentos el turismo internacional. Desde 1997 se impone una zona de sacrificio binacional con el tratado de complementación minera entre Argentina y Chile, a lo largo de la cordillera de los Andes, complementaria a la expansión de las fronteras extractivas interiores, mientras que en los últimos años avanza sobre la frontera internacional la extracción de gas y petróleo.
A su vez, desde 2007 se despliegan dinámicas de financiarización de la naturaleza en el marco de la economía verde. Los bajos precios de la tierra, los atractivos paisajísticos y las reservas de agua dulce son atractivos para que grandes capitales transnacionales avancen en la acumulación por conservación. En algunos casos, estas adquisiciones de tierras se dan por parte de fundaciones creadas por estos mismos capitales, como el caso de la Conservation Land Trust y la Patagonia Land Trust (Conservación Patagonia), Flora y Fauna y Pumalín. Se donan tierras para ampliar o crear nuevas áreas protegidas. En el caso de estas iniciativas, si bien las condiciones principales para su concreción son por lo general la existencia y precios baratos de la tierra, necesitan también otras como la accesibilidad, comunicaciones y servicios básicos que cuando se trata de espacios alejados y poco poblados, normalmente están ausentes.
Estas dinámicas generan fuertes presiones sobre los territorios y consecuencias ambientales y sociales de diversa gravedad. Se pueden mencionar las luchas por derechos territoriales de comunidades de pueblos originarios y de oposición a megaproyectos, concentración de tierras y acumulación por financiarización de los recursos ecosistémicos y acciones de resistencia a la contaminación de suelo, aire y agua en espacios urbanos.
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