Liliana López Levi
Todo ocurre en un lugar y en un momento determinado. Desde la experiencia más ínfima y cotidiana, hasta los grandes acontecimientos que han cambiado el rumbo de la historia; desde las acciones más concretas y materiales, hasta las del mundo virtual, las imaginarias y las ficticias. El lugar es una ubicación que adquiere sentido. Es decir, su significado va más allá de una localización o posicionamiento. Conlleva un sistema de relaciones y es interpretado en el marco de un sistema cultural. Se usa para vincular cuerpos, objetos, ideas, sucesos o fenómenos y reconocer que estos no pueden existir en forma etérea, sin un anclaje territorial. En su dimensión espacial, el lugar se construye como referente individual y colectivo.
De acuerdo con el Diccionario de uso del español el lugar es una porción del espacio, donde se ubican las cosas (Moliner, 2007). Desde su origen clásico, implicaba una frontera entre el sujeto y el mundo. Según Aristóteles, es “el límite que circunda al cuerpo” (Abbagnano, 2010, p. 673).
El lugar implica una localización geográfica, pero no se reduce a ésta. El sitio específico adquiere sentido con relación a su entorno, a los sujetos, las acciones y las relaciones; al medio natural y al contexto cultural. Lo que ahí acontece es producto de una combinación única de factores que no se repite en otra parte del planeta. El hecho que suceda ahí también tiene consecuencias en donde se inserta. Las cosas no ocurren independientemente del lugar y su localización tiene repercusiones en los elementos, fenómenos y procesos con los que tiene contacto. Esto le otorga una identidad y una singularidad que lo hace irrepetible.
Los geógrafos han definido al vocablo de diversas formas. Por ejemplo, Yi Fu Tuan (1974, p. 447) afirma que es el “foco obligado dentro de un campo: es un mundo pequeño, el nodo en el cual convergen las actividades”. George (2007) habla de “un espacio concreto individualizado” y Farinelli (2003, p. 11) de “una parte de la superficie terrestre que no equivale a ninguna otra, que no puede ser intercambiada por ninguna otra, sin que todo cambie”. Para Entrikin (1991) se trata de un ámbito específico donde confluyen la objetividad y la subjetividad. Gregory et al. (2009) consideran que el lugar se construye y distingue desde los significados culturales y subjetivos.
Desde las ciencias sociales en América Latina, Lindón (2007) lo define como un espacio acotado que contiene un cúmulo de significados; delimitado en forma precisa, con referentes materiales y simbólicos, que otorgan tanto certeza como seguridad a los sujetos. Méndez (2016, p. 21-22) propone que es “la construcción de los puntos de encuentro”. Ramírez y López Levi (2015) consideran que es una localización, a nivel local, que está provista de sentido, donde la identidad es un elemento central.
El concepto suele yuxtaponerse, confundirse o manejarse como equivalente a espacio, área, región, territorio o localización. La ambigüedad conlleva el hecho que el tamaño del área en cuestión es indeterminado y varía según las circunstancias. Yi Fu Tuan (1974) pone como ejemplos un pequeño rincón en un cuarto o la Tierra misma vista desde el espacio. Sin embargo, en términos generales, se asume que la superficie es más pequeña que la de una región y, por ende, se asocia con lo local.
Este capítulo se divide en dos secciones. La primera identifica los principales aportes de la geografía a la definición del concepto de lugar. La segunda, en cambio, relaciona lugares, fronteras e imaginarios.
Lugar en la historia de la geografía
La geografía moderna del siglo XIX y de la primera mitad del XX se abocó de manera importante a las regiones, lo cual implicó indirectamente el estudio de los lugares. Durante este periodo no se reflexionó teóricamente con respecto a su significado como concepto académico. En términos concretos lo que se analizaba era la combinación de elementos en un sitio determinado y a partir de ello se explicaban los fenómenos que ahí sucedían. Después, con base en la extensión de sus características y con criterios de homogeneidad, se identificaban regiones, que eran interpretadas como únicas, con fronteras claramente definidas y bien diferenciadas del resto.
A mediados del siglo XX, bajo un enfoque positivista y con base en el empirismo lógico, diversos autores, enmarcados en la llamada revolución cuantitativa en geografía, cuestionaron la naturaleza de la disciplina, su objeto de estudio y sus métodos. El análisis espacial de la época se abocó a generalizar procesos, a establecer leyes y a buscar patrones. El interés por lo particular y lo específico fue desplazado. Los lugares representaban solo la fuente de datos concretos y se consideraba que, si no se trascendía la escala local, la investigación quedaba reducida a monografías descriptivas.
La importancia del lugar resurgió en la década de 1960 desde el humanismo, cuando se criticaron las generalizaciones tanto del enfoque analítico como del marxista y el concepto se reposicionó. Desde esta perspectiva, se revaloró el ámbito espacial de la vida cotidiana, las relaciones de proximidad y las emociones que vinculaban al sujeto social con el territorio. Al poner a la experiencia humana en el centro de los procesos socio ambientales, tomó relevancia el asunto de la subjetividad, ya que varían las formas de percibir, interpretar y representar entre una persona y otra, así como entre los diferentes colectivos. Para Entrikin, el lugar es el ámbito de la especificidad y entenderlo “requiere que tengamos acceso a la realidad tanto objetiva como subjetiva” (Entrikin, 1991, p. 1, 14). El autor afirma que las personas se ubican en el lugar, al igual que se ubican en la cultura y de ahí destaca la naturaleza intermedia de un concepto que transita entre la objetividad y la subjetividad.
Los humanistas también enfatizaron en las emociones que vinculaban a las personas y a las comunidades con la superficie de la Tierra. Analizaron las implicaciones en términos de apropiación simbólica, arraigo e identidad. Se consideró que el sentimiento de lo local requería investigar los significados, las experiencias, las creencias y los apegos. En consecuencia y con base en la fenomenología, Tuan (1974) y Relph (1976) elaboraron la idea del significado del lugar.
Tuan, en particular, alcanzó un gran liderazgo en la reflexión sobre el tema. Afirmaba que la configuración del lugar, su interpretación y transformación dependen de aspectos sociales tales como el punto de vista, la experiencia, las actitudes, valores, capacidades, necesidades, gustos, preferencias y sentimientos. Su libro Topophilia. A study if environmental perception, attitudes and values (1974) fue clave en la época. En otro libro (Tuan, 2002), equipara los conceptos de espacio y lugar, aunque también establece su diferencia, donde el primero se refiere a lo abstracto y el segundo a lo concreto. En otras palabras, el lugar (una casa) es el ámbito de la experiencia íntima y directa (donde los sentidos desempeñan un papel fundamental) y el espacio (un país) corresponde a una experiencia indirecta y abstracta.
Desde el marxismo, autores liderados por David Harvey criticaron la forma en que la perspectiva humanista concebía a los lugares, en particular por el hecho de estudiarlos como si fueran entes aislados, enfatizando en elementos y experiencias particulares. En el marco del capitalismo global, los lugares no solo están interconectados, sino que son interdependientes. Desde este punto de vista, los sistemas globales limitan la agencia humana a cualquier escala (Castree, 2003).
Los marxistas se interesaron más por las conexiones entre los lugares que por sus particularidades y diferencias. De manera tal, su énfasis pasó hacia el análisis de los procesos locales, en el marco del sistema capitalista. Tanto Doreen Massey como David Harvey reconocían la necesidad que los procesos económicos tienen de anclarse en lo concreto a nivel local (Gregory et al., 2009). Sin embargo, Massey mostró que dichos procesos a nivel global producían efectos diferenciados en distintos países (Castree, 2003).
Después, Derek Gregory y Allan Pred retomaron la teoría de la estructuración de Giddens, con la idea de desarrollar una posición intermedia en la cual, ni los lugares son productos estandarizados de las fuerzas económicas ni son todos diferentes. Es decir, reconocían la existencia de un mundo interdependiente en el cual las fuerzas externas inciden en los procesos, objetivos y subjetivos, a nivel local. Entonces, se conceptualizó el lugar como locale, la escala en la cual se desarrolla la vida de las relaciones interpersonales y directas (Castree, 2003).
Locale no es lo mismo que local, localidad o lugar. La localidad remite a un asentamiento humano, un pueblo o ciudad. Lo local es un término utilizado para identificar una escala geográfica pequeña, una dimensión que se opone a lo global y que es de menor tamaño que la regional. En cambio, locale es un concepto que contiene la dicotomía local-global. Es decir, reconoce la incidencia de otros agentes que no necesariamente se encuentran presentes en el lugar en cuestión, con lo cual integra a las otras escalas de relaciones. Aunque se expresa como el resultado de los encuentros cara a cara, y eso sea algo extremadamente local, está siempre enmarcado en el contexto de fuerzas externas en un mundo interdependiente (Ramírez y López Levi, 2015).
Por su parte, lo local ha sido un concepto ampliamente utilizado en el marco de la planeación territorial, bajo el esquema del desarrollo y en contraposición con el enfoque regional. El desarrollo local, impulsado en las últimas décadas parte del principio que los actores locales deben guiar y ejecutar las iniciativas con el objetivo de reducir las desigualdades territoriales, favorecer el crecimiento económico y generar bienestar social (Klein, 2006).
Lugar, fronteras e imaginarios
Entre las palabras clave de la geografía, el lugar ha sido uno de los conceptos menos desarrollados desde la perspectiva teórica metodológica. Sin embargo, la discusión ha sido lo suficientemente amplia para establecer las bases de su análisis. Es importante partir del hecho que no es un sinónimo de espacio. Aunque ambos términos se yuxtaponen, el espacio corresponde a una abstracción que sirve como marco de referencia, junto con el tiempo, para establecer un sistema relacional de posicionamiento. El lugar, en cambio, remite a un sitio concreto, generalmente ubicado sobre la superficie terrestre, moldeado por la subjetividad.
A pesar de ello, en la actualidad, es imposible considerar lo local aislado de las dinámicas que se expresan a otras escalas, en otros sitios lejanos o desde otros ámbitos regionales, incluso globales. Aunque se enfatice en zonas pequeñas, se debe reconocer su pertenencia a un sistema mundo. Con base en lo anterior, se puede afirmar que el lugar es el soporte material y simbólico de los sucesos, fenómenos, ideas, procesos e incluso emociones. Es el medio en el cual ocurren las relaciones socioambientales y es también el resultado las transformaciones territoriales, ya sea sobre el planeta, en la imaginación o incluso en algún sitio del ciberespacio.
Con el desarrollo tecnológico, el lugar puede trascender la materialidad y una posición sobre la Tierra. Ejemplo de ello es un sitio de internet, un chat, el contacto a través de las redes sociales o una llamada telefónica. El ciberespacio tiene una naturaleza y atributos que permiten la configuración de lugares virtuales. Es el medio en el que se desarrollan dinámicas sociales y, al igual que los espacios físicamente concretos, produce relaciones, implica procesos y tiene repercusiones concretas en la vida cotidiana y en la configuración de los lugares sobre la superficie terrestre.
Pensar en el lugar, desde la frontera, puede conducir la reflexión por distintos caminos. Tres ejemplos: (1) la configuración histórica de la Patagonia como el límite de la expansión imperial; (2) la producción contemporánea del lugar en los bordes de una zona metropolitana y (3) el lugar como ámbito de consumo donde se producen los imaginarios de la ciudad turistificada.
Zusman (2001) caracteriza al lugar como el contenedor de sujetos, prácticas, instituciones y modos de vida. En particular se avoca a un estudio de la Patagonia, donde el avance sobre el territorio, en el siglo XVIII, se dio a partir de prácticas y representaciones que buscaban frenar la posible ocupación inglesa. Su configuración como lugar fue guiado por prácticas que respondían a intereses imperiales y que se avocaron a la definición de una frontera colonial española. La autora toma como conceptos clave al lugar y la línea. Desde ahí aborda a la frontera sur como una línea imaginaria que marca la tensión entre el avance y la defensa del territorio, entre la conservación y el cambio. Es el punto donde confluyen y se yuxtaponen las prácticas materiales, las representaciones sociales, la negociación, el intercambio y la convivencia.
Otro tipo de lugares frontera son los que se configuran en el borde urbano. Hiernaux y Lindón (2000) analizan la construcción social del lugar en la periferia de la Ciudad de México, en particular para El Valle de Chalco. Se trata de territorios colonizados, que desplazan a las actividades agrícolas y a las áreas naturales, para dar continuidad a la zona metropolitana. Son barrios populares que crecieron con migrantes y trabajadores que no pueden pagar una vivienda en zonas centrales, donde el valor del suelo es más alto. Estos lugares se consolidan a partir de un modelo económico que se beneficia de las condiciones laborales precarias, de la informalidad y del desarrollo de la actividad maquiladora domiciliaria (como el caso de la industria de la confección). Esta zona periurbana es el ámbito de las tensiones entre lo agrícola y el avance de la urbanización y, por ende, depositaria de las dinámicas campo-ciudad.
La construcción social del lugar, afirman ambos autores, implica buscar las singularidades, las regularidades y las identidades; reconocer a los sujetos, sus prácticas cotidianas, sus discursos y su entramado de sentidos y significados. La forma en que se configura espacialmente una microsociedad viene de su conocimiento y cosmovisión, de las formas de interacción social, de los procesos de apropiación y del apego, donde a veces las personas se identifican con su territorio y otras lo rechazan.
El tercer ejemplo son las ciudades del turismo. Méndez (2016) se interesa por el fenómeno fronterizo y destaca el carácter transitorio como una característica esencial de estas zonas. Se trata de lugares que, si bien están en México, se configuran para los estadounidenses. Tal es el caso de Puerto Peñasco (también llamado Rocky Point o Arizona’s Beach) donde el turismo ha desplazado a la pesca tradicional y transformado el paisaje para la producción de un lugar económicamente redituable para ciertos sectores de la economía. La ciudad dual se produce como un espacio inequitativo, que ofrece confort y brinda experiencias de ocio. En este sentido, el lugar es un concepto que implica percepción, apropiación, recorridos y relatos. Desde el punto de vista metodológico permite identificar los puntos de encuentro, a partir de los cuales se producen las relaciones, narraciones e itinerarios que favorecen la producción de una ciudad espectáculo y su apropiación simbólica por parte de los turistas.
En resumen, al hablar de fronteras, el lugar es un punto de contacto y tensión; de encuentro y desencuentro; de oposiciones territoriales y de configuración de imaginarios. Es un sitio donde se confrontan, se yuxtaponen y confluyen dinámicas, procesos y fenómenos.
Bibliografía
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