Constanza Tommei y Patricia López Goyburu
El término discontinuidad, según la Real Academia Española, hace referencia a la “cualidad de lo discontinuo” (https://dle.rae.es/discontinuidad), y lo discontinuo es un adjetivo que implica que algo está “interrumpido, intermitente o no continuo” (https://dle.rae.es/discontinuo).
En relación con esto, en la planificación urbana, el término discontinuidad se puede definir como la disrupción de las tramas construidas. La trama urbana consolidada se ve interrumpida por los espacios residenciales de vivienda aislada en enclaves cerrados, grandes plataformas comerciales o productivas, áreas con viviendas precarias, o sectores marginales (en tanto que están aislados, sin infraestructuras, en zonas inundables, con cavas, tosqueras), entre otras actividades específicas. Estos espacios discontinuos presentan usos, distribuciones y morfologías diferentes a trama urbana consolidada.
Este capítulo se organiza en tres partes: la primera proporciona un marco de referencia sobre la noción de discontinuidad. La segunda recoge una serie de miradas que intentan caracterizarla. La tercera parte proporciona un caso de estudio que permite ilustrar, en cierto modo, la mirada sobre la discontinuidad espacial en las últimas décadas.
Discontinuidad, de la ciudad industrial a la postindustrial
En el campo de los estudios urbanos, la discontinuidad no resulta un concepto nuevo. Se puede afirmar que apareció junto al automóvil privado y el accesible precio de la energía. Fue un momento en que se sustituyó el concepto de distancia por el de tiempo.
Esto sucedió a continuación de la Segunda Guerra Mundial, momento en que aparecieron las ciudades metropolitanas cuya organización se dio de manera fragmentada, encapsulada o difusa (Fariña Tojo, 2015). De hecho, los procesos de urbanización postindustriales cambian los desplazamientos del campo a la ciudad por los de la ciudad al campo, propiciando una urbanización dispersa sobre el territorio (Berry, 1976).
No obstante, en la actualidad la discontinuidad no solo se relaciona con el uso del automóvil privado, el tiempo y la distancia. A estos cambios, se suman alteraciones en las tecnologías de comunicación e información (telemática), en la organización socioeconómica (postfordismo) y en las estructuras urbanas (contraurbanización) (Dematteis, 1998).
Antecedentes en el uso académico de discontinuidad
El término discontinuidad se ha convertido en una referencia muy utilizada para describir el modelo de ciudad basado en la desconcentración. En términos morfológicos y funcionales, esta palabra se utiliza para señalar la población que ocupa territorios que se extienden más allá de la ciudad tradicional con bajas densidades (Monclús, 1998) y se asocia a una disrupción entre las antiguas tramas urbanas y sus extensiones (Panerai, 1983).
Esta forma de la ciudad se puede vincular a un crecimiento caracterizado por sectores urbanos socialmente homogéneos y mono-funcionales, que incrementan el consumo de suelo. Rueda (2012) establece que este modelo produce una fragmentación funcional e incrementa la segregación urbana por nivel de ingreso, fomentando el vínculo social solo entre semejantes. En este sentido, los estudios de Thuillier (2005) y Lombardo (2007) en Buenos Aires y el de Caldefira (2000) en San Pablo, muestran las formas a través de las cuales las urbanizaciones cerradas amplían la polaridad social, generando una discontinuidad socioeconómica. Es lo que Hidalgo y Borsdorf (2005), en su estudio sobre las transformaciones sociales en Santiago de Chile, llamaron fragmentos urbanos, en donde existen aspectos físicos de discontinuidad, entre otras características.
Estos temas también fueron estudiados en diferentes ciudades del norte de México, como Ciudad Juárez o Chihuahua (Méndez y Rodríguez, 2004; Enríquez, 2007; Mendoza Terrazas y Sánchez Flores, 2009). En este sentido, Camacho Cardona (2017) visualiza tres fenómenos en México, el primero es la desconexión física y la discontinuidad morfológica; el segundo es el aislamiento a partir de la infraestructura –servicios y equipamientos-; el tercero, identifica la dispersión política, que se da por la división administrativa.
Desde el paisaje, la discontinuidad entre regiones se denomina ecotono. Estos espacios presentan mayor biodiversidad que la suma parcial de las comunidades que lo constituyen. Dramstad et al. (1996) ilustran los principios más relevantes de la ecología del paisaje para la planificación territorial. La funcionalidad de un paisaje se entiende en relación con el grado de conectividad entre los diferentes sistemas discontinuos que lo conforman, donde los conectores facilitan o impiden los movimientos entre las diferentes regiones.
Desde una mirada mercantil y/o financiera, la discontinuidad está vinculada a la localización de usos en el espacio en función del mercado de suelo (Nel·lo, 2002). Se crea un mosaico discontinuo de fragmentos autónomos, entre los que aparecen espacios vacantes. Estas tierras “en espera” del desarrollo urbano, que Sóla Morales (1996) denomina terrain vague, evidencian la falta de continuidad de la trama urbana. Estos territorios sin uso definido constituyen un importante porcentaje de las áreas urbanizadas en los países latinoamericanos (Clichevsky, 2002) y la causa principal de su desarrollo se presupone asociada a la especulación de sus propietarios. Sin embargo, los estudios en la periferia de Guadalajara realizados por López Moreno (1992) permiten matizar este supuesto, mostrando lógicas asociadas a cuestiones sociales. Posteriormente, Fausto y Rábago (2001), establecieron que para comprender la existencia de estos vacíos urbanos se deben establecer tres niveles de análisis: social (los actores que en ellos intervienen), espacial (su inserción en el territorio) y político (los aspectos normativos).
Sobre estas huellas, diferentes denominaciones dan cuenta de la disolución del modelo de ciudad continua. En la década de 1960, Gottmann (1961) vislumbró la dispersión de piezas sobre el territorio en el noreste de los Estados Unidos, conformándose un corredor irregular de áreas rurales, urbanas y suburbanas; a ese corredor le dio el nombre de “megalópolis”. Décadas más tarde, en Italia, Indovina et al. (1990) muestran una dispersión de residencias, usos productivos y servicios, con bajas densidades espaciales a la que denominan “ciudad difusa”. En los Estados Unidos, Garreau (1991) observa la aparición de grandes superficies de oficinas y comerciales para alquilar en los bordes metropolitanos a más de 50 km del centro tradicional, a lo que denomina “edgecity”.
En América Latina, Thomas Bohórquez (1999) y de Mattos (2010) destacan que la ciudad compacta, continua y homogénea, junto con los cambios en la organización social y la vida urbana, se transforma en una ciudad expandida, difusa, discontinua y policéntrica, acorde a las modificaciones introducidas por la globalización económica.
Discontinuidad en Buenos Aires
Desde la perspectiva de la ciudad global (Sassen, 1991) el espacio agropecuario en la región metropolitana de Buenos Aires comenzó a ser escenario de otras funciones que, hasta la década de 1990, eran exclusivas de zonas urbanas (Chiozza et al., 2000), con una progresiva segregación social y espacial (Duhau, 2000; Lombardo, 2007). Se produjo un cambio en las lógicas locacionales de los espacios terciarios (Vecslir y Ciccolella, 2011) y de los usos hortícolas que, en palabras de Le Gall y García (2010), conforman un archipiélago. Asimismo, surgieron nuevos productos del mercado inmobiliario, como son los parques industriales (Briano et al., 2003; Briano y Fritzsche, 2007) y las urbanizaciones cerradas (Vidal-Koppmann, 2001 y 2008; Roitman y Phelps, 2011), entre otros, que se localizaron de manera disruptiva con respecto a la trama de la ciudad tradicional compacta y continua.
Esta caracterización del territorio que se extiende más allá de la ciudad tradicional como discontinuo no es totalmente nueva. En las cartografías realizadas por Vapñarsky (2000) sobre la región de Buenos Aires, se evidencia que el territorio ya presentaba áreas edificadas discontinuas a fines del siglo XIX. Las representaciones urbanas que realiza este autor fueron analizadas por Favelukes et al. (2016).
El documento Lineamientos de Borde (Ministerio de Infraestructura de la Provincia de Buenos Aires, 2010) da cuenta de la discontinuidad que presenta la región metropolitana de Buenos Aires. El texto evidencia que en este territorio se disponen, de manera discontinua, diferentes usos: asentamientos ilegales, parcelas formales en valles inundables y tierras productivas, urbanizaciones cerradas, extensión urbana de las principales vialidades, nodos con diferentes roles en la intersección de la Ruta Provincial 6 con vialidades radiales, polígonos industriales, usos agropecuarios y áreas verdes y de reserva. ¿Cómo responder a esta discontinuidad? El plan propone completar con nodos de ciudad “compacta”. Esta propuesta de ocupación había sido introducida, años antes, en el documento Lineamientos Estratégicos para la Región Metropolitana de Buenos Aires (Subsecretaría de Urbanismo y Vivienda-DPOUT, 2007).
Tras este análisis surge el planteo, para seguir investigando, si se puede hacer una ciudad discontinua con buenas condiciones de habitabilidad o si es necesario transformarla en una ciudad compacta.
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