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47 Otredad

Brígida Baeza

Para la RAE otredad significa “condición de ser otro” (https://dle.rae.es/otredad) mientras que otro/otra es un adjetivo que se emplea “para explicar la suma semejanza entre dos cosas o personas distintas” (https://dle.rae.es/otro). En la cotidianidad se emplea reemplazándolo por diferentes denominaciones que reciben los otros y otras, dado que en términos generales son portadores de lo malo, de lo feo, de lo lejano, de lo que causa miedo, temor y en algunos casos aberración.

Es en la frontera, donde la cercanía que se genera en un control aduanero, sanitario y de documentación de personas, cuando se acrecientan las diferenciaciones y clasificaciones estatales, pero también las sociales. En ese contexto se ponen en juego las distinciones en torno al otro y otra, a los modos en que se piensa al extranjero frente a la documentación y solicitudes de rutina que se llevan adelante en la frontera. Se manifiesta en diferencias de acentos, de lenguajes, de modos de concebir a los grupos que, aunque cercanos en distancias físicas el cruzar fronteras, se hacen presentes las marcas que cada estado impone a su población, tal como: las placas de identificación de los vehículos, la moneda de circulación oficial, entre otros elementos.

Este capítulo se divide en cuatro secciones. En la primera se recuperarán las principales tradiciones de análisis provenientes de las ciencias sociales. En la segunda sección se hablará de xenofobia, discriminación, racismo y etnocentrismo. La tercera, en cambio, problematizará la relación entre otredad y frontera. La cuarta sección, finalmente, propondrá algunas distinciones entre diáspora, deportación y refugio.

Otredad en diferentes tradiciones disciplinares

Las diferencias y delimitaciones entre los grupos son analizadas desde distintas tradiciones y perspectivas disciplinares. Desde la sociología son estudiados los tipos sociales vinculados a grupos objeto de discriminación, tal como el extranjero, el extraño y las categorías que permiten analizar las construcciones sociales en torno a las tipologías mencionadas, al igual que desvío y estigma. La sociología se preguntó acerca de quién es el distinto o, con otros interrogantes en la frontera, sobre quién es el extranjero. Pero en todos estos interrogantes el cientista social construye el modo de abordar el estudio del otro y del extraño. En sociedades “nuevas” donde no existen grupos de familias patricias que generen estatus social, la figura del extranjero puede estar representado en grupos que no necesariamente nacieron en otro país. Y en esos casos la extranjeridad posee rasgos asociados a la etnicidad y a construcciones nacionales que remiten y justifican las fronteras sociales, tal como es el caso de los grupos mapuche en Patagonia.

Desde la antropología social se aporta al análisis de la construcción de los mecanismos de discriminación que se generan a partir de los posicionamientos en la escala de alteridades desde donde se marca la hegemonía de determinados grupos por sobre otros. Forma parte de una de las preguntas fundacionales de la antropología: el propósito de explicar ¿Quién es el otro? Sin embargo, ese otro no siempre es lejano en distancias sociales, lo cual lleva a agudizar el extrañamiento como investigadores de otredades en contextos de fronteras, tanto estatales como sociales.

Es en los espacios de contacto, donde lo conocido y desconocido se genera a partir del reconocimiento del otro. En estas interacciones es posible tanto reforzar como aminorar las diferencias que llevan al etnocentrismo (Krotz, 2004). En esta afirmación de las diferencias se construye también la noción del nosotros distintivo, pero como parte constitutiva del mismo proceso (Bohannan, 2004). En este sentido, la vecindad no significa igualdad. El extraño es aquel que no reúne las características del estereotipo local y que no forma parte del grupo que construye el orden social dominante (Beck, 2007).

También la historia de las mentalidades aportó al estudio de la otredad, a “el miedo al otro”, particularmente durante la Edad Media europea, el que podía tener diversas acepciones vinculadas a la extranjería, las pestes, la mendicidad o la religiosidad (Duby, 1995). Por esos motivos se excluía y diferenciaban a quienes se consideraban fuera de lugar. En plena hegemonía de la iglesia católica del medioevo se persiguió a grupos judíos, musulmanes y otro tipo de manifestaciones religiosas que pudiesen atentar contra su estructura. Entonces, no sólo se mostraban características externas como sobresalientes y distintas de quienes portaban religiones disidentes, sino que se marcaban origen y ascendencia a los grupos que detentaban el poder; en paralelo se fomentaba la aversión y rechazo al otro.

A pesar de considerar que las categorías de extranjero y extraño son construcciones sociales, para clarificar es posible diferenciar objetivamente que extranjero refiere a las clasificaciones estatales que la legislación establece para diferenciar a aquellos que no pertenecen al conjunto de nativos y nativas. El extraño se define, en cambio, a partir del trazado de fronteras internas. Sin embargo, la realidad social muestra que esos límites son porosos y, en ocasiones, necesitan ser problematizados a partir de la deconstrucción de las categorías que se vienen desarrollando. Eso ocurre, por ejemplo, con la categoría de segunda generación, que permite problematizar el modo en que construyen sus trayectorias aquellos grupos de jóvenes que por mandatos familiares o bien por el modo en que son referenciados en las instituciones escolares (Novaro y Viladrich, 2018), son “vistos” como bolivianos/bolivianas en Argentina.

Xenofobia, discriminación, racismo y etnocentrismo

Más allá de las tradiciones disciplinares, el modo en que conceptos como otredad, xenofobia, racismo y etnocentrismo deben ser analizados requieren de una perspectiva que atienda a las interrelaciones. La realidad de las prácticas sociales refleja y refiere a construcciones sociales contextuales y relacionales. También interesa el análisis del contexto y el modo en el que en el marco de las interacciones sociales se generan los tipos sociales en torno al distinto, al extranjero, al extraño y a las diferentes denominaciones que reciben los individuos portadores de estigmas que los ubican en situaciones de subalternidad.

En la Grecia clásica existían categorías para designar el odio al extranjero: xenos, extranjero, y phobos, miedo. El significado se prolongó a lo largo del tiempo. Así, la RAE considera por xenofobia la “fobia a los extranjeros” (https://dle.rae.es/xenofobia). El desprecio a quienes provienen de otros lugares, pero en particular a determinados grupos sobre los que recae el rechazo y la discriminación, se encuentra asociado a grupos que portan determinados rasgos fenotípicos.

Los modos en que se ejerce la discriminación sobre los grupos considerados inferiores/diferentes, varía entre formas sutiles en mitos, chistes, dichos, entre otras manifestaciones de violencia simbólica que son efectivas en la construcción de imaginarios. En otros casos puede hacerse presente en violencia física. Es sobre ese otra/otro diferente como parte de un grupo social estereotipado sobre quienes recaen los aspectos negativos, al mismo tiempo que se construyen (auto) representaciones positivas del grupo local/nativo.

También es necesario considerar que el discurso racista va acompañado de signos e imágenes que van consolidando la reproducción de estereotipos de los grupos que han quedado en una posición subalterna. Y el problema se profundiza cuando se considera que el grupo racializado afecta/amenaza compitiendo con el grupo hegemónico, por puestos laborales o lugares de estatus social (Wieviorka, 1994). Sin embargo, los grupos estigmatizados se apropian de los atributos que se les otorgan, haciendo uso de estas, como es el caso de las ofertas de migrantes bolivianos para trabajar en la construcción.

El etnocentrismo que ubica en el centro y en escala de superioridad a la cultura propia, forma parte constitutiva de las definiciones de alteridad. En principio, el juicio de valor emitido acerca del otro como: bueno o malo, igual o inferior, o bien de la acción de acercamiento o alejamiento, que se genera de acuerdo con el grado de identificación: imposición o asimilación. Y, por último, de acuerdo con el conocimiento o ignorancia acerca de la identidad del otro. Estas dimensiones dan cuenta de las distintas situaciones en las que se genera la relación con el otro. A la vez que no siempre en casos de negación o de identificación serán completas y que, por sobre todo el descubrimiento del otro, aunque es un proceso individual posee su historicidad y se encuentra determinado socialmente (Todorov, 1995).

Fronteras y otredades

En contextos de fronteras nacionales, provinciales o barriales se desarrollan una serie de vínculos y relaciones que si bien profundizan el sentido de vecindad y relacionalidad lo hacen en el marco de diferenciaciones constantes. Allí se recuerda el sentido de pertenencia y de arraigo, además de determinadas prohibiciones tales como algunos espacios, por ejemplo, esquinas vedadas al paso de determinados grupos migrantes que deben transitar por otros lugares al interior del barrio.

En este sentido, se desarrollan determinados modos de vinculación, dependencia y tensiones entre los individuos que conforman las (con)figuraciones (Elias, 1979) de fronteras, donde interviene tanto la agencia estatal como las propias subjetividades de quienes residen, transitan y traspasan las fronteras.

Así, cuando se investigan fronteras es necesario considerar tanto el análisis del modo en que los estados nacionales, provinciales o municipales intentan modelar y configurar las relaciones sociales, como las representaciones sociales que sus habitantes construyen en torno a ellas mismas y a los otros. Las fronteras simbólicas no siempre coinciden con aquellas impuestas por los estados, pero los esfuerzos estatales en delimitar clasificaciones poseen efectos de alcances mayores al de las áreas propiamente fronterizas. Así, desde el centro de los territorios nacionales se imaginan como “nacionales” a quienes habitan las zonas fronterizas por suponer que son espacios de resguardo de la soberanía estatal, sin considerar la amplia circulación y relaciones de parentesco a uno y otro lado de la frontera.

En contextos de fronteras se (re) producen y (re) significan diferencias y similitudes permanentemente, desde las materialidades propias de los requerimientos estatales, pasando por las diferenciaciones de estatus sociales y aquellas simbólicas ligadas a estereotipos y alteridades de quienes traspasan fronteras.

Esta observación lleva necesariamente a referir a la siguiente pregunta: ¿Quién es el extranjero en contextos fronterizos? Siguiendo la línea de análisis Georg Simmel, es posible reparar en el próximo-lejano, y en las distancias y fronteras sociales con respecto al otro; en definitiva, del reconocimiento de lo que “no somos” (Penchaszadeh, 2008). Es el extranjero quien posee “objetividad” ante la realidad, propia de la lejanía-proximidad, donde se presenta la tensión inherente a una relación donde se lo considera cerca pero también distante (Simmel, 2012). En la frontera, es ese individuo con quien, aunque se puedan compartir espacios, tendrá la marca de lo distante que define también lo propio y lo lejano, con una parte incluida y otra excluida y con los matices inherentes a la dinámica de las distancias sociales.

En algunas situaciones, la pertenencia por lazos de parentesco con uno y otro lado de la frontera genera que se activen estrategias que acercan o alejan, al extranjero, según las habilidades que accione y las circunstancias políticas y económicas. Es el caso de los brasiguayos. Su origen está relacionado con la migración brasileña que se asentó en Paraguay décadas atrás y que transita a uno y otro lado de la frontera en busca de trabajo, servicios y demás cuestiones que habilitan la vida de este grupo (Marques et al., 2013). La proximidad y lejanía respecto al grupo de brasiguayos dependerá de las conductas o habilidades utilizadas para habitar la frontera, por ejemplo, al momento de solicitar un servicio, declarar su situación migratoria, hacer uso o no de su condición binacional. Lo mismo sucede con grupos de doble nacionalidad chileno-argentino en la frontera patagónica, otro caso donde las variaciones en el mercado de trabajo o del cambio de moneda, además del acceso a los servicios básicos generan estrategias por parte de los habitantes de la frontera.

En contextos donde los estados nacionales no lograron quebrar experiencias comunes, parentescos y vecindad, las diferenciaciones suelen establecerse a partir del “tiempo de residencia” (Baeza, 2009). Entonces, el otro puede ser un connacional “del norte” a quien se lo ve lejano y distante. En tramas fronterizas la nación puede ser reproducida mediante la liturgia estatal en símbolos y actos escolares, pero en las prácticas cotidianas se resignifican aquellos lazos que unen a los grupos más allá del control y límites que los estados intentan imponer (Núñez et al., 2017).

Sin embargo, y a pesar de los lazos de relacionalidad, son en ocasiones las condiciones estructurales de los estados, ubicados a ambos lados de la frontera, y sus intervenciones para alcanzar la hegemonía, las que definen la otredad. Un ejemplo de ellos es lo que sucede entre El Paso (Estados Unidos) y Ciudad Juárez (México) donde las condiciones materiales diferenciadas a uno y otro lado de la frontera diluyen la “hermandad” (pre) existente (Vila, 2000). La frontera opera como un juego de espejos donde se reflejan las identidades. Al mismo tiempo que se generan nuevos procesos identitarios como producto de intercambios y modos de narrar a los otros y las otras. Mientras desde Ciudad Juárez se resalta la hermandad a uno y otro lado, en el Paso, se destacan las desigualdades que son otorgadas por las condiciones materiales disímiles a la de la ciudad mexicana.

Diásporas, deportación y refugio

Las construcciones estatales deben ser consideradas tanto para analizar la idea acerca del otro en la frontera, como para las clasificaciones y normas que impulsan prácticas y procesos de diáspora, deportación o refugio.

La noción de frontera está inscripta dentro de la idea de diáspora, que alude tanto al desplazamiento y deslocalización como al emplazamiento. Aunque la noción de diáspora rememora un centro y de ahí la idea de dispersión, también remite a la idea de viaje con la asociación para establecerse en otro lugar. Existe una multiplicidad de modalidades de viajes dispóricos, en el que género, edad, raza, clase, religión y lengua, entre otros factores, construirán diferentes experiencias e identidades colectivas en torno a ese desplazamiento.

Las diásporas son espacios de formación de comunidades a largo plazo, si no permanentes, incluso aunque algunas familias o miembros se muden a otro lugar. La palabra diáspora a menudo evoca traumas de separación y desubicación, y éste es, verdaderamente, un aspecto muy importante de la experiencia migratoria. Pero las diásporas también son el espacio potencial de la esperanza de los nuevos comienzos. Son espacios de debate cultural y político donde las memorias colectivas individuales colisionan, se reorganizan y se reconfiguran (Brah, 2011, p. 224-225).

Ambos conceptos, el de diáspora y el de frontera, deben ser considerados conceptualmente como un todo, ya que se componen mutuamente. Es lo que permite arribar a la categoría de “espacio de diáspora” (Brah, 2011), que incluye lo interno y lo externo, la localización y (des) localización; y donde es posible considerar aspectos de inclusión/exclusión, nosotros/ellos, nativo/extranjero, móvil/estático, permanente/estático. De modo que, el concepto brinda la posibilidad de pensar construcciones conceptuales acerca de las minorías y periferias que se construyen al interior de los centros hegemónicos.

Podría citarse la migración boliviana como un caso de grupo migrante transnacional, que además en las últimas décadas no sólo eligió como destino a sus países limítrofes, sino a otros como EE. UU, España, Italia y Japón, entre otros (Sassone, 2012). Sin embargo, algunos estudios sobre estos grupos migrantes en Argentina, analizados desde el concepto de diáspora, indican la necesidad de observar particularidades temporales y espaciales, como la residencia, la composición social y laboral (Zalles Cueto, 2002).

También es utilizada la perspectiva de diáspora con relación a la migración boliviana en estudios donde se destaca la importancia que poseen actualmente las redes transnacionales. Las nuevas tecnologías generan espacios comunicativos que podrían incidir en la ampliación de ciudadanía de quienes se encuentran en situaciones de subordinación (Szmukler, 2015).

Los estados conservan su soberanía bajo acuerdos supranacionales, para establecer los requisitos de permanencia en su territorio. Aquellos migrantes que no cumplen con las normas políticas están sujetos a potenciales deportaciones. Al punto que forma parte de su propio carácter de inmigrante la condición de expulsabilidad (Sayad, 1984) o deportabilidad (De Genova, 2002).

A nivel etimológico, deportación indica el acto de sacar, de eliminar, de expulsar (De Genova, 2017). A nivel mundial se está desarrollando un régimen de deportación, bajo el cual se despliegan sofisticados medios de control y métodos orientados a la repatriación (Alvites Baiadera, 2019). Todo el aparato burocrático estatal es puesto al servicio de la ampliación de espacios de retención y detención a los cuales se expanden las fronteras temporales (Mezzadra y Nielson, 2016). Así confluyen variadas modalidades, tales como la repatriación voluntaria, los retornos voluntarios, rechazos y retenciones en las fronteras, o las deportaciones forzadas.

Del mismo modo que en la frontera México- EE.UU, la violación de los derechos humanos es constante, de parte de ambos gobiernos, es posible también citar otros ejemplos, tal el caso de los guatemaltecos, hondureños y salvadoreños. Estos grupos de migrantes son vulnerados diariamente, a pesar de las denuncias de organismos internacionales, entre otros, evidenciando la violación de acuerdo internacionales (Guerrero-Ortiz y Jaramillo-Cardona, 2015).

Amparándose en la relación entre migración y delito, en las últimas décadas se ha incrementado a nivel mundial la criminalización de las y los migrantes. En el caso argentino, el Decreto de Necesidad y Urgencia 70/2017, que modificó la Ley de Migraciones 25.871 y la Ley de Nacionalidad y Ciudadanía 346, resulta ser otro caso de deterioro de las condiciones de acceso a derecho de los grupos migrantes (Gil Araujo, 2019).

En este contexto, otro concepto como el de refugio aparece fuertemente asociado al de frontera. Al momento de ser o no aceptado como refugiado comienzan a prolongarse las distancias entre haber adquirido o no el estatus de refugiado. Sin embargo, en un proceso de desfronterizar las explicaciones en torno al refugio –tal como en el caso de refugiados colombianos en Ecuador- es que se propone considerar no sólo la multiplicidad de motivos y de lugares asociados a quienes solicitan refugio. Sino también, considerar la diversidad de ciudades por las que optan en este caso los migrantes colombianos.

El caso de los refugiados colombianos permite analizar el modo en que son atravesadas, percibidas y experimentadas las fronteras. De acuerdo con los diversos factores, tal como se muestra en la investigación realizada por Riaño y Villa (2008), mientras que quienes ingresaron a Canadá lo hicieron solicitando refugio, quienes optan por entrar a Ecuador no lo hacen, demostrando no sólo el desconocimiento de derechos que tendrían al ser reconocidos como refugiados, sino porque no perciben la frontera ecuatoriana como un camino a la protección internacional.

Sin embargo, la construcción identitaria que se dará con posterioridad a ser o no ser reconocido como refugiado, traza los límites entre los reconocidos y los “negados”, donde intervienen no sólo los estados ecuatoriano y colombiano, sino también los organismos internacionales.

Bibliografía

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