Cristian Ovando Santana y Sergio González Miranda
En su visión más extendida, paradiplomacia se define como la actuación internacional paralela y en ocasiones en contraposición a la diplomacia oficial de parte de gobiernos intermedios y locales. Esta actividad internacional a una escala distinta a la nacional tiene motivaciones múltiples, destacándose las económicas, sociales y culturales. De manera sintética, el protagonismo internacional y transfronterizo de estos nuevos actores busca posicionar al territorio en que operan de cara a la globalización y con ello contribuir a su desarrollo en estas tres dimensiones.
Las definiciones convencionales de diplomacia la consideran como un Instrumento esencial de cooperación eficaz de los estados, que les permite resolver sus controversias por medios pacíficos. Dentro de sus características, la diplomacia reproduce la ficción de la existencia de una comunidad política homogénea, elemento que da sentido a todo el sistema de reconocimiento diplomático, la representación y la negociación entre los estados (Cornago, 2015). En cambio, la paradiplomacia limitada a la cooperación entre unidades políticas intermedias o subestatales, representa los intereses y aspiraciones de territorios acotados a una región particular, que tiene ciertas particularidades cuando se trata de regiones fronterizas, aunque sin desconocer la unidad del estado nación.
Este capítulo se divide en tres secciones. En la primera se abordarán los estudios académicos sobre paradiplomacia. En cambio, la segunda sección se centrará en algunas investigaciones sobre franjas fronterizas y procesos transfronterizos. Culminará, tratando alcances de la paradiplomacia desde las regiones fronterizas.
Estudio académico de la paradiplomacia
En sus orígenes, a finales de la década de 1970, los estudios sobre la paradiplomacia se centraron en describir la inserción internacional de los gobiernos subnacionales dentro de estados federales, que comenzaban a tener protagonismo en la escena internacional (Duchacek, 1984; Soldatos, 1990; Keating y Aldecoa, 2001). Este debate se centró en el impacto del sistema internacional en la gestión de la política exterior y su ajuste debido a la intromisión de aquellos entes intermedios en los asuntos internacionales de su competencia.
El surgimiento de abordajes sobre paradiplomacia en distintos estados de América Latina fue realizado en Argentina por Ferrero (2006), en Chile por Tapia (2003), en Colombia por Botero-Ospina y Cardozo (2009) y por Torrijos (2000), entre otros. A través de estos trabajos se fue profundizando en el análisis de los marcos institucionales novedosos que fueron surgiendo para el despliegue de la acción internacional de los actores regionales. Ejemplo de ello son el caso del MERCOSUR o el de las Zonas de Integración Fronteriza, al alero de la Comunidad Andina, y sus alcances en el desarrollo de entes paradiplomáticos de frontera (Odonne, 2016; Sánchez, 2015).
Dentro de esta arista incipiente de las relaciones internacionales, se puede encontrar una paradiplomacia restringida a gobiernos regionales y locales (Zeraoui, 2009; Ugalde Zubiri, 2005), más extendida dentro del debate académico. También, hay otra en torno a las expresiones de paradiplomacia ampliada a otros actores sociales que reivindican un rol internacional histórico y actual (Aguirre, 2001; Amilhat-Szary, 2016; Cornago, 2016; Senhoras, 2009). Esta “relevancia ampliada”, centra su análisis en el cuestionamiento al estadocentrismo y presta atención a la emergencia de nuevas formas de gobernanza, que son resultantes de la interacción no-jerárquica y flexible de una multiplicidad de redes no estatales (Ugalde Zubiri, 2005).
Investigaciones sobre franjas fronterizas y procesos transfronterizos
En este marco de apertura, se comienza a tomar en consideración la vinculación de la sociedad civil en estas estrategias, junto con destacar el rol particular que emprenden estos actores en las regiones periféricas. En efecto, las investigaciones sobre franjas fronterizas latinoamericanas en las últimas décadas se han vinculado al estudio del activismo de gobiernos locales y sociedades civiles regionales latinoamericanas en las que operan (Juste, 2017; Rhi Saussi y Odonne, 2009). Esta tendencia se inscribe dentro de los debates que conciben la frontera como construcciones sociales, especialmente localizadas en las periferias de los estados, que poseen diferentes funcionalidades y que expresan una diversidad de situaciones sociales-locales, dada su ubicación, no previstas por enfoques más tradicionales.
La paradiplomacia en su dimensión transfronteriza, se ha centrado, entre otras dimensiones, en el intercambio de bienes, servicios e ideas entre una gama de actores locales de dos o más regiones de distintos países. También se presta atención a las relaciones de identificación que de allí surge, dado que comparten el mismo sentimiento de rezago, asimetría entre regiones y abandono de parte de las capitales respectivas. Esta situación ha llevado a muchos actores intermedios de frontera a intensificar sus vínculos transfronterizos al alero de la globalización (Amilhat-Szary, 2016; Briceño, 2015; Ovando y González, 2018).
Estas investigaciones se han interesado por realidades subjetivas centradas en expresiones que deben traspasar el límite internacional para alcanzar sus objetivos, inspirados en una identidad común (Morales y Reyes, 2016). Asimismo, varias de ellas problematizan los alcances funcionales de las relaciones paradiplomáticas que surgen entre territorios periféricos pertenecientes a países que no forman parte de un bloque regional integrado, pero comparten problemas e intereses comunes (Hernández y Ramírez, 2018; Clemente, 2018; Juste, 2017). Estos intereses y valoraciones, por cierto, surgen de su condición periférica, asimétrica y de la falta de un marco institucional como engranaje de la política exterior del estado a que pertenecen y que dé cause su práctica paradiplomática. Por tanto, se trata de actores locales que han urdido estrategias informales de desarrollo en las que está presente el componente transfronterizo como elemento importante, pese a las limitaciones institucionales.
Estas regiones fronterizas periféricas se originan desde sus respectivos estados que, históricamente, han organizado preferentemente su territorio dividido en áreas centrales industrializadas y en zonas rezagadas “de sacrificio”, ubicadas preferentemente en el confín, que responden a los intereses de las primeras (Juste, 2017). Ergo, la preocupación académica se ha orientado en el sentido que le atribuyen estos actores paradiplomáticos a esta condición y cómo buscan sortearla desde las estrategias de gestión internacional (González, Cornago y Ovando, 2016; Odonne y Ramos, 2018). Si bien estas premisas no suponen que estos actores locales expresen propuestas de “acomodación territorial”, en tanto movimientos etnoterritoriales que desafíen la delimitación de las fronteras establecidas por los estados (Moreno, 2004), como ocurre en otras latitudes, sí implican el surgimiento de una identidad transfronteriza distintiva y procesos singulares de relacionamiento internacional para tener en cuenta.
Paradiplomacia desde las regiones fronterizas
Estas experiencias dejan en evidencia, entre otras manifestaciones, el quehacer de actores paradiplomáticos que expresan la voluntad histórica de buscar a través de vínculos internacionales y transfronterizos oportunidades para el destino de sus regiones periféricas (Sahlins, 2000). Así, estos actores locales internacionales tienen otra lectura de conflictos vecinales encausados en las cancillerías y que involucran las fronteras en que se desenvuelven.
En el caso del norte de Chile, sur del Perú y centro oeste de Bolivia, diferentes actores locales han visto en la integración física a través de líneas férreas, cooperación energética, integración cultural, etc., una oportunidad para su desarrollo, prescindiendo de los ocasionales pleitos diplomáticos que sostienen sus capitales y que afectan las posibilidades de cooperación fronteriza entre ambas sociedades regionales. Asimismo, aprovechan estas coyunturas para hacer sus propias demandas a las respectivas capitales (Ovando y González, 2014). Un caso similar, se encuentra en la frontera entre Táchira (Venezuela) y norte de Santander (Colombia), también marcada por conflictos interestatales y dinámicas transfronterizas crecientes (Linares, 2005; Mogrovejo y Bastos, 2015).
En concreto, estas expresiones brindan una nueva mirada a las relaciones internacionales de las regiones que, sin cuestionar el exclusivo poder del estado-central para definir la política exterior del país, abre nuevas posibilidades de entendimiento entre las sociedades regionales de dos o más países que comparten frontera. Esto es posible, a través de: la cooperación descentralizada (Marteles, 2009); la emergencia de plataformas pivotales (Boisier, 2003) en áreas transfronterizas y corredores internacionales; la formación de redes sociales transfronterizas, incluyendo las étnicas y familiares, que aumentan la densidad cultural (González, 2006).
En suma, discutir los aportes de estas expresiones internacionales en contextos fronterizos, puede proporcionar una mayor comprensión respecto de las motivaciones y los alcances de paradiplomacia de relevancia ampliada (Amilhat-Szary, 2016). Combinando el análisis de aspectos funcionales y subjetivos, se revelan tanto motivaciones económicas como aspectos simbólicos en torno a habitar gobernar y transitar la franja fronteriza. De este modo se abordan los resultados de estas instancias internacionales, en base a intercambios societales en contextos transfronterizos y que, por ejemplo, se desplieguen en territorios epicentro de conflictos diplomáticos que perduren hasta la fecha, como ocurre ocasionalmente en el caso del Conos Sur de América. De estas experiencias, en suma, se revelan legitimidades en disputa y en complementariedad (paradiplomáticas y diplomáticas), con importantes implicaciones sobre procesos de identificación que dan cuenta otras formas de relacionamiento internacional.
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