Brenda Matossian
La noción de exclusión refiere, en general, a una forma de separación, expresada en un sentido negativo, de un conjunto o grupo social respecto de otro. En su par opuesto, la inclusión, se encuentra el sentido positivo, la otra cara de la moneda, siempre desde una perspectiva binaria, y por ende reduccionista. En términos matemáticos también se utiliza el principio de exclusión-inclusión para reconocer el tamaño de una unión respecto de varias intersecciones. Sintéticamente, se trata de la definición de una separación a partir de la cual se reconoce aquello que se encuentra afuera, respecto de un adentro.
Según la Real Academia Española, exclusión se define como acción y efecto de excluir (https://dle.rae.es/exclusión). El verbo excluir presenta, al menos, cuatro acepciones, según se trate de su uso como verbo transitivo (las dos primeras) o pronominal (las dos últimas): 1) Quitar a alguien o algo del lugar que ocupaba o prescindir de él o de ello. 2) Descartar, rechazar o negar la posibilidad de algo. 3) Dicho de dos cosas: ser incompatibles. 4) Dicho de una persona: dejar de formar parte de algo voluntariamente.
Además de las definiciones lingüísticas, la noción de exclusión ha recibido atención en distintos trabajos académicos que la han estudiado desde diferentes enfoques dentro de las Ciencias Sociales principalmente atendiendo a preguntas como: ¿quiénes excluyen? ¿Quiénes son excluidos? ¿Por qué y cómo se produce la exclusión? Se presentarán algunas de las propuestas que buscaron responder a estas preguntas. Además, se analiza la exclusión de modo aplicado a un caso de estudio.
Exclusión en diferentes campos de estudio
La referida distinción respecto a las diferentes clases de verbos habilita algunas de las primeras reflexiones posibles en este sentido. En las formas transitivas emergen dos aspectos que remiten al ejercicio de un poder: la noción de quitar a alguien de un lugar y negar la posibilidad de algo. Para ambas acciones es preciso que haya alguien o algo que las concrete. Respecto a la forma pronominal también resulta pertinente pensar la acción o efecto de excluirse, como expresión de una voluntad de separación individual o colectiva. Sobre esto se ha debatido dentro del campo de los estudios urbanos en su traducción material más evidente en las metrópolis contemporáneas como son las urbanizaciones privadas. Han sido consideradas como procesos de autoexclusión o autosegregación, entendidos como la concentración de población con altos ingresos en conjuntos residenciales de lujo, en particular en los suburbios, mediante estrategias de encierro (Pires de Caldeira, 2000; Svampa, 2001).
Existen distintas formas en las que se ha aplicado esta categoría. Una de las más recurrentes es aquella referida a la exclusión social, en diálogo con los estudios acerca de la pobreza. Elizabeth Jelin (1994) ha reflexionado sobre las nociones de exclusión e indigencia y las define como la negación de derechos fundamentales en tensión con un “umbral de humanidad”. Afirma que “No puede haber democracia en niveles extremos de pobreza y exclusión, a menos que se defina como ‘no humano’ a un sector de la población. La exclusión y la destitución son lo opuesto a la idea de actores y escenarios” (p. 13). Define también que los excluidos no están o están fuera. Así, es posible reflexionar sobre ese afuera donde persiste la negación de los derechos humanos, donde los grupos hegemónicos buscan invisibilizar a los grupos subalternos.
Desde las ciencias de la educación se ha recuperado la noción de exclusión, por ejemplo, a través de los organismos internacionales. En 1983 se publicó un número especial de la revista de la CEPAL (Rama, 1983) en el que se trasluce el uso dentro de este campo de estudio. Allí se opone la exclusión a la participación, en contraposición a la usual dicotomía con la inclusión. La relación entre ambas se encuentra apoyada sobre las expectativas creadas en torno a la educación y las posibilidades efectivas de movilidad social ascendente que ofrece a los distintos conjuntos sociales.
También, hay una relación que suele hacerse entre la noción de exclusión, en términos generales, y su vinculación con la configuración de desigualdades particulares de ciertos grupos sociales minoritarios, los que van variando según contextos históricos y geográficos. La traslación de las violencias económicas hacia otras que pueden denominarse socioculturales fue sintetizada por Jelin (1994) al afirmar
…los procesos de pauperización y exclusión -y sus consecuencias en cuanto a la dificultad de formación de movimientos sociales que planteen los conflictos en términos de relaciones y tensiones societales- crean las condiciones para la aparición del racismo. Los sectores sociales en descenso viven la “amenaza” de los de abajo (inmigrantes, negros); las elites definen los problemas en términos raciales (son los “extranjeros” los que traen problemas) como enmascaramiento de la dominación y la exclusión de clase (p. 94-95).
Estas reflexiones permiten notar la complejidad intrínseca en la definición de la exclusión y de las múltiples dimensiones que abarca.
El amplio uso del binomio inclusión-exclusión se reconoce también en el diseño de políticas públicas. Su extensa aplicación radica en que permite introducir un criterio fácil de comprender y aplicar en términos prácticos a partir de la definición de criterios específicos de consideración social: por sobre o por debajo de ciertos límites que materializan diferencias (Mascareño y Carvajal, 2015).
La categoría encontró eco, asimismo, en los medios de comunicación en torno a los debates dedicados al feminismo cada vez más presentes. Segato (2019) ha destacado este entramado de desigualdades que define las distintas formas que adquiere la exclusión y su particularidad para América Latina al afirmar que, hasta no reconocer la discriminación racial, la región no tiene espejo, dado que las dos formas de clasificación automáticas e inmediatas -raza y género- son las que configuran las marcas en el cuerpo que permiten la primera forma de exclusión.
Exclusión: mirada multidimensional e interescalar
Una definición de exclusión posible connota una necesaria mirada multidimensional e interescalar en la cual se ejercen distintas formas de poder –económico, social, cultural, político- entendido en términos encadenados y reticulares (Foucault, 1979). A su vez, ese poder es practicado desde distintos actores e instituciones hegemónicas, tanto de sectores del estado como del mercado, operando sobre conjuntos sociales subalternos en diferentes medidas. Además de este preliminar intento de síntesis, es preciso considerar que no todas las dimensiones de la desigualdad excluyente ostentan el mismo impacto. En diversas investigaciones se destaca el innegable peso de los factores económicos en América Latina, en combinación con los componentes raciales y de género.
Jordi Estivill (2003) refiere a la exclusión social en un sentido amplio y a sus consecuencias al definirla como una acumulación de procesos que, desde la economía, la política y la sociedad, alejan e inferiorizan a personas, grupos, comunidades y territorios con respecto a los centros de poder, los recursos y los valores dominantes. Otras reflexiones apuntan a las causas de estos procesos y sostienen el énfasis puesto en la exclusión como producto de las transformaciones sociales acaecidas a partir de una nueva etapa de acumulación del capital. Así, en América Latina, Svampa (2005) señala que los obstáculos al desarrollo forman parte intrínseca del proceso global del capitalismo.
Una clara expresión de la noción de exclusión y de su relación con la construcción de fronteras puede hallarse en los estudios migratorios. Sandro Mezzadra (2005) recupera la relación y el entrecruzamiento entre exclusión, migración y clase y detalla que esta intersección convoca a pensar en la dimensión política de las migraciones y su estrecha relación con la definición de ciudadanía. Desde esta perspectiva, la ciudadanía debe ser reconocida en su dimensión exclusiva, como línea que separa un adentro de un afuera: la posición de un sujeto frente a un estado determinado, con relación al cual se es o ciudadano o extranjero. Aun así, y más allá de ello, avanza el autor: “[la ciudadanía] se dispone a transformarse en un elemento denso de significados que involucra criterios de adhesión subjetiva a un ordenamiento: identidad y participación, derechos y deberes de «geometría variable»” (p. 95).
Estar adentro o afuera implica, asimismo, una reflexión en torno a las normas constitucionales, leyes, instituciones y procedimientos administrativos que definen y conceptualizan la pertenencia. En contextos de espacios fronterizos y mediante las prácticas transfronterizas, con cruces cotidianos y fronteras porosas, las experiencias migratorias cuestionan la definición univoca de pertenencia. Entonces es posible comprender que la pertenencia remite, como señala el mencionado autor, más allá de determinado estatus legal, también a una forma de identificación que se vincula con una identidad política construida y no dada empíricamente. Esta reflexión apunta a lineamientos que merecen mayor atención dentro de las ciencias sociales y humanas y que refiere a las estrategias metodológicas cualitativas en el análisis de las formas de exclusión e inclusión, en donde se indaguen de modo integrado tanto las credenciales que permiten a un habitante de un país, ciudad, barrio, etc., acceder a determinados derechos, encontrarse incluido socialmente, y aquellas formas simbólicas de identificación que operan de modos materiales e inmateriales sobre su calidad de vida cotidiana.
La exclusión de los migrantes de los distintos espacios -jurídico, político y simbólico- de un nosotros constituido por el conjunto de los sujetos titulares plenos de derechos de ciudadanía ocupa una importancia estratégica. Este proceso alimenta, a su vez, múltiples tensiones que favorecen la difusión de tendencias de repliegue defensivo y reactivo de grupos sociales más o menos abiertamente racistas (Mezzadra, 2005). Estas exclusiones y sus eventuales consecuencias también son expresadas y definidas por los espacios geográficos en los que se encuentran situadas, y los mayores contrastes suelen hallarse en las metrópolis. A su vez, estas lógicas no operan exclusivamente sobre un conjunto social definido únicamente por las personas migrantes: las exclusiones que se expresan en los ámbitos urbanos muestran una combinación de dimensiones de la desigualdad en continua y dinámica intersección.
Exclusión social en ámbitos urbanos
Existen distintos ejemplos sobre las formas, materiales e inmateriales, que adquiere la exclusión social en los ámbitos urbanos, entendida como prácticas de separación en la que se define un adentro y afuera. Se abordarán algunos ejemplos vinculados con los fenómenos migratorios. Estos procesos no son novedosos, Capel (1997) se preguntaba sobre las profundas diferencias sociales, la segregación y los guetos como constantes de las ciudades desde la antigüedad: donde grupos se situaron / fueron situados en lugares aparte: barrios de parias, judíos, morerías, barrios indígenas en las ciudades coloniales, etc. Una de las claves en torno a la comprensión de estas dinámicas apunta a reconocer en qué medida y cómo las distintas instancias del estado y el mercado (re)producen estas lógicas y en qué medida existe, o no, un carácter voluntario de separación en ciertos conjuntos sociales.
Intentar comprender los motivos por los que determinados conjuntos residen en ciertas porciones de la ciudad remite a diferencias regionales notables. Los estudios sobre las ciudades de América Latina tienden a asimilarse más a la segregación vinculada a criterios socioeconómicos registrada en Francia. En ese contexto europeo, las periferias parisinas fueron caracterizadas como ciudades obreras, afectadas por el desempleo persistente, con una exclusión basada en las desigualdades de clase y mitigadas parcialmente por la acción estatal. Esas particularidades difieren de los modelos de gueto racial norteamericano donde la segregación y exclusión fueron totales, en modalidades fuertemente involuntarias y perpetuas: la separación forzada de la población negra fue más allá de la vivienda, y abarcó los ámbitos escolares, el empleo, los servicios públicos y la representación política (Wacquant, 2001).
Estos rasgos clave en cada uno de los contextos mencionados no implican que en el caso francés no exista, como para las ciudades latinoamericanas, una racialización de la población residente en áreas empobrecidas. Si bien la dimensión de clase imprime más que ninguna otra las oportunidades desiguales de acceder a la tierra, a la vivienda y a los servicios urbanos en su conjunto, es preciso comprender las heterogeneidades al interior de las áreas urbanas relegadas y la forma, tal vez menos evidente, en que operan otras esferas de las desigualdades y de la exclusión. Tal como señala Auyero (2001), la racialización discursiva y práctica de la población villera se refuerza con su extranjerización. Las lógicas que subyacen en las desigualdades socioespaciales responden, además, a políticas estatales bien definidas articuladas a lógicas de financiarización y renovación urbana. Estos fenómenos implican la exclusión de la población de las áreas centrales a través de la redefinición de usos del suelo, y fuerzan a migrantes y no migrantes a salir de la ciudad, reemplazando las viviendas existentes por otras más caras y menos accesibles.
Un ejemplo de estas dinámicas de exclusión puede reconocerse en el análisis de ciudades concretas. San Carlos de Bariloche, ubicada en la provincia de Río Negro, Argentina, es una ciudad fragmentada; su crecimiento acelerado y sin control, con fuerte diferenciación social, ha devenido en mosaicos urbanos donde la división del espacio residencial muestra distintos grados de exclusión (Matossian, 2015). Siguiendo este análisis, su sociedad es heterogénea no solamente por su composición demográfica según lugar de nacimiento (hacia 2001 sólo el 59% de su población era nacida en la provincia de Río Negro), sino por las diversas categorías que se ponen en juego y que entrelazan origen (étnico y nacional) y clase para definir distintos grados de legitimidad ciudadana.
Para este caso es indispensable reconocer en clave histórica el origen de las expresiones más evidentes de la exclusión social al interior de la ciudad. Así, resulta clave identificar la práctica ejercida durante el último período de dictaduras militares (1976-1983) cuando se concretó una relocalización forzada de dos asentamientos desde áreas centrales y turísticas hacia las afueras de la ciudad. En esos barrios residían familias de sectores populares, la mayoría de las cuales tenía un componente migratorio de origen chileno. Este sector al que fueron relocalizados, mediante medidas coercitivas dirigidas a no visibilizar a este conjunto social, condensa distintas formas de exclusión social y urbana en términos materiales y simbólicos. Se encontraba alejado del área central, en una zona inaccesible, desprovista de servicios urbanos básicos, sobre un basural, al lado del cementerio local (Figura 1). En este caso la exclusión vinculada al origen se comprende desde un enfoque integral, desde la simultaneidad, para evitar que permanezca soslayada frente a las innegables desigualdades socioeconómicas.
Figura 1
Vista hacia el centro de la ciudad desde un barrio producto de la relocalización forzada
Fuente: Fotografía de Brenda Matossian.
Otro caso de interés es el de Santiago de Chile en donde los procesos de exclusión social han sido abordados. Como plantean Ruiz Tagle y Lopez (2014), sus separaciones tienen históricamente un germen racializado entre la elite descendiente europea y el resto (mestizos y mapuches), que luego fue institucionalizada en términos de clase. Asimismo, han mostrado cómo la elite chilena ha sido un grupo muy impermeable a la movilidad social dejando como legado una composición más homogénea (cercana a la europea) que la que se observa en las clases medias y bajas. En términos espaciales, en la Región Metropolitana de Santiago el principio del precio del suelo está llevando a los conjuntos de vivienda social prácticamente a la periferia rural metropolitana (Hidalgo, 2007) generando problemáticas de cobertura de servicios urbanos entre otras que agravan las condiciones de vida de las poblaciones excluidas.
Bibliografía
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