Alejandro Benedetti y Brígida Renoldi
La seguridad puede considerarse como un estado de ausencia de peligros y de condiciones que puedan provocar daño físico, psicológico o material en los individuos y en la sociedad en general. Deriva de seguro, que la RAE (https://dle.rae.es/seguro) define como “Libre y exento de riesgo”.
Las definiciones de seguridad contienen alguna idea de riesgo o amenaza. Por tal, se entiende a cualquier indicio de probable mal, violencia o daño futuro que pueda recibir algo o alguien. Cuando existe indicio de riesgo para personas o cosas las acciones tendientes a evitarlo buscan establecer cierto estado de seguridad. Las nociones de riesgo, daño, peligro y amenaza integran, de algún modo, la noción de seguridad.
El término seguridad suele estar asociado a otra palabra, para denotar aquello que se busca proteger frente a las situaciones que se consideran o evalúan como amenazantes: seguridad nacional, seguridad interior, seguridad humana, seguridad jurídica, seguridad personal, seguridad ciudadana, seguridad informática, seguridad bancaria, entre otras. En el último tiempo se difundió, además, la idea se securitizar, como anglicismo por security y que expresa un proceso de configuración de la seguridad según ciertos parámetros.
Al tratarse de seguridad nacional o de seguridad interior, de algún modo quedan envueltas las fronteras: separa lo nacional de lo trasnacional y lo interior de lo exterior. Otras veces, las fronteras quedan desdibujadas, cuando se enfrenta lo interior deseable a lo interior indeseable.
Este capítulo se divide en cinco secciones. En la primera se describe el nacimiento de la idea de seguridad y su traducción en el concepto de seguridad nacional. En la segunda se explora el desarrollo del concepto de seguridad nacional e interior en Sudamérica. La tercera sección aborda las modificaciones a la concepción global de la seguridad que emergieron con la posguerra fría. La cuarta revisa las nociones de biopolítica y teicopolítica asociadas al concepto de frontera. Por último, la quinta sección presenta someramente el concepto de securitización.
Seguridad nacional
Según Foucault (1979) el concepto de seguridad nació con el liberalismo y se refiere a una forma de gobernar con el objetivo de garantizar que las personas individuales o colectivas estén expuestas lo menos posible a ciertos peligros. Esto llevó a la implementación de los procedimientos de control, coacción y coerción en torno a la salud (espacios hospitalarios) y el crimen (espacios carcelarios), las conductas consideradas antisociales (espacios correccionales) y la defensa frente a amenazas externas al estado, identificadas principalmente en la acción de otros estados. Es la concepción de la seguridad a partir del uso de la fuerza.
Aquí se pueden reconocer fronteras: la edificación de hospicios, cárceles y correccionales sirven al estado para confinar lo insano, lo criminoso o lo desviado. Emerge con el higienismo, modelo que colaboró activamente en la constitución de los estados nacionales en occidente, generando control sobre la circulación de personas y afianzando infraestructuras para tales fines (Rosanvallon, 1990). La seguridad, así, se instituyó en un principio de iniciativa estatal, en tanto protege los bienes públicos y privados: la salud, la integridad física y los bienes particulares.
A otra escala, bajo el principio de soberanía exclusiva y excluyente de los estados territoriales, surgió el concepto de seguridad nacional. Se relaciona con el control de las que son percibidas como amenazas para la integridad territorial, soberana y cultural de los estados nacionales. Por lo tanto, su surgimiento y desarrollo fue paralelo al de la estatalidad nacional. Es la concepción de la seguridad del estado frente a las amenazas externas, representada principalmente por otros estados y muchas veces expresada en hipótesis de conflicto bélico. Por esta vía se presentan como asuntos de seguridad nacional intereses religiosos, políticos o económicos que muchas veces apenas representan a una élite.
Esta aproximación a la seguridad se relaciona con el enfoque realista que trata de entender y explicar los problemas emergentes del sistema de estados nacionales. Considera que las amenazas a la seguridad emanan de la naturaleza anárquica de dicho sistema. Al no existir un gobierno central, la anarquía condena a los estados a una inacabable (y desestabilizadora) lucha por el poder. Cada estado busca maximizar su poder para defender su territorio y sus intereses de amenazas reales o potenciales, para asegurar su supervivencia.
La seguridad nacional, vista desde la concepción realista, está íntimamente relacionada con la capacidad militar que posea un estado determinado, por lo que cada estado se convierte en una amenaza para la seguridad de los demás. La forma clásica de resolver ese dilema es a través de la carrera armamentista. La guerra es un riesgo permanente cuya materialización refuerza las medidas de control, sobre todo en las fronteras internacionales. Los ciudadanos son el referente final, mientras el estado constituye el mecanismo necesario para lograr la seguridad de la nación (Cujabante, 2009; Mack, 2005).
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética y los Estados Unidos se dividieron el mundo de manera tal que crearon dos gigantes zonas de influencia y dominación: una por el capitalismo democrático y otra por el comunismo autocrático. Esto originó una situación permanente de tensión entre esos dos modelos (Bosio Haulet, 2003). Se produjo un esquema político, económico y militar bipolar. Los antagonismos entre estas potencias eran explícitos, si bien nunca llegaron a enfrentar sus maquinarias militares. De allí surgió la expresión Guerra Fría, que describió al período comprendido entre la década de 1950 y fines de la década de 1980. Los únicos focos de guerra se concentraron en terceros países, donde avanzaba el comunismo, como Corea o Vietnam.
Doctrina de la seguridad nacional o interior
Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos había elaborado el concepto de estado de seguridad nacional. Se utilizó para designar la defensa militar y la seguridad interna, frente a las consideradas amenazas de la revolución comunista, la inestabilidad del capitalismo y la capacidad destructora de los armamentos nucleares soviéticos (Buitrago, 2003). La ideología del anticomunismo, propia del lado occidental de ese mundo bipolar, le dio sentido; la desconfianza entre las naciones le proporcionó su dinámica. Uno de los objetivos estadounidenses era la contención del comunismo (no su eliminación), en lo que se denominó doctrina Truman, desarrollada durante la administración de este presidente (1945-1953), que se valía del antagonismo amigo/enemigo. Una de las estrategias fue la creación de un bloque de países europeos afines, a partir de los cuales surgió la OTAN. Asimismo, desplegó un accionar sobre Latinoamérica con el propósito de que sus poblaciones quedaran libres, desde la mirada estadounidense, de la amenaza comunista.
Como parte de su programa de “imperialismo informal” (Salvatore, 2006) Estados Unidos fue impulsando diferentes acciones sobre la región, estimuladas por el ideal panamericanista. El panamericanismo estaba impregnado con la doctrina Monroe (1823) que consistió en advertir a las potencias europeas que no intervinieran ni intentaran recolonizar las naciones independientes del continente americano, ya que éstas se relacionarían con los Estados Unidos de manera privilegiada. Así, buscaba mantener su influencia sobre la región, que se expresó de diversas maneras, como en la construcción de las rutas panamericanas. También buscaron contener el avance de las revoluciones, especialmente después de la experiencia cubana, apoyando gobiernos militares, que llegaban al poder a través de golpes de estado, o apoyando el desarrollo militar de los países de la región (Campos, 2014).
En Latinoamérica la seguridad nacional adquirió un carácter doctrinario y ha fungido como argumento para el ejercicio del poder de manera autoritaria. La doctrina de la seguridad nacional, a veces también llamada interior, es una teoría que buscó explicar la necesidad de la gestión militar de las instituciones estatales. Se trató de un esfuerzo por militarizar el concepto de seguridad. Fue usado para racionalizar y justificar el autoritarismo de las élites dominantes que frecuentemente ha desembocado en la persecución y desaparición de opositores considerados enemigos internos (Montero Bagatella, 2013).
Se mantuvo la idea de que a partir de la seguridad del estado se garantizaba la de la sociedad. Pero una de sus principales innovaciones fue considerar que para lograr este objetivo era menester el control militar del estado. El otro cambio importante fue la sustitución del enemigo externo por el interno, que habitaba en la misma sociedad civil. La lógica bélica que otrora identificaría el enemigo del otro lado de la frontera se trasladó a la amenaza proveniente del interior del país, asociada a una ideología rechazada por amenazar el orden pretendido. Los Estados Unidos intervinieron en el desarrollo militar de la región de múltiples maneras. Entre ellas, se encuentra el mantenimiento en las décadas de 1960 y 1970 de la Escuela de las Américas en Panamá para la preparación militar de las fuerzas armadas latinoamericanas (Campos, 2014).
Los estados latinoamericanos debían enfrentar al enemigo interno, materializado en supuestos agentes locales del comunismo. Con esta lógica se buscó combatir a los movimientos insurgentes protagonizados, entre otros, por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (Nicaragua), el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (Perú) o el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (Uruguay) entre las décadas de 1960 a 1980. Además de las guerrillas, el enemigo interno podía ser cualquier persona, grupo o institución que tuviera ideas opuestas a las de los gobiernos cívico-militares. Esta fue la vía por la cual se impulsaron diferentes formas de terrorismo de estado para perseguir, encarcelar, acribillar o desaparecer personas que fueran consideradas subversivas o que atentaran contra el orden y la seguridad nacional.
Buitrago (2003) reconoce cuatro etapas en el desarrollo de esta doctrina: (1) antecedentes, que remiten al militarismo presente desde inicios del siglo XX, que facilitó su emergencia; (2) gestación, entre los inicios de la Guerra Fría y la víspera de la Revolución Cubana; (3) desarrollo, marcada por el nacimiento de los movimientos insurgentes en la región y el desarrollo de un militarismo de nuevo cuño, hasta la segunda mitad de los años setenta; y (4) declinación, con el ascenso de los gobiernos civiles en la región hasta la finalización de la Guerra Fría.
Esta doctrina tuvo mayor desarrollo en países como Argentina, Brasil y Chile. En Brasil sirvió para preparar y justificar el golpe militar de 1964 contra el gobierno de João Goulart. En Argentina justificó el golpe al gobierno de Arturo Illia (1966) y de Isabel Perón (1976). En Chile, permitió legitimar el golpe contra el presidente Salvador Allende (1973). Una herencia de estas dictaduras es la concepción securitaria de las fronteras. En el caso de Brasil se manifestó mediante la Ley 6.634 de 1979 que afirmaba: “Art. 1. Es considerada área indispensable a la Seguridad Nacional la faja interna de 150 Km… de ancho, paralela a la línea divisoria terrestre del territorio nacional, que será designada como Faja de Frontera”.
Seguridad en la posguerra fría
En el periodo posterior a la guerra fría se produjo una reconceptualización de la seguridad en el escenario de las relaciones internacionales. Se habla de un mundo interdependiente en donde tienen cabida una multiplicidad de actores y una diversidad de temas en la agenda de política internacional, por lo que el estado ya no es considerado el único actor del sistema. A partir del derribo de las torres gemelas de Nueva York del 11 de septiembre de 2001 el “terrorismo” y el “crimen organizado” han sido ubicados en muchos estados como las mayores amenazas a la seguridad nacional, a pesar de la dificultad para definirlos e identificar su existencia.
En la agenda de debate político y académico comienzan a ser problematizadas nuevas amenazas: el narcotráfico, el terrorismo, la degradación del ambiente y la deuda externa. En el contexto de avance del proceso de globalización, y de esfuerzo por definir, identificar y medir las amenazas, proliferan los discursos públicos que despliegan un nuevo repertorio de amenazas: la migración ilegal, las pandillas juveniles, los conflictos étnicos o religiosos e, incluso, la pobreza, la desigualdad social y la inestabilidad política y económica. Esto empujó al surgimiento de nuevas definiciones sobre la seguridad (De la Lama, 1998; Montero Bagatella, 2013).
Las nuevas aproximaciones a la seguridad rechazan particularmente las políticas que ponen al estado y su soberanía en el centro del tema o la creencia que el estado es y puede ser el guardián de la seguridad de las personas. Inclusive, existen lugares en el mundo donde los propios estados constituyen una importante amenaza para la vida de la ciudadanía. En el caso de estados que han fracasado en generar la estabilidad política interna o se encuentran coexistiendo con facciones y grupos que administran el orden con otras reglas, la violencia y la inseguridad se pueden exacerbar. Colombia o México dan cabal testimonio de esta realidad, pero también, en diferentes momentos y regiones, los demás países latinoamericanos.
Entre las diferentes definiciones surgidas en las últimas décadas se puede mencionar la de seguridad humana que hacia 1994 fue estabilizada por la PNUD a través del Informe sobre Desarrollo Humano. Allí se afirma:
Hace ya demasiado tiempo que el concepto de seguridad viene siendo conformado por las posibilidades de conflicto entre los Estados. Durante un tiempo demasiado largo, la seguridad se ha equiparado a la protección frente a las amenazas a las fronteras de un país. Durante un tiempo demasiado largo, los países han tratado de armarse a fin de proteger su seguridad. Actualmente, para la mayoría de las personas, el sentimiento de inseguridad se debe más a las preocupaciones acerca de la vida cotidiana que al temor de un cataclismo en el mundo. La seguridad en el empleo, la seguridad del ingreso, la seguridad en la salud, la seguridad del medio ambiente, la seguridad respecto del delito: son éstas las preocupaciones que están surgiendo en todo el mundo acerca de la seguridad humana (PNUD, 1994, p. 3).
Esta y otras propuestas llevan a desvincular la consideración de necesario entre seguridad y estado.
Biopolítica, teicopolítica y frontera
Durante la guerra fría se exacerbó la utilización de la dicotomía entre amigo y enemigo, capitalismo y comunismo, oriental y occidental. Un símbolo por excelencia de esta diferenciación fue el Muro de Berlín, erigido en 1961 para materializar la división del mundo en dos bloques. Su caída, en 1989, fue el inicio en el establecimiento de un nuevo orden mundial donde, paradójicamente, nuevos muros fueron levantados.
Teicopolítica es un neologismo construido con la raíz griega τειχς (teicos) del griego antiguo, que designaba el muro de la “pólis”. Esta noción indicaría cualquier política basada en la construcción de muros, en diferentes escalas (Rosière, 2015). El término puede considerarse como una expresión de la biopolítica, concepto acuñado por Foucault (1979) para referirse a las políticas basadas en el disciplinamiento de los cuerpos humanos. La edificación de muros expresa la voluntad de controlar materialmente la movilidad de bienes y personas.
En el contexto de la globalización la profusión de muros revela una curiosa contradicción entre los discursos liberales que alientan la fluidez y el interés por anular los desplazamientos de ciertos objetos y personas que circulan a través de esos mismos circuitos. De este modo, seguridad y circulación quedan en tensión y contradicción dentro del capitalismo tardío. En términos biopolíticos, la frontera puede comprenderse como la acción de controlar selectivamente el ingreso o egreso de personas a un determinado territorio: disciplina la movilidad de los cuerpos.
La producción muraria de Israel para encerrar a Palestina desde 2002 fue una expresión teicopolítica pionera en el siglo XXI, pero no la única. En 1992 el presidente estadounidense George H. W. Bush había firmado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que liberó la circulación de mercaderías entre los Estados Unidos, Canadá y México. En 2006 su sucesor, George W. Bush, protagonizó la acción teicopolítica estadounidense emblemática: impulsó la Secure Fence Act que autorizó la construcción de un muro doble a lo largo de más de 1.000 kilómetros, para reforzar la seguridad en los 6.000 km de su frontera compartida con México (Figura 1). En la década de 2010 había más de 18.000 km de muros cerrando fronteras entre países (Rosière, 2015). No se trata de anular la circulación, sino de ejercer el poder coercitivo del estado sobre los cuerpos migrantes.
Figura 1
Muro en Tijuana
Fotografía del muro construido por los Estados Unidos, en el tramo de la ciudad de Tijuana. Además de una expresión teicopolítica, es lo que a partir de Mbembe (2003) se define como necropolítica, en el sentido del derecho que los estados se atribuyen de exponer a las personas a la muerte ante su deseo por querer cruzar una frontera.
Fuente: Alejandro Benedetti, noviembre de 2014.
Siguiendo a Foucher (1988), una díada son dos países contiguos con frontera en común. Las diferentes díadas mantienen relaciones fronterizas diversas en función de los intereses securitarios que manifiesta uno u otro de los estados involucrados. Recuperando una clasificación que Cuisinier-Raynal (2001) propuso al estudiar las fronteras peruanas, se pueden reconocer al menos cuatro voluntades teicopolíticas.
Tapón. Se forman cuando se restringe el acceso a la frontera. La ausencia de caminos dificulta la circulación de personas no solo a través de la frontera, sino hacia ella. Una frontera tapón en Latinoamérica se formó en la díada Panamá-Colombia. Allí se encuentra el Tapón de Darién, una espesa selva que obstruye la circulación. La ausencia de camino garantiza la ralentización total de los flujos comerciales. La movilidad de personas se restringe a las comunidades indígenas locales.
Frente. Es el caso de fronteras que se mueven, buscando ganar territorio, especialmente en escenarios de guerra. En la historia americana, el avance de los nacientes estados independientes hacia los territorios indígenas, como en el Gran Chaco, llevó a que éstos retrocedieran. La teicopolítica se expresó en trincheras, fosos y fortines.
Sinapsis. En la mayoría de las díadas latinoamericanas los estados construyen infraestructuras para facilitar los contactos y la circulación entre poblaciones vecinas. Puentes, amarraderos o simplemente calles agilizan el pasaje de personas. Probablemente la mayor sinapsis se registra en la díada Brasil-Uruguay. Allí se formaron las ciudades de Chuy-Chui o Rivera-Santana do Livramento. Son urbanizaciones que se extienden a uno y otro lado del límite internacional, sin mayores restricciones a la circulación local.
Cierre. Expresa la máxima voluntad por controlar la circulación a través de la frontera. Es posible llegar hasta allí, pero no cruzar. En sus versiones extremas, se establece con muros, cercos y vallas. Esos artefactos son complementados con otras tecnologías, como radares, sensores, atalayas, entre otros. Un caso lo proporciona Haití, que construyó un muro en su frontera con República Dominicana, en su voluntad de impedir el comercio.
La teicopolítica no es exclusiva de los estados nacionales. El desarrollo del principio de propiedad privada ha sido un incentivo para la generación de toda clase de fronteras materiales: barreras, rejas, alambrados y paredones marcan la diferencia entre lo público y lo privado. La vivienda particular se erige con medianeras que separan grupos habitacionales y diferencian lo íntimo de lo ajeno. En las ciudades latinoamericanas se han desplegado muros que encierran conjuntos de viviendas para garantizar seguridad a los sectores sociales de ingresos medios o altos frente aquello que ven amenazante.
Securitización
El término securitización fue acuñado por Waever (1995). Surge como una reacción a las teorías realistas clásicas de las relaciones internacionales, que solo se interesaban por las amenazas militares entre estados. La seguridad quedaba restringida a los conflictos entre estados.
La securitización expresa el proceso a través del cual ciertos actores políticos (prensa, gobernantes, militares) presentan ante el público la existencia de supuestas amenazas de cualquier tipo. Esto es considerado un pretexto para desplegar ciertos programas de gobierno, como incrementar el número de policías, comprar más armamento o levantar muros (Treviño Rangel, 2016). Cualquier cuestión puede convertirse en un problema de seguridad, con total independencia de su naturaleza objetiva o de la relevancia específica de la supuesta amenaza. Este enfoque implica problematizar el “para quién” de la seguridad y según qué supuestos.
Los problemas de seguridad son construcciones sociales. Son proclamados como tales dentro de un proceso discursivo que los enfatiza y prioriza. Desde ese momento, generalmente como agenda de intereses de ciertas elites, se vuelven asuntos por los que se exige la implementación de políticas públicas específicas y excepcionales.
Además, este proceso es acelerado por los medios de comunicación masivos con su gran capacidad para instalar temas y problemas (Perelló Carrascosa, 2018). Surgen, así, las exigencias pocas veces fundamentadas, solo por la presunción del miedo, para incrementar los recursos armamentistas empleados, los efectivos de las fuerzas de seguridad requeridos y el uso de tecnologías conexas (escáneres, radares, cámaras, etc.). Esto garantizaría la vigilancia y el castigo de quienes son consideradas personas peligrosas o amenazantes. La seguridad no es algo objetivo, sino relativo al sujeto que la reclama.
Ciertas personas migrantes, con frecuencia, son representadas en el imaginario de la prensa como amenazas constantes al mercado de empleo, a la cultura nacional e inclusive a la vida de los nativos. Para presentar las migraciones a través de las fronteras, por ejemplo, suelen emplearse metáforas bélicas, biológicas o criminales, que se vuelven claves en la concepción securitaria del fenómeno. Expresiones como “invasión” o “avalancha” para referir a personas migrantes, suelen estar acompañadas por los términos “porosidad” o “penetración” para aludir al cruce de las fronteras, junto con otras que lo asocian a lo criminal, como “indocumentada” o “ilegal”. Todo esto contribuye a promover la inquietud en la ciudadanía, lo que redunda en un mayor deseo de control y vigilancia de las fronteras, frente el miedo a los otros y al deseo de protección frente a lo que se promociona como amenazante para la integridad social e individual.
Bibliografía
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muy bueno
Gracias