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9 Centro/Periferia

Camilo Useche López y Jorge Aponte Motta

La Real Academia Española ofrece 29 entradas para la palabra centro, entre las que se encuentran concepciones geométricas: “el punto equidistante de los límites de una línea, superficie o cuerpo”, “punto interior del círculo del que equidistan todos los de su circunferencia” y en la esfera, de todos los puntos de su superficie (https://dle.rae.es/centro). También, indica otras definiciones atadas a las funciones del atributo de centro, como a la de ciertos atletas en deportes de conjunto, objetos con localizaciones particulares como los “centros de mesa”, o inclusive prendas de vestir como las enaguas o los chalecos que en algunos países también se conocen como centros. Algo que resulta interesante en todas las concepciones es su asociación a un lugar, situación o posición; en donde ocurren cosas. Por tanto, el centro está íntimamente atado al verbo centrar, de colocar en medio de, concentrar, agregar, unir, aglutinar. En el centro está el poder, la energía, las fuerzas. Allí comienza todo, es donde las cosas son claras y ordenadas, están en equilibrio, donde ocurre “lo importante”: el centro de la ciudad, la centralidad, el centro financiero, el centro del campo, el centro de pensamiento. 

Periferia tiene apenas tres entradas: “Contorno de un círculo, circunferencia. Término o contorno de una figura curvilínea. Parte de un conjunto alejada de su centro, especialmente la de una ciudad” (https://dle.rae.es/periferia). Sorprende que el opuesto a centro se asocie casi exclusivamente a su concepción geométrica: contorno, que particularmente habla del “territorio o conjunto de parajes de que está rodeado un lugar o una población”, o el “conjunto de las líneas que limitan una figura o composición”, o a la idea de alrededor, adverbio que denota una situación de estar rodeando algo.

La ambigüedad en el desarrollo de la concepción dicotómica centro-periferia incidió notoriamente en América Latina, África y Asia. Ello ocurrió en virtud de sus particulares procesos postcoloniales, a partir de la segunda posguerra mundial, cuando se hicieron evidentes las asimetrías prácticas y simbólicas históricamente construidas tanto entre los estados como en sus mismas sociedades. Se hicieron patentes los intensos desequilibrios entre quienes más tienen, localizados en los centros y los “condenados de la tierra” como los describiera Fanon (1963) reflexionando sobre la realidad colonial africana, producidos como pobres en la relación colonial de dominación del centro sobre la periferia. Esta mirada revolucionó los estudios sociales desde la segunda mitad del siglo XX, profundizando la “herida colonial” (Mignolo, 2005) que, con diferentes acepciones, ha estado presente en la reflexión latinoamericana.

Este capítulo se divide en cuatro secciones. La primera revisa los aportes clásicos a la reflexión sobre la relación centro-periferia, que se vinculan tanto a la tradición marxista, como al estructuralismo de la CEPAL y los estudios relacionados con la teoría de la dependencia.  En la segunda sección se presentan varios de los aportes más recientes a este debate. La tercera proporciona una mirada de la relación centro-periferia en clave espacial. La cuarta sección, finalmente, presenta algunos aportes realizados desde los estudios fronterizos latinoamericanos. 

Orígenes de la discusión sobre centro-periferia

Centro y periferia constituyen una pareja dialéctica que en América Latina inicialmente se entendió desde una perspectiva marxista. Marx (1867) propuso que las tensiones propias de los procesos de producción capitalistas se traducen en una lucha de clases donde la acumulación profundiza cada vez más las asimetrías entre los dueños de los medios de producción (burgueses) y los trabajadores que venden su fuerza de trabajo (proletarios). Esa tensión pasa necesariamente por el imperialismo, como una fase avanzada del capitalismo (Lenin, 1919). Las naciones capitalistas profundizan la condición subordinada de las colonias mediante el permanente endeudamiento, impidiéndoles transformar su situación. Ese mecanismo asegura, además, un destino a las mercancías excedentes de la producción industrial, así como el acceso a las materias primas necesarias para la transformación manufacturera. El capitalismo imperial expande globalmente su dominación colonial, por lo que se vuelve necesario resistir por su capacidad destructora de las relaciones de producción no capitalistas (Luxemburgo, 1975).

La temprana lectura de Luxemburgo del elemento colonial en la expansión imperial del capitalismo fue por mucho tiempo subvalorada en el análisis crítico. Sin embargo, empezaron a surgir las voces desde los entornos colonizados más o menos a la par que las dinámicas de la expansión imperial. Un ejemplo claro es Mariátegui (1928), en parte influenciado por la autora marxista polaca, quien reflexionó sobre la condición colonial y la posición subordinada dependiente por la cual el Perú se articuló a la expansión capitalista. En ese proceso, tras el dominio español, este país y toda América Latina se subordinaron a los intereses capitalistas, con el apoyo expreso o tácito de las élites nacionales. 

Con la profunda crisis de entreguerras de 1929 y, particularmente, tras la Segunda Guerra Mundial, se asentó un análisis económico concentrado en las asimetrías centro-periféricas, atadas a la organización internacional del trabajo y a la especialización en términos de ventajas comparativas que habían asumido los países periféricos como proveedores de materias primas para los países centrales. 

En 1947 se creó la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), dentro de las Naciones Unidas, para promover el desarrollo de la región. Bajo este paraguas, Prebisch (1949) y un diverso grupo de académicos latinoamericanos propusieron que la estructura económica de las relaciones centro-periferia condicionaban la situación de América Latina. Por tanto, se hacían necesarias acciones políticas para contrarrestarlas y llevar a la región hacia el desarrollo. Para ello, se debían favorecer los procesos de industrialización, disminuyendo el flujo de importaciones, de productos de consumo, pero también de máquinas para producir máquinas, fortaleciendo así tanto la industria como los mercados nacionales y minimizando la dependencia externa. Esto implicaría ingentes inversiones estatales y toda una política que en la región se conoció como industrialización por sustitución de importaciones. Este modelo político y económico, que tuvo fuerte incidencia entre las décadas de 1950 y 1970 en varios estados latinoamericanos, entró en crisis a finales de esa década. Algunas voces plantearon que la expansión del tamaño y el gasto estatal llevaron a un sobreendeudamiento que produjo una inflación incontrolable y que generó grandes crisis económicas en toda la región. 

Otra lectura que empezó a surgir en la década de 1960 sostuvo que las acciones de los estructuralistas de la CEPAL no cuestionaron la esencia del desarrollo como componente intrínseco del capitalismo que profundiza las asimetrías entre metrópolis y países dependientes. Es decir, las políticas de desarrollo adoptadas solo profundizaron el subdesarrollo. Por tanto, sin un cambio en el modo de producción, las condiciones económicas dependientes y las desigualdades sociales no harían más que profundizarse. Furtado (1964), Cardoso y Faletto (1969), Marini (1973), dos Santos (1970) y Gunder Frank (1970), entre otros, reunidos en un ecléctico grupo de pensadores hoy conocidos como dependentistas, radicalizaron la lectura de la relación centro/periferia. Sugirieron que existen grandes dificultades para “cerrar la brecha” que divide al centro de la periferia, porque la dinámica del capitalismo no hace sino ampliarla constantemente. Una parte importante de esta reflexión maduró al interior del Centro de Estudios Socio-Económicos (CESO) de la Universidad de Chile, que reunió a varios de estos pensadores entre 1965 y 1973, año que fue cerrado con el golpe militar de Pinochet.

Pese al prematuro cierre del CESO, la profundidad y diversidad del debate incidió en el análisis de la condición periférica global. Entró en relación con los estudios de otras realidades globales dependientes, como Asia y África (Amín, 1974 y 1978), así como con una creciente reflexión sobre las dinámicas económicas globales vinculada a los grandes procesos históricos que atan los estudios sobre la historicidad del capitalismo a los ciclos económicos de larga duración. Estas reflexiones tienen un particular desarrollo en las propuestas de Arrighi y Silver (2001) o de Wallerstein (2005), con su teoría del sistema mundo capitalista y su estructuración global a través de profundas desigualdades económicas, sociales y políticas que le dan forma, e incidió en las reflexiones sobre los procesos de la globalización en una lectura de la larga duración de los procesos geohistóricos (Ianni, 1996; Fazio, 2002).

Nuevas perspectivas 

El panorama de elaboración epistémica en torno de la dicotomía centro-periferia para América Latina, contiene diversos matices y enfoques elaborados desde distintas disciplinas. Una de ellas es la originada desde la historiografía de los estudios fronterizos y desde la historia del mundo atlántico de los siglos XVI-XIX (Almeida y Ortelli, 2011; Boccara, 2005; Langue y Büschges, 2005). Han estado ligadas a los estudios hegemónicos y los centros de poder y su representación en el “nuevo mundo”, a la construcción simbólica de la idea de civilización/barbarie o civilizado/salvaje, o a la formación de confines y de espacios marginados, como selvas, desiertos y tierras bajas. Suelen ser representaciones enmarcadas en las relaciones de fuerza entre los centros y las periferias y, al mismo tiempo, en la conformación de fronteras y márgenes espaciales en los territorios colonizados por los europeos.

Los procesos de descolonización africanos (Mbembe, 2008), las posturas anticoloniales (Fanon, 1963) y la amplia discusión en torno a la configuración de la condición postcolonial (Mezadra, 2008), permitieron establecer las bases de una nueva mirada sistémica. Se trata de la perspectiva centro periferia que fortaleció tanto las conciencias políticas, como los enfoques analíticos desde la condición periférica, subalterna o subordinada, vinculados con las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos, las reivindicaciones obreras, de género y ambientales e incluso estuvo fuertemente ligada con la emergencia y desarrollo de la llamada Teología de la Liberación, también con fuertes cimientos latinoamericanos. Las miradas desde los oprimidos, además de su notoria incidencia en la economía, la sociología y la ciencia política, atravesaron otras disciplinas de las ciencias sociales. Los estudios culturales, el giro espacial e incluso las miradas poscoloniales y decoloniales más recientes, como la geografía crítica, de una u otra forma fueron marcados por esa conciencia construida en función de los procesos históricos, económicos y políticos anclados en la reflexión latinoamericana del siglo XX. 

Así, los debates propuestos por Escobar (2007) sobre la categoría tercer mundo, inventada junto con el desarrollo como una estrategia discursiva y tecnología de gobierno funcional al dominio sobre los países subordinados, como los mecanismos para enfrentar la crisis ambiental y la pobreza, pasan por un reconocimiento de dichas luchas y por reivindicar prácticas y autonomías locales, necesarias para trascender el desarrollo como meta ontológica y el crecimiento económico como mecanismo para alcanzarlo. Dichas reflexiones, se enlazan con las preocupaciones crecientes sobre las “las virtudes del desarrollo” de las décadas anteriores, siendo necesario apostar por un post desarrollo, no como una fase más elevada del desarrollo, sino como una forma diferente de pensar la relación del hombre con el territorio, “sentipensando con la tierra” (Escobar, 2014). 

Estas preocupaciones no fueron exclusivas del pensador colombiano. Recogían inquietudes en emergencia desde diversos sectores que, de alguna forma, se hacen visibles a través de diferentes canales. Uno de ellos es el llamado grupo Modernidad-Colonialidad que vinculaba a Dussel (1973), Mignolo (1995 y 2005), Castro-Gómez y Grosfoguel (2007), Moraña et al. (2008) y Quijano (1991). En torno a estos y otros autores, durante la primera década del siglo XXI hubo un resurgir de la mirada latinoamericana en la discusión crítica global, siguiendo inicialmente en el camino marcado, alrededor de la teoría de “sistema-mundo”, por el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein, pero luego proponiendo una aguda lectura desde la condición colonial. Esta crítica estuvo alimentada por las teorías alrededor de los estudios culturales, literarios y postcoloniales, y recuperaron elementos de la filosofía de la liberación y las lecturas de la dependencia ya presentadas. 

El grupo propuso que hay una matriz colonial que subyace a las dinámicas asimétricas planetarias y que se sustenta por una colonialidad del poder, el saber y el ser. Están ancladas en una narrativa occidental eurocéntrica que en sus discursos y prácticas esgrimen una superioridad ontológica y también epistemológica que ha potenciado y mantenido la condición subordinada de los sujetos colonizados o subalternos. Mignolo (1995 y 2005) sugirió que el proyecto de la modernidad, dentro del cual se encuentra el mismo desarrollo del capitalismo, ha oscurecido su contracara colonial, necesaria para su sostenimiento y desarrollo desde su origen. Por tanto, la relación modernidad-colonialidad ha configurado una matriz dialéctica de poder-saber. Sobre ella se han establecido las relaciones planetarias que definen posiciones esencialmente asimétricas entre el colonizador y el colonizado, que definen las formas de ser, existir y relacionarse, siempre en posición subordinada de los lugares y los sujetos periféricos con el centro.

Por tanto, se hace necesaria una revolución epistemológica y ontológica, una epistemología desde el sur (De Sousa Santos, 2009), transmodernidad (Dussel, 2004), pensamiento fronterizo (Mignolo, 2003) o filosofía sentipensante. Estas apuestas, desde la condición periférica, pueden ayudar a imaginar otros mundos posibles, otras globalizaciones probables (Santos, 2000), que no se enfilen como un único camino de “salvación”, sino que vislumbren múltiples caminos de ser/existir desde la condición periférica.

Producción desigual del espacio 

La “metáfora geométrica” del centro y la periferia es normalmente utilizada para describir la oposición entre dos tipos fundamentales de lugares en un sistema: los que ejercen la dominación y los dominados o que se someten a dicho poder. Este concepto puede verse a todos los niveles en una escala geográfica, pero ante todo ha servido para definir las escalas de dominación global entre países desarrollados/subdesarrollados, Norte/Sur, etc. La construcción de una frontera invisible, muchas veces porosa, otras veces sólida e intransitable, se evidencia en la contraposición de las distintas dicotomías que emergen en la relación centro/periferia. Estas dicotomías no dejan de ser un constructo social y cultural instrumentado por corrientes de dominación y hegemonías históricas cuyo fin último es crear una diferenciación fronteriza que define ciertas relaciones de poder. 

Considerando al planeta Tierra como lugar esferático (Sloterdijk, 2017), la relación centro-periferia se instala en las formas esenciales de creación política del espacio. En este sentido, es imposible imaginar espacio alguno sin fronteras, por tanto, el mismo concepto de centro sería inexistente sin una periferia que permitiera identificarlo. De este modo, la frontera como clave de la relación centro-periferia que configura la realidad esferática, aparece como un concepto que permite sintetizar de manera política y simbólica dicha relación dialéctica, posibilitando la comprensión del espacio y la distancia alegórica, en términos de dominación y relaciones de poder.

La producción particular del espacio, como lo ha señalado Lefebvre (2000), obedece a unas condiciones específicas de poder que permiten la generación de un ente dominador, el estado político, que se encarga de generar el contenido, por medio de representaciones de su propio espacio a partir de dicotomías como la de centro-periferia. Asimismo, el análisis desde la geografía social para contener precisamente esa producción desigual del espacio, parte de una justicia espacial (Harvey, 1999) de tinte económico, y evidentemente social, que resiste a las nuevas maneras en que se posicionan los agentes de dominación.

En cualquier caso, la relación de desigualdad espacial es un tópico totalmente permeado por una dicotomía asimétrica que puede ser representada, tanto por la relación centro-periferia, y fragmentada por aquello que Castells (1997) denominó la relación entre lo local y lo global, en donde se acentúa el papel del espacio construido en las regiones metropolitanas (ciudades globales) develando el debilitamiento de los Estados nacionales. Allí en el lugar de lo urbano es donde fluyen, de manera simétrica, las fuerzas de lo global y lo local. Sin embargo, esto no alcanza a ser suficiente en la explicación histórica del surgimiento de centros hegemónicos (económicos, culturales y políticos) y sus periferias subordinadas explicados en el marco de una esfera global. 

Centro y periferia en los estudios fronterizos latinoamericanos

La relación centro periferia y particularmente el pensamiento localizado desde la condición periférica, ha sido central en la reflexión latinoamericana. Anzaldúa (1999) sugería su condición de estar en medio: ser mexicana, indígena y gringa al mismo tiempo, sin ser ninguna de las tres; un sujeto in-between (Bhabha, 1994). Dicha propuesta plantea una ruptura profunda a la perspectiva dicotómica que en una escala íntima sugiere la misma tensión centro-periferia. 

Con Anzaldúa, y de la mano de la poderosa reflexión sobre la frontera norteamericana, los estudios culturales, urbanos y sociológicos en los años 90 terminaron convirtiendo esta región fronteriza en una suerte de prototipo de lo fronterizo en función de la tensión asimétrica Norte-Sur que expresaba Vila (2000).  Esta propuesta sirvió como contrapunto para las perspectivas más clásicas de los estudios de frontera europeos y los emergentes “eurofanáticos” que vaticinaban el fin de las fronteras con dicho proyecto de integración económico y luego político. Sin embargo, a finales de esa década, comenzó a hacerse evidente una sensación de restricción sobre la capacidad explicativa de dicho laboratorio para observar otras dinámicas fronterizas, tanto al interior de los universos periféricos como en los mismos centros. 

El fortalecimiento de una antropología y una geografía de las fronteras, empezaron a ofrecer nuevas luces de caminos para entender lo fronterizo. Los aportes potentes de Hastings y Thomas (1998), así como de Houtum et al. (2005), no solo hicieron llamados para comprender de una mejor forma las fronteras internas europeas, sino para analizar los fenómenos fronterizos desde su particularidad espacial, histórica, cultural, económica y social local. 

En el marco de ese mismo movimiento, aparece la conocida compilación de Grimson (2000), que marcó un resurgir, o por lo menos una visibilidad más amplia, de la reflexión sobre las fronteras latinoamericanas, al poner algunas discusiones en el centro del debate epistemológico global. Llamó la atención sobre la particularidad de las fronteras y la reflexión fronteriza desde Latinoamérica, y especialmente, sobre la especificidad de la “sociogénesisis de las fronteras” y la necesidad de pensar desde la frontera, tomando a ésta como centro de la reflexión, para trascender así las miradas analíticas externas que miran desde el centro (acá pensado también en clave nacional) y que no son atravesados por las dinámicas propias de la condición fronteriza. Igualmente, pensar desde la frontera implica también superar cierto romanticismo sobre los sujetos fronterizos como cruzadores y cuestionadores permanentes de fronteras, poniendo de presente que la frontera como construcción, también pasa por la agencia local, siendo por tanto un producto configurado en la relación dialéctica centro-periferia.

Dicha línea de reflexión, sugiere un debate en suma interesante, no solo para el estudio de las particularidad sociohistóricas de las configuraciones específicas de regiones fronterizas como las analizadas por Grimson (2003) o por Zárate (2008), sino también para poner la reflexión sobre las fronteras en el centro de las indagaciones sobre el Estado y sus relaciones prácticas y simbólicas tanto “hacia adentro” como “hacia afuera”. Esto incide en las concepciones espaciales, sociales, culturales, económicas y políticas, reubicando la discusión centro-periferia en una lectura multiescalar de las relaciones de poder que configuran y trascienden tanto los constreñimientos de los estados nacionales como las miradas de las relaciones internacionales caracterizadas por un escenario global interestatal, permitiendo pensar regiones transfronterizas.

Bibliografía 

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