Silvia Ratto
La palabra historiografía, compuesta de la palabra historia y el sufijo grafía, proviene del griego historiográphos que designaba a la persona encargada de escribir la historia. Sin embargo, en la actualidad, el término, según la Real Academia Española, hace referencia a dos acciones diferentes (https://dle.rae.es/historiografía). Por un lado, mantiene su significado original al mencionar a la tarea de escribir la historia. Pero, por otro lado, se utiliza más habitualmente para designar al estudio sobre las diferentes maneras en que se ha escrito la historia a lo largo del tiempo. Este último significado ha dado origen a una importante cantidad de obras que estudian a la historia desde su surgimiento, a mediados del siglo XIX. Es una disciplina autónoma con una serie de reglas que legitimaron su oficio a los cambios de enfoques y temáticas que ha experimentado a lo largo de los siglos.
En este sentido será utilizado aquí, para visualizar las diferentes formas en que se ha estudiado el pasado de los espacios fronterizos en América. La llegada de los europeos al continente derivó en fuertes enfrentamientos por la ocupación de tierras. Transcurrido un tiempo, en algunas regiones americanas se delimitaron espacios fronterizos allí donde los europeos encontraron un freno a su avance conquistador y los pueblos nativos no lograron expulsar a los conquistadores. Con distintas características y con diferentes cronologías, algunas de estas fronteras perduraron hasta la formación de los estados nacionales americanos. La historiografía de estas fronteras refleja cambios evidentes, tanto en la forma de estudiarlas a lo largo del tiempo como a los diferentes enfoques que pueden observarse en los estudios de cada historia nacional.
Este capítulo se divide en tres partes. En la primera se hará referencia a los primeros relatos fronterizos americanos que muestran una cierta uniformidad en el enfoque. En la segunda se tratarán las particularidades de algunas historiografías nacionales y finalmente se hará mención a la incorporación, en los estudios más recientes, de técnicas para cartografiar esos espacios que se caracterizan por su fluidez territorial.
Primeros relatos históricos sobre el pasado fronterizo
Los primeros relatos históricos sobre el pasado fronterizo de los nacientes estados hicieron hincapié en la violencia indígena que caía sobre las poblaciones civiles y religiosas que iban ocupando el espacio. En esos relatos, colonizadores y misioneros debían defenderse de esos ataques, contando, en ocasiones, con la colaboración de algunas guarniciones militares.
A esta mirada de conjunto sobre la frontera siguieron estudios centrados en algunos personajes y/o instituciones en particular. En ellos se destacaba, por ejemplo, la importancia de las misiones religiosas y su rol como evangelizadora de las poblaciones nativas. En otros casos, el énfasis estaba puesto en el avance territorial de los colonos que incorporaban espacios productivos al dominio de las monarquías europeas. En todos estos enfoques, la población nativa tenía grados distintos de participación en el relato. En los estudios que se centraban en el accionar de los misioneros, los indígenas aparecían como sujetos pasivos sobre los que se implantaba la religión católica o, siguiendo la línea de la violencia nativa, como sujetos que rechazaban de manera categórica el proceso de evangelización. Los trabajos que estudiaban la ocupación y puesta en producción de nuevas tierras tenían una impronta mucho más etnocéntrica al ignorar la ocupación previa de esos espacios por las poblaciones nativas que, de esa manera, eran borradas del relato histórico.
La “aparición” de los indígenas como protagonistas del escenario fronterizo fue posible por el desarrollo más general de la historiografía que empezó a indagar sobre la experiencia de los grupos subalternos en la historia. En las nuevas investigaciones surgían como protagonistas sujetos ignorados hasta ese momento como los obreros, las mujeres, los afrodescendientes y los indígenas (Appleby et al., 1994). Por otro lado, los estudios microanalíticos llevaron a abandonar los grandes relatos para centrar la atención en la reconstrucción histórica de ámbitos locales y/o regionales (Revel, 1995). En estas investigaciones se hicieron más evidentes las relaciones entre todos los actores del espacio estudiado. Los cambios historiográficos mencionados permitieron conocer las peculiaridades de distintos sectores fronterizos y vislumbrar el abanico de relaciones que unieron (y enfrentaron) a la heterogénea población que habitaba las fronteras. Al lado de los hispanocriollos (misioneros, militares y colonos), indígenas y afrodescendientes se integraron en un ámbito multicultural.
En la actualidad y en algunas historiografías nacionales, se puede observar un retorno de la centralidad de la violencia fronteriza para explicar procesos pasados. En general, los nuevos enfoques se encuentran muy vinculados y son interpelados por los movimientos indigenistas que recientemente han cobrado más visibilidad en la esfera política reclamando, fundamentalmente, derechos territoriales de sus comunidades.
Fronteras diversas, historiografías diferentes
Los enfoques microanalíticos que han caracterizado el desarrollo de la historiografía desde la década de 1970 permitieron observar la diversidad de dinámicas fronterizas que se produjeron en el extenso espacio colonial americano. En algunas de ellas, instituciones como las misiones y los presidios actuaron como centros principales del avance conquistador. En otras, fueron pobladores civiles quienes se adentraron en territorio nativo organizando diversos centros productivos. Cada una de estas experiencias europeas determinó formas igualmente distintas de relaciones con las poblaciones indígenas.
El historiador norteamericano David Weber (2007) realizó un impresionante trabajo de síntesis en el que recopilo estudios puntuales de otros autores y propios para armar un panorama explicativo general de la historia fronteriza para el periodo tardo colonial. Pero más allá de las diversidades regionales que pueden observarse en ese trabajo, es importante marcar los diferentes intereses que han desarrollado algunas historiografías nacionales sobre sus fronteras.
La historiografía mexicana tiene una fuerte impronta en estudiar el rol desempeñado por las órdenes religiosas y por los pueblos de indios desde el periodo colonial hasta su desarticulación luego del proceso de independencia. Varios libros reflejan la vitalidad de esta línea de investigación (Escobar Ohmstede et al., 2015; Magaña Mancilla, 2010). Es probable que el énfasis en estudiar estas instituciones derive de los trabajos del historiador norteamericano Herbert Eugene Bolton (1870-1953). Discípulo de Frederick Jackson Turner, se especializó en la frontera hispanoamericana abriendo una importante línea de investigación sobre las misiones y los presidios fronterizos.
Al lado de esta línea historiográfica se ha trabajado exhaustivamente sobre los avances productivos al norte de la frontera que encontraban la oposición y/o la colaboración de algunas comunidades nativas (Cramaussel y Ortelli, 2006; Ortelli, 2007). Actualmente, un grupo de historiadores y antropólogos de diferentes centros de estudios están llevando adelante un megaproyecto de investigación sobre la difusión de enfermedades en el largo plazo desde la colonia hasta el siglo XIX (Cramaussel, 2010).
En el caso chileno, la mayor vinculación entre historiadores y antropólogos derivó en estudios que tenían por objeto mostrar la hibridación de algunas prácticas sociales. En ese sentido, son relevantes, entre otros, trabajos sobre los procesos de mestizaje religioso (Boccara y Galindo, 2000; Foerster, 1993). Estos autores estudian la síntesis lograda en las reuniones diplomáticas entre la tradición oral indígena y la práctica diplomática española (Zavala, 2008). También, se estudian las modificaciones en las estructuras de poder indígenas para vincularse con los poderes hispanocriollos de la manera más conveniente para las comunidades (Boccara, 2007; Bello, 2011).
En el caso de Argentina ha existido, desde la década de 1980, una renovación historiográfica muy vinculada a los avances de la producción chilena. No pueden dejar de mencionarse los trabajos pioneros de Mandrini (1992) y Bechis (2008) que marcaron una nutrida agenda de investigación. En los últimos años se ha avanzado en investigaciones que intentan realizar una aproximación a la vida cotidiana de la frontera (Farberman y Ratto, 2009; Lucaioli y Nacuzzi, 2010). En ese espacio se ha trabajado sobre los llamados “intermediadores culturales”. Estos personajes incluyen, a los agregados, renegados y aindiados, pobladores hispano criollos existentes en las tolderías indígenas quienes, estrechamente vinculados con los caciques, actuaron en ocasiones como secretarios o escribientes. También incluye a los mediadores, vinculados a la esfera más cotidiana de la relación, que eran vecinos y productores rurales medios y pequeños, así como indígenas empleados en establecimientos pecuarios.
Para el periodo que se inicia en la década de 1860, se ha estudiado el efecto del avance estatal sobre el territorio indígena y su repercusión en las alianzas interétnicas existentes. Este proceso, además, llevó a la configuración de cacicatos autónomos con territorialidades definidas y proyectos políticos expansivos que también alcanzaba a indios y criollos en las fronteras. Incluso, a mediados del siglo XIX, emergieron confederaciones indígenas en Pampa y Nord Patagonia producto de procesos de centralización, jerarquización y militarización de los cacicatos (Tamagnini y Zavala, 2010; Ratto, 2015; de Jong, 2016).
En los últimos años se ha generado un intenso debate entre los investigadores en torno al uso de genocidio y prácticas genocidas, para describir la ocupación de los espacios indígenas a fines del siglo XIX. El uso académico del concepto de genocidio fue producto de la movilización indígena por el reconocimiento, la ampliación de derechos y la militancia en hitos como los Contrafestejos por el V Centenario de 1992 o la reforma constitucional de 1994 y está apoyada en una extensa bibliografía producida por historiadores y fundamentalmente sociólogos, nucleados en el grupo de Genocide Studies.
La Red de Investigadores sobre Genocidio y Política Indígena en Argentina creada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en el año 2004 nuclea a gran parte de los investigadores que sostienen esta posición. Recientemente, dos debates publicados en revistas de amplia circulación reflejan la vitalidad de esta problemática: (1) “Genocidio y política indigenista: debates sobre la potencia explicativa de una categoría polémica” publicado en el volumen 2, año 1 de la Revista Corpus. Archivos virtuales de la alteridad americana del año 2011 (http://ppct.caicyt.gov.ar/index.php/corpus/issue/view/51); (2) “A 70 años de la Convención para la Prevención y la Sanción del delito de Genocidio (CONUG): actualización del debate en torno al genocidio de los pueblos indígenas”, publicado en Memoria Americana. Cuadernos de Etnohistoria Vol 7, núm 2 del año 2019 (http://revistascientificas.filo.uba.ar/index.php/MA/issue/view/501).
Cartografiar espacios fronterizos
Si algo caracteriza a los espacios fronterizos son sus límites variables y la fluidez debido a los avances y retrocesos territoriales en función del estado de las relaciones interétnicas. En ese sentido, cabe preguntarse cómo cartografiar un espacio en continuo movimiento. La elaboración de mapas representa un discurso ideológico en el que se decide representar determinados lugares e instituciones, y eliminar otros. La bibliografía sobre este tema es extensísima. En particular, se puede mencionar a John Brian Harley, considerado por algunos investigadores como el padre de la cartografía crítica. Para este autor, el mapa es una “construcción social” y el cartógrafo es miembro de la sociedad en sentido amplio. El contenido del mapa nunca es neutro, sino que refleja valores étnicos, políticos, religiosos o de clase lo que permite apreciar la influencia de las estructuras sociales y del poder.
En el caso de los mapas históricos, realizados por los contemporáneos, son claros los intereses diferentes de los autores. Los mapas producidos en las entradas militares que se realizan sobre los espacios indígenas registran con detalles la ubicación de los asentamientos nativos. Los realizados por las órdenes religiosas enfocan la atención en las misiones y pueblos de indios que se encontraban bajo su órbita. En los mapas decimonónicos “desaparecen” los territorios indígenas y las fronteras se limitan a las que definen los limites nacionales con otros estados. Nada más lejos de la realidad cotidiana ya que, como se dijo, los espacios fronterizos eran sumamente porosos. En la cartografía de fines del siglo XIX, las líneas fronterizas operan a modo de una enorme barredora que, a medida que avanza elimina todo rastro de población indígena, ignorando aquellos grupos asentados -en algunos casos desde muchas décadas atrás- en lo que se convertía en territorio nacional.
En la actualidad se están utilizando los sistemas de información geo referencial para indicar la ubicación de los asentamientos indígenas e hispanocriollos sin dibujar líneas fronterizas de separación. Esta técnica permite obtener una imagen novedosa y más cercana a la que tendrían los contemporáneos. Para realizarlos se recurre, fundamentalmente, a diarios de viaje y expediciones que transitando por territorios nativos proveen información de gran importancia para restituir los espacios indígenas.
Bibliografía
Appleby, J. Hunt, l y Jacob, M. (1994). La verdad sobre la historia. Santiago de Chile: Andrés Bello.
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Boccara, G. y Galindo, S. eds. (2000). Lógica Mestiza en América. Temuco: Ed. Universidad de La Frontera-Instituto de Estudios Indígenas.
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