Otras publicaciones:

9789877230086-frontcover

12-2555t

Otras publicaciones:

DT_Boucheron_Kwiatkowski_13x20_OK

12-2982t

39 Interior

Andrés Núñez

Las definiciones de los términos o palabras en general buscan tener lecturas finales y definitivas. Los diccionarios persiguen, en el fondo, cerrar otras posibles interpretaciones y se proyectan como referencias indispensables de determinados temas. Nada más decimonónico. En cambio, entendiendo el lenguaje como la casa del ser, como expresara Heidegger (1997), es posible otra mirada, tanto crítica como enfocada desde un prisma hermenéutico.

Desde las plataformas que buscan esencializar la palabra interior, como la Real Academia Española (https://dle.rae.es/interior), es definida como proximidad de algo “qué está en la parte de adentro” o “que está muy adentro”. También se puede relacionar a los sentimientos: “que solo se siente en el alma”, o a la condición humana desde un “alma como principio de la actividad propiamente humana”. Una de las acepciones que toman más sentido con este escrito se refiere a lo “perteneciente o relativo a la nación de que se habla, en contraposición a lo extranjero”, aplicándose así a otros contextos que no son los de nación, haciendo relación a la diferencia de lo propio (interno) con lo de afuera (externo, extranjero), presentándose así una frontera.

Hay en ello, como es evidente, una mirada binaria, al colocar al término en contraposición – y no en relación, tal vez el aspecto más importante – al de exterior. Por otra parte, hay ausencia total de la movilidad que todo lenguaje debe contener al adquirir sentidos y pertenencia, en y desde su radical historicidad.

Desde nuestro punto de vista, resulta obvio que el significado de interior no pueda ser definitivo ni quedar anclado en una definición final, tal como pretenden los diccionarios oficiales, tan gustosos de lecturas cerradas e indiscutibles, básicamente, porque no se debe olvidar la temporalidad y finitud del lenguaje. Cada palabra no es una herramienta o un instrumento que permita explicar una situación “dada”, por el contrario, ya está arrojada en su propia eventualidad.

A continuación, por tanto, se realizará un abordaje del concepto, siempre parcial, una interpretación “abierta al diálogo social”, que es de donde no puede evadirse el pretendido lenguaje científico. Este capítulo se divide en tres secciones. En la primera se analiza el vínculo entre el concepto interior y el de frontera, para luego articular esa relación a partir de la Cordillera de Los Andes, es decir, como ejemplo de lo que se expone para, finalmente, analizar la idea de interior en los marcos de comprensión de los estados nacionales.

Relación entre los conceptos de interior y frontera

Interior no puede comprenderse sino con relación a otras ideas, materialidades, conceptos que no son opuestos sino vínculos que, en el fondo, lo explican. Es decir, para comprender interior es necesario observar otras perspectivas que le otorgan sentido, porque lo involucran y lo explican desde ese juego de relaciones y movilidades temporales.

De este modo, si se instala el concepto de interior relacionado al de frontera remite, al menos en principio, y en oposición a un “afuera”, a algo que se proyectaría de un lado del muro, de una línea o de una demarcación territorial. Por tanto, no es un concepto que se comprenda por sí mismo sino respecto a otro donde comienza a adquirir significado en tanto interior demarca un espacio diferente: el afuera.

Es por esto por lo que su significado no se puede contener en una sola definición. Por el contrario, es vital asociarlo a distintas variables de cada contexto. Una suerte de sentido del texto, en el marco de comprensión, que le otorga sentido. Así, un aspecto tan sustancial como poco visibilizado, el lenguaje no vendría a ser lo expresado sino lo que nos expresa. Esto conlleva una situación de fondo, planteada por el filósofo alemán Gadamer (1999), y es que el lenguaje es experiencia del mundo. Así como nuestra conciencia no es a-histórica, tampoco es a-lingüística.

Desde esta perspectiva, cuando se expresa la palabra interior se está anticipadamente dentro de una concepción, una visión, un sentido, una representación del mundo. Interior, como palabra y en relación con la idea de frontera, remitirá a una preestructura del conocimiento que permitirá asociarla a hogar, nación, comunidad. Cada una de esas evocaciones no podrá evadirse de la historicidad existencial que la expone y le da sentido.

Por tanto, si como se propone acá, se asocia la idea de interior con el concepto de frontera, es indispensable remitir a los procesos de significación histórico-social de las palabras. De este modo, en un marco interpretativo de la frontera en asociación a la conformación del estado nación (siglo XIX), el valor dado al concepto de frontera fue consustancial con la necesidad de definir límites, aportando a la “invención” de nuevas espacialidades. El caso de la Patagonia Occidental en Chile es ilustrativo. Durante el siglo XIX dicha espacialidad se enmarcaba en nociones fragmentadas y heterogéneas de soberanía, donde la élite no concebía con claridad la territorialidad nacional, por lo que se produjo un despliegue y una apropiación legal o formal de estos amplios espacios australes. Aquello potenció la navegación de canales australes por parte de exploradores a mediados de dicho siglo, culminando con la controversia de límites entre Chile y Argentina en 1881 (Bello, 2017). En aquel proceso, el control y dominio territorial fue del todo relevante y por ende la frontera como límite, como línea que separaba un mundo de otro, fue también sustancial y la idea de interior asociada a nación y nacionalismo se hizo más protagonista.

Cordillera de Los Andes separando los interiores nacionales

En el proceso de construcción y definición de la frontera era indispensable reafirmar lo que ya era físicamente evidente: que la cordillera era imponente y majestuosa, especialmente si se observaba desde la capital chilena, Santiago. De aquel modo, Los Andes fueron útiles a la producción fronteriza y a la identificación de un “nosotros” nacional y familiar en contraposición de un “otro” extraño y distinto (Núñez, Sánchez y Arenas, 2013, p. 26).

A partir de la lectura que se propuso en la sección anterior, la frontera, por ejemplo, del país llamado Chile se comprendió con relación a un otro distinto, Argentina, es decir, el afuera o lo extraño. Para dar mayor fuerza a esta idea de la diferencia y del hogar nacional, la frontera se homologó a la cordillera de Los Andes, lo que colaboró de modo clave a reforzar el sentido de pertenencia a un territorio de tipo nacional. Por otra parte, aportó a madurar la lógica que Chile era un país que se desenvolvía desde este horizonte interpretativo de Norte a Sur siendo Los Andes la espacialidad que cumplía el rol de biombo, muralla o límite para, como fue expresado, separar a los chilenos y chilenas del afuera “otro”, en este caso, argentinos y argentinas.

En tal marco hermenéutico, hacia fines del siglo XIX, el diplomático e ingeniero-geógrafo Eduardo de la Barra (1895) llegó a manifestar, proyectando a Dios, que: “la Naturaleza puso entre ambas naciones -Chile y Argentina- la gran cordillera nevada de Los Andes para dividir sus tierras y sus aguas, por la raya imborrable de la cumbre” (p. 49).

Este influyente hombre de sociedad no dudaba en delinear en aquella robusta montaña un hito natural cuya función central era la de dividir y separar a las dos jóvenes naciones, marcando con fuerza un “exterior” y un “interior”, un mundo “ajeno” y uno “hogareño”.

Aquel punto de vista, es decir, que el territorio en torno de Los Andes chileno/argentino era un elemento congénito e inherente a la nación y que frontera y Los Andes eran espacialidades esenciales de ella en tanto colaboraban a demarcarla, delimitarla, cercarla, aclararla, fue una práctica discursiva que se hizo estructural en la época. De hecho, muchos estudios y funcionarios de gobierno, algunos llamados sabios, ingenieros y geógrafos incluidos, se encargaron de estamparla como oficial, tanto de un lado de la cordillera como del otro. El proceso de producción del saber histórico y geográfico en torno a la frontera y Los Andes binacional estaba en curso y no tardó muchas décadas en transformarse en parte de la memoria e imaginario colectivo de las respectivas sociedades.

Algunos ejemplos son tomados por Paulsen (2013) a través de la revisión de distintos textos de estudio de la educación formal durante el siglo XX que hablan sobre la cordillera de Los Andes. En el texto se destaca a Muñoz Horz (1935), quien se refiere a la cordillera como “la muralla natural más majestuosa que puede tener un país como límite de sus fronteras” (p. 34). Además, en los contenidos de estudio para la formación de oficiales del ejército nacional se establece que “la cordillera de Los Andes recorre el total del país por su parte este, separando a Chile de Bolivia y Argentina, como una formidable muralla coronada de altas y nevadas cumbres” (Pinochet, 1963, p. 20).

También Benjamín Vicuña Mackenna (1939) expresaba en 1875 que:

nuestro deber primero es someter esa parte de la población a la parte central del territorio del Estado y de poner a cubierto las vidas e intereses de la población civilizada que está en su frontera, y como tal deber no puede ponerse en duda, es indispensable tener presente la extensión de esa frontera… (p, 26).

Como es lógico, este marco comprensivo de frontera permitió madurar y afianzar el sentido de un mundo nacional interior, es decir, del hogar, de la casa, del espacio que permitía acoger a una comunidad que solo vivía en este lado de Los Andes. En otras palabras, cobijar al “yo” interno, cuya conciencia se hizo visible a través de múltiples caminos o dispositivos: la historia y la geografía de tipo nacional, los héroes, los paisajes nacionales, entre muchos otros.

Por el lado argentino la imagen de la frontera también se fue asociando a una característica propia de la nacionalidad, teniendo efectos en la forma en la que se relacionan entre compatriotas y entre vecinos:

Un croquis de la Argentina, que es pura frontera, marcada con trazo grueso, implica una cierta idea sobre la manera como el estado y la sociedad argentinos se relacionan con los estados y sociedades vecinos: la frontera es un muro que divide de manera tajante (Romero et al., 2004, p. 26).

Fronteras interiores en la consolidación del estado

Con el transcurrir de los años y con la configuración de una nación de modo más sólida, los procesos de control territorial también requirieron ser internos. Es decir, el interior de la frontera nacional produjo otras áreas que también fueron identificados u homologados con la idea de interior. En efecto, la nación consolidó espacios centralizados que llevaron a asociar la idea de Chile con ellos. Múltiples áreas del territorio de escala nacional, alejados de aquel centro civilizado y moderno, fueron proyectados como pendientes, como tareas por hacer o, en definitiva, como fronteras interiores o internas.

En el caso argentino, las fronteras internas se plasmaban en la distinción entre civilizados y bárbaros. Para Córdoba y Malaspina:

los salvajes eran, por ejemplo, los indígenas de Tierra del Fuego, habitantes de un ambiente inhóspito para los europeos, mientras que las comunidades más inmediatas a la frontera y adaptables a las pautas culturales occidentales – como los tehuelches de la Patagonia o los huilliches de Chiloé – constituían casos de barbarie (Navarro Floria 2001, 9)

También los indígenas de lado chileno aparecían como enemigo directo de los asuntos internos de la nación:

La ciega desesperación del indio por resistir en defensa de lo que creían eran sus tierras y sus derechos impuso, no obstante, enormes esfuerzos (…) solución dura pero quizás más acorde con los tiempos que se vivían y las necesidades inmediatas del país… (Romero et al., 2004, 5)

En definitiva, si se habla de interior con relación a fronteras, aún con el afán de llegar a una definición, no será posible olvidar el proceso que hizo consciente ese vínculo, porque desde allí se invisibilizaron otros significados posibles. Ese proceso, de carácter espaciotemporal, remite también a los procesos de producción social del espacio y a las relaciones de poder. La imagen y su materialidad no surge de manera natural o neutra: obedece a fuerzas que se movilizan para legitimarla.

Interior en otros contextos lleva también por otros derroteros, otras imágenes. Asimismo, interior, incluso en la actualidad, es la otra cara de la globalización. De modo que, más allá de esos parajes interminables del mundo mundial donde nada parece acabar, interior en relación con frontera, enseña que existe una escala más inmediata, de tipo íntimo, que nacionaliza a una comunidad en un territorio y parece anclarla en él.

De este modo, significar interior, ya sea en relación con el concepto de frontera o a otro concepto, implicará considerar la experiencia (temporalidad) o historicidad de la proyección del valor que la palabra adquiere según sea su contexto o matriz interpretativa. En otras palabras, la interrogación de la palabra interior implicará tener en consideración tanto la perspectiva comprensiva del sujeto como, a su vez, la situación hermenéutica a la que pertenece aquella comprensión. Así, el significado de interior, como el de frontera, es una constante actualización de arraigos socio-temporales que despliegan mitos, deslizan nuevas interpretaciones y de tanto en tanto un remozado horizonte del mundo.

Bibliografía

Bello, A. (2017). Exploración conocimiento geográfico y nación: La “creación” de la Patagonia Occidental y Aysén a fines el siglo XIX. En Núñez, A.; Aliste, E.; Bello, A.; Osorio, M. (Eds.) Imaginarios geográficos, prácticas y discursos de frontera: Aisén-Patagonia desde el texto de la nación. Santiago: Editorial Geolibros Instituto de Geografía UC y Ñire Negro Editores.

De La Barra, E. (1985). El problema de los Andes. Buenos Aires: Coni.

Gadamer, H. G. (1999). Verdad y Método. Salamanca: Sígueme.

Heidegger, M. (1927). Ser y tiempo, trad. de Jorge Eduardo Rivera C. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1997.

Muñoz H., L. (1935). Geografía de Chile: física, política y económica. Valparaíso: Imprenta Universo.

Navarro Floria, P. (2001). El salvaje y su tratamiento en el discurso político argentino sobre La frontera sur, 1853-1879. Revista de Indias, LXI (22), 345-376.

Núñez, A. (2012). El país de las cuencas: fronteras en movimiento e imaginarios territoriales en la construcción de la nación. Siglos XIX y XX. Número especial del XII Coloquio Internacional de Geocrítica Independencias y construcción de Estados nacionales. Poder, territorialización y socialización, Siglos XIX-XX. Revista Electrónica Scripta Nova. Escuela de Geografía, Universidad de Barcelona.

Núñez, A., Sánchez, R. y Arenas, F. (2013). Más allá de la línea: la montaña y la frontera desde su pluralidad espacio temporal. En: Núñez, A., Sánchez, R. y Arenas, F. Fronteras en movimiento e imaginarios geográficos. La cordillera de Los Andes como espacio socio-cultural. Chile: Serie Geolibros y RIL Editores.

Paulsen, A. (2013). Textos de estudio: dispositivos de invisibilización de la cordillera de Los Andes como sujeto cultural. En Núñez, A.; Sánchez, R.; Arenas, F. (Eds.). Fronteras en movimiento e imaginarios geográficos. Santiago. Chile Serie Geolibros

Pinochet, A. (1963). Síntesis geográfica de Chile. Santiago de Chile: Instituto Geográfico Militar.

Romero, L. De Privitellio, L. Quintero, S. y Sábato H. (2004). La Argentina en la escuela. La idea de nación en los textos escolares. Buenos Aires: Siglo XXI.

Vicuña Mackenna, B. (1939). Discursos parlamentarios II. Chile: Universidad de Chile. VOL. XIII.



Deja un comentario