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Chacarero pampeano[1]

(Región Pampeana, Argentina, siglo XX)

José Muzlera[2]

Definición

El chacarero es un sujeto típico de la región pampeana argentina del siglo XX, forma parte de una categoría más amplia: productor familiar, más específicamente es un productor familiar capitalizado. La figura del chacarero suele ser asociada a la del farmer norteamericano. Se caracteriza por combinar propiedad de la tierra y de los medios de producción y por explotar fuerza de trabajo tanto propia como familiar. Se diferencia del campesino esencialmente por organizar su producción para el mercado y poseer capacidad de acumulación.

Origen

El origen de los chacareros —estrechamente vinculado a políticas estatales que favorecieron la migración de mano de obra agrícola— data de fines del siglo XIX y primera década del siglo XX. A diferencia de sus pares norteamericanos, los farmers, que siempre fueron propietarios de la tierra, los primeros chacareros, debían arrendar extensiones pequeñas a grandes terratenientes (Ansaldi, 1991). No obstante, las políticas que favorecieron el surgimiento de esta figura productiva fueron disímiles en toda la región pampeana y a lo largo de los años, sus historias de origen y trayectorias también lo son. El pasado de los chacareros se remonta a la de una parte de los europeos inmigrantes que llegaron a nuestras tierras desde mediados del siglo XIX (especialmente italianos y españoles). Muchos de ellos fueron traídos y asentados por empresas colonizadoras —como las de Aarón Castellanos o Beck y Herzog— y se dedicaron a la agricultura en pequeña escala, aunque con el paso del tiempo fueron incorporando en algunas zonas la ganadería. Con frecuencia, a partir de la figura de la enfiteusis, primero (quienes vinieron de manos de estas empresas), favorecidos por las leyes de arrendamientos y los créditos estatales (1920-1940) y por las políticas sectoriales del peronismo que facilitaron el acceso a la propiedad de la tierra a aquellos que la arrendaban gran parte de los chacareros devinieron en pequeños propietarios (Ansaldi, 1991; gran parte de los chacareros devinieron en pequeños propietarios Balsa, 2006; Cloquell, 2007, Girbal-Blacha, 1988; Muzlera, 2008).

Chacarero es una categoría nativa(habitualmente usada como sinónimo de colono a causa del origen de estos sujetos) que refiere a aquellos de las chacras. La chacra es el nombre con el que, en la región pampeana, suele denominarse a una unidad productiva relativamente reducida —en relación a la estancia— en la cual vive el productor con su familia. Originalmente, y hasta las décadas de 1960 y 1970, allí se superponían los espacios productivos y reproductivos. Hasta entonces, en las chacras se producían principalmente alimentos (trigo, maíz, girasol, ganado)orientados al circuito mercantil internacional y nacional, pero también productos destinados al consumo hogareño o comercio informal en pequeña escala (porcinos, aves de corral, elaboración de alimentos lácteos, etc.).A partir de la segunda mitad del siglo XX, se produjo una migración hacia los pueblos cercanos, abandonándose en estos casos las prácticas vinculadas a una economía de subsistencia (Albadalejo y Bustos Cara, 2008; Balsa, 2006).

Como figura política, el chacarero nació en 1912, en lo que se conoció como El Grito de Alcorta. El Grito de Alcorta fue una rebelión agraria de pequeños y medianos arrendatarios rurales que tuvo su origen en la ciudad de Alcorta, Departamento de Constitución, al sur de la provincia de Santa Fe y se extendió por toda la región pampeana. Esta rebelión, que estalló a raíz del alto precio de los arrendamientos,marcó la irrupción de los chacareros en la política nacional del siglo XX, dando origen además a su organización gremial representativa, la Federación Agraria Argentina (Bidaseca y Lapegna, 206; Grela, 1985).

¿Sujetos modernos o atrasados?

El chacarero es una figura socio-productiva que concentra los tres factores de producción (tierra, trabajo y capital). Es esta característica la que le permitió resistir durante un siglo a la entrada del gran capital en el agro. Si estos tres factores están relativamente equilibrados, cuando los precios de los commodities son bajos, el chacarero cede —vía precios— lo que le correspondería como renta de la tierra y el retorno del capital. De este modo, él y su familia sobreviven con el equivalente al salario. Cuando los precios de los granos son más altos recibe ingreso por la renta, por el capital invertido y el equivalente al salario, dando lugar a un período de acumulación. El gran capital, por definición, no puede ceder a la sociedad la plusvalía porque no tendría sentido la inversión, razón por la cual durante casi un siglo le fue muy difícil competir con la figura chacarera. Con la profundización de los desarrollos científico-tecnológicos el capital fue ganando peso y la mano de obra, perdiéndolo. Es así como el primero comenzó a ganar la pulseada, desplazando a la figura del chacarero.

El chacarero, en el marco que acabamos de describir, es un sujeto que emplea —si bien más que el campesino— relativamente pocos insumos o inputs, genera y utiliza mucha mano de obra y produce sus semillas y, hasta las décadas del 60 y 70, gran parte de sus alimentos, energía y know how del proceso productivo (lo cual lo hacía poco dependiente de saberes expertos). Esta lógica productiva, tan exitosa que les permitió expandirse durante un siglo, fue criticada —e incomprendida— por los representantes de los saberes expertos asociados a una agricultura científica-industrial y por los “jugadores” del agronegocio.

Desde la mirada de los técnicos del INTA y de productores con un marcado perfil empresarial, a los chacareros suele calificárselos de atrasados o ignorantes, pero la realidad dista mucho de aquel prejuicio. Esto lo vemos, por un lado, en los 100 años de existencia en tanto sujetos sociales y por el otro en la observación de sus prácticas. De hecho, la incorporación de nuevas prácticas agronómicas constituye una marca distintiva del sector, aunque esta no suele ser automática ni inmediata.

Las novedades en materia de semillas, maquinarias o saberes son sometidas a prueba durante uno o dos años en una parte de la explotación —hibridándose con lógicas, saberes y ponderaciones locales— y, si este ensayo resulta exitoso, es adoptado completamente. Mantenerse al margen de las últimas tecnologías de proceso, mecánica o biológica expulsaría al chacarero del circuito productivo y del círculo del “buen chacarero”, puesto que innovar forma parte de sus “tradiciones”(Muzlera, 2009a; van Zwanenberg y Arza, 2004).

El contexto del agronegocio compele a los productores a adoptar un modelo productivo con altas demandas de capital e inputs en general, haciendo que la mano de obra pierda peso relativo frente a los otros dos factores productivos.Aquellos que han transformado sus lógicas productivas en pos de estos nuevos saberes han corrido suertes diversas, ya sea por sus disímiles niveles de capitalización y/o por cuestiones de azar. Sólo unos pocos han resultado ganadores en este nuevo modelo económico, el resto o se “retiraron a tiempo” o las deudas los llevaron a perder la tierra y el capital y han dejado de ser productores (Muzlera, 2009b).

Empresa y familia

El chacarero, como hemos visto, es un tipo de productor familiar y por ende sus esferas productivas y reproductiva están íntimamente relacionadas. Como las empresas chacareras no llevan una contabilidad empresarial separada de la familiar, los gastos de la familia disminuyen el presupuesto de la chacra y viceversa.Además, el desarrollo empresarial de un chacarero no se entiende sin comprender la composición familiar y el momento del ciclo de vida de la familia.La expansión de la explotación se planifica en función de la llegada de los hijos varones a la adultez. La ausencia de herederos empresariales implica el fin de la misma, en tanto que las necesidades económicas de la familia se erigen como frenos a la inversión (Archetti y Stølen, 1975; Barlett, 1993; Creed, 2002; Friedman, 1986; Muzlera, 2009b; Villa, 1999).

Herencia y género

Ser chacarero es cosa de hombres, y hasta fines del siglo XX, la impronta de género es tan fuerte que no existen mujeres al frente de una explotación y sólo una minoría de ellas puede acceder a la propiedad de la tierra. Cuando ellas se convierten en propietarias, forzadas por los usos y costumbres, deben ceder el campo a hermanos varones (en forma de arrendamiento) o a su marido (como administrador plenipotenciario) en caso de estar casada con un chacarero. En el sur santafecino, en el año 2007, sólo el 18,1% de las tierras estaban inscriptas a nombre de mujeres, el 11,2% a nombre de hombres y mujeres y el 70,7% a nombre de hombres (Muzlera, 2009a: 78).

Si bien el derecho sucesorio argentino establece que los hijos son herederos forzosos por partes iguales, entre los chacareros esta regla no funcionó así durante todo el siglo XX. Ellos trataban de incorporar tierras a su propiedad durante la etapa familiar en la que sus hijos eran pequeños. Cuando el menor de sus herederos alcanzaba la mayoría de edad, en presencia de un notario repartía la herencia y se reservaba el usufructo de ésta de por vida. A veces, de modo inmediato u otras después de algunos años (el chacarero padre que había repartido la herencia en vida) le “pasaba las riendas”[3] al hijo elegido (siempre un varón). Si durante el plazo entre el que se repartió la herencia de tierras y el que se transfirió el manejo de la explotación se hubiesen comprado más tierras,éstas eran inscriptas a nombre del “elegido”, desheredando a los demás hermanos de este nuevo patrimonio.

El heredero asumía la obligación de mantener económicamente a sus padres y hermanas solteras de por vida. Una vez fallecido el padre, les alquilaba la tierra a sus hermanas (y hermanos varones que se habían insertado en otro espacio laboral y muchas veces fuera del campo) al precio que ellas podían pagar, el cual no siempre era acorde con el del mercado. De este modo, se lograba que las explotaciones —al no dividirse— perdurasen más allá del traspaso generacional. Ser el hijo que continuaría con el legado familiar no siempre era el destino deseado por él.

Entre los chacareros, la herencia funciona no sólo como mecanismo de reproducción social sino también como núcleo de prácticas de dominación masculina (Bourdieu, 2002). De allí que,si hubiese que optar entre vender un campo u otro, el originado en la herencia paterna es el que se preserva con más ahínco. Una de las razones estriba en que la tierra es asociada al apellido y éste se trasmite patrilinealmente. Algunos autores señalan que en este tipo de dinámicas son las explotaciones las que heredan a las personas y no al revés(Bourdieu, 2002; Muzlera, 2009a). Las mismas experimentan una fuerte transformación a partir de comienzos del siglo XXI.

Límites, tensiones y debates

¿Qué significa ser un chacarero? En principio podríamos plantear que hay dos grandes corrientes académicas. Una de ellas con frecuencia no suele referirlo como tal, sino como agricultor familiar capitalizado. Esta línea considera decisivas las condiciones materiales de existencia (nivel de capitalización, cantidad de trabajo asalariado, relaciones entre mano de obra asalariada y familiar, volumen de tareas que terceriza, etc.) para definir los límites de la categoría (de Martinelli, 2008; González, 2005). La otra corriente, en cambio, prioriza la dimensión identitaria y se muestra mucho más laxa con las condiciones materiales de existencia como elementos definitorios (Archetti y Stølen, 1975; Manildo, 2013; Muzlera, 2009a). Señala que el vínculo con la explotación es uno de los elementos centrales con los que se constituye la identidad chacarera. La explotación, además de ser la principal fuente de ingresos —o la única—, representa además un símbolo familiar. Es decir, la historia de cada familia se estructura en una referencia constante y yuxtapuesta a la historia de aquella.

Las transformaciones tecnológicas y económicas iniciadas a mediados de la década de 1980 y consolidadas una década después impactan profundamente en el mundo chacarero, marcando el comienzo de su fin. Este proceso de extinción del chacarero como sujeto socio-productivo se potencia, en particular, tras la devaluación de la moneda en 2002 y el aumento del precio de la soja hasta 2008. A su vez, dicho proceso es acompañado por un cambio cultural que empodera a las mujeres, al favorecer la observación del derecho positivo en lo que respecta a los mecanismos sucesorios. Esta tendencia hacia la igualdad de los herederos atenta contra la viabilidad de las explotaciones y modifica el tejido social de los pueblos rurales. A medida que una explotación se divide entre mayor número de hogares, las posibilidades de continuidad disminuyen.

El modelo agronegocios, con su dinámica mercantilizadora de todas las dimensiones de la vida (Gras y Hernández, 2013; Muzlera, 2009a) compele a reemplazar vínculos afectivos y racionalidades sustantivas por lógicas empresariales desancladas de todo principio que no sea la maximización de la ganancia. Así, muchos chacareros experimentan un conflicto interno entre los valores tradicionales, que conciben a la explotación como un bien en sí mismo, y las características que deben ser adquiridas para subsistir en el actual modelo productivo, en el que las unidades sean evaluadas sólo en función de su productividad.

Ser chacarero excede el tipo de mercancía producida y el proceso de producción, ser chacarero implica valores morales vinculados con la actividad y con la tierra —la cual porta apellido—. El agronegocio ya no se ancla en la tierra, sino en los saberes y en el capital y no es compatible con prácticas y éticas chacareras. Ser chacarero requiere de un anclaje identitario, que no se sostiene en las condiciones estructurantes del agronegocio, el mundo chacarero está siendo transformado… o, mejor dicho, poco y nada queda de él. El chacarero es ya una rara vis a vis en proceso de extinción

Bibliografía

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  1. Recibido: agosto de 2019.
  2. Licenciado y Profesor en Sociología por la Facultad de Ciencias Sociales (FCSOC) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Magister en Ciencias Sociales por la Universidad de General Sarmiento y el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES-UNGS). Doctor en Ciencias Sociales y Humanas por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) con lugar de trabajo en el Centro de Estudios de la Argentina Rural (CEAR) de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Contacto: jmuzlera@gmail.com
  3. Expresión local para referirse al cambio de gerenciamiento de la empresa familiar rural.


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