(América Latina, segunda mitad del siglo XX – comienzos del siglo XXI)
Esteban Salizzi[2]
Definición
La frontera agraria comprende el área móvil donde se asiste a un proceso continuo y dinámico de transición entre distintas formas de ocupación y organización productiva del espacio con fines agropecuarios. Esta definición no solo contempla el cambio en el uso del suelo, sino el sistema de relaciones que establece su dinámica de transformación, vislumbrando así su carácter conflictivo y contingente. En ocasiones, alude al límite alcanzado por el área destinada a las actividades agropecuarias en el marco de ciertas condiciones presentes (económicas, tecnológicas y/o ambientales). Esta acepción, que asocia la frontera agraria más a una línea que a un área específica, prevalece en los enfoques productivistas donde representa una meta que requiere ser conquistada o superada.
La influencia pionera de Turner
La frontera agraria representa una categoría que a lo largo de su historia se ha visto atravesada por múltiples perspectivas disciplinares y posicionamientos económicos, políticos y culturales. Se trata de un campo de disputa, en el que no solo convergen proyectos disímiles de organización productiva del espacio, sino también los discursos y sentidos que los racionalizan y legitiman. Su estudio se enmarca en la tradición iniciada hacia fines del siglo XIX por el historiador norteamericano Frederick J. Turner (1893), que generalizó el uso del término frontera para describir los movimientos de poblamiento y colonización sin la referencia a su significado como límite político internacional. A través de una mirada biologicista, donde la frontera representaba el pasaje a un estadio más avanzado de evolución social, Turner explicó la génesis de la nación norteamericana como un proceso autónomo, desencadenado a partir del continuo avance de los colonos sobre tierras “libres y abiertas a la conquista” (Machado, 1992). Esta concepción de la frontera, impregnada de etnocentrismo y culturalismo, promovió su comprensión como punto de separación entre la “civilización” y los “bárbaros” (Reboratti, 1990).
En América Latina la tesis de Turner constituyó un material de recurrente referencia, en buena medida debido a la estrecha relación que estableció entre la expansión agrícola y los factores involucrados en el desarrollo nacional (Machado, 1992). En este marco, sus ideas se aplicaron tanto para promover y analizar las estrategias de ocupación territorial desarrolladas durante el proceso de formación y consolidación de los Estados nacionales modernos, como para fomentar la crítica a los argumentos y acciones políticas que las sustentaron (Zusman, 1999).
En el campo de la geografía, a partir de la adaptación de los postulados de Turner por el geógrafo canadiense Isaiah Bowman (1931), se emplearon las expresiones franja/zona pionera y frente pionero para designar el borde externo de las “áreas de asentamiento humano continuo”. Su aplicación en Latinoamérica estaba dirigida a caracterizar la conquista de los últimos espacios de “baja densidad” del continente, a través de su ocupación y conversión agrícola. El frente pionero no solo representaba el límite móvil que separaba las regiones “humanizadas de las áreas que aún no lo eran”, sino también una nueva concepción de la colonización basada en el avance de las técnicas de producción, la construcción de vías férreas y ciudades, y la difusión a gran escala de la agricultura comercial (Thery, 2009).
En la región, uno de sus principales referentes fue el geógrafo francés Pierre Monbeig (1952), que asoció en Brasil la expansión cafetalera paulista de principios del siglo XX con la idea de progreso. En suma, se trataba del discurso dirigido a justificar, en el marco del proceso de formación de los Estados nacionales latinoamericanos, la apropiación de tierras ocupadas por población indígena para su incorporación a la producción capitalista (Zusman, 2006).
Civilización y desarrollo
En la segunda mitad del siglo XX, el nuevo impulso dado a la expansión agrícola por los efectos de la denominada revolución verde propició una revitalización de la temática de las fronteras agrarias en América Latina, así como su definitiva consolidación en la agenda académica. Confluyeron en esta tendencia fundamentos económicos y sociales que tuvieron su correlato en la implementación de políticas de planeamiento orientadas a promover: (a) el aumento de la producción de alimentos y fibras para el consumo interno y la exportación; y (b) el establecimiento de una “válvula de seguridad” que permitiese eludir la necesidad de reformas agrarias (CEPAL, 1989). En este contexto, caracterizado en la región por la emergencia de gobiernos autoritarios, se formalizó la referencia a la frontera agraria, hacia donde debía ser redirigido según las recetas de los organismos de financiamiento internacional el crecimiento del sector rural latinoamericano para lograr asegurar su “desarrollo”. El ámbito predilecto para la aplicación de estas políticas fue el borde occidental de la cuenca amazónica. Allí, los Estados buscaron, además, asegurar la ocupación efectiva de áreas que podían ser pretendidas por sus países vecinos (Reboratti 1992). Nuevamente se encontraba presente la influencia de los postulados de Turner, que fueron recuperados tanto por los textos oficiales como por las críticas formuladas a ellos (Machado, 1992).
Los antropólogos, por su parte, especialmente a partir de los años cincuenta en Brasil, definieron estos frentes de desplazamiento de la población “civilizada” y las actividades económicas reguladas por el mercado como frentes de expansión o fronteras de la civilización, preocupados por su impacto sobre los pueblos indígenas. Esta definición, que contemplaba la situación de la población situada en los límites del mercado, también se tornó de uso corriente entre sociólogos e historiadores, que pusieron el acento en el enfrentamiento entre sociedades diferentes (Martins, 1996).
Modernidad y agronegocios
Con posterioridad a la década de 1970 se comienza a reflexionar acerca de la emergencia en la región de un nuevo tipo de fronteras agrarias, basado en la difusión de la producción empresarial de commodities agrícolas, que se vuelve determinante en las décadas siguientes. Este proceso se contrapone al esquema de la frontera como sistema de asentamiento de la población, dado que está dirigido a la ampliación del área destinada a la producción de granos y a la rápida obtención de beneficios económicos (Reboratti 1992). La generalización del modelo productivo de los agronegocios, impulsado fuertemente en Sudamérica a través de la difusión del cultivo de la soja, incentivó estudios que buscaron analizar las características espaciales que presentaba este fenómeno. Se difunde entonces en el ámbito de la geografía la noción de frontera agraria moderna o frontera moderna, empleada para denominar los sectores ocupados hacia el último cuarto del siglo XX por monocultivos intensivos en capital y tecnología, a través del reemplazo de la vegetación nativa, los cultivos tradicionales (practicados por campesinos y/o productores familiares) y las áreas extensivas de pastoreo (Frederico, 2011).
En definitiva, si bien la generalización del término frontera agraria es relativamente reciente, forma parte de una tradición en la que se reconoce la referencia a una diversidad de procesos que remiten al fenómeno de la expansión agrícola. Los mismos son evocados a través de términos como colonización, franja/zona pionera, frente pionero, frontera de expansión, frontera agrícola o agropecuaria, cuyo enunciado y aplicación en ciencias sociales ha dialogado tanto directa como indirectamente con la tesis de Turner acerca de la frontera.
Una dinámica relacional: transporte, tecnología y ambiente
La frontera agraria, al igual que cualquier otra frontera, es un fenómeno que existe y se despliega desde el punto de vista de una sociedad específica (o una fracción de ella) y en un momento determinado de su desarrollo histórico (Reboratti, 1990). Reparar en esta condición no implica negar el protagonismo de otros sectores sociales que confluyen en ella, más aún si es entendida como una realidad relacional. Por el contrario, representa reconocer la existencia de un proyecto específico de construcción del territorio que busca imponer su lógica de ocupación y organización productiva del espacio, e impulsa así su avance.
La dinámica de las fronteras agrarias puede ser comprendida, a su vez, en el marco general de la expansión territorial del capital. Dos elementos centrales se desprenden de esta asociación. Por un lado, se encuentra el mecanismo de avance de la frontera agraria, que remite a la tensión entre el costo del transporte de la producción hacia los mercados –en virtud de la distancia– y la ganancia obtenida, que limita la incorporación de nuevas tierras a la matriz productiva (Martins, 1996). En relación con este punto, son profusas las referencias al rol del transporte en el avance de las fronteras agrarias, así como a la incorporación de innovaciones tecnológicas. Estas últimas no solo han permitido el empleo de ciertos cultivos donde antes no eran posibles, sino también han elevado su productividad a niveles similares o mayores a los obtenidos en las áreas tradicionales. Se evidencia, entonces, el vínculo entre la frontera agraria, el transporte y las innovaciones técnicas, que ha servido para alimentar las ideas progreso y modernización asociadas a ella. Por otro lado, se pone el acento sobre la conflictividad social derivada de la expansión agrícola, en tanto representa un proceso que pone en juego el acceso a la tierra y atenta contra la supervivencia de los sectores sociales que ocupaban previamente esos espacios (Zusman, 1999).
Finalmente, la relación con el ambiente es una preocupación que ha acompañado permanentemente a la frontera agraria. En parte, este vínculo se basa en el reconocimiento de la incidencia de los factores naturales en la distribución espacial de la actividad agrícola y en las distintas acciones desarrolladas para su transformación, aunque ha servido también al propósito de racionalizar los procesos de apropiación territorial a través del empleo de fundamentos biologicistas. Los modos más evidentes en los que se ha difundido esta relación remiten, en los enfoques clásicos, al señalamiento de la frontera agraria como punto inicial de encuentro entre el hombre y la naturaleza; y, más recientemente, a la ponderación de las consecuencias ambientales que establece el proceso de transformación agrícola.
Nuevas perspectivas
Las fronteras agrarias no solo conservan su vigencia en la actualidad, sino que representan una temática que tomó gran notoriedad en América Latina desde fines del siglo XX, a partir de la profundización de la expansión territorial del modelo productivo de los agronegocios. De este modo, representa una frontera que conserva un gran interés geopolítico para la región, en la medida que se enmarca en la profundización de las actividades extractivas orientadas a la apropiación y exportación de recursos naturales y a formas de valorización asociadas al capital financiero.
Las fronteras agrarias modernas son espacios de gran dinamismo, en los que no solo se manifiesta la velocidad con la que se produce el cambio en el uso del suelo, sino también la fluidez con la que circulan la producción, los insumos y los servicios. En estas áreas, se instalan infraestructuras destinadas al almacenamiento, procesamiento y transporte de los commodities agrícolas, que comunican dichos espacios con los principales centros agroindustriales y puertos de exportación (Bernardes, 2009). Su vertiginosidad está dada, a su vez, por los conflictos sociales que surgen del encuentro entre distintos proyectos de ocupación y organización productiva del espacio, que tienen como sus principales protagonistas a los productores empresariales y a los pequeños productores familiares.
En las fronteras agrarias modernas se expresan las principales consecuencias de la expansión del modelo productivo de los agronegocios, entre ellas se destacan: el reemplazo de las actividades tradicionales, que involucra la exclusión y el desplazamiento de los agricultores de tipo familiar; la concentración de la propiedad de la tierra, que da lugar al acaparamiento de tierras; y el deterioro ambiental, asociado generalmente a la perdida de ambientes naturales como los bosques nativos. Algunas experiencias paradigmáticas del avance de estas fronteras corresponden a la difusión del cultivo de la soja sobre el cerrado brasileño y el chaco argentino (Bernardes y Maldonado, 2017), así como a la expansión de la soja y la palma aceitera en la cuenca amazónica (Dammert, 2014; Leite, 2019).
En definitiva, la actualidad de las fronteras agrarias está asociada a la expansión de una agricultura intensiva en capital y tecnología, que constituye ámbitos donde las asimetrías sociales son cada vez más pronunciadas y en los que se encuentra en juego la soberanía y supervivencia de la población local. Por este motivo, no alcanza con reconocer a estas nuevas fronteras como el proyecto de los sectores dominantes, sino que requiere ampliar su comprensión como el espacio de los que luchan por su vida en el marco de un orden dominante vertical y excluyente (Bernardes, 2015).
Bibliografía
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