(Región Pampeana, siglos XVI-XIX)
Julián Carrera[2]
Definición
Una pulpería era un establecimiento comercial de venta al menudeo de artículos de todo tipo (entre ellos, comestibles, bebidas, herramientas y ropa), ubicado en el campo o en la ciudad y en general montado con un capital modesto. Además de un puesto de venta, constituía un lugar de consumo y recreación donde se podía comer, beber, cantar o practicar distintos juegos. Al comerciante que la poseía o administraba se lo denominaba pulpero.
Origen
Las pulperías surgieron en los dominios hispanos de América al calor de la formación de las ciudades coloniales. En el área rioplatense se han identificado las primeras en tiempos de la segunda fundación de Buenos Aires (1580). A partir de entonces, se diseminaron en los centros urbanos más importantes y comenzaron a aparecer en las zonas rurales. Su origen se debe a la necesidad de abastecer a la población urbana de los productos de primera necesidad, principalmente comestibles y bebidas, aunque con el tiempo diversificaron su oferta. Algunas también oficiaban de albergue u hospedaje, sobre todo las que se ubicaban a la vera de los caminos entre pueblos.
Sobre el origen de las palabras pulpero y pulpería existen distintas hipótesis. Una de ellas plantea que derivan del término pulque (la bebida tradicional de los pueblos indígenas de México), en tanto que otra conjetura las asocia a la pulpa de la fruta con la que se hacían bebidas en el Caribe. Una tercera, en cambio, las relaciona con la palabra pulpo, aunque tampoco hay coincidencia en cuanto a su interpretación: una lectura remite al origen gallego de muchos pulperos (Galicia se caracterizaba por la pesca del pulpo) y otra, al alcance “tentacular” de estos comerciantes, que abarcaban muchos rubros a la vez.
Rol económico y social
Hasta fines del siglo XVIII, las pulperías ocuparon un lugar de predominio en tanto establecimientos comerciales minoristas y centros de reunión y esparcimiento. En cuanto a su rol económico, no solo abastecían productos básicos, también oficiaban como fuente de crédito para algunos vecinos –en moneda o en especie–, siempre a pequeña escala. Asimismo, actuaban como intermediarios, al comprar mercadería a productores de la zona –como pastores, agricultores, cazadores, pescadores o artesanos–, quienes de este modo se aseguraban las ventas.
Pero las pulperías eran más que simples comercios minoristas, pues cumplían una función social. Junto a las iglesias constituían prácticamente los únicos centros de reunión que existían en la sociedad colonial. Allí, la gente, además de consumir y entretenerse, obtenía información de distinta naturaleza y se enteraba de rumores y chismes. Esta función se acrecentaba en las zonas rurales, donde no había otros espacios para congregarse y la población se encontraba muy dispersa. De modo que una solitaria pulpería anclada en el medio del campo, para el vecino común, se erigía como un lugar atractivo donde acudir.
Dada la expansión y versatilidad, estos negocios no tardaron en convertirse en objeto de preocupación para las autoridades. Esto se advierte en la legislación de Indias del siglo XVII, que intentaba controlar su actividad. Esta omnipresencia de las pulperías tanto en las ciudades como en el campo perduró hasta mediados del siglo XIX, pero ya no con el predominio de los tiempos coloniales. La diversificación de locales de venta y consumo más específicos (cafés, bodegones, confiterías, etc.), junto con la persecución gubernamental a las tradicionales pulperías, contribuyen a explicar su paulatina desaparición, especialmente en las ciudades. En el campo, en cambio, sobrevivieron hasta bien entrado el siglo XX.
Perfil social de sus dueños o administradores
La mayor parte de los pulperos pertenecían a los sectores medios y bajos de la sociedad; muchos eran inmigrantes que llegaban de España tras la búsqueda de fortuna en la práctica comercial. Las mujeres pulperas no eran tan comunes en la región pampeana como en otras zonas del continente. En estos casos, en general se trataba de viudas o hijas de pulperos.
El pulpero solía ser una persona muy conocida, un referente de barrio o de pueblo. Centralizaba y repartía información, era a veces el vocero de la autoridad y no resultaba raro que fuera convocado por la justicia para dar testimonio sobre individuos involucrados en litigios, pues seguramente estaba al tanto de ellos. No obstante, así como el pulpero podía convertirse en un colaborador de la justicia, también con frecuencia se encontraba envuelto en acciones delictivas: ocultamiento de prófugos, pesos y medidas adulteradas, compra-venta de mercadería mal habida o participación de un circuito de contrabando (sobre todo, de cueros).
Conflictos
Dada la naturaleza polifacética de las pulperías, no es de extrañar que sus dueños o administradores se hayan visto involucrados en múltiples conflictos. En primer lugar, pese a que estos puestos eran los más extendidos en el mapa comercial de la época, también había otros sujetos que se dedicaban a la venta minorista, como artesanos, tenderos, productores rurales, pescadores y ambulantes. La venta de pan resulta ilustrativa de las tensiones: desde muy temprano los pulperos advirtieron la rentabilidad del negocio y empezaron a producir el pan en sus locales, lo cual motivó el reclamo de los amasadores ante los cabildos. Estos tipos de fricciones entre las pulperías y otros vendedores competidores no sólo eran usuales, sino también difícilmente reducidos por las autoridades, tal como lo demuestra la copiosa legislación regulatoria.
Por otro lado, al ser lugares de esparcimiento y de consumo de bebidas alcohólicas, las pulperías se transformaban en escenario de rencillas entre clientes o entre éstos y el propio pulpero. Incluso, tales querellas muchas veces terminaban trágicamente. Estas situaciones incitaron a la asociación de estos locales con la promoción del ocio, la delincuencia y la vagancia, perjudiciales para las tareas productivas, por lo que los gobiernos de turno intentaron limitar sus horarios cuando no promover su cierre.
Interpretaciones
La imagen de los pulperos y pulperías en el imaginario argentino, que en buena medida aún perdura, se deriva de una cosmovisión más general sobre el pasado rural, urdida fundamentalmente por la literatura gauchesca, el costumbrismo y cierta historiografía tradicional. En este sentido, se vincula casi automáticamente a la pulpería con el campo y con su principal habitante según esa cosmovisión: el gaucho.
Una significativa porción de la historiografía del siglo XX contribuyó a reforzar esa imagen campera de las pulperías y los pulperos. En ella se pinta a las primeras como reductos de miserables, vagos y delincuentes, y a los segundos como inescrupulosos mercachilfes estafadores. Tal construcción historiográfica se debe, en parte, a la excesiva confianza que se ha depositado en los relatos de viajeros extranjeros –que solían destacar lo que más los sorprendía y no lo cotidiano. Otro tanto responde a la desmedida atención que se dio a la legislación punitiva y a las causas criminales, las cuales reflejan solo la violencia y las prácticas delictivas que tenían lugar en esos espacios. En otro aspecto, aquella imagen destaca la precariedad y simpleza de la oferta de las pulperías, reducidas a bocas de expendio de yerba, tabaco y aguardiente.
Ahora bien, los estudios de las últimas décadas del siglo XX sobre el pasado pampeano han transformado sensiblemente aquella representación gauchesca, al complejizar el paisaje con distintos actores, prácticas y relaciones sociales. En cuanto a lo que interesa aquí, las pulperías han adquirido otra fisonomía. En primer lugar, ya no se trata de un reducto exclusivo del campo, sino de locales presentes en todos lados. De hecho, hasta el siglo XIX prácticamente no había ciudad sin pulperías. Por otro parte, tampoco se trata de miserables bocas de expendio de tres o cuatro productos, sino de locales con una variadísima oferta de artículos de naturaleza y origen muy diverso. Los estudios de Carlos Mayo y su equipo han llegado a contabilizar más de cuatrocientos productos en las estanterías de las pulperías porteñas (desde aceite, arroz y fideos, hasta serruchos, clavos y cuerdas de guitarra), lo cual nos habla de verdaderos polirrubros.
Finalmente se ha revisado la idea de ícono oscuro de vagancia y delincuencia. La “mala fama” que ha estigmatizado a pulperos y pulperías acaso perdura en la literatura y el imaginario popular, pero no así en la historiografía profesional. Si bien no se desconocen los aspectos más sórdidos, se reconoce que las pulperías y sus administradores formaron parte del paisaje cotidiano de la gente común, al cumplir un rol esencial relativo al consumo y la sociabilidad de la gente de a pie.
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- Recibido: abril de 2020.↵
- Profesor y Doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE) de la UNLP. Investigador y miembro del Consejo Directivo del Centro de Historia Argentina y Americana (Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales-FaHCE-UNLP). Director del Anuario del Instituto de Historia Argentina y Americana. Contacto: jcarrera@fahce.unlp.edu.ar.↵