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Patrimonio rural[1]

(Argentina, 1980-2020)

Marina Guastavino[2] y Cecilia Pérez Winter[3]

Definición

El patrimonio rural es el conjunto de elementos materiales/inmateriales, culturales/naturales, muebles/inmuebles (prácticas, sujetos, lugares/paisajes, expresiones) que un grupo social/étnico reconoce como significativo y asociado con lo rural, y que tiene la capacidad de representar, evocar, disputar, tensionar y/o legitimar versiones de identidad (local/nacional), pasados/presentes, valores, sujetos y territorios.

Origen y genealogía

El término patrimonio proviene del latín patrimonium, que significa el bien que se hereda de los ascendientes o del conjunto, perteneciente a una persona natural o jurídica a la cual se le puede estimar un valor económico. Así, el patrimonio es privado, acumulado en el ámbito familiar y adquirido por herencia. Sin embargo, desde el siglo XVIII, el patrimonio cultural retoma algunas de estas nociones haciendo referencia a aquellos bienes que conforman el acervo, de carácter público y colectivo, de un Estado-Nación, primando lo simbólico más que lo económico.

El patrimonio cultural tiene la capacidad de configurar, consolidar y legitimar versiones de identidades, territorios que son constantemente interpretados por una comunidad que decide su preservación, generalmente mediante el uso racional, rentable y sustentable para mejorar el bienestar de las poblaciones (Molinari et al., 2000). Los procesos de patrimonialización son históricamente cambiantes, en ellos emergen y se expresan tensiones y conflictos. Y así como algunos llegan a oficializarse a través de declaratorias y leyes, logrando ser protegidos legalmente por algún marco normativo, otros se constituyen como tales mediante las activaciones. Esto último significa la exposición en una exhibición de un museo, en una conmemoración, mediante alguna obra de teatro o circuito turístico, etc. (Prats, 2004).

Con el transcurso de los años, al patrimonio cultural se le han añadido otros adjetivos para dar cuenta de la complejidad y singularidad que puede adquirir. Así, el patrimonio rural es un tipo particular del cultural que se vincula con todo aquello referido a lo rural en un sentido amplio. En algunos casos puede estar asociado a determinadas costumbres o prácticas –religiosas, deportivas, etc.–, a ciertas formas de organización de actividades agroproductivas, a las genealogías de ciertas familias, a saberes ancestrales/populares/tradicionales, con aspectos estéticos/arquitectónicos, lugares, dialectos, entre otros, que son resignificados, refuncionalizados y, por supuesto, disputados y tensionados (Zusman y Pérez Winter, 2018).

El patrimonio rural entendido en los términos recién descritos comenzó a ser valorizado en varios países europeos a partir de la década de 1950 con los primeros movimientos neorrurales. Grupos de jóvenes se trasladaban a las áreas rurales tras la búsqueda de nuevas formas de vida en contacto con la naturaleza, para dedicarse a tareas agroproductivas y/o artesanales, promoviendo un proceso de recuperación de los pequeños poblados (Chevallier, 1981; Nogué, 1988). Ello también fue acompañado por las primeras iniciativas europeas de turismo rural (Velázquez Inoue, 2018). En América Latina también se puede vincular la valorización del patrimonio rural con procesos similares, pero más recientes (décadas de 1980-90). Bajo el término “nuevas ruralidades” los ámbitos rurales dejaron de caracterizarse por ser espacios donde predominaba la producción agraria, para pasar a incluir otras actividades, usos, sentidos, sujetos y formas de consumo. En el caso de esta última, podemos señalar el consumo asociado al ocio y la recreación, como el turismo rural, los campos de golf, los spas o la instalación de segundas residencias, procesos que fueron acompañados por la valorización del patrimonio rural (Castro y Zusman, 2016).

El patrimonio rural en Argentina

En Argentina diferentes elementos asociados a la ruralidad vienen siendo objeto de patrimonialización formal desde la primera mitad del siglo XX. En primer lugar, podemos mencionar la configuración de patrimonios rurales mediante la labor realizada por el organismo que desde 2015 se conoce como la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos (CNMLBH). Es la institución encargada, desde 1940, de proponer qué elementos reconocer formalmente como patrimonios nacionales y brindar asesoría sobre su preservación. Al inicio de su gestión promovió la declaración de aquellos bienes que evocaban un pasado épico nacional. En este marco, se incluyeron las primeras estancias por representar parte de la historia agraria del país, por haber pertenecido a figuras nacionales relevantes y por sus características estéticas y monumentales (como la arquitectura de sus cascos y jardines diseñados). Si bien esos criterios continuaron, también fueron esgrimidos nuevos valores y argumentos para incluir otros casos. Hasta el momento, la CNMLBH ha reconocido estructuras arquitectónicas rurales en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe (Zusman y Pérez Winter, 2018; Pérez Winter y Guastavino, 2021).

En segundo lugar, podemos señalar el trabajo realizado por el arquitecto Carlos Moreno, quien comenzó a abordar el patrimonio rural en la década de 1980 (Moreno, 1988) con un enfoque diferente al que venía desarrollando la CNMLBH. Para Moreno el patrimonio rural es producto de un proceso de transformación del paisaje natural hacia uno antropizado a través del trabajo de los hombres y las mujeres que habitaron esos ámbitos. Este enfoque busca recuperar y valorizar la materialidad de rasgos e indicios tanto de las estancias como de los poblados y asentamientos más sencillos. El patrimonio rural entendido en estos términos propone rescatar las memorias e identidades de estas geografías de una forma más plural e inclusiva. Esta perspectiva se diferencia de otras que sólo destacan las genealogías de ciertas familias de la elite terrateniente a partir de la valorización de la monumentalidad y estética de las estancias como elementos representativos de lo nacional (Zusman, 2011).

Cabe señalar que Moreno es miembro de la CNMLBH desde la década de 1980, y a partir del año 2009 su enfoque fue formalizado en dicho organismo mediante la creación del programa “Jardines de valor patrimonial y medio rural” (Disposición interna 13/2009). Esta forma de considerar y gestionar el patrimonio rural nacional es interesante ya que, por una parte, invita a mirar el patrimonio descentralizado desde la mirada urbana, es decir, desde su contexto de gestión, para indagarlo desde su contexto de producción. Por otra parte, promueve una relectura de los patrimonios urbanos como un proceso de transformación reconociendo su origen rural.

Las activaciones recientes de los patrimonios rurales

En las últimas tres décadas, la reestructuración de los espacios rurales, vinculada con los cambios de usos, funciones y consumos y las nuevas formas de impulsar la actividad agraria –entendida como un agronegocio–, estuvo acompañada por diversos procesos de revitalización y valorización de esas geografías. En ellos, el patrimonio rural adquirió un rol relevante, no solo en destacar las identidades locales sino también en fomentar el desarrollo económico de esos territorios (Castro y Zusman, 2016).

Desde diferentes iniciativas estatales y no estatales, mediante programas, proyectos y emprendimientos, se comenzaron a identificar y resignificar los paisajes agrarios, las fiestas patronales, los alimentos y cocinas locales, las artesanías, los saberes tradicionales, los “usos y costumbres”, las edificaciones como las pequeñas capillas y las estaciones de ferrocarril, por ejemplo.

Asimismo, en la década de 1990 comenzó a emerger el abordaje del desarrollo territorial en América Latina con el propósito de atender a los sectores rurales de menores recursos en contextos de políticas neoliberales. En el caso de Argentina podemos encontrar políticas y marcos legislativos desde al menos el año 2002, un año después de la crisis económica de 2001. Entre sus características se mencionan la promoción de consenso con los actores locales, el asociativismo, la competitividad externa y la formación de redes. Para el año 2003 estas nociones se incorporaban a la –en ese momento– Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos (Manzanal, 2009) y, desde el año 2004, al Instituto de Nacional de Tecnología Agropecuaria. Este organismo es uno de los grandes activadores estatales de Argentina, además de la CNMLBH que, mediante el desarrollo del turismo rural y a través de proyectos asociativos, viene promoviendo la valorización de los patrimonios rurales (Guastavino et al., 2010). De hecho, ambas instituciones han generado convenios para forjar alianzas estratégicas a fin de facilitar el registro y el reconocimiento formales.

Entre los actores no estatales existen ONGs que, ante los procesos de despoblación del campo y por las transformaciones antes comentadas, comenzaron a desarrollar algunas acciones de repoblamiento que incluyen la utilización del patrimonio rural como principal recurso. Este tipo de iniciativas impulsan la valorización de los pueblos rurales como espacios en los que se condensan historias, valores (como la solidaridad, la resiliencia, la confianza), prácticas (oficios, costumbres) y lugares (pulperías, estaciones de trenes) y, por lo tanto, merecen ser recuperados y preservados como patrimonios. Este tipo de proyectos tienden a difundir una noción menos dinámica y compleja sobre el patrimonio en términos de tensiones y conflictos, con una mirada nostálgica y romántica de estos ámbitos, sus comunidades y territorios. Así, el campo suele presentarse como un refugio de lo nacional, por lo que quedarse y resistir es continuar haciendo “patria” (Pérez Winter, 2020).

Sin embargo, estos procesos de configuración de patrimonios suelen invisibilizar sujetos, reapropiar y estilizar productos, lugares, prácticas y saberes, obstaculizar reclamos sobre la tierra, entre otros conflictos, como ocurre en la Quebrada de Humahuaca (Troncoso, 2012). Por otra parte, las comunidades rurales cada vez están ganando mayor protagonismo en los procesos de patrimonialización desde diferentes estrategias, contribuyendo a activar aquello que ellas mismas deciden compartir. Entre ellas, mediante activaciones desde sus cooperativas o asociaciones civiles, lo cual les permiten tener mayor fuerza de acción y negociación al nuclearse en una entidad de forma colectiva (Cáceres y Troncoso, 2015). En otros casos se conforman organismos “híbridos”, constituidos por actores estatales y no estatales, como los Observatorios de paisaje y Asociaciones civiles integradas por pobladores y funcionarios municipales de cada distrito.

Reflexiones

Existen diversas formas de definir, indagar y gestionar el patrimonio rural. Algunos enfoques naturalizan la idea de patrimonio al no cuestionar por qué algunos elementos terminan siendo importantes –para quiénes–, mientras que otros abordajes con una mirada crítica advierten que el patrimonio deviene de un proceso de selección de ciertos lugares, prácticas y eventos en detrimento de otros. Por otra parte, los patrimonios rurales no solo permiten visibilizar tensiones y problemáticas que ocurren en los ámbitos rurales mediante la organización colectiva de sus comunidades, sino que también les abre la posibilidad de ser los propios gestores de sus recursos. Sin embargo, los procesos de patrimonialización y mercantilización no están exentos de conflictos, “lo rural” es un campo en disputa de sentidos, que se refleja en las distintas formas de entender el patrimonio. Y, a su vez, las diferentes formas de entender el patrimonio rural inciden en la manera que nos identificamos con él y buscamos su preservación y en cómo se lo gestiona.

Bibliografía

Cáceres, C. y Troncoso, C. (2015). Turismo comunitario y nuevos atractivos en los Valles Calchaquíes Salteños: el caso de la Red de Turismo Campesino. Huellas, 19, 73-92.

Castro, H. y Zusman, P. (2016). Debates y derivas sobre la ruralidad contemporánea. Reflexiones desde el campo pampeano. En Blanco, J. y Lencioni, S. (Comps.), Lo rural y lo urbano en Argentina y Brasil. Geografías materiales y conceptuales en redefinición (pp. 281‑308). Río de Janeiro, Brasil: Consequência.

Chevalier, M. (1981). Les phénomenes néoruraux. L´Espace Géographique, 1, 33-49.

Guastavino, M., Rozenblum, C., Trímboli, G. (2010). El turismo rural en el INTA. Estrategias y experiencias para el trabajo en extensión, XV Jornadas Nacionales de Extensión Rural y VII del MERCOSUR, AADER. San Luis, Argentina.

Manzanal, M. (2009). Desarrollo, poder y dominación. Una reflexión en torno a la problemática del desarrollo rural en Argentina. En Manzanal, M. y Villareal, F. (Comps.), El desarrollo y sus lógicas en disputa en territorios del norte argentino (pp. 17-46). Buenos Aires, Argentina: Ciccus.

Molinari, R.; Ferraro, L.; Paradela, H. A. y Castaño, A. (2001). Odisea del Manejo: Conservación del Patrimonio Arqueológico y Perspectiva Holística, 2do. Congreso Virtual de Antropología y Arqueología, NAYA.

Moreno, C. (1988). Un pasado, un futuro. San Martín en Cañuelas. Buenos Aires, Argentina: ICOMOS.

Nogué, J. (1988). El fenómeno neorrural. Agricultura y Sociedad, 47, 145-175.

Pérez Winter, C. (2020). Algunas consideraciones en la investigación del patrimonio rural. Publicaciones del Museo de la vida rural de General Alvarado, 1, 1-15.

Pérez Winter, C. y Guastavino, M. (2020). Ruralidades turísticas del campo pampeano bonaerense (Argentina). Rosa dos Ventos, 12(4), 789-810.

Prats, L. (2004). Antropología y patrimonio. Barcelona, España: Ariel.

Troncoso, C. (2012). Turismo y patrimonio en la Quebrada de Humahuaca. Lugar, actores y conflictos de un destino turístico argentino. Tenerife, España: Pasos.

Velázquez Inoue, F. (2018). La valorización turística del campo. En Castro, H. y Arzeno, M. (Comps.), Lo rural en redefinición. Aproximaciones y estrategias desde la Geografía (pp. 253-280). Buenos Aires, Argentina: Biblos.

Zusman, P. (2011). Paisajes en patrimonalización y Paisajes preformativos. Convivencias y conflictos en el campo bonaerense de Argentina. Coloquio Internacional Paisaje y territorio. Una visión desde la geografía humana, UAM-Iztapalapa.

Zusman, P. y Pérez Winter, C. (2018). Las áreas rurales y el patrimonio histórico-cultural. En Castro, H. y Arzeno, M. (Comps.), Lo rural en redefinición. Aproximaciones y estrategias desde la Geografía (pp. 231-252). Buenos Aires, Argentina: Biblos.


  1. Recibido: febrero de 2021.
  2. Profesora de Antropología por la (UBA). Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Contacto: guastavino.marina@inta.gob.ar
  3. Licenciada en Antropología con orientación arqueológica (UBA). Doctora en Antropología Social (UBA). Instituto de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (IIGEO, FFyL-UBA). Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Contacto: cecipw@gmail.com.


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