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Protesta campesina[1]

(América Latina, fines del siglo XX – comienzos del siglo XXI)

Antonio Ortega Santos[2]

Definición

La protesta campesina se ha construido en los últimos años como una lucha por la defensa de la tierra, de los recursos naturales, del acceso a los bienes comunes erigiéndose como estrategia de reproducción socio-económica de las comunidades rurales. Junto al discurso por el acceso a la tierra, protagonizado por la reivindicación de la Reforma Agraria, las disputas territoriales han adquirido en los últimos decenios una fuerte impronta de lucha por la vida, por re-existir en el Sur Global.

Origen y trayectoria interpretativa

Las luchas campesinas en el mundo contemporáneo nacieron de las formas de despojo que el modo de civilización industrial capitalista impulsó a escala global. El mundo campesino regulaba sus formas de relación con la naturaleza atendiendo a estrategias de subsistencia, autoregulación y suficiencia (Toledo, 1992 y 2014) aupadas estas lógicas desde la conceptualización de la familia como unidad de producción y consumo. Esta apuesta facilitó a los campesinos su resiliencia comunitaria ante la presión mercantilizadora de bienes de producción, recursos naturales y saberes comunitarios, acaecidos tras la Revolución Industrial. De este modo, en el marco de la Economía Mundo (Wallerstein, 2009), los campesinos resistieron, “ausentándose” del mercado. Pero ello no impidió que los ciclos de protesta emergieran como una necesaria respuesta a tres desafíos externos:

  1. Despojo de tierras indígenas en el marco de un proceso de construcción postcolonial de los Estados Nación, forzando la conversión de los indígenas y campesinos en sujetos-ciudadanos.
  2. Saqueo de recursos protagonizados por entramados políticos-económicos, volcados hacia la mercantilización del capital natural para la retroalimentación extractivista del Capitalismo Global.
  3. Re-Existencias en el Sur Global, asociadas a la cogeneración y creación de procesos sociopolíticos en los que las comunidades rurales diseñan proyectos de resiliencia socioambiental, potenciando con saberes y prácticas locales el proyecto de construcción de identidad de comunidad.

La protesta campesina, en los últimos decenios, se ha tornado como una acción de reivindicación de las formas de vida comunitarias en defensa de los territorios. A lo largo de la historia, sobre todo en contextos investigativos eurocéntricos, ha sido abordada como una acción reivindicativa prepolítica protagonizada por un actor social –el campesinado–, que no se inserta en los parámetros de movilización institucionalizada de la lucha obrera (Shanin, 1979). Tanto los enfoques del marxismo clásico, de la teoría de la modernización y de la Ciencia Política hegemónica (McAdam et al., 2005) han mirado al mundo campesino desde la centralidad del universo industrial-urbano, “periferizando” otras formas de lucha y movilización sociopolítica, propias del mundo rural.

Un giro sustancial en el ámbito académico emergió en los años 80 con lo que denomino el paradigma Scott (1985). Sus “armas de los débiles” fracturaron el discurso dominante sobre la acción política campesina, potenciando la acción colectiva como matriz. Scott puso en el debate global otra narrativa, otro discurso de la protesta, al visibilizar otras formas de lucha micropolítica, basadas en acciones puntuales colectivas de “microcriminalidad”. Invisibles para el paradigma dominante de la investigación social, han sido efectivas a la hora de tejer una conciencia colectiva de defensa del territorio. Desde ese punto seminal, las miradas historiográficas transitaron hacia la puesta en valor de las formas de protesta campesina como programa de acción social defensora de los bienes comunes y de su dimensión institucional (Ostrom, 1990).

El otro punto de inflexión vino de la mano de Martínez Alier (2005) con su propuesta de El Ecologismo de los Pobres, siguiendo el tránsito que inició Scott, pero avanzando en lo que supone una propuesta desde el campo de la Ecología Política. Frente al dominio de las formas de acción ambiental norto-céntricas, en los Sures (en América Latina), los “pobres” han dispuesto de lenguajes de la protesta vinculados a la defensa de la continuidad de las formas y condiciones de vida en conexión con el territorio. Esta apuesta por sacar las resistencias campesinas del ostracismo —“criminalizadas” como patologías de reacción contra el Estado-Mercado— supone la articulación de un programa de resistencia-protesta desde el sur que denuncia los impactos de modelo capitalista sobre las condiciones de vida campesinas. Es decir, la injusticia socioambiental de un modelo que genera formas de ecocidio —genocidio—, racismo territorial sobre esos mundos campesinos.

De este modo, la protesta campesina ha evolucionado en los últimos decenios desde praxis y programas anclados en las lógicas de la modernidad capitalista (reparto de tierra-reforma agraria, violencia política, etc.) hacia otras de matriz global. Estas últimas se insertan en las tramas de la lucha por la defensa de la tierra y de la cosmovisión de los procesos (re)productivos: a favor de la defensa de la memoria biocultural y contra los transgénicos, las multinacionales de la alimentación —que imponen los monocultivos— y las mineras — que detraen el bien común “agua—, por ejemplo (Toledo et al., 2014).

Territorios, Producción y Apropiación del Territorio. Luchar es Re-Existir

La protesta campesina ha consolidado nuevas identificaciones con el territorio a lo largo de los últimos decenios. No cabe aquí realizar más que un somero recorrido por elementos, situaciones y territorios en los que la protesta campesina ha jugado ese factor. Como indicaba con anterioridad, las luchas campesinas han tomado un rol autopoiético, en cuanto refieren a un modelo de apropiación colonial-estatal del territorio. Para el caso de México, Gordillo (1988) explicó cómo la defensa de la tierra marcó las luchas campesinas a lo largo del siglo XX, en el marco de la ausencia de cuestionamiento a la matriz del desarrollo del Estado-Nación, y dentro de la continuidad adaptativa al mismo de la propiedad ejidal. Esta aproximación, reforzada con el trabajo colectivo de Moreno García (1982), describe cómo las tensiones socioambientales se concentran en espacios signados por la dicotomía pequeña-gran propiedad, en especial durante el período de la Reforma Agraria Revolucionaria (1910-1940).

Desde esta matriz se colocó el foco en el proceso de descentralización territorial, tanto de las tomas de decisiones como de las protestas. Zendejas y de Vries (1998) facilitaron un salto cualitativo, al trascender la visualización de la protesta campesina como mero lugar de enunciación de la identidad territorial y de fragmentación hegemónica del Estado. En efecto, ampliaron el discurso sobre la normatividad, reconociendo la pluralidad de la autonomía campesina, la acción colectiva como vertebrador de solidaridad comunitaria –en sintonía con el planteo de Scott— y la reafirmación de escenarios políticos (zapatismo). De esta manera, sus aportes contribuyeron a fracturar el maniqueo debate gran-pequeña propiedad y a insertar la matriz indígena en las protestas campesinas. Este elemento se refuerza en la reciente publicación de Bartra (2019), que considera el expolio territorial de los pueblos indígenas mexicanos como prácticas atentatorias contra la alimentación, el trabajo, la educación, la vivienda y la salud –en particular sexual y reproductiva–. Dichas prácticas conculcan el derecho a la diversidad de los mundos campesinos, lo cual ha sido denominado “Estado de excepción permanente” (según Walter Benjamin y Giorgio Agamben), “Biopoder” (según Michel Foucault), “Necropolítica” (según Achille Mbembe) o “Violencia Moral” (según Armando Bartra).

Durante los últimos decenios, en otros territorios americanos las protestas rurales se han reconstituido como luchas por la vida. Para el caso de Bolivia, se han postulado Estados de Buen Vivir, en tanto programas de creación de Estados multiétnicos y plurinacionales, sustentados en la continuidad de marcos extractivistas de tierras y flujos de materia y energía que sí han facilitado la “autonomía indígena en el territorio como contrapoder desde lo común” frente al Neonacionalismo como trama neocolonial. Colonizar tierras baldías y procesos revolucionarios nacionales como matriz de integración territorial en el contexto de un multiculturalismo neoliberal –como telón de fondo de una territorialidad extractivista– acentuaron la tensión en la territorialidad comunitaria, con nuevos lenguajes y Marchas por la vida y el territorio, en defensa de la Madre Tierra y la Suma Sarnaqaña (Saber Caminar) (Makarán y López, 2019).

De igual manera, la transversalidad de los mecanismos con que la injusticia ambiental y territorial afecta a las comunidades campesinas obliga a considerar el impacto de otras actividades productivas y territoriales, tal como ocurre con la minería. Para el caso de Perú, Li (2017) nos muestra la defensa del agua y de la vida en territorios sagrados, mediante luchas contra la contaminación. Las mismas expresan la articulación de conocimientos, conciencia del lugar y experticia, la cual no sólo configura tropo de encuentro entre academia, movimientos sociales, agentes de cooperación internacional y comunidades; también deriva en un efecto multiplicador de conflictos, nuevos mundos de protesta y solidaridades campesinas que trascienden los elementos clásicos de cooperación en el territorio. Como bien indica Li, el carácter invasivo de las tecnologías extractivas, junto a la escasez de agua, la contaminación y la pérdida de tierras de cultivo, son escenarios polémicos, por cuanto generan un clima de tensión y protesta en la Sierra Central de Perú, procesos de negociación política y también ciclos de represión y cooptación epistemológicas sobre los grupos campesinos.

En la misma línea, Wagner (2014) propone la necesidad de colocar la atención en las protestas campesinas afectadas por la irrupción de procesos extractivos, tal como lo ilustra el caso de Mendoza (Argentina). Allí se asiste a un nuevo ciclo de conflictos socioambientales en los que las alianzas socio-territoriales se vertebran desde la defensa del acceso al agua y al territorio. Asimismo, no sólo se translocalizan las luchas y las negociaciones, se generan también debates al interior de las propias comunidades. Éstas, posicionadas como nuevos expertise, argumentan desde una posición combativa su compromiso con cuestiones como el cambio climático, la desaparición de glaciares, etc. Esta nueva conciencia de lugar que se nutre de la memoria biocultural atesorada por los grupos campesinos (ecologías de saberes, siguiendo a Boaventura de Sousa, 2020) es el germen de unas luchas que se imbrican con lo que denominamos luchas decoloniales, asociadas a las Epistemologías del Sur.

El conflicto ambiental no puede reducirse a un lugar socialmente marginal o a moda historiográfica. El conflicto ambiental tiene su origen en el acceso, el manejo y la distribución de los recursos naturales y servicios ambientales, que son o se perciben como esenciales para la reproducción o se advierten sus efectos benéficos o dañinos que tal manejo produce en el interior del grupo o en otros grupos humanos. El conflicto se convierte así en uno de los factores determinantes —aunque no el único ni en ciertos momentos el principal— de la dinámica evolutiva (hacia la sustentabilidad comunitaria), esto es, del cambio de los sistemas sociales y de su relación con el medio ambiente físico (Ortega Santos et al., 2007). En este sentido, la propuesta de Pengue (2008) sobre conflictos ecológicos distributivos evidenció los elementos centrales de las luchas campesinas frente al impacto disruptivo de la agricultura industrial y de las formas coloniales de apropiación mercantilizada de los recursos. Estas protestas campesinas definen estrategias colectivas de re-existencia en defensa de los saberes agroecológicos atesorados por el mundo campesino por siglos, atacados por modelos agrícolas de vocación agroexportadora.

Reflexiones y retos

Llegados a este punto, es preciso abrir dos aristas centrales en pos de la construcción de nuevos enfoques de investigación sobre la protesta campesina. La primera de ellas es la aportación que, desde el “enfoque ambientalista/conciencia de lugar” (Magnaghi, 2011), ubica la sostenibilidad como un problema de interacción recíproca entre la ocupación antrópica y el ambiente; entendiendo a éste último como sistema natural (“neoecosistema”, compuesto por biósfera, geosfera, hidrósfera, fauna, flora, etc.) cuyas leyes de reproducción deben ser respetadas y de las que emergen las tensiones territoriales que definen los conflictos campesinos en los últimos decenios.

Un segundo reto es la visión sobre las protestas campesinas como luchas decoloniales. Las protestas campesinas, vistas desde los Sures, constituyen procesos crecientemente atravesados por una colonialidad de triple vértice. En primer lugar, se vertebran por una colonialidad de los seres, en cuanto que se proponen formas de manejo de los recursos que apuestan por romper las formas de relación entre comunidades rurales y ecosistemas, descomunalizando identidades territoriales e implementando políticas de violencia social (despojo) contra las comunidades.

En segundo lugar, es una colonialidad de saberes –académicos, sobre todo—, dado que las cosmovisiones campesinas son invisibilizadas u extintas (epistemicidios) por narrativas académicas de matriz eurocéntrica. Éste es otro escenario de luchas decoloniales del mundo campesino, caracterizado por la reivindicación de la ecología de saberes entre lo científico y lo originario (De Sousa et al., 2020).

El tercer y último eje de las luchas decoloniales radica en los haceres socioambientales. Es decir, la consideración de procesos políticos de defensa del territorio caracterizados por la construcción de nuevas ruralidades agroecológicas como palanca de futuro (los casos de Vía Campesina y Movimento dos Trabalhadores Rurais sem Terra son buenos ejemplos). Dichos procesos evidencian el viraje hacia una nueva sustentabilidad socioambiental, la cual, ejercida como acción de contrapoder, confirma la resistencia emancipatoria que puede expandir el presente de muchas comunidades rurales. Se rehabilitan así prácticas de hacer y gobernarse desde la comunalidad, que nutren las formas de protesta campesina al inicio del siglo XXI. Siguen los campesinos luchando en sus territorios por las nuevas de formas de reexistencia.

Bibliografía

Bartra, A. (2019). Los nuevos herederos de Zapata. Un siglo de resistencia 1918-2018. México D.F., México: Fondo Cultura Económica/Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.

De Sousa Santos, B. y Meneses. P. (2020). Epistemologies of the South. Knowledgez born in the Struggle. Constructing the Epistemologiees of the Global South. New York, EEUU: Routledge Press.

Gordillo, G. (1988). Campesinos al Asalto del Cielo. De la Expropiación Estatal a la Apropiación Campesina. México D.F., México: Siglo XXI Editores.

Li, F. (2017). Desenterrando el conflicto. Empresas mineras, activistas y expertos en el Perú. Lima, Perú: Instituto de Estudios Peruanos.

Makarán, G. y López, P. (2019). Recolonización en Bolivia. Neonacionalismo Extractivista y Resistencia comunitaria. La Paz, Bolivia: UNAM-Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe/Plural Editores.

Martínez Alier, J. (2005). El Ecologismo de los Pobres. Barcelona, España: Ed. Icaria.

Magnaghi, A. (2011). El proyecto local. Hacia una conciencia del lugar. Barcelona, España: Ediciones UPC.

McAdam, D. et al. (2005). Dinámica de la Contienda Política. Barcelona, España: Ed. Hacer.

Moreno García, H. (1982). Después de los Latifundios. La Desintegración de la Propiedad Agraria en México. México D.F., México: El Colegio de Michoacán.

Ortega Santos, A. et al. (2007). La protesta campesina como protesta ambiental. Siglos XVIII-XX. Historia Agraria, 42, 31-55.

Ostrom, E. (1990). Governing the commons. The evolution of institution for collective action. Cambridge, EEUU: Cambridge University Press.

Pengue, W. (2008). La Apropiación y el Saqueo de la Naturaleza. Conflictos ecológicos distributivos en la Argentina del Bicentenario. Buenos Aires, Argentina: GEPAMA, Lugar Editorial, Fundación Heinrich Boll.

Scott, J. (1985). Weapons of the weak. Everyday forms of Peasant Resistance. Massachussets, EEUU: Yale University Press.

Shanin, T. (1979). Definiendo al Campesinado: Conceptualizaciones y descontextualizaciones. Pasado y Presente en un debate marxista. Agricultura y Sociedad, 11, 9-53.

Toledo, V. (1992). Campesinos, Modernización Rural y Ecología Política: Una mirada al caso de México. En González de Molina, M. y González Alcantud, J. A. (Coords.), La Tierra: Mitos, Ritos y Realidades (pp. 351-366). Barcelona, España: Anthropos/Diputación Provincial de Granada.

Toledo, V. M. y Barrera-Bassols, N. (2014). La Memoria Biocultural. La importancia ecológica de las sabidurías tradicionales. Popayán, Colombia: Editorial UniCauca

Wagner, L. (2014). Conflictos Socioambientales. La Megaminería en Mendoza 1884-2011. Buenos Aires, Argentina: Universidad Nacional de Quilmes.

Wallerestein, I. (2009). El moderno sistema mundial I, la agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI. Madrid, España: Siglo XXI.

Zendejas, S. y De Vries, P. (1998). Las Disputas por el México Rural. Vol. II Historia y Narrativas. Zamora. México D.F., México: El Colegio de Michoacán.


  1. Recibido: mayo de 2020.
  2. Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Granada (UGR), España. Doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Granada (UGR), España. Profesor Titular del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada, España. Líder del Grupo de Investigación STAND (South Training Action Network of Decoloniality, www.standugr.com). Integrante de la Red de Estudios sobre Sostenibilidad, Patrimonio, Participación, Paisaje y Territorio (Institución Asociada a CLACSO. Ejecutiva Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental, SOLCHA). Contacto: aortegas@ugr.es.


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