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Trashumancia[1]

(América Latina, siglo XX – comienzos del siglo XXI)

Cristina Hevilla[2]

Definición

Consiste en una forma de vida móvil, antigua, aunque aún vigente, basada en el desplazamiento de pastores y ganado tras la búsqueda de pastos tiernos. Veranadores, crianceros, chiveros, ovejeros, puesteros, caravaneros y campesinos son los nombres que se utilizan para aludir a quienes llevan sus ganados en un continuo ir y venir de invernadas a veranadas –generalmente a pie o a caballos con sus perros pastores– para conseguir alimento. En sus itinerarios trashumantes, estos sujetos construyen espacialidades y mantienen un vínculo ancestral con el entorno, nutrido de saberes acumulados, compartidos y legados entre generaciones.

Genealogía y origen

De etimología latina, trashumancia se relaciona con humus, que se asocia a humano y a hombre, y con el prefijo “tras”, que señala el desplazamiento de un lado a otro. Constituye una práctica universal de antiguo origen en los andes latinoamericanos con características específicas en cada ámbito geográfico. Su historicidad es anterior a la colonización, tal como lo atestiguan los estudios arqueológicos. Por ejemplo, se ha registrado esta dinámica en las representaciones de ganado (llamas, alpacas, guanacos y vicuñas) y las señales del paso de animales, tanto en pinturas rupestres como en cerámicas. De todas las especies autóctonas sudamericanas la más importante de la puna andina fue la llama, que sirvió para el transporte de alimentos y bienes hasta los siglos XVII y XVIII (Sica, 2010) y paulatinamente fue remplazada por los mulares (Mijares Ramírez, 2009).

Con el avance de la dominación española se introdujeron nuevas especies como cabras, ovejas y vacas, vinculadas a las usanzas europeas. De allí que la trashumancia andina se basó en un proceso de mestizaje de experiencias de los pobladores originarios, herencias europeas y de aportes criollos y singulares en cada región. El proceso de reparto de tierras, que comenzó en la etapa colonial y continuó en la independentista, influyó en la disminución y transformación de los grupos pastoriles, pero no logró su desaparición.  Y fue a partir del siglo XX que éstos captaron la atención de los investigadores.

Saberes, redes y ambiente

La unidad familiar y los lazos de solidaridad y reciprocidad social son esenciales para estas prácticas desplegadas en ámbitos alejados, solitarios y de riesgo. Los trashumantes comparten saberes que forman parte de un capital cultural que heredan y experimentan en la movilidad. Por ejemplo, pueden distinguir cada uno de sus animales y conocen los caminos en los que hay pastos, aguadas, leña y abrigo. Para anticipar dificultades ocasionadas por los vientos, lluvias o nevadas observan atentamente el cielo, que también los orienta en sus itinerarios y marca el ritmo de sus actividades diarias. Tienen flexibilidad a la hora de cambiar el rumbo, detenerse o pausar el tránsito de sus ganados, ante marcas o señales que pasan inadvertidas para quien no conoce los amplios espacios por los que circulan.

Con gran sensibilidad auditiva y aguda observación de las huellas en el territorio, advierten el paso de otros rebaños, la presencia de animales peligrosos para sus majadas y la necesidad de auxilio de otros pastores. Acompañados de perros criados con sus rebaños, son capaces de transitar de noche y en silencio pasos montañosos prohibidos. Reconocen y diferencian las plantas que pueden dañar sus rebaños, curar sus lastimaduras y sanar los males de altura. La trashumancia requiere que todos los participantes sepan hacer de todo, no tiene especialistas; es un trabajo sin descanso que necesita atención y permanente vigía.

A la vez, la trashumancia mantiene una lógica ecológica, promoviendo el traslado de semillas en el andar de los animales, que equilibran consumo y nuevos pastos evitando la desertificación por sobrepastoreo. Para algunos autores, el pastoralismo constituye una actividad económica tradicional que realiza un aprovechamiento sostenible de los recursos naturales (Castillo, 2003; Olea y Mateo Tomás, 2011; Quiroga Mendiola, 2013). Incluso, su producción artesanal es sencilla y compuesta por elementos del ambiente. Si bien los productos no cumplen las normas de sanidad requeridas por la normativa estatal, abastecen las localidades cercanas.

Identidad y movilidad

La trashumancia se revela como un habitar –en el sentido propuesto por Heidegger– más allá del sedentarismo y la edificación (Pardoel y Riesco, 2012). En este caso la identidad se basa en el movimiento, constitutivo de una idiosincrasia a la que se suman la transitoriedad, el viaje, las pruebas y la precariedad (Agulló, 2009). Los pastores mantienen una relación plena con el espacio y la red de historias y relatos que lo contienen, habitan sus trayectos en una travesía que no cesa y residen en sus desplazamientos, en situaciones itinerantes, desasidas y errantes. De allí que sea una forma de vida que se relaciona efectiva y afectivamente con la naturaleza, un morar en la movilidad.

La movilidad de la trashumancia puede desarrollarse en un sentido horizontal, de ámbitos húmedos a secos, y en un sentido vertical o altitudinal, de tierras bajas a altas. Los pastores y ganaderos trashumantes del Caribe colombiano que viajan de las zonas inundables por los ríos de la depresión Momposina –conocida como ciénagas– a las sabanas más secas del municipio de Magangué (Botero Arango, 2010) son ejemplo de movilidad horizontal. Se produce trashumancia en sentido vertical cuando el recorrido de los pastores cruza pisos altitudinales, por ejemplo, de costas llanas a cordilleras altas en la región central de la frontera argentino-chilena (Gambier, 1986; Castillo, 2003; Hevilla, Zusman y Molina, 2006; Michieli, 2013; Gasco et al., 2015), en la Patagonia (Bendini y Peselo, 1999) y en el noroeste argentino (Hocsman, 2003; Contreras y Castro, 2005), en el norte de Chile, en el oeste de Bolivia y en el Perú (Santoro,1997).

Tareas y organización 

Los pastores tienden a constituir asociaciones que gestionan en conjunto el acceso a los campos de pastaje. En algunas zonas éstos pertenecen a tierras comunales, como ocurre en la Provincia del Elqui, en la región de Coquimbo en Chile (Erazoy Garay-Flühmann, 2011) y en el Cercado en Tarija, en Bolivia (Vacaflores, 2005). En otras zonas –como en el límite de Argentina y Chile en los Andes centrales– siguen siendo las familias quienes pactan con los propietarios de las tierras el arriendo de la temporada y, en menor medida, algunos pastores poseen pequeñas propiedades, como sucede en el norte de la provincia de Neuquén. En cualquier caso, siempre existe la negociación en las gestiones sobre la utilización de las pasturas y la proximidad a las aguadas, las vegas o las zonas húmedas, que son recursos de acceso colectivo.

La trashumancia se organiza de forma dispersa en el espacio y, aunque es tildada como una actividad solitaria, puede considerarse como una necesidad de la sociedad trashumante por lograr autonomía y permanencia frente a los cambios. Varios autores (Tomasi, 2013; Quispe Martínez et al., 2018) han mostrado que los pastores tienen varias residencias, una en los pueblos y otras en los lugares de tránsito y de pastoreo. Si bien estas últimas son más precarias, disponen de todo lo necesario para vivir e incluso se pueden compartir con otras familias. En el paisaje andino las moradas se construyen con los elementos que existen en el entorno y cada temporada deben ser arregladas y a veces ampliadas, es decir que las residencias de los pastores aumentan y/o se contraen de acuerdo a las necesidades de la temporada y el rebaño.

Frente al histórico protagonismo asignado al pastor, nuevos estudios revelan la importancia del trabajo femenino, de las ancianas y de las niñas/os. Se ha subrayado el papel desempeñado por la mujer en la reproducción cultural del mundo andino (Del Pozo, 2004). En la frontera andina centro oeste argentino-chilena se ha descripto la participación de las abuelas en las negociaciones del ganado de los crianceros chilenos (Hevilla, 2014) y en el Perú se ha señalado cómo a través de los juegos los niños pastores aymaras aprenden desde muy pequeños los cuidados que necesita el ganado (Quispe Martínez y Blanco Gallegos, 2018). También hay estudios sobre las mujeres collas en la puna de Atacama (Rodríguez y Duarte, 2018) y sobre las actividades de las mujeres en la trashumancia en Colombia (Botero Arango, 2010).

Reflexiones

En los últimos tiempos, los grupos trashumantes han enfrentado mayores obstáculos para supervivencia. Primero, su circulación se ha visto restringida por la proliferación de alambrados, leyes regulatorias del tránsito y mayores controles fronterizos (identitarios y sanitarios). Segundo, han sido afectados por la extranjerización y transformación de los territorios que tradicionalmente ocupaban. Empresas trasnacionales explotan recursos minerales y los intereses del turismo instalan rutas históricas y patrimonializan ámbitos y prácticas intangibles como atractivos. De este modo, procesos económicos globales desafían a los habitantes cordilleranos en la actualidad.

Por su parte, los gobiernos han tendido a alternar olvidos con políticas sanitarias, atribuyéndole a dicha práctica la responsabilidad de muchos problemas rurales. En términos ecológicos, se la ha considerado agente de desertificación, de transmisión de plagas y de disminución de fauna en peligro de extinción (Hevilla, Zusman y Molina, 2006). Socialmente, los grupos pastoriles han sido subestimados por su carácter tradicional, y no valorados por su rol de mediadores culturales y económicos (Medinacelli, 2005; Lane, 2010). Además, se los suele descalificar por su sistema de vida de subsistencia y su falta de integración a la economía capitalista. Estas situaciones, sumadas a la escasez de ayuda económica estatal (porque sus producciones no responden a las exigencias del mercado), al disminuido prestigio social de sus saberes y al débil atractivo que la práctica despierta entre los más jóvenes, ha dado pie a múltiples especulaciones sobre la desaparición de la práctica trashumante.

De todos modos, hay quienes advierten nuevas identificaciones, reacomodamientos y subsistencias (Del Pozo, 2004). Desde hace alrededor de diez años, se ha visibilizado la trashumancia como una dinámica de vida, apareciendo públicamente las asociaciones de pastores, sus encuentros, ferias y fiestas. Por ejemplo, en Argentina y Chile, se han difundido las celebraciones vinculadas a esta práctica en el pueblo cordillerano de Andacollo. Al inicio de la veranada se realiza la Fiesta del Veranador y el Productor del Norte Neuquino (Argentina) para homenajear a los pastores. Desde 2011 en la comunidad de Illapel (Chile) se festeja el día de la trashumancia y el criancero caprino, y los arreos circulan por las calles céntricas del pueblo acompañados de sus pastores. Los turistas, luego, disfrutan de la gastronomía vinculada al cabrito. A la vez, se difunden documentales sobre las escuelas de los trashumantes y la vida itinerante. Estos fenómenos demuestran que la trashumancia contiene estrategias de adaptación y de resistencia (Hevilla, Zusman y Molina, 2006) que le permiten acomodarse a los cambios de circunstancias y contextos. De este modo, ha logrado pervivir hasta el presente, aunque con transformaciones, esta forma de vida móvil y errante de pastores y ganados.

Bibliografía

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  1. Recibido: junio de 2020.
  2. Doctora en Historia por la Universidad de Barcelona. Docente en la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ). Investigadora asociada en el Grupo de estudios sobre Cultura, Naturaleza y Territorio, Instituto de Geografía de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Contacto: crishevilla@yahoo.es.


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