(América Latina, 2000-2020)
Lucrecia Wagner[2]
Definición
El extractivismo es definido como la explotación de grandes volúmenes de recursos naturales, que se exportan como commodities y generan economías de enclave (localizadas, como pozos petroleros o minas, o espacialmente extendidas, como el monocultivo de soja o palma). Requiere grandes inversiones de capital intensivas, generalmente de corporaciones transnacionales. Presenta una dinámica de ocupación intensiva del territorio, generando el desplazamiento de otras formas de producción (economías locales/regionales) con impactos negativos para el ambiente y las formas de vida de poblaciones locales.
Origen o genealogía
La utilización corriente de la referencia al extractivismo en el pensamiento social y el debate político regional es relativamente nueva. Pero las actividades económicas y los modelos societales a los que se refiere tienen una larga historia en el continente latinoamericano, iniciada con la conquista (Seoane, 2013). Esta modalidad de acumulación extractivista estuvo determinada desde entonces por las demandas de los centros metropolitanos del capitalismo naciente. Unas regiones fueron especializadas en la extracción y producción de materias primas, es decir de bienes primarios, mientras que otras asumieron el papel de productoras de manufacturas. Las primeras exportan Naturaleza, las segundas la importan (Acosta, 2012).
En América Latina, la noción de extractivismo comenzó a problematizarse a fines de la década de 2000. En un contexto de creciente conflictividad socioambiental, generada por el arribo de actividades extractivas –o por las consecuencias de actividades ya instaladas–, un grupo de intelectuales retomó los debates sobre el desarrollo de América Latina para destacar lo que llamaron “la paradoja latinoamericana”. En aquel entonces, América Latina llevaba algunos años presentando una constelación política excepcional, con gobiernos que se propusieron una ruptura con el modelo neoliberal, y con la lógica de saqueo practicada por viejas élites. Pero, a su vez, se hacían evidentes sus contingencias y limitaciones, y estos gobiernos atravesaban graves conflictos internos. El notable aumento en la inversión social para mejorar la educación, la salud, la infraestructura y luchar por la inclusión social de los más pobres requería el financiamiento inmediato, que podía conseguirse mediante la expansión del “viejo modelo extractivista”, o adquiriendo nuevamente una deuda externa. La paradoja, entonces, hace referencia al hecho de que los gobiernos denominados “progresistas”, que buscaron proyectarse como gobiernos revolucionarios, avalaron y promovieron el extractivismo –en particular, la minería a gran escala, los hidrocarburos, el agronegocio y los agrocombustibles− como modelo base de desarrollo de sus economías. Consolidaban así sus economías reprimarizadas con base en economías de enclave, con escasos encadenamientos locales o nacionales, y una presencia determinante de compañías transnacionales con pocas responsabilidades tributarias, a pesar de las experiencias de nacionalización desarrolladas (Lang y Mokrani, 2011).
“La categoría de extractivismo o neoextractivismo recorre hoy tanto la bibliografía crítica como el lenguaje de los movimientos socioterritoriales” (Svampa, 2016, p. 372). Tanto para la praxis de los movimientos sociales como en el campo de la reflexión social crítica, la noción facilitó identificar la unidad socioeconómica y política –“modelo extractivo exportador”– de un conjunto diverso de actividades que se caracteriza por la misma lógica de despojo y devastación ambiental (Seoane, 2013).
Vínculos con el territorio, la tecnología, el consumo, la organización productiva y otros sujetos
El debate sobre el extractivismo retoma los debates sobre el desarrollo en América Latina, sus alternativas y el post-desarrollo (Escobar, 2005). Los movimientos sociales del “Sur global” no solo resisten a la arremetida en curso de acumulación por desposesión (Harvey, 2005), sino que expresan la urgencia de buscar alternativas fundamentales al sistema mundo actual. Se trata de problematizar la idea de crecimiento ilimitado, y postular que las soluciones basadas en más tecnología ante los desastres naturales y la crisis energética son inviables, y tienen consecuencias para ecosistemas y poblaciones (Lang y Mokrani, 2011).
Además de la megaminería a cielo abierto, el extractivismo incluye la expansión de la frontera petrolera y energética (a través de la explotación de hidrocarburos no convencionales, sea off shore o mediante fractura hidráulica o fracking), la construcción de grandes represas hidroeléctricas, así como la expansión de la frontera pesquera y forestal y por último, la expansión del modelo de agronegocios (cultivos transgénicos, como la soja, la hoja de palma y los biocombustibles). El extractivismo combina la dinámica de enclave y la fragmentación territorial (escasa producción de encadenamientos endógenos relevantes), con la dinámica del desplazamiento (Svampa, 2016).
En décadas recientes, las transformaciones operadas en el agro mundial han potenciado los aspectos netamente extractivos del modelo agrario (el “agronegocio”). El impulso a un “agro extractivo”, como el caso de la expansión sojera en Argentina, está acompañado del uso de “tecnologías de punta”, recientemente inventadas y de última generación, cuyos campos de aplicación se vinculan con la frontera del conocimiento científico (biotecnología, informática, nanotecnología). Se cree que éstas son impulsoras del progreso y bienestar del país, pero esto no es necesariamente cierto (Giarraca y Teubal, 2013).
Debates en cuestión
Algunos autores enfatizan que el extractivismo no es un proceso “nuevo”, esto es, de las últimas décadas, sino que lo consideran una fase específica del modelo de acumulación histórico de América Latina. Guido Galafassi plantea que el renovado proceso extractivista del presente constituye más una consecuencia de los vaivenes que adquieren los modelos de acumulación históricos que un fenómeno en sí mismo mirado con cierta autonomía. Así, por ejemplo, el fenómeno de la megaminería debe entenderse como renovación constante del largo proceso minero latinoamericano que se abre camino de la mano de la innovación tecnológica y de la ingeniería jurídico política que, en tanto instrumento de hegemonía, legitima y posibilita socialmente su existencia, pero que no son exclusivos del fenómeno de la megaminería (Galafassi, 2012).
Se han identificado diferentes modelos de extractivismo: un extractivismo “clásico”, y un “neoextractivismo progresista”. El clásico ha sido el más común, previo y/o contemporáneo al neoextractivismo progresista y propio de gobiernos conservadores (como Colombia bajo las presidencias de Álvaro Uribe o Juan Manuel Santos, o Perú bajo la presidencia de Alan García). En este modelo, las empresas transnacionales tienen un rol determinante, el Estado es funcional a esa transnacionalización y existen regulaciones y controles acotados (incluyendo regalías y tributos bajos). Se apuesta a que ese extractivismo genere crecimiento económico y a que éste, a su vez, promueva “derrames” hacia el resto de la sociedad. Al mismo tiempo, se minimizan, niegan o reprimen las protestas ciudadanas por los impactos sociales y ambientales de la explotación.
En cambio, el “neoextractivismo progresista” presenta un estilo heterodoxo: persisten algunos elementos del pasado junto con otros nuevos, sus articulaciones son diferentes y, sobre todo, el extractivismo es defendido desde otras bases conceptuales. El Estado juega un papel mucho más activo, a través de una participación directa (por ejemplo, por medio de empresas estatales) o por medios indirectos (asistencias financieras, subsidios, apoyos en infraestructura, etc.). El neoextractivismo va más allá de la propiedad de los recursos, sean estatales o no, ya que termina reproduciendo la estructura y las reglas de funcionamiento de los procesos productivos capitalistas, volcados a la competitividad, la eficiencia, la maximización de la renta y la externalización de los impactos sociales y ambientales. El empresariado transnacional no desaparece, sino que reaparece bajo otros modos de asociación, tales como la migración a contratos por servicios en el sector petrolero o joint-ventures para la comercialización (Gudynas, 2012).
El debate sobre los límites al extractivismo se relaciona con la búsqueda de alternativas a este modelo. Maristella Svampa (2016) identifica perspectivas críticas en las que se fundan las críticas al extractivismo: una perspectiva ambiental integral, ligada a la noción de sustentabilidad fuerte y postdesarrollo; una perspectiva indigenista, con énfasis en el Buen Vivir; una perspectiva ecofeminista, asociada a la ética del cuidado y la despatriarcalización; y una perspectiva ecoterritorial, vinculada a los movimientos sociales, que enfatiza el concepto de territorialidad, la crítica al “maldesarrollo” y la defensa de los bienes comunes.
Sumado a ello, Joan Martínez Alier destaca el nuevo deterioro en los términos de intercambio que el extractivismo implica. “El extractivismo está pues en crisis no sólo por los daños ambientales y sociales sino también porque la sobreoferta de productos primarios, a la vez que un leve descenso del ritmo de aumento de la demanda en China, arrojan a Sudamérica a un nuevo periodo de deterioro de la relación de intercambio y por tanto a déficits comerciales que pueden llevar a nuevos episodios de endeudamiento. Como el endeudamiento externo se incrementará una vez más, existirá una nueva necesidad de exportaciones adicionales de materias primas para pagar la deuda, agotando recursos, contaminando el ambiente y causando más y más conflictos socio-ambientales” (Martínez Alier, 2015, p. 60).
Entre las limitaciones del término, se destaca que el carácter descriptivo de la nominación puede dificultar la comprensión de las relaciones que este modelo extractivista guarda con la totalidad social; en particular, su papel en la configuración de los bloques y las relaciones de clase, así como sobre el carácter capitalista de la formación social y los desafíos de la transformación que plantea para los proyectos (Seoane, 2013). Por su parte, Facundo Martín (2017) identifica las omisiones espaciales que presenta la literatura latinoamericana sobre extractivismo, destacando la importancia de las categorías espaciales para la investigación político-ecológica sobre este concepto.
Un debate que ronda el término extractivismo es el desafío de compatibilizar el logro de mejores condiciones de vida para la población latinoamericana con la superación del modelo extractivo. Atilio Borón (2013) destaca que la crítica al extractivismo es justa, pero en la medida en que sea capaz de reconciliar la preservación de los bienes comunes de la Madre Tierra con la necesidad de acrecentar la riqueza social para posibilitar la construcción de una sociedad justa. Cuestiona a quienes hablan del “no-desarrollo”, o del “crecimiento cero”, y aboga por superar lo que denomina “la estéril antinomia extractivismo-pachamamismo”.
Por último, es importante destacar una excepción al término, postulada por Carlos W. Porto Gonçalves, al hacer referencia a las “reservas extractivistas” creadas por los seringueiros en Brasil. Los seringueiros viven del “extractivismo productivo”, que les permitió su supervivencia, y también la del bosque. Considerarse “extractivista” para ellos tiene un sentido positivo, sabiendo que no son productores y que deben respetar la productividad biológica primaria para extraer lo que necesitan para vivir. Afirman así un patrón de relación con las condiciones materiales de vida, una “extracción creativa, productiva” (Porto Gonçalves, 2016).
Reflexiones y propuestas de debate
El concepto de extractivismo ha generado definiciones y debates en el sector académico y también es parte de la retórica de movimientos sociales y socioambientales. Por ello, resulta difícil establecer si surgió de la sociedad en movimiento, o de intelectuales preocupados por problematizar estas realidades y reflexionar sobre alternativas posibles. La difusión de su utilización ha sido favorecida por la simplicidad del concepto, que permite identificar características claves de un modelo que subyace la lógica de proyectos y políticas que afectan diversos territorios del continente. Complementariamente, es importante dotar al concepto de especificidades témporo-espaciales, a partir de caracterizaciones que dialoguen con categorías provenientes de diferentes disciplinas (historia, geografía, entre otras). Por último, es relevante identificar los límites entre el extractivismo y actividades extractivas basadas en lógicas locales sustentables (como el caso de los seringueiros ilustra).
Bibliografía
Acosta, A. (2012). Extractivismo y neoextractivismo: Dos caras de la misma maldición. En Lang, M. y Mokrani, D. (Comps.), Más allá del desarrollo (pp. 83-118). Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo. Quito, Ecuador: Fundación Rosa Luxemburg/Abya Yala.
Borón, A. (2013). Prólogo. En Seoane, J., Taddei, E. y Algranati, C., Extractivismo, despojo y crisis climática (pp. 9-14). Buenos Aires, Argentina: Ediciones Herramienta, Editorial El Colectivo y GEAL.
Escobar, A. (2005). El “postdesarrollo” como concepto y práctica social. En Mato, D. (Coord.), Políticas de economía, ambiente y sociedad en tiempos de globalización (pp. 17-31). Caracas, Venezuela: Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela.
Galafassi, G. (2012). Renovadas versiones de un proceso histórico en marcha. La predación del territorio y la naturaleza como acumulación. Theomai, (25), 1-14.
Giarracca, N. y Teubal, M. (2013). Actividades extractivas en expansión ¿Reprimarización de la economía argentina? Buenos Aires, Argentina: Antropofagia.
Lang, M. y Mokrani, D. (Comps.) (2011). Más allá del desarrollo. Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo. Quito, Ecuador: Fundación Rosa Luxemburg/Abya Yala.
Gudynas, E. (2012). Estado compensador y nuevos extractivismos. Las ambivalencias del progresismo sudamericano. Nueva Sociedad, (237), 128-146.
Harvey, D. (2005). El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión. Socialist register 2004. Buenos Aires, Argentina: CLACSO.
Martín, F. (2017). Reimagining Extractivism: Insights from Spatial Theory. En Engels, B. y Dietz, K. (Eds.), Contested Extractivism, Society and the State (pp. 21-44). London, UK: Palgrave Macmillan.
Martínez Alier, J. (2015). Ecología política del extractivismo y justicia socio-ambiental. Interdisciplina, 3(7), 57-73.
Porto Gonçalves, C. W. (2016). Os seringueiros e a invenção de um outro paradigma. Documento Técnico – Demandas de acceso. Movimiento regional por la tierra, Brasil, 1-16. Recuperado el 20/07/2020 de http://t.ly/gLwA
Seoane, J. (2013). Modelo extractivo y acumulación por despojo. En Seoane, J., Taddei, E. y Algranati, C., Extractivismo, despojo y crisis climática (pp. 21-39). Buenos Aires, Argentina: Ediciones Herramienta, Editorial El Colectivo y GEAL.
Svampa, M. (2016). Debates latinoamericanos. Indianismo, desarrollo, dependencia y populismo. Buenos Aires, Argentina: Edhasa.
- Recibido: julio de 2020.↵
- Licenciada en Diagnóstico y Gestión Ambiental por la Universidad Nacional del Centro (UNICEN), Argentina. Doctora en Ciencias Sociales y Humanas por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), Argentina. Investigadora Adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) con sede de trabajo en el Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA), Mendoza, Argentina. Contacto: lucrewagner@gmail.com.↵
interesante esta categoria “nuevo extractivismo”; mas creo que hay que profundizar sobre ella. En el caso de Venezuela, mi pais de origen, se mezclan las dos corrientes, en el caso de la Faja del Orinoco (FPO) es neoextractivista, pero en el arco minero del orinoco (AMO)es el tipico extractivismo. Ambos enfoques no sacan al pais de la pobreza general y socioambiental. En el AMO los desplazamientos de las poblaciones indigenas es grave, contaminacion a su salud por la tecnica de extraccion del oro (Mercurio y Cianuro), los recursos financieros no se incorporan a mejorar la calidad de vida de las poblaciones y las empresas que explotan son manejadas por militares (modelo Cubano), entre otros pasivos