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Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (AACREA)[1]

(Argentina, 1957-2019)

Carla Gras[2]

Definición

Desde la conformación de su primer grupo por parte de 14 terratenientes del oeste de la provincia de Buenos Aires en marzo de 1957, la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (AACREA) desplegó su accionar en torno de la tecnología, construyéndola como una esfera autónoma de intervención y, por tanto, pasible de ser sustraída de consideraciones políticas. Integrada actualmente por alrededor de 1900 empresas de todo el país reunidas en 218 grupos, AACREA tiene como objetivo promover el intercambio de conocimientos técnicos entre sus asociados y la capacitación tecnológica y empresarial en pos de mejorar la rentabilidad de las empresas.

Ya desde sus inicios, cuando definió el propósito de ser “la punta de lanza de una nueva agricultura”, AACREA buscó posicionarse como voz autorizada para orientar los cambios que dotaran, en cada momento, de competitividad al sector agropecuario. La legitimidad de esa voz no solo ha apelado a la ciencia y la técnica sino también a una noción moral de “bien común”, arraigada en los valores del catolicismo. La importancia de esta construcción nos recuerda el fundamental aporte de J. Habermas acerca del rol ideológico de las tecnologías y las normas tecno-científicas. La opacidad de ese rol es efecto de procesos de construcción de hegemonía que, en el caso de AACREA, se refleja en la puesta en juego de una nueva concepción de la gran explotación agropecuaria –como “empresa” en oposición al “latifundio”– y una nueva identidad profesional para las clases propietarias del agro —la de “empresarios” en lugar de “terratenientes”—. Los más de 60 años de vida de esta entidad reflejan la aspiración de los sectores dominantes del agro argentino de influir políticamente, desde una moralidad técnica, en su desarrollo y legitimar esa dirección. Al mismo tiempo, su trayectoria permite observar los modos en que las lógicas productivas asociadas a la globalización neoliberal fueron apropiadas localmente por las clases dominantes del sector en cada momento histórico y las reconfiguraciones que resultaron en su interior.

Origen y trayectoria inicial

El pulso de esta entidad estuvo determinado inicialmente por la fuerte impugnación económica, social y política que desde principios del siglo XX enfrentaba la clase terrateniente, a la que se le recriminaba su carácter parasitario para el desarrollo agropecuario en función de la centralidad de la renta de la tierra en sus estrategias de acumulación. Desde la izquierda primero y luego desde el peronismo se identificaba a esta clase con el atraso tecnológico y la falta de crecimiento que el agro evidenciaba desde 1930, y se cuestionaba tanto su capacidad para liderar el desarrollo agrario nacional como el modelo de sociedad que su presencia determinaba. Estos argumentos se potenciaron hacia fines de los años 50 con el fuerte deterioro de los términos de intercambio en el mercado mundial para los países productores de materias primas, como Argentina, lo que planteaba la necesidad de incrementar las exportaciones para compensar la baja de precios. Así, a las propuestas de reforma de agraria esgrimidas por los partidos de la izquierda y por el peronismo, se sumaron otras que hacían eje en la “modernización” del agro, entendida como la adopción de tecnologías y de conocimiento experto en el manejo y la gestión productiva. En ese marco, se creaba el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en 1956.

A diferencia de la Sociedad Rural, a la cual también pertenecían sus fundadores, AACREA entendía que los problemas de crecimiento del agro requerían diversas respuestas y una de ellas era el cambio de “mentalidad” de la propia clase terrateniente. Como diría el primer presidente de AACREA en 1966: “Cambios va a haber de todos modos […] De nosotros depende que los cambios se hagan con nosotros y según nuestra filosofía, y no contra nosotros”. Con ese horizonte, AACREA buscó retener la posición dominante de la clase que integraba, a partir de su instalación como “vanguardia” de las transformaciones que diferentes voces reclamaban. El registro tecnocrático en el que inscribió su accionar lograría desplazar la cuestión agraria de la agenda política tal como ella había sido construida, es decir, arraigada en el problema de la propiedad concentrada de la tierra.

AACREA impulsó las bases de una agricultura “empresarial”, transformación que no sólo comportó dimensiones materiales sino también simbólicas e ideológicas. Los grupos CREA se constituyeron rápidamente en espacios privilegiados para la incorporación de avances tecnológicos y de exigencias normativas para los empresarios agropecuarios (la ejemplaridad; la responsabilidad social frente a los bienes que poseían, principalmente la tierra). En su seno, se promovió la adopción de técnicas de manejo agronómico y de evaluación de resultados productivos, y el reemplazo del tradicional “administrador de estancia” por la del asesor técnico privado con formación técnica y científica. La preocupación por la eficiencia en el manejo agronómico se extendió al análisis comparativo de productividades por hectárea y de costos de producción. Estas tecnologías eran centralmente de “costo cero”, es decir, no suponían altas inversiones de capital sino básicamente el reordenamiento y racionalización de las explotaciones.

Hacia inicios de 1970, AACREA se enorgullecía de haber liderado una revolución en el agro argentino (al proveer de soluciones a problemas vinculados con el control de plagas y malezas, la lucha contra la aftosa, el manejo de suelos, la implantación de pasturas, técnicas de pastoreo, prácticas básicas de cultivo) que había permitido dejar atrás décadas de estancamiento. Ese liderazgo se materializaba en una estructura técnica de envergadura, aceitados mecanismos de participación en universidades nacionales y el INTA, y en lo que hasta entonces se manifestaba como una verdadera capacidad de anticipación de los cambios tecnológicos y comerciales en el mundo.

El escenario que se configura en la década de 1980 debilitó el liderazgo tecnológico de AACREA. Ese proceso estuvo ligado a la globalización de los sistemas agroalimentarios, a los cambios en la demanda internacional hacia cultivos de alto valor proteico (como la soja) y a la supremacía de las tecnologías de la llamada Revolución Verde, controladas por empresas transnacionales. En ese contexto, el modelo empresarial impulsado por AACREA, basado en tecnologías de proceso, entró en crisis frente al esquema productivo con base en los agroquímicos y al predominio de la agricultura por sobre los sistemas de rotación agrícola-ganaderos característico de las empresas CREA. El nuevo paradigma global de agricultura industrial conllevaba, asimismo, un desplazamiento central: la determinación de los senderos de cambio tecnológico desde los productores hacia los grandes conglomerados que dominaban la provisión de insumos. Más aún, estas tecnologías basadas en desarrollos químicos y, luego, biotecnológicos, entraban en contradicción con la visión tecnológica dominante en AACREA, estructurada en torno de la conservación del suelo.

El período 1980-1990 muestra las dificultades que AACREA encontraba para hacer inteligibles estas transformaciones y, por ende, en una incapacidad para conducirlas como antes. A ello se sumaron tensiones al interior de la entidad entre las posturas “conservacionistas” de los empresarios y técnicos pioneros y las de las nuevas generaciones, más proclives a la “intensificación”. Dicha tensión reflejaba la paradoja que el nuevo patrón tecnológico planteaba a los empresarios más grandes del país: ¿era la tecnología una herramienta a su servicio o debían ellos adaptarse a su lógica? AACREA no podía desechar sin más las nuevas “posibilidades técnicas”, pero ello requería ver en qué medida sus miembros eran capaces de integrarlas, preservando el “manejo racional” de los recursos.

Su rol en la actualidad

La intensificación preanunciaba la expansión posterior del modelo de agronegocios, y hacia inicios de los años 90, AACREA introdujo la noción de “innovación” en su filosofía técnica y en su concepción de la organización empresarial. Como todo proceso de cambio, implicó marchas y contramarchas. Algunos dirigentes veían con preocupación el vuelco masivo a la agricultura y la descapitalización en hacienda, promoviendo el diseño de “planteos estables” a los que se seguía considerando más rentables en el largo plazo. Ello entraba en franca oposición con las propuestas de los técnicos orientadas a dotar de mayor flexibilidad a los planteos productivos según indicara el análisis de los mercados. Estas propuestas impulsaban, así, la reorganización de los factores de producción y, en consecuencia, una transformación sustantiva de la estructura de capital de las empresas que las dotara de la mayor liquidez posible y la flexibilidad necesaria para aprovechar diferentes formas de valorizar su capital.

Sin embargo, la definición de un nuevo arquetipo de empresa no tuvo ya como “punta de lanza” a AACREA, sino a AAPRESID. Fundada en 1989, esta entidad técnica interpretó de manera radical las innovaciones asociadas al modelo de agronegocios. El perfil de empresa impulsado por AAPRESID partió aguas en el mundo empresarial agropecuario en Argentina. El mismo integra los elementos centrales de ese modelo (grandes escalas, diversos mecanismos de acceso y control de los factores de producción, tercerización de labores, integración vertical y horizontal en distintas cadenas de valor, conexión con capitales financieros) en una lógica de “red de contratos”. Con ello, el rol del empresario se desplaza hacia la conducción de los diversos negocios involucrados en dichas redes.

Esta forma de empresa se asienta en un nuevo tipo de inserción en la actividad agropecuaria. La misma encontró diversos modos de anclaje entre los actores de la agricultura empresarial según sus identidades y trayectorias previas, dando lugar a una significativa heterogeneidad en su interior. Dicha heterogeneidad se refleja dentro de AACREA, donde aún persiste, con cierta fortaleza, la visión de la empresa como unidad central del empresario y del rol de este último como productor agropecuario. Sin embargo, de ello no se deriva que AACREA constituya hoy un referente de un viejo modo de agricultura empresarial; antes bien, puede pensarse como una expresión de las tensiones implicadas en la reestructuración de sus formas clásicas. Sin ejercer el liderazgo tecnológico absoluto de antaño, AACREA continúa siendo un espacio rector de la agricultura empresarial; los grupos y los activos intercambios que en ellos tienen lugar son un ámbito donde se tramitan las diversas cuestiones que la permanente innovación que impone el agronegocio, plantea a los empresarios.

En definitiva, la persistencia de AACREA y la vigencia que mantienen su voz y orientación en ámbitos decisivos (el INTA, la Secretaría de Agroindustria) manifiesta un aspecto clave de la trama social y económica sobre la que el agronegocio sustentó su fortaleza: la articulación de jugadores de diverso perfil.

Bibliografía

Gras, C. (2009). El nuevo empresariado agrario: sobre la construcción y dilemas de sus organizaciones. En C. Gras y V. Hernández (Eds.), La Argentina rural. De la agricultura familiar a los agronegocios (pp.215-236). Buenos Aires, Argentina: Biblos.

Gras, C. (2018). Las transformaciones de la agricultura empresarial y el rol de las organizaciones técnicas. En G. Banzato, G. Blanco y J. Perren (Eds.), Expansión de la frontera productiva. Siglos XIX-XXI (pp. 439-464).Buenos Aires, Argentina: Prometeo.

Gras, C. y Hernández, V. (2014). Agribusiness and large-scale farming: capitalist globalization in argentine agriculture”. Canadian Journal of Development Studies, 35(3), 339-357.

Gras, C. y Hernández, V. (2016). Radiografía del nuevo campo argentino. Del terrateniente al empresario transnacional. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

Gras, C. y Hernández, V. (2016). Modelos de desarrollo e innovación tecnología: Una revolución conservadora. Mundo Agrario, 17(36).

Documentos consultados

Revistas CREA


  1. Recibido: julio de 2019.
  2. Socióloga y Doctora en el área de Geografía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es Investigadora Principal del CONICET (Concejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), donde co-coordina el Programa de Estudios Rurales y Globalización (PERYG). Sus trabajos actuales se interesan en la expansión del agronegocio y los modelos empresariales asociados; el acaparamiento de tierras; la cuestión agraria y ambiental en áreas de avance de la frontera agropecuaria. Contacto: carlagras@yahoo.com.ar


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