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Colono algodonero[1]

(Santa Fe, Argentina, siglos XIX-XX)

Kristi Anne Stølen[2]

Definición

En el nordeste argentino, Santa Fe en particular, se designa colono a aquel sujeto que vive en una colonia algodonera, detenta la propiedad de la tierra que trabaja como chacarero. Además, se destaca por ser gringo, es decir, descendiente de inmigrantes europeos (generalmente friulano) y poseer un apellido friulano o eslavo y piel clara. El término detenta una connotación de clase: ningún gringo conforma el mercado rural asalariado. Si se viese forzado a esa situación, ante la imposibilidad de convertirse en chacarero, suele abandonar el área rural.

En el proceso de identificación, los “colonos/gringos/blancos”, se diferencian de los “cosecheros/criollos/negros”. Éstos, en contraste a los primeros, no son propietarios de tierra, son recolectores de algodón empleados temporalmente por un patrón colono y descendientes de indígenas y españoles. Por lo tanto, tienen cabellos oscuros y tez morena.

Roles en la familia, la chacra y la comunidad

Tanto históricamente como en la actualidad existe una división sexual de tareas al interior de la chacra. En esta división, el hombre se encarga de la producción y la comercialización de productos agropecuarios. La mujer, se encarga del trabajo doméstico y el cuidado de los niños. El colono/esposo se concibe a sí mismo, y es concebido por su mujer y por la comunidad, la cabeza de la chacra, la casa y la unidad familiar. Esto le da una posición de autoridad sobre mujeres y niños.

Esta división sexual del trabajo, en la práctica, implica que los hombres controlan los principales recursos materiales de la comunidad, tales como la tierra y sus productos, el dinero y los medios de transporte. También son los hombres los que dominan las instituciones y organizaciones locales vinculadas a la iglesia y la escuela, la vecindad y la actividad agropecuaria.

Todos los puestos de influencia en la comunidad son ocupados por hombres gringos. En algunos, como en las organizaciones agrarias, las mujeres ni son admitidas: sólo los chacareros pueden ser miembros. En otros casos, todos pueden ser electos, pero solo hombres son seleccionados.

Cuando las mujeres participan en eventos públicos, lo hacen como extensión de sus actividades domésticas. Se ocupan de las tareas de apoyo, como la decoración del local, la cocina, la limpieza y el servir, mientras los hombres se encargan de las labores directivas como planificar o dirigir encuentros y dar discursos. Los criollos participan poco en las actividades comunitarias formales, pero si lo hacen (como en comisiones de la iglesia) su lugar también está entre bambalinas. A través del control de las organizaciones locales los hombres gringos se encuentran en posición de poder, no solo de decidir sobre lo inmediato, sino también sobre el futuro.

Un origen ligado a la inmigración y la colonización

Los colonos algodoneros del nordeste argentino, en tanto sujetos sociales del agro, son resultado de la política de inmigración agrícola durante la segunda parte del siglo XIX. La colonización de la provincia de Santa Fe comenzó en la década de 1850, en momentos en que la ocupación gradual de los territorios hacia el norte por parte del ejército argentino fue seguida por el asentamiento de inmigrantes en colonias agrícolas (Martínez, 1998; Djenderedjian, 2008). Debido a su origen, los agricultores de esas colonias son llamados, y se llaman a sí mismos, colonos.

Gran parte de los inmigrantes que se establecieron en el norte de la provincia de Santa Fe provenían del Friuli, hoy en día parte de la región Friuli-Venezia Giuli, en el norte de Italia. A fines del siglo XIX era una región caracterizada por la pobreza debido al rápido crecimiento demográfico y la desigual distribución de la tierra (Archetti, 1984). Los inmigrantes fueron reclutados por agencias contratadas por el gobierno argentino para promover el asentamiento en las áreas recientemente liberadas de la ocupación indígena. Se les ofrecían tierras a condiciones favorables, como precios accesibles y pago en cuotas sin intereses, a cambio de que produjeran trigo, maíz y lino (los principales cultivos de exportación de la época). También recibieron herramientas agrícolas, animales de tracción, una vaca preñada y alimentos durante el primer año. Las tierras de cada colonia se dividieron en lotes de 144 ha y una familia podía comprar hasta 3 lotes (432 ha). Sin embargo, acostumbrados a la escasez de tierras en su región de origen, la mayoría de la primera generación de inmigrantes (70%) compró el tamaño mínimo posible, un cuarto de un lote (36 ha) (Cracogna, 1988).

Composición étnica

Para entender la composición étnica, y de clase, de las colonias friulanas en esta zona, es necesaria una reseña histórica. Las colonias fueron fundadas en la década de 1890 por hijos de inmigrantes friulanos que habían llegado un par de décadas antes para establecerse en Avellaneda, la primera colonia creada en esta parte del territorio. Como consecuencia de la escasez de tierra en la colonia “madre”, la gente debió mudarse más adentro hacia nuevas colonias para incorporar a sus hijos adultos. Durante los primeros cincuenta años, las colonias fueron étnicamente homogéneas. La población indígena que vivía en esta región antes de la llegada de los europeos estaba constituida por grupos dispersos de cazadores y recolectores que habían sido expulsados por el ejército argentino hacia áreas menos aptas para la colonización agrícola, dejando tierras libres para los inmigrantes. Durante las primeras décadas, los colonos temían ataques de “los indios” y salían armados a trabajar el campo. Desde sus comienzos, los colonos, compartiendo la visión dominante en la Argentina de la época, concebían a los indígenas como bárbaros incivilizados, sus inferiores, a quienes era posible exterminar si se consideraban una amenaza.

Antes de la década de 1930, los gringos tuvieron sólo contacto marginal con los criollos. Los colonos eran altamente autosuficientes con respecto a la producción agrícola, habían obtenido la propiedad de la tierra y utilizaban la fuerza de trabajo familiar. El producto que no era consumido por la familia era vendido principalmente para exportación, y las relaciones comerciales y sociales estaban en general limitadas a personas de origen europeo (Cracogna, 1988).

Introducción, mecanización e inestabilidad de la actividad algodonera. Relaciones de género y clase

A finales de la década de 1930, se introduce el algodón, un cultivo de trabajo intensivo que, por las características climáticas de la zona, se cosechaba manualmente. La gran cantidad de mano de obra demandada por este cultivo, no podía ser cubierta por las familias. Esta necesidad de mano de obra dio lugar al arribo de criollos, procedentes de áreas marginales de Santa Fe y Corrientes, que ofrecían su fuerza laboral.

Durante los primeros años, casi la totalidad de los cosecheros eran “golondrinas” y gradualmente un número considerable empezó a establecerse de manera permanente en las colonias. Estos contactos produjeron las divisiones étnicas y de clase que han caracterizado las áreas de los colonos desde entonces (Stølen, 2007). Los gringos estaban orgullosos de su posición económica y social y la consideraban absolutamente merecida. Se concebían moralmente superiores a los criollos, a quienes describían como vagos, gastadores, adictos a la bebida y carentes de moral (esto último en relación a su comportamiento sexual). El modo en que los gringos conceptualizaban las relaciones inter-étnicas estaba directamente asociado con su percepción de las relaciones entre hombres y mujeres (Stølen, 2007).

La mano de obra barata, combinada con buenos precios y una política crediticia favorable, impulsó el vuelco hacia el algodón. Además, éste era más resistente y, por lo tanto, menos vulnerable a las variaciones climáticas que caracterizan esta parte del país. De este modo, la expansión de este cultivo industrial creó las condiciones para la acumulación y la inversión en las chacras de colonos, un proceso que se acentuó con la mecanización de la agricultura en la década de 1950 (Archetti y Stølen 1975).

A partir de entonces, los colonos del norte de Santa Fe incorporaron innovaciones tecnológicas. En 1955, el 70% había reemplazado sus bueyes con tractores y, a finales de esta década, casi la totalidad de las chacras estaba mecanizada. Este proceso de mecanización, que reemplazó mano de obra familiar, se produjo en un momento en que la posibilidad de expandir la frontera agrícola había llegado a sus límites. Pero no sólo casi toda la tierra cultivable estaba ocupada, sino que, además, el mercado de tierras era muy restringido debido al predomino de la herencia. Por lo tanto, las posibilidades de los colonos de aumentar sus áreas sembradas eran muy limitadas. Estas circunstancias aceleraron la emigración de los hijos e hijas de los colonos hacia zonas urbanas. En la ciudad, los primeros, aspiraban a convertirse en profesionales, trabajadores independientes o empresarios, aunque esto no siempre pudo ser posible. Las mujeres, a pesar de que solían alcanzar un nivel educativo relativamente alto, era común que se casaran para ser esposas, madres y amas de casa.

Ligas agrarias

Durante las décadas de 1960 y 1970, los productores de algodón sufrieron fluctuaciones de precios y sobreproducción, que crearon inseguridad e incertidumbre. La reacción más notable al fin del proceso de estabilidad y crecimiento fue la formación de las Ligas Agrarias en las provincias nordestinos (Chaco, norte de Santa Fe, Misiones, Corrientes y Formosa) a principios de los años setenta. Las Ligas se movilizaron contra la política agraria de los gobiernos militares, asociada con el creciente poder de los monopolios agroindustriales y su manipulación del mercado (Ferrera, 1973; Archetti, 1988). Tras el golpe militar de 1976, las Ligas fueron declaradas subversivas y los líderes y algunos de los miembros más activistas sufrieron la encarcelación e incluso el asesinato. A pesar de su triste final, las Ligas imprimieron un sello duradero en la actividad e identidad de los colonos. En efecto, su capacidad organizativa y de movilización quedó demostrada en el conflicto agrario del 2008, cuando se movilizaron en contra del aumento de las retenciones de la exportación.

Transición hacia la soja y declive de las colonias

La soja transgénica, introducida comercialmente en 1996, fue rápidamente adoptada por los colonos, quienes tenían grandes expectativas con respecto a los beneficios de este cultivo (Stølen, 2015). Además de la rentabilidad de la soja, en comparación con el algodón y otros cultivos, se apreció el hecho de que les daba la oportunidad de deshacerse de los trabajadores criollos. Para lograr éxito en la actividad se necesitaba más tierra y tecnología más avanzada y costosa, lo que implicaba inversiones difíciles de realizar para la mayoría de los colonos. Tanto el manejo de las nuevas máquinas como la planificación de la producción y comercialización de productos requerían conocimientos y habilidades que no se podían aprender en la familia o en la colonia, sino en las universidades. Debido a la alta demanda y a la presión competitiva por la tierra, solo aquellos que habían acumulado capital y tierra (propia o alquilada) y adoptado una estrategia de gestión capitalista lograron pervivir en la actividad.

La gran mayoría de los pequeños y medianos productores que tradicionalmente habían dominado en esta zona, no han tenido acceso a suficiente tierra y capital para hacer la transición al nuevo régimen productivo. Han abandonado la agricultura, alquilando o vendiendo sus tierras y se han ido del campo. Los pocos que han concretado la transición formaron sociedades con hermanos o parientes, aunando recursos (tierras y maquinarias), alquilando tierras adicionales y diversificando las actividades. Es común que combinen agricultura con ganadería en feedlots, criaderos de pollo y venta de servicios de maquinaria agrícola. Aunque la mayoría de estos productores no siguen viviendo en la colonia, tienen una conexión local, y están preocupados por la sostenibilidad de la producción, la rotación de cultivos para evitar la erosión y aplican cuidadosamente el glifosato para no dañar las personas y el medio ambiente. La expansión de la soja en esta área ha sido un éxito en términos de aumento de la producción y la productividad. Se utiliza toda la tierra y se produce de manera eficiente, pero las colonias como entidades sociales están desapareciendo. En muchas de ellas sólo quedan colonos ya jubilados y criollos.

La migración rural-urbana no resulta novedosa, pero se ha acelerado junto a la expansión de la soja. La vida social en el campo ha experimentado profundas modificaciones, ya que las instituciones locales y los espacios sociales que solían ser ocupados por los colonos tienden a desaparecer debido a la falta de asistencia y participación. El hecho de que los criollos, a quienes los colonos consideran sus inferiores, en muchos casos superen el número a la población gringa también hace que el campo sea menos atractivo para los gringos y motive el éxodo. Con la desaparición del algodón, la mayoría de estos criollos están desempleados o subempleados y viven pobremente de planes sociales y pequeñas changas.

La escuela pública, en muchos casos, es la única institución local que sigue funcionando. Los gringos que tienen niños en edad escolar, consideran que la enseñanza no es de calidad, debido a que la mayoría de alumnos son criollos y su asistencia y resultados son bajos. Prefieren mudarse a los pueblos para asegurar la educación de sus hijos. Además, en los pueblos hay más empleo para hombres y mujeres como ellos y tienen acceso a servicios, entretenimiento y redes sociales de amigos y familiares. De esa manera, las colonias se están quedando sin colonos.

Bibliografía

Archetti, E. P. (1984). Rural families and demographic behaviour: Some Latin American analogies. Comparative Studies in Society and History, 26(2), 251-279.

Archetti, E. P. (1988). Ideología y organización sindical: Las ligas agrarias del Norte de Santa Fe. Desarrollo Económico, 28(111), 447-461.

Cracogna, M. I. (1988). La colonia nacional Pte. Avellaneda y su tiempo. Avellaneda, Argentina: Municipio de Avellaneda

Djenderedjian, J.C. (2008). La colonización agrícola en Argentina, 1850-1900: problemas y desafíos de un complejo proceso de cambio productivo en Santa Fe y Entre Ríos. América Latina en Historia Económica, 30, 129-157.

Ferrera, F. (1973). ¿Qué son las ligas agrarias? Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

Gras, C. y Hernández, V. (2009). La Argentina Rural: De la agricultura familiar a agronegocios. Buenos Aires, Argentina: Biblos.

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Martinez Sarazola, C. (1998). Los hijos de la tierra. Historia de los indígenas argentinos. Buenos Aires, Argentina: Ed. Emecé.

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Stølen, K. A. (2004). La decencia de la desigualdad. Género y poder en el campo argentino. Buenos Aires, Argentina: Editorial Antropofagia.

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Stølen, K. A. (2015). Agricultural change in Argentina: Impacts of the Gene Modified Soybean Revolution. En A. Hansen y U. Wethal (Eds.), Emerging Economies and Challenges to Sustainability. Theories, strategies, realities (pp. 149-161). Londres, Inglaterra: Routledge.


  1. Recibido: julio de 2019.
  2. Doctora en Antropología Social. Profesora del Centro de Desarrollo y Medio Ambiente, Universidad de Oslo, Noruega. Ha realizado varios trabajos de campo en el norte de la provincia de Santa Fe desde 1973. De entre muchas publicaciones de renombre, es autora de La decencia de la desigualdad. Género y poder en el campo argentino y editora de Machos, putas, santas. El poder del imaginario de género en América Latina. Contacto: k.a.stolen@sum.uio.no


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