(España y Latinoamérica, siglos XIX-XXI)
Eloy Gómez-Pellón[2]
Definición
Entendemos por clientelismo la relación personal que se establece entre alguien que posee un estatus preeminente y una o varias personas que se hallan en una posición subordinada, de tal modo que el acuerdo resulte beneficioso, en distinto grado, para las partes. Ambas se comprometen a realizar acciones recíprocas en el marco de un quid pro quo. Se trata de un compromiso diádico, de índole privada, entre desiguales, que liga estrechamente a las partes, a partir de las bases del contacto personal y del intercambio.
Origen
A pesar de que se trata de una institución que hunde sus raíces en la Roma Antigua, la institución del patrocinium o patronazgo que ataba a los clientes con el patronus permaneció metamorfoseada durante el feudalismo, vinculando a los nobles y a los vasallos, y, más aún, con sencillas adaptaciones, ha sobrevivido al tiempo, siendo sus espacios sociales los de las relaciones tejidas en torno a la vida local y a la política. En lo sustancial, el vínculo que une a las partes se concreta en la lealtad, la confianza y la fidelidad, si bien en el caso del cliente esta fidelidad se torna en devoción, y evidencia la capacidad de supervivencia de esta institución en el transcurrir del tiempo. La costumbre ha sido, por regla general, el criterio que ha generado la imprescindible adhesión para las partes comprometidas en el contrato, las cuales, a pesar de las diferencias de su estatus, obtenían inequívocas ventajas derivadas del cumplimiento de las obligaciones.
Aunque, a menudo, se ha pensado que se trata de una institución propia del mundo mediterráneo y del latinoamericano, cada vez más se piensa que han existido instituciones análogas en otras partes. La sociología clásica, y especialmente autores como Tönnies, sugiere que resulta imprescindible que se tejan relaciones sociales de beneficio mutuo entre las personas, pero no sólo entre las que poseen el mismo estatus sino entre las que lo tienen diferente, como sería el caso del clientelismo, con objeto de aliviar las tensiones y los choques que se producirían de otra manera. Tales acuerdos contribuyen a mantener una cohesión social que, en otro caso, se pondría en riesgo. Algunos antropólogos han denominado a la institución amistad desequilibrada, aunque coincidiendo siempre en su valoración como beneficio recíproco.
El patronazgo mediterráneo
Uno de los rasgos definitorios del patronazgo viene dado por el hecho de que constituye una institución que se manifiesta tan sólo de facto, y no de iure, puesto que a pesar de que está dotada incluso de una apariencia ética, dado su carácter de amparo, carece de la aprobación general de la sociedad que la encuadra (Gómez-Pellón, 2021). La razón es obvia, debido a que, allí donde existen estas sociedades, el clientelismo es utilizado para favorecer el ascenso de los patronos, los cuales miden precisamente su influencia por el número de protegidos que tienen acogidos a su patronato. Si estos patronos han persistido en la sociedad moderna, ha sido en buena medida debido a su capacidad para situarse como intermediarios entre el Estado y los ciudadanos, canalizando parte de las acciones del primero. De este modo, los términos de patrono y cliente han resultado indispensables a los antropólogos que han escrito acerca de las sociedades mediterráneas, como ya hicieran observar J. Campbell (1964) y E. Gellner (1977). Prácticamente no hay país ribereño del Mediterráneo que no sea asociado con la existencia de relaciones patrono-cliente, de un tipo o de otro. Es cierto que también en Latinoamérica se puede hablar del establecimiento de este tipo de lazos personales, si bien en el Mediterráneo los mismos presentan caracteres de una marcada singularidad.
El patronazgo (Pitt-Rivers, 2000), por tanto, es un modo de organización sociopolítica, frecuente en los países mediterráneos. En todos los casos, hace referencia a una relación, más o menos personalizada, afectiva y recíproca, entre agentes, o grupos de agentes, dotados de recursos desiguales, que comprende transacciones mutuamente ventajosas, y que, a menudo, tiene ramificaciones políticas más allá de la esfera inmediata de la relación diádica. En ocasiones, existe una persona interpuesta, sobre la que descansa la relación entre las partes, que es el intermediario o broker. El patronazgo, en suma, supone un clientelismo, que encierra una forma de organización política en la cual los vínculos entre jefes y seguidores se enraízan dando lugar a relaciones personales duraderas. La vida económica y la organización social y política quedan presas de dichas relaciones, y no sería posible comprenderlas sin entender estas últimas. La historia de los países mediterráneos actuales está recorrida por la importancia de las relaciones entre patronos y clientes, bien en forma de caciquismo, como se denomina en España, o de cualquiera otra variante (González Alcantud, 1997). Ahora bien, es cierto que hay notables diferencias entre los países mediterráneos, y aún dentro de ellos mismos (Peristiany, 1968). Pero, de nuevo, tenemos que decir que las similitudes son mayores que las diferencias.
Caciquismo
Un sistema clientelar parecido al observado en ambas riberas del Mediterráneo lo descubrimos, igualmente, en el caso de las haciendas latinoamericanas en época colonial y en los primeros tiempos republicanos, en las cuales el hacendado ejercía el patrocinio sobre los subordinados con cierta frecuencia. En general, el sistema de patronazgo estaría presente en las elites rurales, cuyos miembros establecían relaciones personales, en régimen de desigualdad, con la masa de colonos, campesinos sin tierra o con tierra escasa, arrendatarios, subarrendatarios, aparceros, precaristas y, asimismo, con la mano de obra asalariada de la tierra, como jornaleros, peones, braceros y temporeros en general, todos ellos dependientes de los grandes propietarios de la tierra.
El término cacique es, precisamente, de procedencia latinoamericana, puesto que éste era el nombre que recibían los responsables del gobierno de las comunidades o repúblicas de indios de algunas partes de Latinoamérica durante la colonización española. Al ser los encargados de ejercer el gobierno indirecto de la comunidad, los caciques actuaban como intermediarios entre su propia comunidad y los colonizadores, los cuales retribuían su papel con prestigio o con riqueza. En lengua española, caciquear se refiere, precisamente, el manejo indebido de la autoridad. Debido a los paralelos etnográficos, el término cacique se ha extrapolado frecuentemente a situaciones de colonización en otras muchas partes del mundo, pero también a situaciones propiciadas por el uso indebido de la autoridad o de la influencia, tanto en las sociedades mediterráneas como en las latinoamericanas. A la acción de los caciques y a los efectos de la misma se la conoce con el nombre de caciquismo. Sabemos que el término cacique ya era utilizado en el siglo XVIII, puesto que el término se halla recogido por el Diccionario de la Lengua Castellana de 1737, cuando tras referirlo al superior de un pueblo de indios, añade que “por semejanza, se entiende el primero de un pueblo o república, que tiene más mando y poder, y quiere por su soberbia hacerse temer y obedecer de todos los inferiores”. En 1884, el Diccionario de la Lengua define directamente el caciquismo como la “dominación o influencia del cacique de un pueblo o comarca” y como “la intromisión abusiva de una persona o una autoridad en determinados asuntos, valiéndose de su poder e influencia”.
Un paso más ha permitido aplicar el concepto de caciquismo a situaciones propias de sociedades con baja democratización, en las cuales se busca el favor de los votantes para lograr la elección de los candidatos designados por las oligarquías. En este caso estaríamos ante pactos a gran escala, cuyo marco se discute si podría ser la mera persuasión o el ejercicio de la violencia, real o simbólica, por parte de los grupos dominantes, con el propósito de obtener unos determinados objetivos. En todo caso, es verdad que a veces no es sencillo el deslinde en la entre la deferencia y la coacción para la obtención de votos.
Clientelismo político
En el caso de España, donde podemos hablar de un caciquismo típico, la base sociológica era característicamente rural. Durante la Restauración (1874-1931), los caciques eran los jefes políticos locales, pertenecientes a la oligarquía terrateniente, que se encargaban de fidelizar los votos que precisaban sus partidos políticos para gobernar, y lo hacían sirviéndose del reparto interesado de bienes y servicios. Desde este punto de vista, estos colectores realizaban una redistribución que sólo en apariencia subvenía a las necesidades de un mundo rural socavado por la pobreza y la desigualdad. Realmente, el sistema era resultado de la evolución del sistema clientelar más característico. Ahora, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el patrono no era el notable local. Este último era más un engranaje, cuyo superior era el jefe político local, especie de broker que intermediaba entre las clientelas locales de los notables, por un lado, y el poder político del Estado por otro lado (vid. Moreno, 1999).
En tal sentido, este caciquismo funcionaba mediante una trama organizada, en la cual los caciques eran capaces de controlar la abstención y la compra de votos, y de conectar el mundo urbano, donde se concentraba el poder político, con el rural, en una España marcada por el extraordinario peso de población rural. El patrono era el jefe nacional del Partido, que a su vez se valía de inmediatos que pertenecían a la estructura burocrática del Estado, generalmente con rango de funcionarios. Mientras que el objetivo del patrón es el recrecimiento incesante de su poder político, el del cliente rural consiste en satisfacer sus necesidades cotidianas, empezando por la subsistencia y el trabajo. Uno de los aspectos más llamativos del caciquismo español, como forma de clientelismo político, consistiría en que los abundantes recursos económicos y de todo tipo que precisaba el sistema para satisfacer a la clientela y lubricar todo el engranaje procedían en su integridad de los bienes públicos de la nación.
Así como al clientelismo rural más elemental se le ha creído ver una serie de dudosas virtudes, propias de las sociedades en tránsito a la modernización, el clientelismo político también ha sido visto como antecedente de la democratización social, en el sentido de que introduciría a las masas populares en el hábito de la participación política de la elección del líder, aunque esta última fuera amañada y subvertida. El clientelismo político estuvo muy presente en la España de finales del siglo XIX y de las primeras décadas del siglo XX, pero también en la Italia de la postguerra, o en los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX, y, por supuesto, en una larga serie de países latinoamericanos durante todo el siglo XX, entre los que se incluyen algunos casos tan conocidos como los de México, Nicaragua, Colombia, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y otros, como fenómeno arraigado en el medio rural y el urbano. En todos los casos, el clientelismo político adquirió una extraordinaria importancia en la vida de la nación (Auyero, 1997), puesto que el compromiso de los votantes no se agotaba con el voto al candidato comprometido, sino que entrañaba la vigilancia de los otros votantes, incluida la participación activa, de estos, en la campaña electoral y en la votación, y, más aún, la vigilancia de los desertores, de manera que la gratificación se produjera en justa correspondencia.
¿Un clientelismo o muchos clientelismos?
El clientelismo es un fenómeno complejo, que se manifiesta de muchas maneras. En toda la cuenca mediterránea ha existido un clientelismo, consecuente con el patronazgo característico de los notables del medio rural, que se suele clasificar como clientelismo vertical o clientelismo antiguo. Asociado a las oligarquías de la tierra, ha sido un mecanismo de intercambio desigual, compatible con la lealtad, que ha estado muy presente también en Latinoamérica, si bien, y por lo que parece, los rasgos coactivos han sido muy superiores en este último caso, especialmente cuando el patronazgo ha devenido en caudillismo. El clientelismo horizontal hace alusión al cambio de recursos públicos por votos. Este último se realiza de diversas maneras, entre las cuales está el clientelismo electoral, caracterizado por las promesas electorales susceptibles de concreción posterior, siempre que exista el apoyo de los votos, o mediante un clientelismo de partido que permita los intercambios entre el partido gobernante y determinados grupos (Stokes, 2007; Schröter, 2010). Evidentemente, un procedimiento y el otro, aunque no necesariamente, pueden estar conectados. Así, dado que aquellos sectores de la población que aspiran a disponer de bienes o servicios que no poseen podrían negociar, de manera legítima, con quienes ocupan cargos en el partido gobernante o en el propio gobierno para recabar su apoyo, no es difícil que estos últimos sujeten la petición al apoyo político, al electoral o a ambos.
Muchos han visto en el Estado moderno, de corte liberal o neoliberal, la sombra de un posible clientelismo tras las grandes ofertas de carácter institucional que los partidos realizan en forma de políticas sociales focalizadas, con objeto de alcanzar el gobierno o de continuar en el mismo (Trotta, 2003). De una manera más sofisticada que en el burdo clientelismo de grano grueso, o caciquismo, estas otras políticas clientelares de grano fino también compran voluntades, a gran escala, pagadas con los recursos del Estado. Finalmente, este clientelismo político, no muy distinto de otros precedentes, puede llegar a confundirse con el populismo, dado que ambos coinciden en la búsqueda acordada de beneficios recíprocos entre partes desiguales y en la movilización social como mecanismo para la consecución de los fines, sirviéndose para ello de actitudes de prevalencia emocional que trascienden con creces la pura racionalidad.
Bibliografía
Auyero, J. (1997). Favores por votos. Buenos Aires, Argentina: Losada.
Campbell, J. K. (1964). Honour, Family and Patronage. A Study of Institutions and Moral Values in Greek Mountain Community. Oxford, EEUU: Clarendon Press.
Gellner, E. (Ed.) (1989) [1977]. Patronos y clientes. Madrid, España: Júcar, 1989.
Gómez-Pellón, E. (2021). Unidad y diversidad del mundo mediterráneo. En Calatrava Escobar, J. y Rojo Flores, S. (Eds.), Antropología y orientalismo. Homenaje a José Antonio González Alcantud (pp. 175-202). Granada, España: Universidad de Granada.
González Alcantud, J. A. (1997). El clientelismo político: perspectiva socioantropológica. Barcelona, España: Anthropos.
Moreno Luzón, J. (1999). El clientelismo político: historia de un concepto multidisciplinar. Revista de Estudios Políticos, 105, 73-95.
Peristiany, J. G. (Ed.) (1968). El concepto de honor en la sociedad mediterránea. Barcelona, España: Labor.
Pitt-Rivers, J. (1954). Los hombres de la Sierra. Ensayo sociológico sobre un pueblo de Andalucía. Barcelona, España: Grijalbo, 1971.
Schröter, B. (2010). Clientelismo político: ¿Existe el fantasma y cómo se viste? Revista Mexicana de Sociología, 72 (1), 2010, 141-175.
Stokes, S. C. (2007). Political Clientelism. En Boix, C. y Stokes, S.C., Handbook of Comparative Politics (pp. 605-624). Oxford, EEUU: Oxford University Press.
Trotta, M. (2002). Las metamorfosis del clientelismo. Buenos Aires, Argentina: Espacio.
- Recibido: febrero de 2021.↵
- Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo, España (UNIOVI). Licenciado en Derecho por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, España (UNED). Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo (UNIOVI). Catedrático de Antropología Social de la Universidad de Cantabria, España (UNICAN). Coordinador del Programa de Doctorado de Geografía e Historia de la Universidad de Cantabria (UNICAN) Miembro de honor del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, España (USAL). Profesor del Máster de Antropología de Iberoamérica y del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Salamanca, España (USAL). Contacto: jose.gomezp@unican.es.↵