(Región Pampeana, Argentina, 1960-2020)
Susana Grosso[2]
Definición
Los ingenieros agrónomos (IA) son profesionales egresados de universidades públicas o privadas, responsables tanto de investigar y desarrollar conocimientos y tecnologías como de planificar, organizar y controlar procesos productivos en las actividades agropecuarias como en las industrias vinculadas. El Ministerio de Educación, a través del Consejo de Universidades, determina las actividades reservadas al título y el ejercicio profesional está regulado por órganos colegiados.
Trayectoria de la Agronomía
Esta disciplina científica se encuentra en permanente evolución y ha sido definida como aquella “[…] que agrupa el conjunto de conocimientos científicos, técnicos, económicos y sociales en relación con la actividad agropecuaria” (Boulaine, 1992).
Para Doré (2006), sus cambios se deben, por un lado “al aumento general de los conocimientos científicos y técnicos” y por el otro “a la complejidad de las condiciones de ejercicio de la agricultura”. Esta segunda causa está relacionada a las demandas que la sociedad tiene de la actividad. Si bien estas expectativas son diferentes de un país a otro, y se renuevan a través del tiempo, siguen grandes tendencias a nivel mundial: las preocupaciones de la alimentación de la población, los riesgos sanitarios, la atención a los problemas del medio ambiente, la conservación de los recursos naturales, la adaptación del espacio rural a múltiples usos, entre otras.
El incremento de las preocupaciones de la agronomía a nivel mundial y a lo largo del tiempo, ha diversificado las actividades de los IA, requiriendo la construcción de nuevos conceptos y métodos y de la colaboración de otras disciplinas (como la ecología o la sociología), con el fin de afianzarse mejor en el acompañamiento de la actividad agrícola. La sociedad exige al IA comprender y actuar, cada vez más, sobre una complejidad creciente.
Los perfiles profesionales
Los procesos de acreditación de las carreras de Ingeniería Agronómica en Argentina, y el Mercosur, han adoptado una definición de perfil de tipo normativa para guiar la formación de los estudiantes. El mismo concibe a un futuro profesional de características generalistas contemplando variables regionales.
En esta entrada, el vocablo perfil se lo utiliza en otra acepción. Se lo moviliza aquí citando a Vegel (2006), para describir las particularidades del ejercicio profesional de los IA. De esta manera un perfil es una actividad profesional que agrupa un conjunto de tareas, más o menos específicas, las cuales están vinculadas con una relación de trabajo particular –comparten los desafíos vinculados al origen del ingreso– y son capaces de crear una identidad socio-profesional.
Tres elementos, al menos, concurren a la construcción de dicho perfil profesional: a) los objetos de estudio y acción, b) los intereses en la relación con los objetos y c) la relación de trabajo. Un IA puede tener más de un perfil –aunque es raro– y éste puede variar durante la trayectoria de su carrera, algo que es más habitual, especialmente en el siglo XXI.
Los objetos de estudio del ingeniero agrónomo: diversidad de ámbitos de acción
Sebillotte (2006) considera que los agrónomos tienen tres objetos privilegiados de acción: 1) la parcela; 2) el agricultor cultivando sus parcelas (escala empresa) y 3) el territorio. Según este autor, las preocupaciones que movilizaron a la disciplina a lo largo de su historia ampliaron sus ámbitos de acción: de la parcela –o un conjunto de parcelas– a la empresa agraria, y finalmente, hasta el territorio, espacio donde se integran las decisiones tomadas sobre las distintas parcelas. Cada uno de estos ámbitos de acción requiere métodos y conceptos diferentes para abordarlos, dando lugar a tres tipos de agrónomos con enfoques distintos: el agrónomo 1, el agrónomo 2 y el agrónomo 3. Estos tres tipos de agrónomos son indisociables y obran recíprocamente entre ellos.
El “agrónomo 1” ve en la parcela, fruto de la actividad del agricultor, su objeto de estudio y acción. Esta porción de espacio, inserta en uno más extenso –conjunto de parcelas y elementos no cultivados que forman un paisaje– recibe, porque se cultiva, objetivos de producción, cuantitativos y cualitativos. La competencia de este tipo de agrónomo consiste “[…] no sólo en comprender lo que pasa en las parcelas de los agricultores […] sino también en proporcionar consejos de acción, lo que supone que sea capaz de hacer diagnósticos y pronósticos, de considerar potencialidades” (Sebillotte, 2006).
El “agricultor que cultiva sus parcelas” es el segundo ámbito de acción que da nacimiento al agrónomo 2. El agricultor y el agrónomo, al reflexionar sobre un mismo objeto ponen en relación dos tipos de saberes, dos maneras de actuar y distintos intereses detrás de un mismo elemento. Eso conduce a distinguir dos diagnósticos: uno, el del agricultor basado en su experiencia, su conocimiento y, en consecuencia, sobre su historia; y otro, el del agrónomo basado en sus saberes teóricos y la manera en que los moviliza.
Para trabajar con el agricultor, el agrónomo “debe pasar de un universo de representaciones a otro que necesita conocer” (Sebillotte, 2006). Deberá disponer de herramientas para comprender las lógicas de acción de los agricultores. Este cambio de ámbito de acción –de la parcela a la empresa– lo lleva a interactuar con otras perspectivas científicas como la sociología o la economía.
El tercer ámbito de acción es el territorio. Este “agrónomo 3” debe ampliar su mirada, su pensamiento y sus métodos a los espacios que engloban la empresa, por ejemplo, una unidad político-administrativa o una cuenca, etc. Pero el territorio no es un ámbito de acción como la parcela o la empresa, este es “una construcción social” vinculada con la existencia de instituciones y actores individuales y colectivos, los cuales tienen usos, expectativas y responsabilidades no necesariamente comunes frente a los recursos y, de hecho, se ven obligados a organizarse. Esta complejidad trae el surgimiento de un nuevo objeto científico, el territorio, el cual no pertenece, de hecho, a ninguna disciplina particular: “es un objeto científico transdisciplinario que exige a un colectivo pluridisciplinar” (Sebillotte, 2006). Así el agrónomo debe ser capaz de comunicar y de trabajar con otras disciplinas para poder “determinar problemas y cuestiones de la práctica sobre los cuales, con sus socios, aceptan trabajar juntos” (Sebillotte, 2006).
La intencionalidad en relación con los objetos: diversidad de prácticas profesionales
Además de diferenciar a los IA por los objetos de trabajo, otra distinción suplementaria y transversal consiste en distinguirlos según actitudes metodológicas diferentes. Estas actitudes conducen a prácticas espaciales y de generación de conocimiento distintas: mientras que algunos IA permanecen confinados en el laboratorio –investigador– o en la parcela experimental –tecnólogo–, otros van directamente a las parcelas reales de producción, con el interés también en producir conocimientos, pero para intervenir sobre la realidad observada a través del consejo técnico –extensionista o asesor–.
Estos mundos deben comunicarse y el diálogo es posible porque comparten, en principio, los conceptos de la disciplina. En cambio, temporalidades distintas producen desafíos diferentes. La tarea del asesor/extensionista es condicionada/realizada a partir de un diagnóstico incompleto, es decir, presionada por la urgencia de la situación y por la demanda del agricultor. Esta no es, pues, comparable con la del investigador, que debe crear conocimiento científico para afirmar o ampliar los fundamentos de la disciplina. Los ritmos de trabajo no son comparables, ni las condiciones, ni los tipos de referencias movilizadas. Ciertamente ambos son IA, trabajan sobre los mismos objetos, pero son distintos sus intereses y sus temporalidades. Asimismo, son evaluados con distintos parámetros, tanto por la disciplina como por sus colegas.
Las relaciones de trabajo: diversidad de desafíos profesionales
En Argentina, los IA tienen dos tipos dominantes de relación de trabajo: son empleados por un organismo, público o privado, o ejercen la profesión de manera liberal; aunque algunos realizan los dos al mismo tiempo.
Los que trabajan para el Estado, en diversas reparticiones, lo hacen en las áreas de investigación, enseñanza, desarrollo tecnológico, extensión o desarrollo propiamente dicho, seguridad alimentaria o elaboración e implementación de políticas públicas.
Los IA que trabajan como empleados en organizaciones económicas privadas aparecen esencialmente en la década de 1970 cuando algunas cooperativas y acopios comienzan a contratarlos. Veinte años más tarde, estaban en la mayoría de ellas. Su presencia creciente se debe al auge de las empresas de aprovisionamiento de insumos –y a las leyes de aplicación de biocidas–, al desarrollo de consultoras y organizaciones no gubernamentales, como así también a la profesionalización de las empresas. En la mayoría de los casos, los ingresos están constituidos por un salario fijo y una retribución variable sobre un porcentaje de ventas de insumos o sobre los beneficios de la producción agrícola. En la actualidad, estas organizaciones ofrecen la mayor parte de los empleos en región pampeana.
Por último, el ejercicio liberal de la profesión es la práctica laboral más antigua de los IA en Argentina y se funda sobre la imagen del “tipo profesional ideal” (Parson, 1955, en Dubar, 2002). Este establece un modelo de relación entre un profesional (para Parson, el médico) y un cliente, considerando la profesión como “una competencia técnica y científicamente fundada, y la aceptación y la puesta en práctica de un código ético que regula el ejercicio de la actividad profesional”. Parson (1955) llama “profesiones establecidas” al médico, al ingeniero, al abogado, al profesor y lo distingue “del mundo de los negocios” y de las administraciones. Así, el autor coloca una oposición entre el profesional que presta “servicios eficaces a clientes” y el hombre de negocios que es “comprometido en la realización de un beneficio personal”, a través de la venta de productos a los consumidores.
El asesor de empresas en nuestro país se desarrolla sobre la imagen del modelo profesional de Parson, manteniendo relaciones laborales “independientes” y preocupados por prestar servicios a sus clientes, y a través ellos, a la sociedad. Las representaciones que dominan este campo simbólico conciben a la actividad profesional como algo completamente ajeno a otros intereses, que no sean los científicos y técnicos. Se diferencian poniendo en evidencia que sus ingresos se originan en la “venta” de conocimientos y no, en la “venta” de un producto o insumo agrícola.
La profesión liberal ocupa pocos empleos actualmente, aunque sigue siendo la base de las representaciones sociales que fundamentan el accionar de los órganos colegiados.
Las dinámicas en la construcción de los perfiles profesionales dominantes en la Región Pampeana
Es posible distinguir tres grandes momentos en la construcción de estos perfiles: su surgimiento –no presentado en esta entrada–; su crecimiento, durante los treinta años que siguieron a la creación del INTA; y su consolidación, a partir de la década de 1990. Cada uno de estos momentos se caracteriza por expectativas/retos diferentes que impactan en la relación entre la profesión y la sociedad. De esta manera, diferentes perfiles se construyen, los que, a su vez, actúan retroalimento y redefiniendo los desafíos de la profesión.
En 1956, en un contexto desarrollista, el Estado crea el INTA y promueve la generación de otras instituciones tecnológicas y educativas, públicas y privadas. El ejercicio profesional en el sector público sobrepasa la parcela para ir hacia la empresa. De este modo, el consejo técnico a los agricultores se convierte en un espacio de surgimiento y consolidación de nuevos perfiles: nace el extensionista (Cimadevilla, 2020), diferenciándose del investigador, del tecnólogo y del profesor, quién acude a las parcelas reales de producción para asistir a los productores.
En la actividad privada, la necesidad de llevar el consejo técnico dará nacimiento al “asesor de empresas” perfil típico de los grupos CREA. En un par de décadas, la práctica difusionista (Rogers, 1983) dará lugar a una más próxima a la co-construcción de conocimientos (Cerf et Maxime, 2006) como ocurre en nuestros días. A partir de década de 1980, algunos de estos asesores comienzan a integrar consultoras interdisciplinarias con contadores, abogados, informáticos, entre otros, muy comunes en nuestros días.
Hacia 1970, cooperativas agrícolas y pequeñas empresas de servicios y/o aprovisionamiento comienzan a contratar agrónomos. Aparece de esta manera el perfil “técnico-comercial” con una práctica más próxima al “diagnóstico-prescripción” (Van den Ban et al. 1988) de situaciones problemas (parcela), aunque sin tener necesariamente una visión sistémica de la empresa. Este nuevo espacio de trabajo pone en relación estrecha el consejo técnico y los intereses comerciales de la organización contratante, llevando a crecientes tensiones al interior de la profesión.
A partir de los años ´90, con el auge de un nuevo modelo productivo, se consolida el “técnico-comercial” y emerge y se distingue el “asesor en ventas” asociado a las grandes empresas de aprovisionamiento de insumos (Grosso et Albaladejo, 2013). Por otro lado, la profesionalización de las empresas agropecuarias y la aparición de nuevos actores, de capitales extrasectoriales, conocidos comunmente como pools de siembra (Grosso, 2009), reconstruyen el perfil del “administrador especializado” –propio de la etapa de surgimiento no descripta en esta entrada– hacia un “gerente de empresas”, sólo que hoy los límites de la explotación se han ampliado, con frecuencia, a la gran región pampeana, e incluso a países limítrofes, gracias a la disponibilidad de las tecnologías de la información, estandarización de procesos y globalización de capitales.
En estas nuevas empresas agropecuarias, equipos de IA, altamente organizados y jerarquizados, distribuyen las tareas en función de la responsabilidad en el proceso y de la distancia a las parcelas en producción. Se encuentra así, dentro del perfil de “gerente de empresas”, a los IA planificadores alejados de los espacios de producción y encargados de la concepción del proyecto y los IA regionales –expertos técnicos–, ocupados en la adaptación del proyecto a la región y la reunión de los factores de producción. Se distingue de manera subordinada el perfil del “monitor” –controlador de procesos–, responsable de la implementación y seguimiento del plan de trabajo.
Los desafíos de la última década en términos de preservación de los recursos, en un contexto donde las metodologías participativas adquieren relevancia y las tecnologías de la comunicación permiten más fluidez en las relaciones –hoy cualquier productor puede comunicarse directamente con el investigador más competente en su campo–, llevan a los tecnólogos al campo –sea a la parcela o a la empresa–, tanto en el ámbito de la agricultura empresarial –como es el caso del Sistemas Chacras, programa de AAPRESID (Grosso et Lauxmann, 2014)– como en aquellos sistemas que, independientemente de su escala, deseen emprender procesos de transición agroecológica.
Reflexiones
Existe evidencia de la gran heterogeneidad existente dentro de este grupo profesional, dada tanto por la dinámica temporal como por la evolución de la disciplina.
El ejercicio de la Agronomía requiere de una práctica situada. Por lo tanto, en la construcción de la identidad socio-profesional de los IA influyen, además, las particularidades sociales, políticas, económicas y geográficas el espacio donde se desempeñan. Un aspecto no abordado, y que también pareciera concurrir en dicha construcción es la Facultad/Universidad de formación, pero hasta el momento no se cuenta con estudios que permitan fundamentarlo.
Actualmente, un recién graduado se inserta, mayoritariamente, dos tipos de trabajo: como asesor en ventas o como controlador de procesos productivos (monitor). Estos oficios, lejanos al asesor de empresas –base de las representaciones sociales del deber ser profesional–, aparecen deslegitimados y, muchas veces, generan frustraciones en los jóvenes agrónomos, que tras largos años de estudio ven limitado su accionar a tareas con reducido margen de maniobra.
Estas situaciones llevan a otro gran debate aun abierto y que domina los procesos de acreditación de la carrera ¿Generalistas o Especialistas? ¿Qué empleos se demandan? ¿Para qué empleos forma la Universidad en Argentina?
Bibliografía
Boulaine, J. (1992). Histoire de l’agronomie en France. Paris, France: Tec et Doc Lavoisier.
Cerf, M. & Maxime, F. (2006). La coproduction du conseil: un apprentissage difficile. En Remy, J., Brives, H. & Lemery, B. (Coords.), Conseiller en agriculture (pp. 137-152). París, Francia: Educagri/INRA.
Cimadevilla, G. (2020). Extensionista (Latinoamérica, siglos XX-XXI). En Salomón, A. y Muzlera, J. (Eds.), Diccionario del agro iberoamericano. 2° Edición. Buenos Aires, Argentina: Teseo Press.
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Rogers, E.M. (1983). Diffusion of innovations. New York, USA: The Free Press.
Sebillotte, M. (2006). Penser et agir en agronome. En Doré, T., Le Bail, M., Martin, P., Ney, B. & Roger-Estrade, J. (Coords.), L’agronomie aujourd’hui (pp. 1-21). Versailles, France: Quae.
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Van Den Ban, A. y Hawkins, H. (1996). Extensión Agraria (Trad.). Zaragoza, España: Acribia. (Obra original publicada en 1988)
- Recibido: febrero de 2021.↵
- Ingeniera Agrónoma y Magíster en Extensión Agropecuaria por la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Diplôme d’Etudes Approfondies Espaces, Sociétés Rurales et Logiques économiques, Université de Toulouse 2, Francia. Doctora en Estudios Rurales por la Université de Toulouse. Investigadora (categoría II) y Profesora Adjunta de la UNL. Contacto: sagrosso@fca.unl.edu.ar.↵