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Financiarización[1]

(Escala mundial, 1990-2020)

Alessandro Bonanno[2]

Definición

La financiarización es un proceso económico surgido a fines de la década de 1990 e impulsado por desregulación neoliberal y la crisis del sector productivo. Está basado en dos tendencias. Primero, en el predominio –en términos de ganancias– del sector financiero sobre la economía real (la manufactura y agricultura). Segundo, en la reducción del valor producido por instrumentos financieros, es decir, activos negociables dentro de esos mercados. Este proceso, hegemonizado por grandes bancos y empresas, se caracteriza por la racionalidad cortoplalista, la desproporción entre ganancias y salarios, la especulación, la inestabilidad económica y la incertidumbre.

Origen

El proceso contemporáneo de financiarización surgió a finales de los años noventa junto al fenómeno “.com”, es decir, con el desarrollo del internet y de las tecnologías ligadas a él. La idea de que el mundo cambiaría radicalmente y que se abrirían nuevas oportunidades económicas fomentó el proceso de especulación, dando lugar a una “burbuja” asociada a las nuevas tecnologías. Pero una vez que las expectativas de ganancia no se materializaron, en 2001 empezó una crisis de sobrevaloración de los activos financieros. La respuesta fue una reducción en las tasas de interés, así como una desregulación del sector financiero –o sea, la merma en los controles gubernamentales sobre las actividades del sector financiero–, justificada por la urgencia en avivar la movilidad del capital y las inversiones.

Bajo la idea de la auto-regulación del sector financiero, muchos gobiernos –particularmente de países poderosos como EEUU–, limitaron la vigilancia a ese sector. Simultáneamente, se difundió la práctica de la regulación por terceros, que consistía en la transferencia del control estatal hacia entidades privadas, tras los argumentos de imparcialidad, eficacia y control más estricto que el atribuido al Estado, a tal punto que miembros de la izquierda política vieron en la regulación privada un aspecto positivo y democrático. No obstante, lo que a la postre se evidenció fue que el nivel de supervisión no se fortaleció y las empresas obtuvieron una mayor libertad de acción.

La desregulación y la crisis del sector productivo, aunque no eran novedosa, impulsó a las empresas a interesarse por el ramo financiero. Este interés derivó en el inicio de nuevas actividades, por ejemplo, el otorgamiento de créditos a sus clientes para financiar la compra de autos o la emisión de sus propias tarjetas de crédito. Con el tiempo, las empresas empezaron a financiar sus accionar mediante la emisión de obligaciones propias, en vez de recurrir al sistema bancario.

Bancos y empresas: especulación y mercado hipotecario

De repente, la sociedad se percató de que se había creado un sistema bancario paralelo (shadow banking), que puenteaba tanto al sistema bancario tradicional como al comercial, es decir, a los bancos de inversiones. Una vez que los bancos fueron desplazados por estas nuevas iniciativas, entraron en un período de crisis, cuya solución radicó en el aumento en la disponibilidad del crédito hacia el público. Se sentaron así las bases materiales para transformar esos créditos en activos financieros que, ante la falta de control, podían a su vez ser vendidos en los mercados financieros. De suerte tal que comenzó a negociarse, más que el crédito, la certidumbre de los pagos asociados con él.

En EEUU, el crecimiento de las actividades financieras se tradujo en una mayor disponibilidad de créditos para el mercado de viviendas, lo cual, a la par que propiciaba importantes ganancias, aportaba el beneficio de una legitimación social, justificando el lado especulativo de dicho proceder. En ese país, por décadas, las minorías sociales se habían visto impedidas para acceder al crédito de viviendas, de manera que la nueva disponibilidad revertía la dimensión discriminatoria a la vez que obviaba la exigencia de garantías.

Paralelamente, esta práctica económica coadyuvó al enriquecimiento de las empresas financieras, gracias a los préstamos conocidos como subprime (de segundo nivel). Las empresas especularon con el crecimiento en los precios de las viviendas, basando sus decisiones en algoritmos estadísticos que pronosticaban cambios positivos en los mercados. Aunque por varios años el proceso pareció funcionar sin problemas, el incremento exorbitante del otorgamiento de dichos créditos hacia las clases medias y bajas, en un contexto de crisis salarial, obligó a los hogares a refinanciar los préstamos. De esta manera, se creó un mercado hipotecario y otro bursátil sobre las hipotecas, cobijado este último en la legitimidad política y social de atender una vital necesidad de las clases menos favorecidas.

La crisis de 2007 y sus efectos

En 2007, la burbuja creada alrededor del precio de las viviendas estalló, en parte porque el nivel de especulación había llegado a un punto muy avanzado y las empresas financieras –basadas en modelos econométricos equivocados o poco confiables– no lograron pronosticar la gravedad de la situación. Tampoco los líderes políticos visualizaron el límite de crecimiento de la burbuja. Resulta elocuente que, semanas antes de la explosión de la crisis, Ben Bernanke –presidente de la Reserva Federal de los EEUU– anunciara enfáticamente, y con el fundamento de sus modelos, un prolongado período de estabilidad y la imposibilidad de una debacle.

El otorgamiento de tantos préstamos subprime sin garantías creó un escenario en el cual los beneficiarios no disponían de recursos para continuar. Y, una vez que empezó la espiral negativa, el mercado de la vivienda entró en una crisis caracterizada por ejecuciones hipotecarias y desalojos. Ambos, los préstamos subprime como los otros préstamos, se habían trasmutado en activos financieros que circulaban en el mercado, por lo tanto, la crisis rápidamente se generalizó, afectando a los hogares, las compañías y también los países expuestos a los riesgos del “crédito fácil”. Ésta fue la resultante final de estrategias desarrolladas dentro de las políticas económicas de muchos países, y no una eventualidad o un evento casual en la evolución de la economía.

En las instituciones financieras y los bancos la crisis se manifestó principalmente como crisis de liquidez, signada por la presencia de activos que perdían valor y eran incapaces de reconvertirse en dinero. Una vez que los préstamos empezaron a circular como activos, su valor se desconectó del préstamo mismo y se convirtió en un valor especulativo de inversión (compra y venta de deuda). Por lo tanto, cuando esos préstamos no fueron pagados, los bancos se encontraron con activos que no podían reconvertir en dinero, limitando su disponibilidad monetaria para financiar nuevos préstamos, es decir, se creó una crisis de liquidez. De esa forma, los bancos tuvieron problemas para prestar dinero y las consecuencias se extendieron hacia la economía real, dado que a las empresas les era imposible contar con el crédito para financiar sus inversiones. De allí que, a nivel de las compañías, la crisis se tradujo en una crisis de inversiones (falta de inversiones) y en la limitación de su capacidad productiva (reducción de la producción y empleo). En cuanto a los hogares, la crisis de las empresas significó el aumento del desempleo y la falta de puestos de trabajo con buenas remuneraciones y condiciones laborales.

Intervencionismo estatal y fortalecimiento de la financiarización

Para resolver la crisis, el Estado reactivó el sistema de mercado y dio poder a los mismos actores que la habían creado con su especulación: bancos, instituciones financieras y empresas. Es decir, se rescató a la mayoría, si bien algunas empresas financieras fueron abandonadas y desaparecieron. Además, en casi todos los países de Norte América y Europa, fueron bajadas las tasas de interés, lo cual aumentó la liquidez en el sistema y respaldó a las empresas en dificultades. En todo caso, la diferencia respecto del pasado refiere al hecho de que la liquidez provenía de una flexibilización cuantitativa, es decir, era dinero fiduciario creado y respaldado por la simple confianza que la gente manifestaba en el gobierno. Era, en consecuencia, una forma de deuda pública que financió a las empresas en problemas, sin más respaldo que la garantía ofrecida por el Estado.

Una vez generada la liquidez del sector financiero, en los EEUU, el gobierno se ocupó de dirigir a las empresas y bancos en dificultades, mediante funcionarios que se encargaron de la gerencia. Por lo tanto, el Estado no sólo manejó el financiamiento de las deudas contraídas por las empresas, sino que también las controló directamente. Se trató, en consecuencia, de un proceso de nacionalización de las empresas y bancos por parte del Estado. Fueron los contribuyentes quienes, a través del pago de sus impuestos futuros, financiaron la operación, como fue el caso de General Motors. Sin embargo, en EEUU –a diferencia de otros países– el manejo de esas empresas fue devuelto pocos meses después a los gerentes privados, o sea, a los causantes de la crisis.

El proceso de acumulación de capital se reactivó gracias a estas acciones financieras que reubicaron la financiarización en el centro del proceso de crecimiento económico. Sin embargo, el problema de la búsqueda de nuevas fuentes de ganancia permanecía. Una de las estrategias más importantes fueron las land grabbing o la compra de grandes cantidades de tierra agrícola por parte de instituciones financieras o países. A pesar de que estas dos entidades son distintas, su lógica era la misma: la valorización del capital. Se compraban grandes cantidades de tierra a un precio relativamente bajo y se publicitaba su uso para la producción alimentaria. Una vez que surgía interés por esta tierra y el precio subía, la tierra se vendía. En realidad, ésta se había transformado en un activo financiero que no asumía ningún vínculo verdadero con el sector productivo.

Racionalidad cortoplacista

La financiarización se caracteriza por un conjunto de singularidades. Una de ellas es que las empresas financieras operan bajo el principio del cortoplacismo, el cual facilita la rápida creación y venta de sus productos, pues lo que cuenta es el valor potencial de los mismos y no sus valores realizados o reales. De este modo, cobran distancia de las estrategias de largo plazo preferidas por el capital productivo, en virtud de la estabilidad que permiten la continuidad y consistencia en la producción, así como los mercados de consumo. No es de extrañar, entonces, que la financiarización conlleve conflictos entre el capital financiero y el productivo.

En el sistema financiero se trata de adivinar los valores que los productos tendrán en el futuro inmediato (mañana) para comprar a un precio inferior y vender a otro superior. De hecho, el valor de un activo financiero es atractivo para un inversor sólo si está a bajo precio y se tiene la expectativa de que podría subir. De esta forma, para los que operan en el sector productivo la racionalidad usada es diferente a la del sector financiero. En el caso del sector productivo, los productores y consumidores tratan de mantener precios estables que reflejen los valores reales de los productos y así logar relaciones comerciales de largo plazo, mientras que en el sector financiero impera el corto plazo.

Bajo la racionalidad del mercado financiero, las empresas que no ofrecen un buen rendimiento, motiva la espera de los inversores, pues tienen la certidumbre de que los precios bajarán más y entonces podrán comprar la empresa para luego reestructurarla. Esto significa despedir trabajadores, dividir la compañía o vender o cerrar algunas de ellas, y luego ofrecer las acciones de la compañía reestructurada en el mercado. Así, una compañía restructurada se acompaña con la idea de que “produce más con menos.” Consecuentemente, los inversores tienen el incentivo de comprarlas, pues sus acciones probablemente subirán. Es claro entonces que esta forma de percibir las cosas tiene muy poco que ver con el sistema que gobierna el capital de la producción, ya que la idea central es valorizar al capital más que producir.

Dicha lógica se puede ejemplificar con varios casos. En el año 2006 la compañía agroalimentaria Nestlé, para evitar una caída de sus acciones, reestructuro sus actividades y despidió trabajadores, mandando una señal al mercado financiero de mayor eficiencia, es decir, “producir más con menos.” Aunque a nivel mundial esa acción generó miles de desempleados, cuando la noticia salió al público y hubo la percepción de una mayor eficiencia, el precio de sus acciones se volvió atractivo y los inversores globales las compraron resultando en una subida inmediata del precio. Así, la despedida de muchos trabajadores se transformó en un éxito para las acciones de la compañía. Entonces lo que es negativo para la economía real (desempleo) se trasformó en algo positivo para el sector financiero.

Un segundo caso es el de la línea aérea United Airlines. La compañía tenía un rendimiento muy bajo, con retrasos en vuelos, perdidas de maletas, tiempos lentos de despegue en la pista, reduciendo la comodidad y cantidad de pasaje, entonces, mientras que desde la economía real sería una empresa poco confiable, bajo la lógica de lo financiero las acciones de United Airlines valen mucho, porque es una empresa que genera ganancias, aunque los pasajeros estén más amontonados y el servicio producto sea malo. Así, si las ganancias son altas hace que sus acciones valgan más.

Lo anterior ilustra que hay un conflicto entre el capital financiero y el productivo, motivado por la lógica del cortoplacismo financiero versus la lógica del mediano y largo plazo productivo. Esto implica también un predominio del capital de renta sobre el capital productivo. El primero capta el valor creado por la economía y el segundo lo genera.

Desproporción entre ganancias y salarios

Otro rasgo de la financiarización es el desacople de salarios del crecimiento de la productividad, generando una mayor desigualdad de los ingresos: éstos se desplazan del trabajo al capital. Pero la desproporción entre ganancias y remuneraciones no se refleja en el aumento de la inversión, sino que se transforma en retribuciones a gerentes y accionistas. Por ejemplo, ocurre en el caso de las stock options (opciones de acciones), en las que el gerente recibe acciones en pago por su trabajo que pueden ser cobradas a discreción en el futuro (a un precio superior). En este contexto, el gerente tiene muchas motivaciones para aumentar el rendimiento de la empresa en lo inmediato, en lugar de bregar por inversiones y empleo en el largo plazo.

Una lógica similar se aplica en el proceso de stock buyback (recompras de acciones), o sea, la compra de acciones por parte de la propia empresa. En este caso, una vez que la empresa genera ganancias, éstas no son reinvertidas sino que se utilizan para comprar acciones de la empresa, en beneficio de accionistas y gerentes. Durante el periodo posterior a la crisis financiera de 2007 – 2008 y en virtud de una tasa de interés muy baja, muchas de las grandes empresas aumentaron el valor de sus acciones a través de los buybacks o mediante la adquisición de otras compañías, por lo cual, más que inversiones productivas, infraestructura y empleo, incrementaron el valor de las acciones y de los dividendos pagados a los accionistas. El problema con las recompras también se ha evidenciado durante la crisis de COVID-19 en 2020. Muchas compañías, como la compañía de café Starbucks, en lugar de fortalecer la cantidad de ventanillas de auto-servicio, apoyar el empleo de sus trabajadores o ahorrar dinero para emergencias, decidieron comprar acciones con la recompra. El pensamiento de ésta y otras compañías es que, en caso de crisis, como las de 2007-08 y del COVID-19, el gobierno interviene con apoyos económicos. Paradójicamente, Starbucks se define a sí misma como una empresa interesada en cuestiones sociales, como la defensa del medio ambiente y el empleo.

En este sentido, existe un desacoplamiento entre la generación de ganancias y el crecimiento del empleo y salarios. Por lo tanto, las estrategias y políticas económicas que asumen la simultaneidad entre el aumento en las ganancias y el bienestar general de la economía y la sociedad (trickle down economics) resultan cada vez más insuficientes. Por otra parte, aunque los salarios se han estancado y/o disminuido, el nivel de endeudamiento en los hogares ha aumentado, lo cual implica una reducción en la calidad de vida de las familias y las comunidades. En fin, esta postura subraya una estrategia empresarial de privatización de las ganancias y socialización de los costos.

Especulación, inestabilidad económica y crisis

En general, la financiarización incrementó la inestabilidad de la economía, pues la creación de productos financieros tendió a aumentar el valor de las mercancías. Esto permitió un mayor endeudamiento que financió inversiones y creó expansión económica, pero a medida que el valor de las mercancías disminuyó, el endeudamiento y las inversiones cayeron, provocando una espiral descendente que se tradujo en una crisis. Las soluciones para estas crisis recurrentes han sido rescates patrocinados por el Estado y/o medidas de austeridad que provocaron más desempleo e instabilidad económica. El caso de Grecia, en 2015, es un ejemplo de la consecuencia que las medidas de austeridad generan frente a un aumento de la deuda nacional.

Así las cosas, la especulación que predomina en los mercados financieros hacen de este proceso una constante del capitalismo contemporáneo, propiciando inestabilidad en los mercados e incertidumbre en la vida de las personas. Lo ilustra el caso de los mercados a futuro que han existido desde hace muchas décadas, sobre todo en la agricultura. Los mismos refieren a tratos entre compradores y vendedores, en los que se acuerda la compra de un bien determinado a cierto precio en una fecha posterior al acuerdo, con lo cual se asume el mantenimiento del precio, independientemente de los acontecimientos. En la agricultura este sistema ha sido muy importante porque garantiza a los productores la venta de la cosecha antes del final de la temporada. Por tanto, aunque exista un cierto nivel de incertidumbre, también se tiene la seguridad de que el productor cederá el producto y el comprador adquirirá la cantidad previamente acordada. El conocimiento del precio permite al comprador realizar una planeación administrativa para el futuro, coloquialmente llamada jelle.

Sin embargo, bajo el proceso de la financiarización, mientras la compra y venta de futuros sigue siendo la misma, en los últimos años se ha transmutado su sentido y alcance. El soporte material del bien intercambiable ya no es más un bien determinado (por ejemplo, trigo), sino el supuesto valor que –se especula– tendrán los activos financieros en el futuro. La creación de estos derivados es parte del proceso de especulación que caracteriza la financiarización, en el cual los futuros están de hecho desconectados de su uso productivo y se encuadran casi totalmente como elementos financieros especulativos. En este contexto, el nivel de incertidumbre es muy alto y el precio tiene muy poco que ver con la demanda y la oferta real del producto.

Teorías e interpretaciones

Al principio del siglo XX, Rudolf Hilferding (1981 [1916]) señaló la convergencia entre los intereses de los bancos y las grandes empresas, pues según él se había creado un pacto entre ambas entidades dentro de los bloques de influencia económico-política de varios países (Inglaterra, Alemania, Francia y EEUU), donde cada uno tenía un espacio geográfico de influencia comercial. Posteriormente, autores como Vladimir Lenin (2010 [1927]) y Rosa Luxemburgo (1967 [1917]) emplearon el trabajo de Hilferding para teorizar la evolución de la economía capitalista en la etapa imperialista y señalaron que el capital y los bloques nacionales definen al capitalismo maduro.

Claramente estas teorías no se refieren a la financiarización contemporánea. Hoy, existen varias teorías que puede explicar el crecimiento de la financiarización. La primera es la propuesta por los economistas norteamericanos Paul Sweeze y Paul Baran (1966), en los años sesenta del siglo XX, subrayando la cuestión del subconsumo, esta teoría argumenta que el crecimiento de los monopolios en la economía no sólo genera una concentración de capital, sino de plusvalía, que limita la demanda agregada y el crecimiento del empleo. Una vez que ocurre un bajo o falta de crecimiento en la demanda agregada, se genera una crisis de subconsumo, o sea, la economía no puede absorber lo producido. Sweezy y Baran arguyeron que esa crisis del sector productivo propició la búsqueda de nuevas fuentes de ganancia, las que fueron encontradas en el sector financiero. Por lo tanto, dicho sector se transformó en una solución a la crisis de la economía real. Se trata, en consecuencia, de una conclusión lógica que deriva de una teoría estructural del crecimiento de la financiarización. El proceso, en vez de ser ubicado en situaciones históricas específicas, remite al desarrollo de la economía capitalista y, por lo tanto, no se puede obviar con medidas de carácter político y contingente.

Una propuesta similar fue expuesta por el sociólogo Giovanni Arrighi (1994), miembro del grupo de teóricos que interpreta los cambios globales en términos de una lounge dureé, es decir, de cambios que se llevan a cabo en un período largo que involucra siglos. Arrighi planteó la tesis de que es la evolución cíclica del capitalismo la que produce la financiarización. Basándose en observaciones históricas, sostiene que los ciclos de crecimiento y crisis de la economía se han traducido en un desplazamiento del capital, desde el sector productivo al financiero, también de forma cíclica, con lo cual al final de cada periodo se lleva a cabo un proceso de crecimiento en el poder del sector financiero. Por ejemplo, después de un estancamiento del crecimiento de la economía real en el siglo XVI hubo un desplazamiento del capital a nivel financiero, con un crecimiento de los poderes económicos y políticos de los bancos y de los actores financieros, esto es de los banqueros de la familia Medici en Florencia, Italia.

La idea de que la crisis del capital productivo plantea una búsqueda de alternativas a nivel financiero es propuesta también por varios autores que, sin embargo, indican que no se trata de una situación cíclica, sino de una dimensión contingente e histórica, específicamente referida a las últimas décadas. Por ende, la financiarización remite a un producto específico de la Globalización Neoliberal (Harvey, 2010; Russi, 2013). Bajo ese enfoque, la crisis vinculada con la financiarización ha sido parte de una transformación estructural de la economía capitalista, que modifica el equilibrio entre producción y circulación en favor de ésta última. Así la financiarización se caracteriza por un cambio de las empresas capitalistas orientadas más hacia los mercados financieros, mientras que los bancos se enfocan en los préstamos a individuos y en la venta y compra de acciones, además de otros instrumentos bursátiles en los mercados financieros.

Consecuentemente, la ganancia generada por la extracción directa de valor desde los salarios constituye una renta derivada de la deuda financiera, situación que implica una forma económica de explotación (expropiación financiera) y en ese contexto los bancos centrales se han vuelto cada vez más poderosos, al tiempo que el imperialismo se profundiza y los países del Sur se ven obligados a transferir fondos para actividades en el Norte. De esta manera, aumenta el flujo de capital productivo hacia los países del Sur y en paralelo ocurre una salida mayor de capital financiero hacia el Norte. Por ende, desde este marco teórico se concluye que la financiarización afecta a la vida social e individual y que el riesgo se ha convertido en parte estable del discurso dominante, con lo cual la idea de la estabilidad económica, que era una de las metas principales en periodos anteriores, ha sido remplazada por la incertidumbre de la competencia en el mercado.

Finalmente, los post-Keynesianos señalan que la financiarización es el resultado de las reformas neoliberales llevadas a cabo desde los años ochenta, que aumentaron el poder de los rentistas y de los accionistas (Streeck 2014; Vogl 2017). Tal fue el caso de los prestamistas que fomentaron el crecimiento de la deuda y del endeudamiento como formas nuevas de financiamiento al consumo. Desde esta perspectiva, una vez que los salarios se mantuvieron constantes o bajaron, los hogares fueron empujados por los bancos y compañías financieras a utilizar el crédito, no sólo para gastos específicos y extraordinarios (como la compra de casas) sino para gastos cotidianos y necesarios (como alimentación, instrucción y trabajo). Esta situación fue acompañada por una disminución en la ganancia del sector productivo, motivando una transferencia de capital hacia el sector financiero. El resultado fue un impacto nocivo sobre la economía, que limitó la disponibilidad de fondos de inversión y produjo la reducción en los rendimientos del capital industrial.

Ahora bien, en lo que se refiere al poder de los accionistas, esta teoría mantiene que la financiarización perjudica el crecimiento de la economía real y del bienestar de la comunidad, porque el objetivo final de las acciones financieras refiere únicamente al aumento del valor en las acciones. Por lo tanto, se desarrollan situaciones bajo las cuales la ganancia de corto plazo llega a ser lo más importante del bienestar de las empresas, de los ciudadanos y del país; de ahí que las prácticas como la stock buyback o stock option limitan la disponibilidad de capital para la generación de inversiones y la creación del empleo.

Bibliografía

Arrighi, G. (1994). The Long Twentieth Century. London, UK: Verso Books.

Harvey, D. (2010). The Enigma of Capital and the Crisis of Capitalism. Oxford, UK: Oxford University Press.

Hilferding, R. (1981 [1916]). Finance Capital: A study of the Latest Phase of Capitalist Development. New York, USA: Routledge.

Lenin, V. (2010 [1917]). El Imperialismo, Fase Superior del Capitalismo. Madrid, Estaña: Quinto Sol.

Luxemburgo, R. (1967 [1917]). La Acumulación del Capital. Ciudad de México, México: Grijalbo.

Russi, L. (2013). Hungry Capital, The Financialization of Food. Alresford, UK: Zero Books.

Streeck, W. (2014). Buying Time, The Delayed Crisis of Democratic Capitalism. London, UK: Verso Books.

Sweeze, P. y Baran, P. (1966). Monopoly Capitalism. An Essay on the American Economic and Social Order. New York, USA: Monthly Review Press.

Vogl, J. (2017). The Ascendacy of Finance. London, UK: Polity Press.


  1. Recibido: marzo de 2020.
  2. Doctor en Sociología por la University of Kentucky (EEUU) y Distinguished Professor and Regents’ Professor de Sociología a la Sam Houston State University, Texas, (EEUU). Fue Presidente de la Asociación Internacional de Sociologia Rural (IRSA) y Editor de la revista Rural Sociology. Contacto: SOC_AAB@shsu.edu.


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