(Región Pampeana, Argentina, primera mitad del siglo XX)
Celeste De Marco[2]
Definición
La niñez rural puede entenderse como una categoría de análisis sociohistórico que agrupa sujetos con características (etarias, físicas, actitudinales, de filiación e integración a instituciones) que se corresponden con representaciones socialmente difundidas sobre lo infantil y lo rural en un determinado marco témporo-espacial, en este caso, la Región Pampeana (Argentina) durante la primera mitad del siglo XX. Su existencia cotidiana, usualmente, transcurre en zonas de valor productivo de impronta agraria, al tiempo que integran grupos familiares y/o comunidades en las que prevalecen lazos, costumbres y prácticas vinculadas a un estilo de vida asociado al campo.
Caracterización, diversidad y movilidades
Desde finales del siglo XIX, en Argentina se configuró un modelo cuyas bases políticas, sociales y económicas se asentaron en un campo pampeano central para el establecimiento de la Nación moderna, con base en un modelo agroexportador. En ese contexto, la presencia de sujetos infantiles en este espacio era significativa.
Sin embargo, aunque la niñez recorrió los campos pampeanos desde mucho antes, fue en esa etapa que sus existencias se entrecruzaron con proyectos político-económicos definidos para la región, sus producciones y su gente. También con políticas de escolarización dirigidas a los habitantes del campo, dado que los más jóvenes eran los principales “destinatarios de la preocupación alfabetizadora” (Lionetti, 2018). Además, en tanto el arraigo de la familia rural al suelo que producían era una prioridad sostenida por políticos, periodistas, médicos, intelectuales y legistas, en la búsqueda de ese propósito, la niñez, sin ocupar centralidades explícitas, representaba una garantía de continuidad en el marco de representaciones y discursos ruralistas.
La niñez rural abundaba en poblaciones de campaña, en pequeños pueblos y parajes dispersos por el interior de las provincias de la región, en contornos productivos situados alrededor de las urbanizaciones, que irían en crecimiento. Incluso en colonias agrícolas habitadas por familias de origen europeo, algunas creadas hacia mediados o finales del siglo XIX –en Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba–, que paulatinamente se convirtieron en pueblos.
En suma, en un panorama todavía afectado por la inmigración ultramarina decimonónica, junto con crecientes migraciones internas, se podía identificar niñeces rurales rurales vinculadas a grupos europeos, criollos e incluso de pueblos originarios en entornos caracterizados por poblaciones rurales, en general, jóvenes, con familias extensas, altos niveles de ilegitimidad y analfabetismo.
En una etapa que anunciaba cambios, como la reconfiguración de las composiciones familiares a partir de un proceso de nuclearización en la poscrisis de la década de 1930 y el incontenible éxodo rural (Gutiérrez, 2012), las niñeces rurales presentaban heterogeneidades que tendrían continuidad y se acentuarían durante el siglo XX. Entre las diversas situaciones se encontraban los hijos e hijas de chacareros–productores familiares del agro pampeano, propietarios o arrendatarios–, quienes más claramente prevalecieron en el imaginario social e historiográfico. Pero se deben considerar realidades más volátiles, aunque no menos representativas, como la de quienes permanecían en el campo en condiciones más inestables junto con sus parientes, como peones o trabajadores temporales. Incluso, cabe reflexionar sobre la situación de los hijos e hijas de grandes propietarios, que, en ocasiones, podían tener una residencia semipermanente en el campo.
Las condiciones de la niñez rural eran cambiantes de acuerdo con la relación de sus entornos familiares con la tierra que producían y/o habitaban.
Pero su análisis no sólo desmonta miradas homogéneas, sino también estáticas. Si bien era frecuente que las vidas infantiles transcurrieran en los límites del lote o parcela, sobre todo en zonas rurales aisladas –en especial las niñas, que eran reservadas al ámbito doméstico–, otras trazaban circulaciones más extensas por la región. Lo anterior se daba porque seguían migraciones familiares estacionales, por razones productivas, laborales e incluso por desalojos. A lo anterior se sumaban quienes se radicaban en la región como migrantes internos expulsados por otras economías regionales, panorama que incluía a los más pequeños.
Sin embargo, no todos los niños vivían en sus marcos familiares de origen. De hecho, no eran pocos quienes vivían en el campo en calidad de agregados, prestados o entenados, desempeñando trabajos variados, en casa de parientes o vecinos. En condición de criados podían aspirar a recibir educación y un cierto trato familiar, dependiendo de los acuerdos previos entre partes (de Paz Trueba, 2019). La colocación de niños y niñas en espacios rurales tuvo diversos rasgos y fue una condición extendida incluso en el siglo XX. Por eso, no se puede dejar de mencionar también a quienes constituían este colectivo, cuya orfandad, abandono y diversas problemáticas, en ocasiones, llegaban a la justicia, desvelando las condiciones de extrema necesidad sufridas por los más jóvenes de los sectores subalternos del campo pampeano (Gutiérrez, 2008). Integrados a un sistema privado o de tutela estatal que a veces los colocaba en estancias (como peones o sirvientas), delinearon prácticas de movilidad solitaria, que, en ciertos espacios, pervivieron hasta mediados de siglo (de Paz Trueba, 2019; de Paz Trueba y Bracamonte, 2018).
De este modo, la imagen que devuelven los sujetos infantiles pampeanos es diversa pero también dinámica, atravesada por variedades de trayectorias, trasfondos étnicos, condiciones y recorridos.
Trabajo, escolarización y vida cotidiana
La niñez rural pampeana estaba altamente integrada en tareas productivas, según una división sexual del trabajo (Stølen, 2004; de Arce, 2016). Cuando los niños reunían condiciones físicas para tolerar esfuerzos, desarrollaban tareas que no siempre eran accesorias. Entre las actividades se destacaban la siembra, la cosecha, el cuidado de cultivos y/o animales, el manejo de maquinaria, la conducción de vehículos y la asistencia en tareas de comercialización.
Los trabajos implicaban diferente grado de involucramiento y complejidad. Se desempeñaban en sus marcos familiares, pero también existió la contratación de mano de obra infantil, aunque no siempre remunerada, pues en muchas ocasiones se realizaba a cambio de casa, alimento y acceso a la escuela.
Aunque se suponía que las niñas eran reservadas de los trabajos más bruscos, no pocas veces eran involucradas en el trabajo de la tierra junto con sus coetáneos varones, además de encargarse efectivamente de tareas domésticas: elaboración de alimentos, obtención de agua, limpieza y mantenimiento del hogar, cuidado del huerto familiar o granja, arreglo de vestimenta y cuidado de bebés, niños y ancianos.
En ese escenario, debido a los trasfondos migratorios, existía para algunos cierta extrañeza cultural y lingüística en cierto momento de sus trayectorias. Por eso, no era excepcional que fungiesen como “puentes lingüísticos” entre sus familiares -a veces, analfabetos- y las costumbres, palabras y entornos locales. Incluso, colaboraban en la comercialización por estos motivos. Estas tareas de “traducción” cultural pocas veces eran vistas como parte de laboreo cotidiano (De Marco, 2018a y 2018b).
Por estas cuestiones, la organización de los tiempos se dividía entre tareas rurales y escuela. Las escolaridades, a veces se interrumpían por temporadas, como en época de cosechas, o permanentemente, cuando los chicos alcanzaban saberes rudimentarios. Incidía el cierre de establecimientos, el estado de los caminos, la pobreza y los modos de articulación productiva familiar. Pero también las necesidades y expectativas parentales, pues se contaba con el aporte filial desde edades tempranas. Estos aspectos podían entrar en tensión con deseos y expectativas infantiles, sin embargo, el peso de la dinámica familiar, representada en la voz paterna o de hermanos mayores, en general se imponía (De Marco, 2018a).
Una temprana integración al mundo del trabajo, considerada como aprendizaje y colaboración, tenía diferentes implicancias. Más allá de repercutir sobre sus procesos de escolarización, organizar sus tiempos y, sobre todo en el caso de las niñas, restringir sus circulaciones, también podía exponer a los niños a condiciones duras, a veces peligrosas, que, con los años, dejarían huellas en sus cuerpos.
Frente a estas circunstancias, los chicos implementaban diferentes estrategias para encontrar esparcimiento. Lo lúdico, a veces constreñido por los tiempos del trabajo y las distancias, emergía en lo cotidiano con carreras a caballo, manufactura propia de juguetes con los elementos a mano y juegos improvisados, como rondas, palmas, partidos de fútbol y bolitas, en horas escolares.
Así, la niñez rural pampeana devuelve una imagen marcada por la pluralidad de orígenes, trasfondos familiares, relación con la tierra, trayectorias migratorias y recorridos, pero también roles y ocupaciones, experiencias y modos de relacionarse que eran compartidos en un escenario cambiante y diverso.
Despoblamiento y urbanización
La niñez rural se vio atravesada por una progresiva urbanización en la región, con la modernización e industrialización del siglo XX. La implacable lógica de las grandes ciudades incorporó a familias expulsadas de espacios rurales, y con ellas, los niños abandonaron gradualmente sus espacios en una dinámica que se replicaría con rasgos diversos a lo largo del siglo. Pero, incluso en un escenario rural mermado, se identifican trazas infantiles. Durante esta etapa, las vidas de quienes permanecían con sus familias en el campo transcurrían aun en los contornos de grandes o medianos partidos o departamentos de tradicional perfil agrario o pequeñas localidades, rodeadas de un mundo rural aun vital. También en espacios periurbanos donde se acentuaban actividades como horticultura y floricultura al compás del crecimiento urbano. Incluso, en el marco de proyectos estatales del período, como en colonias agrícolas de tardía formación.
En estos espacios productivos, en zonas tradicionalmente agrarias o en el límite rural-urbano, vivían familias de colonos con sus niños. A diferencia de otros espacios donde podían vivir, su formación no espontánea implicó en muchos casos un multiculturalismo y diversidad de orígenes notable, agrupando diversas trayectorias infantiles (De Marco, 2018a). Las situaciones que se generaban, en clave de una vida rural atravesada por una política específica de acceso a la tierra e intermediada por las intermitencias del Estado, configuraban experiencias y vínculos infantiles particulares, dentro de las variables de lo rural. Estas condiciones se irían transformando conforme se avanzaba sobre la segunda mitad del siglo, a partir de los cambios que experimentaría el agro pampeano debido a una modernización y tecnificación que, en clave familiar, tendría un correlato de abandono de los espacios rurales.
Perspectivas y desafíos
La niñez rural surge como un interés compartido entre distintos campos historiográficos, aunque permanece como un tema poco explorado. Frente a los desafíos de orden conceptual para definir lo infantil y la ruralidad, pensar qué fue un niño rural supone contemplar claves culturales, societales y regionales/locales que contornearon una o varias ideas de infancia en las que encajaron determinados sujetos, pero también esclarecer una multiplicidad de conceptualizaciones utilizadas, como niñez campesina o del campo.
Desde una perspectiva metodológica, también se presentan diversos retos y oportunidades. Por un lado, la niñez rural se vio atravesada por representaciones y discursos –productivos, sociales y culturales– sobre sus condiciones y espacios de vida, que implicaron una cierta adecuación a roles de género, expectativas y actividades intra/extradomésticas, modelando su vida diaria. Resulta necesario indagar las gradientes de esas construcciones simbólicas y cómo se traducían en la experiencia cotidiana infantil.
Incluso, vale la pena explorar cómo se internalizaban esas cuestiones en las subjetividades, dado que la niñez “interioriza valores, esquemas y patrones de comportamiento que tipifican su condición de género, aspiraciones, necesidades y expectativas de futuro, componentes esenciales en la configuración de su autoconciencia, autoestima y su personalidad” (Aparicio, 2009).
De todos modos, el abordaje de estos sujetos se ve empañado por la cuestión de las fuentes. Por empezar, dimensionar sus proporciones demográficas no es sencillo. En diferentes etapas la conceptualización de lo infantil sufrió variaciones trasladadas a criterios censales que resultan muchas veces en la dificultad de establecer comparaciones. A su vez, la recuperación de voces y experiencias infantiles en escenarios rurales implica seguir sus rastros entre poblaciones dinámicas, donde es complejo recuperar documentos escritas, y mucho más producidos por los propios niños y niñas.
Sin dudas, se deben imbricar diferentes abordajes. En la convergencia de memorias de la infancia –con los recaudos metodológicos que supone–, álbumes familiares, notas de prensa y el registro en instituciones locales, incluso al recuperar sus voces mediadas a través de archivos judiciales, es posible reunir pistas sobre un sujeto lábil y escurridizo para profundizar más allá de su condición como escolares o trabajadores, al recuperar voces, estrategias y perspectivas. Así, se obtendrían matices interesantes sobre la infancia, desde una visión histórica, pero también sobre la historia rural, desde miradas que, no por ser infantocentradas, serán más simples o rasas.
Bibliografía
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- Recibido: mayo de 2020.↵
- Licenciada en Ciencias Sociales y Doctora en Ciencias Sociales y Humanas por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Becaria posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), con lugar de trabajo en el Centro de Estudios de la Argentina Rural, Universidad Nacional de Quilmes (CEAR-UNQ). Contacto: celestedemarco88@gmail.com.↵