(Argentina, 1990-2020)
Roxana Patricia Albanesi[2]
Definición
El mundo del trabajo agrario, en Argentina, es el conjunto de diversas formas de trabajos llevadas a cabo por un abanico de actores vinculados a la producción agropecuaria: asalariadas/os permanentes y transitorias/os, medieras/os, aparceros, trabajadoras/es autónomas/os ocupadas/os en una vasta gama de actividades y servicios y productoras/res y trabajadoras/es familiares. A nivel nacional se verifica un predominio de trabajo asalariado tanto formal como informal. En el empleo agrario en general, en las últimas tres décadas, se sostuvieron y crecieron las formas alejadas del salario formal, frente a estas cuestiones estructurales los trabajadores organizaron diversas estrategias para la construcción de sus ingresos.
Origen y composición
Desde siempre las mujeres y los hombres trabajan, crean y reproducen su existencia operando en la naturaleza, transformándola conscientemente. El trabajo impuesto externamente, comprado y vendido como mercancía es el resultado de una época histórica y del modo de producción capitalista.
En la etapa del capitalismo posindustrial, financiero y globalizado se fortalecieron procesos de acumulación flexible con altos niveles de desempleo, rápida destrucción y reconstrucción de calificaciones, escasos aumentos en los salarios reales, desregulación de las condiciones de estabilidad laboral y retroceso del poder sindical. De esta manera se debilitó la relación típica de capital-trabajo propia de la sociedad salarial.
A partir de la crisis del capitalismo iniciada en los años 70 del siglo pasado, el trabajo y las relaciones laborales asumieron una heterogeneidad de formas, desde el empleo estable de una élite dotada de mayor dimensión intelectual hasta asalariados pobres y necesitados de la ayuda social, incluyendo también trabajadores independientes, trabajadores informales y desocupados. Este universo contradictorio y multiforme es el que Danani y Grassi (2009) denominan “mundo de trabajo”: conjunto que comprende todas las formas de empleo por el capital o públicas, en todos sus niveles y categorías, pasando por los servicios personales, el autoempleo, hasta ocupaciones en actividades, al menos en apariencia, superfluas para la producción.
Todo mundo de trabajo expresa las condiciones estructurales de un país y de una época del sistema capitalista. Para abordar el caso agrario argentino es necesario ubicarlo en el seno de un capitalismo dependiente y deformado desde sus orígenes. Por un lado, por la subordinación del proceso de acumulación y reproducción al capital internacional. Y por otro, por el peso que asume la renta de la tierra que ha predominado sobre la ganancia capitalista y la organización de un proceso que no otorgó centralidad al capital industrial (Murmis, 1973).
Un porcentaje de la población trabajadora no se encuentra encuadrada en la relación clásica capital-salario. En el sector agropecuario es el caso de las/os productoras/res familiares (ya sean campesinas/os o chacareras/os con diferentes grados de capitalización), expresando la presencia de trabajo por cuenta propia y trabajo familiar. Otro ejemplo es el de las/os medieras/os (especialmente en actividades intensivas) que a cambio de su trabajo reciben un pago equivalente al porcentaje del producto vendido y el de trabajadoras/res que cobran a destajo o por porcentaje del producto obtenido (recolectoras/es, cosecheras/os, entre otras/os).
Dentro del universo de trabajadores asalariados permanentes pueden distinguirse según su calificación, rol y modalidad de contratación: encargados, peones generales, operadores de maquinarias, entre otros.
Durante las tres décadas consideradas en esta entrada, ha crecido el volumen de trabajo transitorio demandado, tanto por los productores como por los contratistas que prestan servicios de maquinarias y los contratistas de mano de obra. Este tipo de trabajo es frecuentemente subregistrado en las estadísticas.
Esta amplia gama de trabajos ha coexistido en un mismo territorio y fue asumiendo particularidades vinculadas a tipos de establecimientos y actividades determinados. La imagen predominante del trabajo agrario es el de las tareas físicas llevadas a cabo por trabajadores varones. Los registros censales muestran una baja presencia de mujeres porque siempre ha existido una tendencia a subregistrar el trabajo femenino. También el trabajo infantil se mantiene oculto. Investigaciones basadas en registros de vida cotidiana dan cuenta de la importancia central del trabajo femenino enmascarado culturalmente bajo la figura de “ayuda” o “colaboración”.
Transformaciones asociadas a cambios productivos y tecnológicos
Coexisten, en el período analizado, políticas neoliberales que consolidaron el agronegocio junto a políticas sectoriales de corte intervencionistas que buscaron atenuar sus efectos en términos sociales. Sin embargo, la producción y la tecnología se organizaron predominantemente bajo el paradigma de la agricultura industrial. Este modelo se expandió en gran parte del territorio nacional con base en el monocultivo de soja impactando sobre el trabajo agrario. El volumen de trabajo necesario es menor que en el pasado porque se desarrolla fundamentalmente en base al trabajo muerto (las máquinas) y concentra la necesidad de labores en –a lo sumo– tres meses al año. Ante la sojización, máxima expresión de la agricultura industrial de monocultivo desde mediados de 1990, los peones rurales permanentes resultaron casi prescindentes en establecimientos pequeños y medianos, siendo suplidos en la mayoría de los casos por trabajadores transitorios.
La incorporación masiva de tecnologías mecánicas, químicas, genéticas y biotecnológicas, junto al profundo e ininterrumpido proceso de concentración y con la consolidación de un agro más empresarial fueron las principales razones de la pérdida de importancia relativa del trabajo agrario. La economía de escala implicó que las tareas de gestión quedaran en manos de los productores y la mayoría de los asalariados fueron contratados para tareas manuales o como maquinistas. De esta manera se dio un proceso de expulsión de mano de obra y –simultáneamente– una mayor contratación de asalariados para la casi totalidad de tareas físicas.
Resultó notoria la crisis de la pequeña agricultura familiar y el mayor dinamismo de los establecimientos medianos y grandes a partir de la ampliación de su escala de producción. Esta tendencia tuvo características particulares en diversos territorios, en función de las actividades productivas predominantes.
Así, pueden señalarse como rasgos particulares del mundo de trabajo agrario:
- La expulsión de productores familiares por insuficiente acumulación del capital, necesario para hacer frente a los requerimientos del modelo tecnológico de producción. Este proceso se dio a nivel nacional, pero adquirió rasgos particulares según regiones.
En el área central del país, la expansión de la agricultura industrial, las exigencias que las industrias lácteas impusieron a los tambos, entre otros cambios de alta demanda de capital, implicó la descomposición de una parte de la producción familiar y la transformación de los productores en rentistas, en la mayoría de los casos, y en asalariados, otras veces.
En otras regiones, como en las provincias de Salta y Santiago del Estero, el mismo proceso provocó la descomposición social de parte de la agricultura familiar y transformó productores en asalariados y rentistas. No se trató sólo de perder trabajos, se dieron también cambios relativos a su identidad, abandonando una trama de pertenencia social y simbólica.
- La disminución de los asalariados permanentes como consecuencia de la mecanización de algunas de las etapas productivas en producciones intensivas. En Misiones y Corrientes, la disminución en los requerimientos de trabajo en la cosecha de yerba mate, la mecanización de la cosecha del té y la introducción de tecnologías químicas para el desmalezado y el secado de productos como el arroz y el tabaco expulsó parte de la mano de obra asalariada permanente y aumentó el trabajo transitorio. En el área pampeana, este proceso se asoció a la disminución de la ganadería de carne y leche y al uso de insumos químicos para el desmalezado.
- La persistencia de asalariados permanentes en establecimientos extensivos que hacen escala, por ejemplo, en los ganaderos donde se desempeñan como encargados y peones generales. En las empresas agrícolas, su presencia se verificó en establecimientos de más de 500 hectáreas y en grandes y medianos contratistas de producción y servicios de maquinarias. El proceso de agriculturización pampeano se expandió por otras regiones y difundió este modelo de trabajo con baja cantidad de asalariados por hectáreas trabajadas en Salta, Tucumán, Santiago del Estero y Chaco. Pese a los nuevos roles y calificaciones de los maquinistas, el trabajo informal y las condiciones de precariedad se mantuvieron.
- La mayor segmentación del mercado de trabajo, al aumentar la presencia de etapas mecánicas se diferenciaron los trabajos entre los “peones generales” y los vinculados a tareas más calificadas asociadas, por lo general, al manejo de equipos mecánicos. Este proceso se dio en la producción agrícola extensiva pero también en otras actividades como la frutícola en la Patagonia y la actividad cañera en Tucumán. Se fue transformando un tipo de trabajador rural, de trabajo manual, esfuerzo físico y tareas polivalentes en un trabajador especializado en determinadas etapas (tractorista, podador, raleador, manejo y reparación de maquinarias, planilleros, jefes de cuadrillas, auxiliares, entre otros).
- La tercerización de la contratación de mano de obra, la caída del trabajo permanente y su transformación en transitorio favoreció la migración del campo a la periferia de las ciudades donde se organizaron centros de reclutamiento de mano de obra estacional. Se delegaron en terceros las cosechas de yerba mate, cítricos, peras, manzanas y uva de mesa entre otros alimentos. Creció la figura del contratista de mano de obra y con él se propagaron las características más precarias del mercado laboral: bajos salarios, trabajo no registrado y sin beneficios sociales. Algunos contratistas combinaron las demandas de diversas agroindustrias regionales organizando el traslado de cosecheros generando movimientos migratorios estacionales, con residencias temporales en las fincas o en campamentos. Tradicionalmente la sindicalización es baja entre los asalariados transitorios como los cosecheros.
- Estrategias de pluriactividad, tradicionalmente se constató la combinación de tareas rurales con trabajos urbanos, proceso que se profundizó debido a la escasa demanda del trabajo agrario. Las/os cosecheras/ros enfrentaron períodos prolongados de desempleo, las estrategias habituales fueron realizar tareas esporádicas y/o actividades de subsistencia. Comúnmente estos ingresos se complementaron con ayudas sociales estatales.
Los desplazamientos desde el área rural a la urbana modificaron no sólo la residencia sino también las pautas culturales y la sociabilidad de los trabajadores agrarios. El “campo” se transformó en un espacio vacío de gente, la residencia rural fue evitada por significar soledad y riesgo.
- La persistencia y profundización de la informalidad, investigaciones evidenciaron que más de la mitad de las/os trabajadoras/es agrarios carecían de cobertura de salud, el incumplimiento del pago del aguinaldo a las/os trabajadoras/es temporarias/os era casi total y alcanzaba también a las/os asalariadas/os permanentes. La mayoría de las/os asalariadas/dos rurales solían cobrar los salarios mínimos establecidos por la legislación. Además, persistían prácticas de descuento por días perdidos por razones climáticas o por falta de condiciones del producto cosechado.
- Los trabajos agrarios la mayoría de las veces se vinculan a la historia familiar, viviendo en el campo fueron aprendido desde niños. La vida cotidiana y el trabajo se atravesaron mutuamente todo el tiempo. El cambio de residencia implicó que lo rural perdiera la connotación de vida social y se transformara exclusivamente en el espacio para la producción.
- La percepción de muchos trabajadores es que su trabajo fue precario y flexibilizado desde siempre, los 90 no habrían provocado ningún cambio en ese sentido, y la inestabilidad, determinada por los ciclos de las actividades agrícolas, está naturalizada.
- Otro rasgo frecuente es la falta de anonimato entre empleadores y empleados. Este tipo de relación atravesada por lazos “afectivos” o patriarcales suelen encubrir relaciones de trabajo precarizadas y no legales muchas veces aceptadas por los trabajadores en contextos de escasez de trabajo. Reclamar derechos laborales es percibido como un riesgo para futuras contrataciones.
Poder conseguir un trabajo en un mercado escaso y tolerar las condiciones informales del mismo parecieron ser las dos caras de la moneda del “aquí, nos conocemos todos” expresando en el mundo del trabajo lo que es una constante en la vida pueblerina.
Reflexiones
El modelo bajo el cual crece la producción agropecuaria no es compatible con una estimulación de la dinámica del mercado de trabajo, no sólo por la estructura agraria concentrada en la que se asienta, sino también por la intensiva inversión de capital que implica una escasa demanda de trabajadores y por las condiciones de estacionalidad del trabajo.
El cambio tecnológico no sólo expulsó mano de obra, sino que profundizó las condiciones de precariedad en que tradicionalmente se desarrolló el trabajo agrario. Las/os trabajadoras/es agrarias/os ocupadas/os en una actividad económica en pleno crecimiento, percibieron, en la etapa considerada, ingresos muchas veces ubicados por debajo de la línea de pobreza. La precariedad, el subempleo, la carencia de seguridades básicas contrastaron con el boom del sector.
Tradicionalmente, el aislamiento que provoca un trabajo desarrollado en espacios rurales no favorece la organización de reclamos y de luchas. Sin embargo, los cambios de los 90 no estuvieron exentos de conflictos donde, junto a un conjunto de actores agrarios afectados por las políticas neoliberales, participaron los/as asalariados/as y los/as productores/ras familiares. Las expresiones que tomó la protesta cosechera de la yerba mate; las protestas agrarias de pequeños y medianos productores pampeanos, el movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha, las acciones de organizaciones campesinas como las de Santiago del Estero, Córdoba y Formosa, entre otras, hicieron evidente la emergencia de movimientos organizados en los territorios. Una novedad de la época fue la urbanización de las/os trabajadoras/res agrarias/os que –por su condición de pequeños, su escasez de recursos, su imposibilidad de vender su fuerza de trabajo o las condiciones de pago de la misma– llevó a una convergencia de actores rurales y urbanos en la organización de protestas sociales.
El mundo del trabajo agrario posee las características vigentes para el trabajo global en la etapa, mediado por inscripciones territoriales y productivas particulares.
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- Recibido: marzo de 2021.↵
- Profesora de Historia del Instituto de Educación Superior Nro. 28 Olga Cossettini, Rosario, Argentina. Magíster en Ciencias Sociales con Mención en Estudios Agrarios por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Doctora de la Universidad de Buenos Aires (UBA), área Historia. Miembro del Grupo de Estudios Agrarios (GEA) de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Contacto: ralbanes@unr.edu.ar – roxanaalbanesi@gmail.com.↵