Otras publicaciones:

9789877230192-frontcover

frontcover_RIMISP

Otras publicaciones:

9789877230666-frontcover

12-4430t

Fruticultor[1]

(Argentina, 1930-2018)

Florencia Rodríguez Vázquez[2]

Definición

El fruticultor es el pequeño productor independiente, propietario o arrendatario de explotaciones agrícolas de entre 5 y 10 hectáreas, encargado de la administración y explotación de las parcelas, para lo cual recurre a mano de obra familiar.

Origen y genealogía

En Argentina, y en menor medida Chile (Robles Ortiz, 2010), la fruticultura adquirió caracteres de actividad intensiva a partir de 1920 y con más énfasis desde 1930, desde cuando demostró diferencias regionales. Con base en características ambientales y la progresiva extensión de la red hídrica, la Patagonia norte (Alto Valle de Río Negro y Neuquén) se especializó en la producción de peras y manzanas; Cuyo, en manzanas, duraznos y uvas, y el Noreste y oeste, en los cítricos. Es decir, que esta actividad fue característica de economías extrampeanas (Bendini y Steimbreger, 2002), salvo algunas manifestaciones en la zona Delta del Tigre (Buenos Aires). Excepto la Patagonia, el resto de la producción frutícola se orientó al mercado interno durante gran parte del siglo XX y solo a partir de 1990 registró mayores índices de exportación (Bendini y Streimberg, 2002) así como la competencia de otros países del hemisferio sur (Brasil y Chile, Sudáfrica). En el amplio territorio argentino es posible identificar, entonces, las heterogeneidades y particularidades de los actores que caracterizan y se interrelacionan en el mundo rural (Girbal-Blacha; 2019).

Esas diferencias se vieron reforzadas por los agentes institucionales económicos que dinamizaron la expansión frutícola. En efecto, en la Patagonia norte, el Ferrocarril del Sud —y una compañía subsidiaria Argentine Fruit Distributors— dinamizó las obras hídricas, el proceso colonizador y con ello el parcelamiento de las tierras, y controló las cadenas de intermediación, lo que, finalmente, facilitó la orientación mercado-externista de las frutas patagónicas, como proveedora de fruta de contra-estación para el hemisferio norte (Blanco y Bandieri, 1998). La Compañía introdujo formas de comercialización que rápidamente fueron imitadas por intermediarios, como Carlos Badano, mayorista de Capital Federal que presidió la Corporación Frutícola Argentina desde 1935: clasificaba y embalaba la fruta de acuerdo con métodos modernos e índices de calidad y luego la entregaba en consignación a distintos mercados, abonando a los fruticultores —previo descuento de gastos generales y comisiones— los precios efectivos obtenidos en la venta en el mercado. Por su parte, en la provincia de Mendoza, la fruticultura estuvo dinamizada por empresarios que compraron tierras tradicionalmente dedicadas al cultivo de alfalfa (Valle de Uco), luego instalaron plantas de empaque y desde ese espacio concentraron el servicio prestado al resto de los fruticultores.

El fruticultor, históricamente, ha sido el agente económico mayoritario de la cadena frutícola (Bandieri y Blanco, 1998; Jong, 2010; Miranda, 2013), integrada también por proveedores de servicios de post-cosecha (selección y empaque), refrigeración e intermediación (Miralles, 2015) y/o industrialización (jugos, dulces, conservas, sidras). La producción se comercializa en fresco —con un carácter altamente perecedero de allí la necesidad de contar con adecuados servicios de selección, empaque y refrigeración—, en el mercado doméstico o internacional. El fruticultor, en tanto que productor primario, debe interactuar con otros agentes de su entorno productivo inmediato o de los mercados. Esa inter-relación ha variado no solo por su lugar en la cadena sino también por el espacio regional en que desarrolla sus actividades.

El contacto del fruticultor con instituciones del entorno ha sido central para acceder a información técnica y del mercado, así como también a servicios (post cosecha, conservación y refrigeración). Al promediar la década de 1930, la relación entre los fruticultores y los Estados, nacional y provincial, se dio en términos de distribución de semillas y asesoramiento técnico motorizadas por el Ministerio de Agricultura de la Nación (Ospital, 2013) y su red de agronomías regionales y estaciones experimentales. En el caso de Mendoza se registra un decisivo aporte estatal desde la década de 1930, fortalecido durante las gobernaciones peronistas (Boletín Agrícola, 1935-1940; Vinos, Viñas y Frutales, 1945-1955). También, fue nodal la vinculación con las empresas ferroviarias y viveristas. Por ejemplo, ha sido notoria la acción del Ferrocarril del Sud en la dinamización de la fruticultura patagónica; y cumplió similar rol el Buenos Aires al Pacífico en Mendoza. Por su parte, la tradicional firma de viveros de Luis Constatini e hijos, con sede en Buenos Aires, comenzó a operar en varias provincias (Revista Mensual BAP, 1930-1943). Asimismo, durante coyunturas de sobreproducción de fruta y/o descenso del consumo, se detectan casos provinciales de intervención estatal para regular esos escenarios, estableciendo convenios con grandes distribuidores instalados en Buenos Aires, acuerdos de precios y/o formando empresas mixtas público-privadas.

Como contrapartida, se detectaron dificultades en el sector primario para conformar entidades que nuclearan sus intereses. Por ejemplo, para Mendoza se ha observado una marcada fragmentación que dificultó las posibilidades de acciones conjuntas y derivó en un intento estatal por conformar una empresa pública mixta (Olguín, 2015). Para la Patagonia se han detectado también múltiples entidades, representativas de las demandas de los actores de la cadena. Estas agremiaciones convivieron con su par nacional, la Corporación Frutícola Argentina (1935), que intentó vincular productores con intermediarios y exportadores.

Es oportuno recordar que la implantación de una fruticultura intensiva no significó la extendida incorporación de fruta en la dieta de los argentinos. Era un alimento prescindible y solo consumido por clases más adineradas. Para alentar su consumo, entonces, se estimuló un ferviente proceso publicitario de las producciones regionales, sostenido por un discurso médico sobre alimentación saludable (Girbal-Blacha y Ospital, 2005). Las exposiciones y muestras agroindustriales, organizadas por los gobiernos provinciales y entidades sectoriales (Corporación Frutícola Argentina) fueron otra manera de impulsar el consumo (Silva, 2019), además de propiciar el contacto entre los productores primarios y los proveedores de equipos y servicios.

Vínculos

Ahora bien, el incremento de la comercialización de fruta y la progresiva comercialización con mercados extranjeros trajeron aparejada la necesidad de introducir tecnologías, primero, para avanzar en la especialización de las explotaciones, y luego, para incorporar criterios de calidad, demandas de comercializadores y responder a las complejas reglamentaciones estatales que se especificaban de la mano del incremento de las producciones. Se verifica entonces un proceso de incorporación de criterios técnicos de homogeneización con vistas a la conformación de montes frutales, lo cual demandó mano de obra permanente y con ello la organización del trabajo, que no excluyó, pero sí excedió, la organización familiar. Además de las tecnologías blandas, se incorporaron también equipos para poda y pulverización. El acceso diferencial al equipamiento e información ha caracterizado esta dinámica.

El carácter altamente perecedero del producto frente a la escasa capacidad de los frigoríficos generaba otro grave problema para los fruticultores, que han visto reducido su margen de negociación por la premura para vender su producción. Esta situación resultaba más acuciante en contextos de adversidad económica y baja del consumo de los bienes prescindibles. En relación con ello, se detecta una respuesta empresaria: el procesamiento de la materia prima, desde la década de 1940 alentada también por las políticas de promoción industrial de esos años (principalmente, instrumentos de exención impositiva) (Tadeo y Palacios, 2007). En distintos puntos del país se conformaron importantes fábricas (Pindapoy, Molto, entre otras), algunas operan en la actualidad, generando eslabonamiento con otros actores —proveedores de envases y equipamientos— y captando la cosecha anual. Para la producción patagónica, el carácter intensivo de frutas de pepita favoreció la instalación local de plantas de acondicionamiento y empaque, y multiplicó los eslabonamientos locales hacia adelante (elaboración de vinos y conservas), y hacia atrás (fabricación de insumos e implementos), pero mostró restricciones en la infraestructura de frío (Blanco y Bandieri, 1998; Landriscini et al, 2007), al igual que en otras provincias frutícolas. A su vez, es probable que las dificultades de la producción mendocina por imponerse ante las similares patagónicas, indujera un proceso de industrialización, alentado también por la política económica de los años 1940-1950.

En virtud de estas dificultades, se detectan una sucesión de intentos estatales, aunque fallidos, por intervenir el sector a través de la formación de cooperativas de productores primarios para que organizaran los servicios de empaque y comercialización o, al menos, lograran ventajas comparativas para negociar el precio de la fruta.

Reflexiones sobre la agricultura contemporánea

Con la intensificación del dominio del capital trasnacional sobre el agro, a partir de la década de 1990, se profundizan cambios en su organización y dinámicas de producción que ya se insinuaban desde los años 70.. Esto se tradujo en la incorporación de nuevas formas de flexibilidad laboral y una mayor subordinación de los productores a las cadenas agroalimentarias globales (Bendini y Steimbreger, 2002). Desde el punto de vista técnico, la integración de las etapas de empaque y frío propició aún más la integración vertical de empresas prestadoras de estos servicios. En este entramado de actores de los sectores productivo y comercial se destaca, además, la dificultad de las pequeñas y medianas empresas del sector del sector primario y de servicios (empaque)para generar redes y acceder a conocimientos específicos, producto de las asimetrías en el acceso a información —técnica, de precios, de mercado— y de su débil posición en el mercado (Landriscini et al, 2007). Además, el modelo basado en la explotación familiar comenzó a perder peso gradualmente frente a la integración de los eslabones, propiciada por las innovaciones técnicas en los servicios de empaque (post cosecha) cada vez más automatizados y refrigeración.

Por estos años, el fruticultor comenzó a interactuar con empresas de capital internacional, que compran fruta en fresco en diversas regiones del país y la comercializan en el mercado exportador, imponiendo con ello nuevas lógicas de acción, estrategias de mejora de productos, como la certificación de protocolos de calidad y de inocuidad agroalimentaria, la inversión en tecnología, el posicionamiento de marcas y la comercialización en el contexto internacional (Avellá, Landriscini y Preiss, 2018) que hacen aún más endeble el rol del productor primario en esta cadena. Por ejemplo, las firmas empacadoras/exportadoras que interactúan en el área citrícola conforman un sector dinámico que impulsa a toda la cadena, con rasgos disímiles en términos del origen, organización interna y modalidades de penetración en el mercado (Craviotti, Palacios y Soleno, 2010). En suma, el productor ha perdido autonomía frente al oligopsonio de empresas integradas y las reglamentaciones para incorporarse al mercado internacional.

Bajo estas características es pertinente preguntarse por las oportunidades que implicarían los acuerdos comerciales internacionales (Los Andes, 2019) frente a recientes experiencias en las que miles de productores primarios regalan su producción a modo de protesta por las desfavorables condiciones en que deben comercializar (Clarín, 2017; Los Andes, 2017; Río Negro, 2018). Por otro lado, la imposibilidad de homogeneizar bajo una sola categoría la multiplicidad de actores que históricamente han conformado la cadena productiva y de intermediación, en las distintas zonas frutícolas del país.

Bibliografía

Avellá, B., Landriscini, S. G. y Preiss, O. (2018). Complejo frutícola de Río Negro y Neuquén. Exportaciones, principales competidores y factores que condicionan la competitividad. Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios, 48, 93-126.

Bendini, M. y Streimberg, N. (2002). Empresas agroexportadoras y estrategias globales en el sistema agroalimentario global de fruta fresca. Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios, 17, 17-63.

Blanco. G. y Bandieri, S. (1998). Pequeña explotación, cambio productivo y capital británico en el Alto Valle del río Negro. Quinto Sol, 2, 25-63.

Boletín Agrícola (1934-1950). Revista. Mendoza, Argentina.

Craviotti, C., Palacios, P. y Soleno, R. (2010). Territorios y mercados globales: Las firmas agroexportadoras citrícolas del noreste argentino. Mundo Agrario, 10(20). Recuperado el 20/5/2018 de http://www.mundoagrario.unlp.edu.ar/

Crisis de la fruta: Macri recibió a los productores del Alto Valle (8 de mayo de 2017).Diario Clarín.

Crisis frutícola: los productores regalaron manzanas en la Ruta 22 (20 de febrero de 2018). Diario Río Negro.

El negocio frutícola en Mendoza está en una crisis prácticamente terminal (11 de marzo de 2017). Diario Los Andes.

Girbal-Blacha, N. (2019). Identidad territorial, agro y políticas públicas. Reflexiones históricas sobre las desigualdades regionales en la Argentina hasta mediados del siglo XX. AREAS. Revista Internacional de Ciencias Sociales, 38, 7-18. Recuperado el 10/7/2019 de t.ly/kzvvq

Girbal-Blacha, N. y Ospital, M. S. (2005). ‘Vivir con lo nuestro’: Publicidad y política en la Argentina de los años 1930. Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe, 78, 49-66.

Landriscini, G.; Preiss, O.; López Raggi, F.; Rama, V. y Rivero, I. (2007). La trama frutícola en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén. Evolución histórica y situación actual. En M. Delfini, D. Dubbini, M. Lugones e I. Rivero. (Eds.), Innovación y empleo en tramas productivas de la Argentina (pp. 93-141). Buenos Aires, Argentina: Prometeo.

Martín, F. (1992). Estado y empresas: relaciones inestables. Mendoza, Argentina: Ediunc.

Miralles, G. (2015). ¿La vuelta al mundo o a la vuelta de la esquina? Comercialización frutícola en el Alto Valle del Río Negro. En A. Lluch (Ed.),Las manos visibles del mercado. Intermediarios y consumidores en la Argentina (pp. 167-190). Rosario, Argentina: Prohistoria- Universidad Nacional de La Pampa.

Miranda, O. (1992). De ganaderos a fruticultores: transición e innovación institucional en el Alto Valle del río Negro, 1900-1940. Ciclos, 12, 179-203.

Olguín, P. (2015). Estado, empresas y desarrollo económico: las empresas públicas agroindustriales en la provincia de Mendoza. En A. Regalsky y M. Rougier (Comps.), Los derroteros del estado empresario en la Argentina (pp. 342-374). Buenos Aires, Argentina: Universidad Nacional de Tres de Febrero.

Ospital, M. S. (2013). Políticas públicas para la fruticultura en Argentina, 1930-1943. América Latina en la Historia Económica, 20(1), 78-97. 

Revista Mensual del BAP. (1935-1950). Buenos Aires.

Robles Ortiz, C. (2010). Una agricultura mediterránea periférica: La temprana «industria de la fruta» en Chile (1910-1940). Historia agraria: Revista de agricultura e historia rural, 50, 91-120. Recuperado el 20/5/2018 de t.ly/jRrrV

Rodríguez Vázquez, F. (2016). Escenarios productivos diversos en Mendoza: en la búsqueda de una fruticultura comercial (1900-1930). Anuario del Instituto de Historia Argentina, 16(1), 1-23. Recuperado el 20/5/2018 de t.ly/Edyy7

Silva, A. (2019). Otras agroindustrias: las exposiciones frutícolas como estrategia diversificadora en Mendoza, 1920-1930. Revista de Historia Americana y Argentina, 53(18). Recuperado el 15/5/2018 de t.ly/ArbbD

Tadeo, N. y Palacios, P. (2007). Historia de empresas: PINDAPOY S.A., una firma que lideró la citricultura nacional. IX Jornadas de Investigación del Departamento de Geografía. Universidad Nacional de La Plata. Recuperado el 20/5/2019 de t.ly/ngrre

Vinos, viñas y frutales (1945-1955). Revista, Buenos Aires, Argentina.


  1. Recibido: julio de 2019.
  2. Doctora en Ciencias Sociales y Humanidades por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Investigadora Adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA). Dirige e integra proyectos de investigación del CONICET y de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo). Integra el Comité Editorial de la Revista de Historia Americana y Argentina. Sus publicaciones versan sobre enseñanza y tecnologías agrícolas y diversificación productiva en Cuyo. Contacto: frodriguezv@mendoza-conicet.gob.ar


Deja un comentario