(Cantabria, España, siglos XVI-XXI)
Eloy Gómez-Pellón[2]
Definición
Se denomina pasiegos a los habitantes de los Montes de Pas, en la región de Cantabria, en el Norte de España, de modo que, antes que nada, el término constituye un gentilicio. Sin embargo, el término pasiego se asocia a un sistema ganadero, propio de un sector de la Montaña Cantábrica central, basado en la explotación familiar de la ganadería, sustantivamente vacuna, en régimen intensivo y con carácter nómada, que da lugar a una extraordinaria dispersión del hábitat. Este sistema ganadero, tras emerger en el siglo XVI y cristalizar en el siglo XVIII, ha llegado al presente.
Origen
Los llamados valles pasiegos, ubicados en torno a los Montes de Pas, forman una comarca que se extiende sobre una superficie de alrededor de 600 kilómetros cuadrados, en la vertiente septentrional del sector central de la Cordillera Cantábrica, en el norte de España, y más concretamente en la región de Cantabria. El relieve de esta última región se organiza a partir de dos elementos fundamentales, que son la costa y la montaña. Una orla costera estrecha, recorrida por planicies litorales, deja paso inmediatamente a la montaña, donde son frecuentes los valles horadados por ríos de curso corto que van a desembocar al mar. El área pasiega queda conformada por los valles de los ríos Pas, Pisueña y Miera, ocupando el hábitat pasiego una superficie que se encuentra entre los 200 y los más de 1.000 metros de altitud sobre el nivel del mar. Son tierras montuosas y escarpadas, que salvan apreciables pendientes, y donde sus habitantes, los pasiegos, han hallado en los últimos siglos su característico sistema ganadero.
La denominación acaso más conocida de la comarca es la de Montes de Pas. Al revés que, en la mayor parte de los espacios geográficos, en los que los ríos dan nombre a los mismos, no sucede así en este caso. Es el tránsito humano a través de la montaña, uniendo las tierras cantábricas y la meseta castellana, el que ha dado nombre al área. De hecho, los Montes de Pas se sitúan alrededor de los tradicionales pasos de montaña del área. Más aún, pas, pase y pass son denominaciones al uso en los pasos de montaña franceses que poseen esta misma función, esto es, la de comunicar espacios separados por contrafuertes montañosos. En todos los casos, pas provendría del latín passus. En consecuencia, el mismo río Pas tomaría el nombre del paso natural en el que se ubica. Estamos ante un ejemplo palmario de algo que ha resultado muy frecuente en la historia, y es que las barreras naturales, con mucha frecuencia, son culturalmente modificadas para convertirse en nexos.
Los Montes de Pas, que hasta el siglo XI se hallaban despoblados, inician en este momento una paulatina repoblación, por efecto de las políticas reales, que donan a un monasterio cluniacense de la época, el de San Salvador de Oña (Burgos), los derechos de pastoreo de los Montes de Pas. Este hecho permite la fijación de población en un espacio que se extiende sobre la vertiente Norte de la Cordillera Cantábrica, en los valles de los ríos Pas, Pisueña y Miera, así como sobre la vertiente Sur de la Cordillera, hasta Espinosa de los Monteros, en la actual provincia de Burgos (Ortega, 1975; Ortega, 1987). Parece que antes del siglo XVI el pastoreo de rebaños, especialmente de cabras, fue una actividad común entre los pasiegos, pero en este último siglo el ganado vacuno había adquirido ya una cierta relevancia, al tiempo que emergía lo que hoy denominamos con el nombre de sistema ganadero pasiego. Simultáneamente, desde entonces, y por razón de su modo de vida singular, los pasiegos serían heteroadscritos a la condición de pueblo maldito, a partir de criterios típicamente segregacionistas: el fenotipo, los rasgos morales y el origen étnico.
Este sistema ganadero, organizado a partir de la producción láctea y la cárnica con destino a los mercados castellanos, y afianzado en los siglos XVI y XVII, consistirá en el nomadismo del grupo familiar durante la mayor parte del año, a través de un circuito de prados, con el fin de realizar una explotación intensiva de los mismos. La especialización ganadera de los pasiegos, sustentada en el ganado vacuno, se lleva a cabo gracias al éxito adaptativo de una raza autóctona, típicamente de montaña, de pequeña alzada (alrededor de 1,30 de altura), de color rojizo y de modestos rendimientos lácteos (por debajo de los 1.500 litros anuales), que recibe el nombre, precisamente, de pasiega (vid. Miguel, 1982). La especialización vacuna de los pasiegos resultará inseparable de su singular sistema ganadero, que no hará sino crecer y afianzarse, hasta convertirse en un sistema cristalizado en el siglo XVIII, y más aún en el siglo XIX, cuando los pasiegos alcancen la doble especialización de su economía: vacuna y láctea. En el transcurso del tiempo, se ha extendido, por desborde, a las áreas vecinas, tanto de la vertiente Norte de la Cordillera Cantábrica como de la vertiente Sur, y ha configurado un paisaje cultural caracterizado por su singularidad, en el que se distingue el espacio pratense o habitado, del espacio pascícola y del espacio boscoso.
Territorio, tecnología y organización de la producción
La esencia del sistema pasiego de explotación de los recursos agrarios reside en que cada ganadero dispone de un variable número de prados y cabañas, que se hallan distribuidos por las laderas de los valles, desde el fondo hasta las cumbres, y por tanto a distintos niveles, abarcando espacios ecológicos variados, a fin de lograr la mayor eficacia productiva. El paisaje de los valles pasiegos nos muestra una incesante continuidad de prados, cada uno de los cuales, de forma irregular, se halla rodeado por una pared de mampostería tosca, levantada sin argamasa alguna, de una altura variable, aunque por regla general ésta se halla en torno a un metro. El prado cerrado, de una extensión variable, a menudo entre dos y cuatro hectáreas, viene a ser algo así como la esencia de un sistema ganadero profundamente intensivo, puesto que cada uno de estos cierros, que es el nombre con que se denominan estos cerramientos en los valles pasiegos y su área de influencia, entraña un pequeño universo ganadero (Terán, 1947, Ortega, 1974). El cierro viene a ser la metonimia del prado, puesto que la parte, el cerramiento, realizado en un espacio originariamente comunal, designa al prado que se encuentra en su interior.
La cerca no sólo encierra el prado sino también una cabaña construida en piedra, puesto que todos los prados que sobrepasan una extensión mínima, los cuales son mayoría, cuentan con una de éstas. Las cabañas, muy bien adaptadas a la pendiente de un terreno montuoso y accidentado, como es el pasiego, son similares en lo fundamental, aunque la evolución ha generado una compleja tipología. Todas ellas tienen planta rectangular y una cubierta a dos aguas muy peculiar: están construidas con lajas de piedra imbricadas, que los pasiegos denominan lastras. También la fachada es singular, porque, a diferencia de la mayor parte de las casas de labranza de la región, se halla en el hastial, es decir, en uno de los lados pequeños, bajo el caballete de la cubierta, y está orientada hacia el Sur o hacia el Este, para recoger mejor los rayos de sol, como casi todas las construcciones campesinas del hemisferio Norte. Por lo general, a partir del siglo XVIII, el rectángulo de la planta mide alrededor de 11 metros por cerca de 7 metros. El acceso a la planta superior se logra mediante una escalera de piedra exterior, que culmina en un rellano o patín, que, desde el siglo XIX, se convirtió en convirtió progresivamente en balconada. El patín permite la creación de un pequeño antecuerpo, en la misma fachada, puesto que bajo aquél se genera un espacio que es empleado con múltiples funciones, que van desde la guarda de terneros hasta el cobijo del ganadero para realizar diversas labores domésticas en los días lluviosos o fríos (García, 1997).
Mientras que la planta superior de la cabaña es compartida por la habitación de la familia ganadera y el pajar, la baja está dedicada íntegramente a la estabulación del ganado. En la cabaña ganadera, los espacios dedicados a las funciones humanas y a las animales se suceden sin solución de continuidad, como cabe esperar de unos ganaderos que sitúan al ganado en el centro de su vivencia cotidiana, y del cual no se separan en ningún momento (García Lomas, 1977). La simbiosis que se hace patente en esta permanente convivencia explica también que la familia ganadera aproveche el calor que desprende el ganado durante la noche para su propio bienestar. Los prados, las cercas de piedra seca y las cabañas constituyen los elementos definitorios del paisaje cultural pasiego. Entre las dos vertientes de la Cordillera Cantábrica existen más de diez millares de cabañas pasiegas, domeñando cada uno de los prados ganados al bosque por las generaciones anteriores. De ellas, la inmensa mayor parte se halla en la vertiente Norte, y de éstas más de 5.000 están en el Valle del Pas, formando distintos cabañales o agrupaciones de cabañas.
Esta cabaña pasiega, que podemos llamar canónica, se alterna con otros tipos de cabaña. Precisamente, el hecho de que el tipo más antiguo proceda del siglo XVI constituye el ejemplo inequívoco de que en este momento comienza la forja de un sistema ganadero que no hará sino agrandarse con posterioridad. De esta época, finales del siglo XVI, datan algunas cabañas, que aún se conservan, levantadas para el aprovechamiento de los prados, gracias al empleo de materiales procedentes del entorno local, como la piedra caliza y la arenizca, la madera y el barro (García, 1997). Son de dimensiones más reducidas que la que hemos clasificado como canónica, pero que ya contienen los elementos más característicos de la cabaña pasiega: el establo en la planta inferior y el pajar junto con la habitación de la familia ganadera en la planta superior, a la cual se accede a través de una escalera exterior. El aparejo es de mampostería rudimentaria, pero ya posee doble paramento, en ocasiones armado a canto seco, y otras con argamasa de arcilla local y agua, trabado con piedras pasaderas o tizones. Los vanos son únicamente los imprescindibles, y sorprende su angostura. Pues bien, este tipo de cabaña comporta la esencia de lo que será la cabaña pasiega posterior, gracias al uso cada vez más frecuente de sillarejo y de morteros más elaborados, aunque conservando la angostura de los vanos, al tiempo que progresa en tamaño hasta llegar al tipo canónico. La cubierta, a dos aguas, es siempre de lajas de piedra caliza, o lastras de acuerdo con la denominación de los lugareños, y la escalera de acceso exterior, en cualquier caso, es de patín.
La invernada transcurre en la llamada cabaña vividora, la situada por lo regular a menor altura de las entre seis y diez que, generalmente, posee cada familia pasiega, y la más cercana a la plaza o núcleo de población concentrada, así como la mejor acondicionada para soportar los rigores de la estación por su solidez y tamaño (Leal, 1991). Estas cabañas vividoras se levantan siempre en las bajuras de los valles, y toman su nombre del hecho de que son las cabañas en las que las familias pasiegas pasan un tiempo mayor, y, sobre todo, en las que soportan los fríos y las lluvias del invierno. Son más espaciosas que el resto de las cabañas, y superan a estas últimas en funcionalidad. En general, la vida de la familia ganadera pasiega está marcada por la austeridad y la privación. Las permanentes mudas o cambios de lumbre del grupo familiar en su integridad inhiben a la familia de las comodidades, y, por supuesto, del disfrute de bienes suntuarios. En la vida cotidiana, la laboriosidad y la abnegación son valores que ocupan la parte más elevada de la escala, junto con la austeridad y el sacrificio, en el extremo opuesto de los valores asociados al descanso y al ocio. Una vez transcurrida la invernada, a lo largo de los meses siguientes, cambiarán de cabaña, mediante las correspondientes mudas, cuantas veces se agote la hierba del prado que la circunda, de modo que según progresa el verano la familia pasiega se instala en las cabañas que se encuentren a mayor altitud, en los prados de diente denominados brenizas o branizas (contracción de veraniza en el dialecto local (vid. Penny, 1969).
La producción de hierba constituye la clave de un engranaje productivo sobre el que se halla asentada su potente actividad ganadera, y, en consecuencia, constituye la garantía del funcionamiento del sistema. La excesiva pendiente de los prados, por un lado, impide que los nutrientes sean fijados fácilmente, por lo que los lugareños se ven obligados a realizar abonados y enmiendas de todo tipo que suponen un trabajo ímprobo. Por otro lado, la siega, a menudo, ha de realizarse a dalle (guadaña), ante la imposibilidad de recurrir en las laderas a las segadoras autopropulsadas. Por si ello fuera poco, el transporte de la hierba, en ausencia de caminos anchos y adecuados, aptos para el transporte rodado, se ha reducido tradicionalmente, y aún en el presente, a instrumentos de arrastre animal, tipo corza, como la trapa o el corzón, como se denominan en la zona, y, sobre todo, al duro acarreo sobre la espalda o los hombros de los paisanos, mediante los socorridos cuévanos o cestos realizados con tiras de castaño o de avellano, dotados de asas para el porteo, o, incluso, mediante simples varas o belortas, con las que realizan atadijos de hierba para el transporte individual.
Los pasiegos: ¿apegados a la tradición o innovadores?
Progresivamente, desde el siglo XVI, los pasiegos alentaron un modo de vida que, en los dos últimos siglos, ha hecho de la explotación del ganado vacuno un caso con llamativos rasgos de singularidad, o, si se quiere, de optimización de los aprovechamientos, susceptible de clasificar en una suerte de forrajeo óptimo (Pyke, Pulliam y Charnov, 1976). Todo ello sucede cuando aún la ganadería intensiva estaba en ciernes de ser implantada en las áreas del continente europeo que han dado fama a esta concepción de la ganadería, o cuando, simplemente, era todavía incipiente en muchas partes del continente. Lo sorprendente es que lo consiguen en un espacio de media y alta montaña, con una orografía intrincada y adversa, y, por tanto, en un medio geográfico inhóspito, con técnicas productivas que en nada se asemejan a las de esas otras áreas europeas, entre las cuales está la planicie litoral de Cantabria, en las que triunfó la ganadería vacuna intensiva (Gómez-Pellón, 2003; Delgado, 2003). La clave de su éxito ha consistido en la adaptación de sucesivas razas de ganado vacuno a un inclemente medio, cuya mayor conquista se produce, justamente, cuando se convierten en avezados ganaderos de leche y, sobre todo, cuando, en los años setenta del siglo XIX, introducen la vaca pardo-alpina o suiza, y, antes de que concluya ese siglo hacen de la vaca frisona la bandera de su identidad ganadera, gracias a los excelentes rendimientos productivos de esta raza vacuna originaria de la Baja Sajonia alemana y del norte de Holanda. Culminan así los pasiegos un itinerario histórico en el que logran que cada etapa recorrida sea el resultado del perfeccionamiento de la precedente. Por último, mediante un incesante sistema de mudas, logran un objetivo histórico que representa la cota más alta de un viaje de varios siglos, como era el de la consolidación de su doble especialidad, vacuna y láctea. No hay duda de que todo ello fue el resultado de permanentes innovaciones, que, paradójicamente, han supuesto siempre una contradicción con el apego de los pasiegos a sus tradicionales costumbres (Sánchez, 2003), a menudo refractarias al paso del tiempo.
Ahora bien, la optimización de los recursos lograda mediante la estrategia del nomadismo por los pasiegos posee, a cambio, serios inconvenientes. En primer lugar, es evidente que consigue una importante producción con una inversión en energía humana muy superior a la de los ganaderos estantes. El paso del tiempo ha agrandado inconmensurablemente esta diferencia, puesto que las dificultades derivadas de la introducción de moderna maquinaria que aliviara el esfuerzo humano se han mostrado insalvables. Se trata de una orografía y de un modo de vida que se oponen al progreso tecnológico de la ganadería pasiega, salvo que este último sea moderado en extremo. Por otro lado, la estrategia nómada, aunque supone un avance sobre la trashumancia estacional, inhibe la producción agrícola de orientación ganadera (maíz, praderas artificiales, etc.) que tanta importancia tiene entre los ganaderos estantes. Más aún, la estrategia nómada resulta contradictoria con las exigencias de las modernas estabulaciones, capaces de garantizar tanto los cuidados y la protección de los ganados como de aliviar el trabajo de los ganaderos.
Es importante señalar que las mujeres pasiegas han sido siempre una pieza fundamental en el mantenimiento del sistema, en tanto que productoras y reproductoras, simultaneando las muchas ocupaciones propiciadas por la ganadería con la dedicación doméstica y con los cuidados de los hijos, recayendo sobre ellas buena parte del peso de las constantes mudas, en las que, por lo regular se han visto obligadas a acarrear enseres y objetos a lomos de caballerías, al tiempo que ellas mismas, en ocasiones, son las porteadoras de sus propios hijos mediante el uso de una variedad de cuévanos llamados cuévanos niñeros. Su papel ha sido crucial además en la elaboración de los derivados de la leche y en la práctica del pequeño comercio local. Más aún, desde el siglo XVIII (Lasaga, 1895), y todavía en los primeros lustros del XX, las mujeres pasiegas fueron apreciadas nodrizas en ciudades como Madrid y Barcelona, al servicio de la aristocracia y de la burguesía. (Soler, 2010; Soler, 2013).
Por tanto, se trata de un sistema que requiere enorme energía humana para funcionar efectivamente. Y, sin embargo, la mayor parte de las familias pasiegas han sido tradicionalmente, como aún lo siguen siendo las que continúan insertas en la cultura pasiega, nucleares. Los recién casados optan por una residencia neolocal, dando así pábulo a la formación de una nueva familia (Rivas, 1991). Por otro lado, en un momento avanzado de su vida, los pasiegos optan por permanecer en alguna de las cabañas del fondo del valle y renunciar a las continuas mudas, entre otras cosas porque éstas resultan incompatibles con su disposición física. Al optar por la familia nuclear, los pasiegos renuncian a la posibilidad que les proporciona la familia troncal, y que ha sido la solución más socorrida en grandes áreas del medio rural cántabro, habida cuenta de la mano de obra que proporciona la reproducción social de este tipo de familia (Gómez-Pellón, 2005; Gómez-Pellón, 2013). La manera elegida por los pasiegos para paliar esta aparente dificultad ha sido, hasta tiempos recientes, la clara preferencia por un alto número de hijos, es decir, el reclutamiento de la mano de obra dentro de la familia nuclear. Se trata de una estrategia acorde con la existencia de una actividad agraria de tipo tradicional, y por tanto carente de mecanización alguna, en la cual los hijos no han sido sino la riqueza capaz de generar mano de obra.
De todo lo dicho se deduce que si bien el sistema productivo de los ganaderos pasiegos ha llegado hasta el presente, lo ha hecho con un notable grado de agotamiento. Las últimas décadas han supuesto para los pasiegos un período de creciente dificultad, que los ha situado al borde de la extenuación. El característico sistema productivo pasiego, innovador en otro tiempo, se convierte ahora en auténtica reliquia del pasado, que fue capaz de llegar a un momento avanzado del siglo XX con una gran vitalidad, pero, progresivamente, resultó minado por la incapacidad para acoger nuevos cambios, acordes con las necesidades de una sociedad moderna.
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- Recibido: julio de 2020.↵
- Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo, España (UNIOVI). Licenciado en Derecho por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, España (UNED). Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo (UNIOVI). Catedrático de Antropología Social de la Universidad de Cantabria, España (UNICAN). Coordinador del Programa de Doctorado de Geografía e Historia de la Universidad de Cantabria (UNICAN) Miembro de honor del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, España (USAL). Profesor del Máster de Antropología de Iberoamérica y del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Salamanca, España (USAL). Contacto: jose.gomezp@unican.es.↵