(Región Centro, Argentina, 1990-2020)
Patricia Silvia Propersi[2]
Definición
Las condiciones de salud y enfermedad de las/os trabajadoras/es agrarias/os están vinculadas a los procesos peligrosos del trabajo, entendidos como el conjunto de determinantes surgidos en el ámbito laboral que pueden afectar de forma desfavorable la salud de un/a trabajador/a. Las mismas expresan las relaciones de producción vigentes a partir del equilibrio alcanzado por las fuerzas que integran la sociedad.
Origen y contexto
Las condiciones de salud y enfermedad de una población son el resultado de un contexto socioecológico complejo, caracterizado por una particular relación entre la naturaleza y la sociedad en función de las formas de producir, distribuir y consumir.
Utilizar el concepto procesos peligrosos (Betancourt, 1999) implica considerar los orígenes y las relaciones del peligro. Existen riesgos, contingencias, cargas laborales, tóxicos y condiciones climáticas –entre otras cuestiones– cuya incidencia debe ser interpretada dentro de la lógica del modelo de producción vigente. De este modo, pierden su carácter de naturales para ser percibidas y comprendidas como determinadas por el proceso laboral concreto y las relaciones de producción que lo incluyen. La evaluación de estos procesos peligrosos en el sector agropecuario conlleva a analizar la organización de la producción bajo el paradigma de la agricultura industrial, los insumos utilizados y los contextos de aplicación.
El estudio de las condiciones de producción y sus relaciones con la salud de las/os trabajadoras/es implica considerar una problemática compleja, que involucra un contexto histórico determinado y los ámbitos particulares que van desde el conocimiento de las características y localización de las unidades productivas, las modalidades de ocupación de la tierra, la tipología de la organización laboral, los modelos tecnológicos aplicados y las prácticas productivas concretas, así como las representaciones sociales de los procesos de salud-enfermedad en el marco de la producción.
Las condiciones de producción actuales reorganizan tierra, trabajo y capital para maximizar ganancias, subvaluando costos sociales y la alteración de los bienes naturales, resultando en procesos peligrosos para las/os trabajadoras/es. El sector agropecuario ha experimentado profundas transformaciones desde la década de 1990, a partir de las características que asume una economía globalizada, con un modelo de acumulación que se articula a una oferta tecnológica específica. En la región pampeana, la actividad económica y social queda fundamentalmente articulada a la agricultura de exportación, desplazando del territorio a productores, trabajadores y alimentos. Se generaliza un modelo uniforme a partir del uso creciente de energía fósil, insumos externos –capital-intensivos–, saberes técnicos altamente especializados y comercialización en circuitos del capital global.
Se profundiza así un sendero de progresiva intensificación, mediante el uso creciente de agroquímicos, selección restringida de especies y base genética, alta dependencia de fuentes energéticas agotables, mineralización del suelo, uso de mayores cuotas de capital y menor utilización relativa de mano de obra, entre otros. El incremento de la producción resultante de estos cambios ha implicado una alteración desfavorable de las condiciones de trabajo y de vida de las personas vinculadas a las unidades productivas. Pobladores organizados bajo diferentes modalidades denuncian evidencias que contradicen la inocuidad del modelo agrícola, dando lugar a crecientes conflictos.
Especificidades del trabajo en el agro
El espacio rural está marcado por reglas particulares en lo que refiere al aporte de trabajo. Reglas que se relacionan con la naturaleza, las especificidades territoriales, productivas y culturales. Si bien existen rasgos en común en lo que se refiere al concepto de trabajador/a, las características del proceso productivo y su localización otorgan a los actores rurales características diferenciales.
La producción en el campo se halla generalmente dispersa, apartada de las miradas frecuentes y regida por ciclos biológicos. Esto la ubica en un lugar diferente, donde las reglas que pautan las condiciones de trabajo tienen tanto o más que ver con las costumbres, los ciclos particulares del producto a obtener y el aislamiento, que con un marco legal. Espacios como un establecimiento ganadero en la provincia de Buenos Aires, un campo algodonero en el norte chaqueño, una quinta hortícola en los cinturones periurbanos o una chacra agrícola en Santa Fe resultan muy diferentes en los requerimientos de trabajo, pero presentan similitudes en lo que se refiere a la sujeción del mismo a los tiempos de la naturaleza.
La informalidad de las/os trabajadoras/es agrarias/os es una constante, con un control muy débil por parte de organismos oficiales acerca de sus condiciones laborales. Al hacer referencia al trabajo agrario se considera el aporte de una multiplicidad de actores y formas contractuales que incluyen desde productora/es a cargo de la unidad hasta diversas modalidades de contratación (asalariadas/os permanentes y transitorias/os, medieras/os, aparceras/os, jornaleras/os, entre otras/os).
La falta de un contrato formal –o su transformación en monotributista– en el caso de las/os trabajadoras/es asalariadas/os incrementa la exposición a procesos peligrosos, aspecto que se potencia cuando la composición de la remuneración depende del rendimiento de la producción (como es el caso, por ejemplo, de la mediería hortícola o tambera, la aparcería, puesteros/as ganaderos/as, jornaleras/os a destajo). En estos casos, el tipo de remuneración condiciona la duración de la jornada laboral, el número y el tipo de tareas requeridas, determinando un ritmo de trabajo disciplinado en pos del mayor ingreso posible.
También inciden las condiciones ambientales en las que se realiza el trabajo, la mayoría de las ocasiones a la intemperie con exposición a afecciones provocadas por el polvo, la amplitud térmica, la incidencia directa del sol, el viento, las heladas, además de la demanda de grandes esfuerzos físicos o afecciones por contacto específico (alergias). Los problemas de salud derivados de esfuerzos sostenidos o posiciones forzadas constituyen unas de las consultas más frecuentes por parte de la población masculina trabajadora de los establecimientos de producción intensiva a los efectores de salud.
La utilización de productos químicos –tanto para el control de malezas, de insectos y de enfermedades, como para la fertilización– ha verificado un fuerte incremento con el modelo vigente. La participación de las/os trabajadoras/es en las tareas que implican el manejo de agrotóxicos se ha multiplicado en función de los volúmenes a producir, por lo general sin jerarquizar la inocuidad de los productos y el cuidado de la salud. La clasificación de la toxicidad vigente de los agrotóxicos en franjas de colores sólo da una indicación sobre un daño por mortandad, pero nada explica de todas las otras patologías que un producto químico puede ocasionar a la población con él vinculada. Las consultas por problemas de salud asociados a efectos de los agrotóxicos no son en su mayoría de carácter agudo ni con cuadros clínicos severos, sino más bien constituyen una afectación masiva, pero de baja intensidad (erupciones en la piel que se confunden con alergias, dificultades respiratorias y diarreas, por ejemplo). De todos modos, se erigen como problemas serios, porque invisibilizan la relación entre la población afectada y las causas asociadas al trabajo. Frente a casos muy severos, los sujetos suelen asistir directamente al hospital donde, por la característica de los síntomas, suele ser difícil de vincular la enfermedad a los procesos peligrosos laborales.
La percepción de enfermedad aparece ligada a la imposibilidad o limitación del movimiento corporal, constituyendo un síntoma indicador de cuadros que revisten el carácter de gravedad. Sólo cuando una patología interfiere con el trabajo tiende a ser visualizada y atendida, en especial cuando significa ausencia durante la jornada, desdibujando la adversidad de la condición laboral.
Muchas de las unidades de producción, por estar en zonas rurales o no urbanizables, no suelen contar con infraestructura básica –como luz eléctrica, agua corriente, recolección de basura, asfalto y transporte urbano, entre otros–, lo que genera para la población que allí vive o trabaja una dificultad concreta en el acceso a distintos servicios, entre ellos, atención a sus problemas de salud. Por lo general, las/os trabajadoras/es eligen el efector público de salud más cercano –cuando se conoce su existencia– según la gravedad del problema, reforzando la dificultad que la escasez de medios de transporte significa para la atención de la salud de esta población.
Género, trabajo y salud
Existe una baja disposición a declarar el trabajo de mujeres y niño/as. En algunos casos por su informalidad y en otros porque se enuncia con la categoría ayuda, dado que se considera que la responsabilidad de las mujeres es el sostenimiento físico y afectivo de la familia. Existen registros que denotan la fuerte presencia femenina y la participación de niñas/os en tareas específicas, particularmente en producciones intensivas.
Más allá de los diferentes grados de aportes de trabajo y de la participación en la construcción del ingreso de los miembros de una familia, no suele utilizarse la definición de trabajador más que para el hombre. No hay palabras que nombren el trabajo de cada uno de los miembros de una familia, que entonces desaparecen de la sociedad y no quedan evidenciados, ni en el plano real, ni en el simbólico. Esto implica que –habitualmente en actividades intensivas– el tiempo de permanencia de las mujeres en el cuidado de sus hijas/os está estrechamente vinculado a la distribución de tareas dentro de la familia y en el proceso productivo, donde se pone de manifiesto que la atención de los menores queda condicionada a las exigencias del trabajo, algo que puede incidir en la estimulación de los menores y su desarrollo psicomotriz. Además, entrevistas a médicos de Centros de Atención Primaria, próximos a zonas productivas, plantean que en las historias clínicas de la población rural aparecen recurrentes golpes o traumatismos en menores asociados al trabajo infantil, previamente oculto por los familiares.
Un apartado especial lo reviste el carácter rural del lugar de trabajo, señalado en el ítem anterior. Tanto la atención de dolencias como los controles de prevención se encuentran fuertemente condicionados por los tiempos de trabajo, la responsabilidad del sostenimiento físico y afectivo de la familia y la accesibilidad de efector de salud. Las trabajadoras rurales suelen asistir a los Centros de Salud para el cuidado de sus hijas/os, antes que para el propio, algo particularmente evidente en residentes alejadas de efectores públicos. Por ejemplo, la ausencia de controles periódicos durante el embarazo o frente a enfermedades crónicas, como hipertensión o diabetes, implica una alta peligrosidad.
Reflexiones
El disciplinamiento social, a través de la desafiliación por falta de empleo y destrucción de la trama institucional de sostén –profundizada en los noventa–, ha obstaculizado el cuestionamiento de los procesos peligrosos para las/os trabajadores/as rurales y justifica condiciones insalubres a cambio de la inclusión. La reducción de los costos de los procesos de producción/distribución, la obtención de una renta de posición y la necesidad de la acumulación de una economía de concentración –que intenta reducir cada vez más el tiempo hasta llegar a los mercados de consumo, superando los obstáculos espaciales– implicó incrementar las condiciones adversas para los/as que aportan su fuerza de trabajo. En este sentido, la dialéctica de la producción, el transporte, la transformación de la materia prima y el mercado demarca el lugar que tienen las/os trabajadoras/es vinculadas/os a la agricultura. De ese modo, las condiciones de salud en el trabajo agrario se inscriben dentro del conjunto de problemas sociales, políticos, culturales y ecológicos emergentes de la producción agropecuaria.
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- Recibido: febrero de 2021.↵
- Ingeniera Agrónoma por la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNR (FCAGR-UNR). Magíster en Ciencias Sociales – Especialidad en Estudios Agrarios por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Doctora en Ciencias Agrarias por la FCAGR-UNR. Miembro del Grupo de Estudios Agrarios (GEA) de la FCAGR-UNR. Contacto: pproper@unr.edu.ar.↵