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Tarefero[1]

(Misiones, Argentina, 1930-2019)

María Victoria Magán[2]

Definición

Con la denominación “tarefero”, se designa en la Provincia de Misiones (Argentina) al trabajador de la cosecha de hoja verde de yerba mate.

Genealogía e historia

Este término proviene del idioma portugués, donde tarefa significa “tarea” y ambos vocablos derivan del árabe vulgartaríha (“cantidad de trabajo que se impone a alguno”), a su vez del verbo tárah (“lanzar”, “arrojar”, “imponer un determinado precio a una mercancía”) [Corominas, 1987]. También se utiliza “ tarifero” por asimilación fonética.

En la región de la Selva Subtropical Paranaense, se encuentran, en estado natural, grupos de 10 a 20 ejemplares de Ilex paraguariensis St. Hil. (yerba mate)[3], cuyos productos, desde tiempos precolombinos, eran utilizados por los pueblos originarios de la región con fines rituales. Con la llegada de los europeos y su contacto con la cultura guaraní, se produjo una difusión de su consumo en forma de bebida, obtenida por la desecación de las hojas. En el siglo XVII se convirtió en objeto de comercio con amplia propagación en las tierras conquistadas y esto llevó a la intensificación de la explotación de los yerbales naturales, asimilando la tarea realizada por los recolectores —siempre de etnia nativa— con aquella de los mineros, con la que comparte el nombre en su desarrollo durante este período. Los nativos estaban obligados a prestarse a esta actividad a través de la “encomienda”, originada en las “Leyes de Burgos” (1512), y de la “mita”, sistema de organización del trabajo propio de la América prehispánica, de una duración máxima de tres meses, que en la “mita yerbatera”, por las características de la labor, se extendía a seis.

Las tareas, en el primitivo beneficio yerbatero, se componían de distintas etapas comenzando por la internación en la selva en busca de una “mancha” a explotar. Una vez hallada, se procedía a la construcción de los precarios acondicionamientos para las herramientas y la yerba y el despeje del terreno para la realización de los trabajos, tras lo cual se iniciaba la explotación. Por su rápida oxidación, que la echaría a perder, el procesamiento de la hoja de yerba mate debe ser realizado en una sola secuencia, desde el corte hasta la última secanza. La primera tarea era cortar las ramas y reunirlas en un descampado, para luego pasarlas rápidamente por el fuego en una primera desecación. Tras esto, se separaban hojas y tallos del resto y se llevaban en cestos —cargados en la espalda— hasta donde tenía lugar el principal secado del material, sobre un fuego de leña, con extremo cuidado y lentitud para que la yerba no se quemara. Una vez realizado este último proceso, que podía durar dos días seguidos, se desmenuzaba el producto apaleándolo, se molía en morteros y se introducía en cueros que se cosían[4], para luego enviarlos —nuevamente a espalda de los nativos— al lugar donde se embarcaría la carga hacia donde iniciaría su etapa de comercialización.

Una vez agotado el recurso, se abandonaba la “mancha” para iniciar el proceso en otro lugar. Es de entender que esto tenía un costo humano muy alto. Si bien el procedimiento era familiar para los indígenas, por haberlo practicado desde antes de la llegada de los europeos, la intensificación de las tareas tanto en frecuencia como en cantidades, la mala alimentación, la prolongada estadía en la selva, la alta posibilidad de heridas por animales, insectos, la vegetación o los accidentes, daban lugar a que la mortandad fuera elevada, afectando severamente la demografía de algunos de los pueblos de indios (Garavaglia, 2008).

Las tareas conllevaban una especialización que, hacia 1870, fue identificada con denominaciones: “descubiertero” era quien buscaba las manchas de yerba mate; “urú”, por su semejanza con un ave de la región (Odontophorus capueira) en su movimiento oscilante hacia adelante y atrás, el que cuidaba la yerba tostándose en el “barbacuá”, la última secanza antes del ensacado, y los “guainos”, sus ayudantes. El “mensú” —término que se acepta comúnmente como derivado de “mensualero”— era el genérico para nombrar al trabajador del yerbal natural.

El fin de la Guerra de la Triple Alianza (1864–1870), con la derrota del Paraguay, dio lugar a la venta, adjudicación y explotación de grandes extensiones de selva virgen en el Alto Paraná, que contenían ingentes riquezas en yerbales naturales y maderas finas. Este tesoro quedó en manos de pocos propietarios, que ya estaban relacionados con casas comerciales yerbateras en la Argentina y en el Brasil y que iniciaron la producción en gran escala de esta mercadería. A medida que las operaciones aumentaban su magnitud, mayor cantidad de personal era necesario y, al ser en extremo dura la tarea y exigir una prolongada internación en la selva, surgió el sistema de captura del trabajador por medio de deudas. El método consistía en ofrecer al candidato una atractiva suma de dinero en efectivo y en el acto, a cambio de su firma en un contrato de trabajo. Los lugares de preferencia para hallar al futuro mensú, eran los bares de la Bajada Vieja de Posadas, camino que lleva directamente al puerto y que concentraba prostíbulos, bares y almacenes, aunque la escena se repetía en otras localidades portuarias de la región.

El trabajador, así “conchabado”, era subido a la fuerza al barco que lo llevaría a su destino, del cual no podría escapar a menos que saldara su cuenta. Esto se hacía en extremo difícil por el abuso al que era sometido en el almacén de la empresa, único lugar donde podía adquirir los insumos necesarios para su supervivencia, a un precio exorbitante. Aun así, quienes lo lograban, podían volver a caer en la trampa una y otra vez.

No todos los que vivían de esta actividad la sufrían de la misma manera. Algunos, adaptados a la selva, medio que les era más familiar que el urbano, hacían de esto su modo de vida.

Al hacerse esta operación cada vez más costosa por la necesidad de internarse más profundamente en la selva a medida que se agotaban los yerbales, desde 1892 se comenzó el intento de reproducirlos por medio del cultivo, recreando las plantaciones jesuíticas ya agotadas por sobreexplotación, de las que se había perdido el conocimiento del método germinativo. Varios ensayos habían sido exitosos, pero recién en 1903 se realizó la primera plantación de yerba mate en gran escala en la región, en San Ignacio, en el, entonces, Territorio Nacional de Misiones.

Con el advenimiento de las plantaciones de cultivo y los requerimientos de atención continua de los viveros y los “liños” —líneas de plantación—, el mensú dejó paso al peón, que tenía una relación más estable con la empresa plantadora y una paga regular al cabo del mes trabajado, dependiendo de la voluntad de su empleador para gozar, o no, de una mejor calidad de vida. Sin embargo, esto no fue obstáculo para que algunos de los dueños de las plantaciones que pagaban regularmente a sus trabajadores y, tal vez, les daban vivienda, servicios sanitarios y una pequeña parcela para sus cultivos de subsistencia, contribuyeran con alguna de sus actividades empresariales al tráfico de mano de obra sujeta por deudas hacia los yerbales naturales.

Durante casi dos décadas, coexistieron en la región el mensú, con las particularidades de su contrato y su condición de semi-esclavitud, con el régimen de trabajo en una plantación. En esta coexistencia, muchas prácticas habituales de la actividad extractiva trasvasaron a las plantaciones, particularmente en momentos de necesidad de mano de obra extra, como en la cosecha y, al mismo tiempo, se hicieron más frecuentes los actos de rebelión contra el sistema por parte de los mensúes (Rau, 2012).

La posibilidad de obtener materia prima sin necesidad de expedicionar al interior de la selva produjo, a los pocos años, otros cambios notables. No solo mejoró la calidad final del producto, sino que también impulsó importantes progresos tecnológicos, como el secado mecánico en tambores rotatorios, al acortar la distancia entre el ámbito de la cosecha y el centro de procesado. En consiguiente, algunas tareas crudelísimas, que se realizaban con fuerza humana, comenzaron a mecanizarse.

Pero hubo una actividad que no tuvo reemplazo: la cosecha. Y su forma de pago, a destajo.

Mientras, en los yerbales naturales, se cortaban las ramas enteras a fuerza de machete, con la idea de volver a servirse de ellos una vez que se recuperaran, en los cultivos, los árboles debían ser cuidados y conservados para maximizar la producción a lo largo de su vida útil y la recolección de hojas era una tarea crítica para ese objetivo. Aquí nació el cosechero de hoja verde que, con tijera o con sus manos, corta los gajos y las ramas pequeñas y que recibió el nombre de “tarefero”, aunque esta denominación aparece ya en Niklison (1914) para referirse al trabajador de los yerbales naturales y aún antes, el Ing. Agr. Uzal lo utiliza, en 1906, como sinónimo de “mensú”.

En algún momento indeterminado, hacia los años ’30, comenzó a concentrarse el término que nos interesa, como cosechero en los cultivos, a la par del abandono progresivo de la explotación de los yerbales naturales. El “tarefero” comenzó a formar parte de la “familia yerbatera”, eufemismo que reúne a todos los actores del sector, obteniendo una categoría propia dentro del universo de la estructura social misionera, mientras el “mensú” quedó asociado a una imagen del pasado no deseado.

Condiciones de vida y empleo

En los documentos oficiales, a partir de la creación de la Comisión Reguladora de la Producción y Comercio de la Yerba Mate (CRYM, 1936), poco se nombra a los trabajadores del sector y siempre como “obreros que trabajan en los yerbales”. Esta Comisión Reguladora no contempló como propia la atención de la situación del peón yerbatero, pero, a partir de 1940 se observa el surgimiento de un interés por parte del Gobierno Nacional, que se traduce en la creación de una subcomisión especial para el estudio de este asunto, dentro de la misma CRYM. Fueron nombrados sus miembros, pero los resultados del estudio de la situación que debían hacer no constan en ningún informe conocido hasta ahora.

En 1944, el Estatuto del Peón (Decreto-ley 28.160/44 y posteriormente, Ley 12.921), la actividad de las agencias estatales para la supervisión del cumplimiento de la legislación sobre el trabajo y la participación de los gremios obreros, limitaron en buena medida aquellas prácticas irregulares, aunque nuevas circunstancias propendieron a su resurgimiento en las últimas décadas.

Debates y perspectivas de análisis

La transición del mensú al tarefero es una compleja telaraña en la cual se conservan imágenes y prácticas que la modernización tecnológica y legislativa no disipó. El trabajador del yerbal es el “invisible” en el cosmos yerbatero. A pesar de ser mencionado elogiosamente en los discursos y erigirse monumentos por él (en Virasoro, Los Helechos, Apóstoles, Liebig), lo encontramos hoy sufriendo subocupación y desprotección. Los precios máximos de productos de primera necesidad, entre los que se considera la yerba mate, presionan sobre el productor, que en Misiones son, en su mayoría, de pequeña escala. También lo hacen las grandes empresas que compran el producto primario —la yerba verde—, llevando a la baja el precio acordado en el Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM). En la encrucijada, aquél prescinde de la mano de obra que adicionaba al trabajo familiar o negocia un salario insuficiente. Los propietarios ausentistas acuerdan con terceros para realizar las tareas en su yerbal, renaciendo así la actividad del “conchabador”, ahora “contratista de mano de obra”, que lleva su carga humana donde reciba su contrato, a veces desarraigándola y alejándola de su familia por largos períodos, desprotegidos por la legislación, al ser trabajo “en negro”. A estos problemas se suma el trabajo infantil, que compromete la salud y la escolarización de los niños, profundizando la gravedad del panorama.

Bibliografía

Amable, M. A. y Rojas, L. (1989). Historia de la Yerba Mate en Misiones. Posadas, Argentina: Ediciones Montoya.

Belastegui, H. (2006). Los colonos de Misiones. Posadas, Argentina: Ed. Universitaria de la UNaM.

Bolsi, A. (1980). El primer siglo de economía yerbatera en Argentina. Folia Histórica del Nordeste, 4, 119-182.

Corominas, J. (1986). Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid, España: Ed. Gredos.

Garavaglia, J. C. (2008). Mercado interno y economía colonial: tres siglos de historia de la yerba mate. Rosario, Argentina: Prohistoria Ediciones.

Maeder, E. (2004). Misiones. Historia de la tierra prometida. Buenos Aires, Argentina: Eudeba.

Niklison, J. (1914). Boletín del Departamento Nacional del Trabajo, N° 26. Buenos Aires.

Núñez, P. (1997). Iviraretá. País de Árboles. Posadas, Argentina: Ediciones Montoya.

Rau, V. (2011). Cosechando yerba mate. Estructuras sociales de un mercado laboral agrario en el Nordeste argentino. Buenos Aires, Argentina: Ciccus.

Sarasola, R. (1998). Las Voces de la Yerba Mate. Posadas, Argentina: Ed. Universitaria de la UNaM.

Schmalko, M., Prat Krikum, S. y Känzi, R. (2015). La Yerba Mate: tecnología de la producción y propiedades. Posadas, Argentina: Ed. Universitaria de la UNaM.

Uzal, C. (1906). La Yerba Mate. Revista de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad Nacional de La Plata, 6, 765-793.


  1. Recibido: julio de 2019.
  2. Licenciada en Historia por la Universidad Nacional de El Salvador (USAL). Línea de trabajo: Historia económica argentina del Siglo XX. Tema: La Comisión Reguladora de la Yerba Mate y el Intervencionismo Estatal en la Argentina (1935-1991). Docente adjunta de la Cátedra Martínez Dougnac de Historia Económica y Social Argentina, en la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la Universidad de Buenos Aires (UBA).Contacto:Lic.MVMagan@gmail.com
  3. Estos grupos son llamados “manchas”.
  4. A este “embolsado” en cueros se llamaba “terciado”.


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