(Región Pampeana, Argentina, 1850-2019)
Roy Hora[2]
Definición
Gran propietario rural, dueño de empresas agrarias (estancias) orientadas de manera predominante a la cría de ganado y al cultivo de cereales. El terrateniente, o estanciero, fue el sujeto más visible y relevante del tejido productivo pampeano del período de crecimiento exportador que comenzó tras la apertura al comercio atlántico y que, por más de un siglo, hizo de la Argentina uno de los grandes exportadores mundiales de productos agrícolas de clima templado. Los terratenientes desempeñaron un papel decisivo en la expansión de la economía del cuero y la lana y, desde fines del siglo XIX, también de la carne refinada y los granos. Abundancia de tierra y escasez de trabajo y de capital marcaron desde el comienzo a la economía de la región y, junto a la expansión de la frontera sobre tierras indígenas, sentaron las bases para la formación de grandes empresas y de un empresariado rural que constituyó, hasta los años de entreguerras, el sector más poderoso de la elite propietaria nacional.
Visiones en disputa
El terrateniente pampeano ocupa un lugar de privilegio en todas las narrativas sobre el desarrollo agrario argentino en los siglos XIX y XX. La relevancia de la gran estancia a lo largo de gran parte de ese extenso período constituyó la principal locomotora económica del país colocó a esta figura en el centro de un debate que todavía hoy no se ha acallado.A grandes rasgos, los estudios sobre el terrateniente pampeano presentan dos tipos de abordajes. Por una parte, una corriente de interpretación enfatiza sus limitaciones en tanto empresario y, con frecuencia, también su identificación con un orden político jerárquico y antidemocrático. La otra, en cambio, presta mayor atención a su racionalidad económica, y lo concibe como un empresario antes que más que como un propietario indolente o un mero rentista. Y, en líneas generales, tiende a atenuar su gravitación política.
De acuerdo a la primera visión, el terrateniente pampeano fue la expresión de un sistema productivo poco dinámico, erigido sobre el privilegio heredado y, muchas veces, también un obstáculo para la constitución de una sociedad más integrada e igualitaria. Más interesado en percibir rentas que en promover la mejora productiva y el crecimiento, se lo retrata como un ganadero indolente, que dejó el cultivo del suelo en manos de agricultores pobres y descapitalizados. Tuvo, finalmente, un gran influjo sobre el Estado, que utilizó para orientar la política pública –la distribución inicial de la tierra, la política comercial y fiscal, etc.– en favor de sus intereses. Fue, en definitiva, un obstáculo para la construcción de un orden rural más igualitario, apoyado sobre la pequeña propiedad familiar, y una rémora para el progreso del país. Bosquejada primero por los liberales del siglo XIX y luego refinada por la izquierda –y gradualmente extendida a casi todo el espectro político-ideológico–, esta visión se afirmó en los años de entreguerra, y se volvió predominante entre la Segunda Guerra y la década de 1970, esto es, durante el período de hegemonía de la industrialización por sustitución de importaciones como estrategia de crecimiento.
En las últimas tres décadas, gracias a un mayor desarrollo y refinamiento de los estudios sobre el pasado, y también a una creciente conciencia de la importancia de los procesos de expansión productiva de la era agroexportadora –el largo período que se extendió desde la apertura al comercio libre que acompañó a la Revolución de Mayo de 1810 hasta el cierre del mercado mundial tras la crisis de 1930–ha ganado terreno una visión alternativa que enfatiza la contribución de los terratenientes al crecimiento económico y que, además, tiende a relativizar su gravitación política o, al menos, su capacidad para moldear la política pública. Esta reformulación de la visión del gran empresario rural presenta muchos paralelos con transformaciones interpretativas que tuvieron lugar en otras partes de América Latina, donde también han ganado peso versiones menos sombrías sobre las características del empresariado. En el caso argentino, en particular, este cambio de perspectiva está sostenido por la idea de que el proceso de cambio productivo que hizo de la ganadería pampeana una de las más dinámicas del siglo previo a la Gran Depresión no puede entenderse sin asignarle un papel positivo a los actores más poderosos del campo; aunque en menor medida, esto también vale para el desarrollo agrícola, una actividad en la que los productores familiares(muchos de ellos arrendatarios) desempeñaron un papel muy relevante, y en la que los terratenientes incidieron de manera más indirecta, como organizadores y financiadores de la producción.
Para los autores enrolados en esta corriente de interpretación, la existencia de la gran propiedad terrateniente se explica mejor por razones asociadas con la dotación de factores existente en la pradera más fértil y extensa de América del Sur (abundancia relativa de tierra, escasez de trabajo y capital) que con el poder social o político de las elites rurales. Suele señalarse, también, que la gran estancia fue parte de un cuadro más complejo, también integrado por numerosas propiedades y empresas pequeñas y medianas. En este abordaje, los grandes estancieros aparecen como los actores más poderosos de un universo de productores heterogéneo pero que, durante la etapa de expansión de la frontera que se extendió hasta cerca de la Gran Guerra, estuvo exento de tensiones internas de relevancia. En esa etapa de veloz crecimiento de las exportaciones, todos los actores pudieron sacar provecho, en mayor o menor medida, de su participación en el proceso productivo. De acuerdo a este relato, factores tales como la amplitud de los acuerdos sociales que sostenían el patrón de crecimiento exportador, el dinamismo de la economía agraria, la temprana formación de una esfera política autónoma, y la muy elevada tasa de urbanización de la Argentina explican la orientación pro-agro de la política pública que imperó hasta entrada la década de 1940 mucho mejor que cualquier razonamiento asociado con la idea de un estado capturado o al servicio del poder terrateniente y sus socios externos. Más que como artífice de la sociedad y la economía exportadora, el terrateniente aparece aquí como uno de sus productos.
Trasformaciones y declinación
Los trabajos encuadrados en las dos perspectivas delineadas en los párrafos precedentes se enfocan en el papel desempeñado por los terratenientes a lo largo del período de expansión, apogeo y declinación del país agroexportador (a grandes rasgos, la etapa 1810-1970). En el último cuarto del siglo XX, y en especial desde la década de 1990, la región pampeana ha experimentado importantes cambios tecnológicos y productivos–veloz crecimiento del producto agrícola, incorporación de un nuevo paquete tecnológico centrado en la siembra directa y las semillas genéticamente modificadas, y el desarrollo de nuevas formas de gestión del negocio–, que invitan a preguntarse si estas narrativas se mantienen vigentes. Algunos autores enfatizan la capacidad de las grandes familias propietarias surgidas en la era exportadora para adaptarse a este nuevo entorno y, en consecuencia,subrayan las continuidades con períodos precedentes. Desde su punto de vista, esos terratenientes continúan imprimiendo su sello sobre el campo argentino. El grueso de la literatura, en cambio, enfatiza la novedad. En particular, subraya la emergencia de un nuevo empresariado agrario sin vínculos significativos con las familias terratenientes tradicionales, y que tampoco se identifica de manera estrecha con las instituciones más representativas de este grupo, como la Sociedad Rural.
Los estudios que destacan la declinación de las grandes dinastías terratenientes se apoyan sobre fundamentos empíricos más consistentes. Y ponen de relieve procesos de cambio que, aunque más visibles en las últimas décadas, ya comenzaron a hacerse perceptibles a mediados del siglo XX. Muestran que el ocaso del gran terrateniente tiene un primer motivo en la demografía de las elites rurales tradicionales. Una vez que la frontera productiva dejó de expandirse y cesó por tanto la incorporación de nuevas tierras, el crecimiento del tamaño de las familias terratenientes (5 o 6 hijos resultan habituales en este grupo social) las ha forzado, más rápido o más lento,a fraccionar el patrimonio rústico acumulado en etapas previas.Con el paso de las generaciones, ese trabajo lento pero incesante de la partición hereditaria hizo que los apellidos que mejor simbolizan aquel grupo –Anchorena y Alzaga, Unzué y Pereyra, Luro y Santamarina–perdieran significación como potentados rurales. El desarrollo de formas impersonales de propiedad (sociedades anónimas, por ejemplo) sirvió para demorar o atenuar este descenso, pero rara vez para revertirlo. De hecho, ninguno de los nombres asociados al mundo de los grandes estancieros del Centenario forma parte de la cúpula de la burguesía agraria del siglo XXI.
Pero si los grandes terratenientes de antaño pasaron a un segundo plano es porque, además de pérdida de importancia o incluso decadencia, ha habido renovación, estimulada y empujada por el ascenso hasta la cima de un conjunto de actores identificados con nuevas maneras de concebir y organizar el negocio agropecuario, de particular relevancia en la producción de granos y oleaginosas.Surgidas en muchos casos de estratos intermedios de las clases propietarias rurales, pero también llegados desde fuera del campo, estos empresarios fueron los principales agentes de una expansión que desde mediados de la década de 1990 volvió a empujar la frontera productiva y triplicó el volumen cosechado. Este ascenso se acompañó por la creación de un nuevo mundo asociativo, de perfil más tecnológico que corporativo, representado por instituciones como la Asociación Argentina de Productores en Siempre Directa (AAPRESID), que se ha convertido en vocero y propagandista de la nueva agricultura. Estos agentes promovieron y lideraron la incorporación de novedades tecnológicas como la siembra directa (es decir, sin arado ni labranza), de gran relevancia en el cultivo de soja, la nave insignia de la agricultura exportable del nuevo milenio. Por fin, señalemos que el arrendamiento, y no la propiedad, se ha consagrado como la modalidad de acceso al suelo preferida por los actores económicos más dinámicos y poderosos del campo pampeano de las últimas décadas.
Al calor de estos cambios, la era en que la economía agraria dependía ante todo de la iniciativa de los grandes dueños del suelo ha quedado en el pasado. A diferencia de etapas previas de gran expansión productiva, como la que va de 1870 a 1930, que se apoyó en la ocupación/privatización y puesta en explotación de tierras nuevas por parte de grandes terratenientes, en este último ciclo de crecimiento agrario el suelo constituye un factor de producción más, que muchos empresarios contratan de manera temporaria (con frecuencia a propietarios pequeños y medianos).Desde hace tres décadas, las firmas más grandes, eficientes y agresivas, por regla general, explotan más tierra arrendada que propia. En otro tiempo identificado con actores económicos débiles y pequeñas empresas familiares, esta nueva forma de arrendamiento agrícola en gran escala ha pasado a representar la manifestación más elocuente del poder económico, la ambición empresarial y la superioridad tecnológica de una nueva elite agraria que es, por definición, más capitalista que terrateniente.
El salto adelante de la agricultura de exportación en las últimas décadas fue resultado de la combinación de incrementos de productividad con avance sobre tierras poco fértiles, que hasta ahora no habían admitido usos agrícolas. Ambos procesos fueron posibles gracias al desarrollo e implementación de un nuevo paquete tecnológico, centrado en la siembra directa, las semillas genéticamente modificadas y el uso más intensivo de herbicidas y fertilizantes. Aunque en menor medida, la actividad ganadera también ha incorporado las tecnologías de la ingeniería genética y depende de un uso más intensivo del suelo. Estos procesos de cambio tecnológico han vuelto a colocar alas empresas agrícolas pampeanas más cerca de la frontera tecnológica internacional, recuperando el terreno perdido en las décadas centrales del siglo XX. Por cierto, también en la Argentina un reducido grupo de poderosas firmas transnacionales (Bayer, Syngenta, Dow, etc.) desempeñan un papel fundamental en los procesos de innovación que están transformando la agricultura a escala global. Sin embargo, las empresas de gran tamaño han exhibido una mayor capacidad para incorporar estas costosas novedades, lo que ha contribuido a reforzar su liderazgo dentro del sector rural, e incluso a proyectar una imagen de modernidad hacia la sociedad en su conjunto.
Del terrateniente al empresario capitalista
En esta etapa en la que el rentismo y las formas tradicionales de gestión de las empresas agrarias han perdido terreno frente al dinámico capitalismo agrario de nuestros días, la vieja impugnación a los poderosos del campo por su supuesto arcaísmo productivo no sólo ha perdido peso, sino que, en rigor, ha revertido su signo. La era de la biotecnología suscita acaloradas controversias, y ha dado lugar tanto a celebraciones entusiastas de su potencial para expandir el producto de maneras más sustentables como a enconadas resistencias de grupos que denuncian los daños que provoca en el tejido social rural, el medio ambiente y a la salud humana. Del mismo modo, las virtudes (económicas y sobre todo sociales) de la agricultura familiar sobre tierra propia, tradicionalmente asociada a figuras hoy en retroceso como el chacarero o el farmer, continuarán suscitando debate entre los especialistas y la ciudadanía.
Pero más allá de estas batallas de ideas, hoy no hay duda de que las empresas agrarias de mayor escala hoy constituyen la punta de lanza de un sector que ocupa un lugar central entre los más competitivos y modernos del tejido productivo argentino. Convertido en la vanguardia tecnológica de la nueva agricultura, el gran capitalista agrario se erige como el ejemplo más elocuente del potencial de crecimiento que hoy exhibe el sector rural. Opacado por estas transformaciones, disminuido en su relevancia como agente productivo, el terrateniente parece haber entrado en el ocaso.
Bibliografía
Barsky, O. (1997). La información estadística y las visiones sobre la estructura agraria pampeana. En O. Barsky y A. Pucciarelli (Eds.), El agro pampeano. El fin de un período (pp. 14-204). Buenos Aires, Argentina: Flacso/Oficina de Publicaciones del CBC.
Barsky, O., y Gelman, J. (2012). Historia del agro argentino. Desde la Conquista hasta comienzos del siglo XXI. Buenos Aires, Argentina: Penguin-Ramdom House.
Anlló, G., Bisang, R., y Campi, M. (2013). Claves para repensar el agro argentino. Buenos Aires, Argentina: Eudeba.
Fernández, D. A. (2015). Evolución de la estructura socioeconómica de la región pampeana argentina. El proceso de concentración de la producción en el período 1988-2008. Cuadernos de Economía, 34(64), 143-171.
Gallo, E. (1983). La pampa gringa. La colonización agrícola en Santa Fe, 1870-1895. Buenos Aires, Argentina: Editorial Sudamericana.
Gras, C., y Hernández, V. (2016). Radiografía del nuevo campo argentino. Del terrateniente al empresario transnacional. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.
Halperin Donghi, T. (1985). José Hernández y sus mundos. Buenos Aires, Argentina: Editorial Sudamericana.
Hora, R. (2018).¿Cómo pensaron el campo los argentinos? Y cómo pensarlo hoy, cuando ese campo ya no existe. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.
Hora, R. (2015). Los terratenientes de la pampa argentina. Una historia social y política, 1860-1945. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.
Hora, R. (2010). La crisis del campo del otoño de 2008. Desarrollo Económico, 49(197), 81-111.
Míguez, E. J. (2017). Del feudalismo al capitalismo tardío. El fin de la historia… agraria. Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, 46, 180-204.
Sabato, H. (1989). Capitalismo y ganadería en Buenos Aires: La fiebre del lanar, 1850-1890. Buenos Aires, Argentina: Editorial Sudamericana.
- Recibido: agosto de 2019.↵
- Doctor en Historia Moderna por la Universidad de Oxford. Profesor Titular en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) e Investigador Principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Es autor, entre otros libros, de The Landowners of the Argentine Pampas. A Social and Political History, 1860-1945 (2001), Los estancieros contra el Estado (2009), Historia económica de la Argentina en el siglo XIX (2010), Historia del turf argentino (2014) y ¿Cómo pensaron el campo los argentinos? (2018). Contacto: rhora@udesa.edu.ar↵