(Norte de México, 1930-1960)
Diana Lizbeth Méndez Medina[2]
Definición
Las agrociudades son ciudades en las que la agricultura y la agroindustria se convirtieron en el motor de la economía. Proveen de insumos y servicios a los empresarios agrícolas de la región, ya que se concentran en ellas instituciones públicas de gobierno y organismos privados vinculados con estas actividades (bancos, despachos de abogados, sociedades de crédito, asociaciones de productores, cámaras comerciales y empresariales). En las agrociudades convergen vías y medios de comunicación que favorecen la actividad comercial y la migración, siendo el lugar de residencia de los pobladores que migran de manera definitiva o estacional ante la demanda de fuerza de trabajo, particularmente en el sector terciario. Las funciones y los servicios que provee esta localidad cambian a través del tiempo, según el cultivo predominante en la zona, los eslabonamientos (hacia atrás y hacia adelante) que genera y la demanda internacional.
Genealogía
El concepto de agrociudad, en la historiografía del Norte de México, fue trabajado por Mario Cerrutti en su estudio sobre Cajeme y su consolidación como Ciudad Obregón (2006), apoyando la propuesta conceptual de Silvia Gorenstein (2000) y Antonio López (1994). Gorenstein (2000) discutió sobre el sistema productivo local donde se articula la agricultura con la agroindustria y los servicios y López (1994) sobre la agrociudad andaluza.
Cerutti y Gracida (2007) son los únicos autores que ha reflexionado en sus textos sobre el concepto de agrociudad en el caso mexicano, aunque la evidencia empírica e interpretación expuesta en diferentes estudios monográficos publicados entre las últimas dos décadas (2000-2019) coinciden en cuanto a los orígenes, funciones y rasgos de estas localidades que se pueden sintetizar de la siguiente manera: las agrociudades son parte y resultado de los sistemas locales de producción, reflejo de las “interdependencias rural-urbanas” donde se articula la actividad agrícola, la agroindustria y los servicios (Cerutti, 2006). Surgen gracias a una pujante dinámica agrícola con una “elevada fertilidad empresarial” y se sitúan en un lugar geográfico óptimo, con vías de comunicación a mercados cercanos. En un espacio geográfico reducido concentran una aglomeración empresarial, tanto grandes y medianas empresas como pequeños negocios, siendo los empresarios artífices de estas ciudades. Gracias a su posición tienen un rol de centralidad en un conjunto de localidades menores adyacentes, que acuden a ellas para abastecerse de manufacturas, bienes de consumo y productos necesarios para la agricultura. Además, en ellas se concentran instituciones de gobierno, de financiamiento y son sede de organismos empresariales. Concentran servicios de salud, educativos, recreativos, de seguridad, almacenamiento y procesamiento de materias primas provenientes del ámbito rural.
Con el avance en el conocimiento de la agricultura y la agroindustria se ha reconstruido y documentado el surgimiento de localidades que experimentaron un poblamiento acelerado entre las décadas de 1930 y 1960 en distintas zonas de del Norte de México. Región, colindante al norte con el sur de Estados Unidos de América y de este a oeste linda con el Golfo de México y el Océano Pacífico, posee una superficie de casi un millón de kilómetros cuadrados. A partir del último tercio del siglo XIX, esta zona experimentó un cambio económico y social resultado del boom de la producción de algodón, que entre las décadas de 1930 y 1960, llegó a representar un tercio de la producción agrícola total del país (Aboites, 2013). Esta fibra transformó socialmente a la región cuyo territorio, hasta el momento, estaba escasamente poblado, tenía solo algunos centros urbanos y una vinculación débil con el centro y sur de México. Como demostró Aboites (2013), el auge algodonero detonó la migración de sur a norte, pero también en dirección este-oeste dentro del territorio mexicano; tal movimiento de población suscitó la veloz formación de nuevas ciudades en el periodo del auge, que tuvo su punto más alto en 1955. Así nacieron las ciudades de Torreón y Gómez Palacio en los límites de los estados federales de Coahuila y Durango, Valle Hermoso y Río Bravo, en el norte del estado de Tamaulipas, Ciudad Anáhuac, en el norte de Nuevo León, Delicias en el estado de Chihuahua y Mexicali, en el norte de Baja California.
El proceso de poblamiento y la concentración de empresas y servicios en una localidad que surge y se consolida como centro urbano a la par de la actividad agrícola y agroindustrial también se registró en zonas del Norte de México donde se produjo trigo, garbanzo y caña durante la primera mitad del siglo XX. Así surgieron Ciudad Obregón y Navojoa, ambas en el sur del estado de Sonora; Guamúchil, en Sinaloa, y Ciudad Mante, en el sur de Tamaulipas.
Estas localidades, las agrociudades, distan de ser resultado de políticas públicas de desarrollo urbano, aunque algunas fueron fundadas junto con los Sistemas Nacionales de Riego (SNR), bajo la administración de la Comisión Nacional de Irrigación (CNI), creada en 1926. La construcción de grandes obras de irrigación e infraestructura carretera eran elementos centrales en la política agraria de los gobiernos posrevolucionarios (1921-1934), cuyo propósito era fomentar la pequeña propiedad mediante la venta de tierras, provistas de riego, cercanas a carreteras y vías férreas. Los colonos se concentrarían en los SNR, en donde debían administrar el agua colectivamente y buscar los resultados económicos óptimos, aunque el fin último de estos SNR era conseguir el “mejoramiento moral”, así como propiciar el desarrollo de las regiones donde se construirían las grandes obras de irrigación. El lugar de residencia de estos colonos serían las “ciudades agrícola modelo”, donde podrían satisfacer sus necesidades básicas además de contar con establecimientos acorde a las actividades de la “unidad productiva” y tendrían la infraestructura para recibir a viajeros que llegaran a ella para realizar operaciones comerciales (Méndez, 2012). Aunque este plan tuvo una vigencia muy corta, debido a la reducción de los ingresos del gobierno federal, surgieron localidades que eran inexistentes antes de los años treinta en las zonas donde se formaron SNR bajo esta política, como Delicias, Chihuahua, y Ciudad Anáhuac, en Nuevo León, o experimentaron un notable crecimiento de la población, como Ciudad Mante, donde el número de habitantes se cuadruplicó entre 1930 y 1940. La participación de autoridades políticas del gobierno federal con intereses particulares en distintas zonas del Norte de México, además de la construcción de grandes obras de irrigación y apertura de caminos, detonaron el despunte agrícola en otras zonas en los mismos años, por ejemplo, en Navojoa y Ciudad Obregón.
Reflexiones
Los estudios monográficos y de distintas zonas agrícolas en el Norte de México han dado forma a un panorama consistente de las agrociudades en sus orígenes y años de auge agrícola. Sin embargo, su abordaje es estático. Se suman elementos de instantáneas que capturan las condiciones de estas localidades en las décadas de mayor producción agrícola, que redunda en multiplicación de empresas y auge comercial, pero que no considera de qué manera repercutieron en estas localidades y en las condiciones de vida de sus pobladores –sobre todo, en empleados asalariados, profesionales y miembros de una clase media urbana– el descenso en la producción agrícola y la reconversión productiva. Los estudios han enfatizado la capacidad de adaptación de grupos empresariales ante las crisis, pero han soslayado examinar las condiciones de los individuos que cubrieron la demanda de mano de obra en los sectores primario, manufacturero y servicios en estos centros urbanos. Hewitt (1978) y Aboites (2013) han destacado la concentración de población en las agrociudades, como consumidores y como habitantes que migran a ellas ante la oferta de empleo, particularmente en el sector terciario. No obstante, están prácticamente ausentes en los estudios publicados hasta ahora lo que sucedió con esos pobladores, dependiente de los resultados y vaivenes de la economía, cuando la demanda generada por la agricultura decayó.
Los estudios de caso arrojan evidencias que sugieren que cada agrociudad tuvo peculiaridades, según el cultivo predominante y los eslabonamientos (hacia delante y hacia atrás) que generó, así como la demanda nacional o internacional de cada uno de los productos.
En las “ciudades algodoneras”, afirma Aboites (2013), la aglomeración urbana es notable porque a diferencia de la caña, el trigo y el tomate, “el algodón demanda y puede pagar una amplia variedad de actividades conexas que propician el asentamiento de individuos y grupos vinculados de distintas maneras con la producción de la fibra”.
En Navojoa, la demanda internacional del garbanzo rigió su nacimiento y declive como agrociudad en las primeras cuatro décadas del siglo XX. La creciente demanda internacional incentivó la producción en el Valle del Mayo que desde 1902 exportó al mercado cubano, norteamericano y estadounidense. Gracida (2007) señala que durante la década del movimiento revolucionario en México la producción agrícola fue puesta al servicio de los rebeldes y la población se refugió en Navojoa, localidad que duplicó su número de habitantes entre 1910 y 1921. En esos años, los municipios de Navojoa, Etchojoa y Huatabampo representaban el 13% del total de la población del extenso estado de Sonora. Las actividades económicas en esta región resultaron ampliamente beneficiadas por el impulso del general Álvaro Obregón (1920-1924) quien, siendo presidente del República “impulsaría cambios institucionales y la creación de infraestructura necesaria para el desarrollo agrícola del Mayo” (Gracida, 2007). En estos años, la población de Navojoa aumentó notablemente y se observó una destacada dinámica empresarial. En 1923 se inició la construcción del ferrocarril de Navojoa a Yavaros, de acuerdo con Gracida (2007), “aprovechando la gran demanda internacional que había para el garbanzo del Mayo, tanto en Estados Unidos como en Europa”. Navojoa se situó como una agrociudad con las características ya referidas en el Valle del Mayo, la cual decayó en 1930 junto con el fin del ciclo del garbanzo en el contexto de la crisis de 1929. El declive de Novojoa repercutió en la bonanza de la región. En las siguientes décadas emergieron el Valle del Yaqui y Ciudad Obregón, como centro urbano articulador.
Por su parte, en Guamúchil, sito en la región surcada por la corriente del río Évora en Sinaloa, Frías y Chávez (2016) señalan que hubo una caída en la demanda del garbanzo que forzó a los productores agrícolas a diversificar sus cultivos y a buscar nuevas opciones de inversión, particularmente en el sector comercial local y estatal. La construcción de la carretera internacional número 15 y de caminos transversales que comunicaron a las localidades de la región con esta “pequeña ciudad” condujo a su especialización en el sector comercial y de servicios a donde acudían los habitantes de Mocorito y Angostura. Los autores argumentan sobre la centralidad de Guamúchil en una región donde las referidas localidades tenían una población menor a los 5.000 habitantes en 1960. El contexto trazado por ambos autores ayuda a entender la relevancia de Guamúchil, una ciudad mediana, con 7.800 habitantes en 1960, donde los principales comercios eran abarrotes que contrasta con la dinámica de las ciudades algodoneras más prósperas, pero, más allá del dato demográfico, fue articuladora en la región del Évora.
Cabe acotar que la definición de agrociudad rebasa el parámetro demográfico como criterio para distinguir entre centros urbanos y localidades rurales (congregación, rancho, villa y ciudad). En las agrociudades del Norte de México hubo villas convertidas en agrociudades que, con el paso del tiempo, tuvieron un crecimiento demográfico notable y cambiaron de categoría jurídica, inclusive de nombre como Cajeme (Ciudad Obregón) o Villa Juárez (Ciudad Mante).
A pesar de la coincidencia en los estudios producidos hasta ahora sobre las agrociudades del Norte de México en la primera mitad del siglo XX, hay diferencias y particularidades en cada una que mediante un ejercicio comparativo y estudios de mediana duración se deberán puntualizar.
Bibliografía
Aboites, L. (1987). La irrigación revolucionaria. Historia del sistema nacional de riego del río Conchos, Chihuahua, 1927-1938. Ciudad de México, México: Secretaría de Educación Pública, Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social.
Aboites, L. (2013a). Algodoneros de Delicias. Ensayo sobre una minoría próspera. En Cerutti, M. y Almaraz, A. (Ed.), El algodón en el norte de México (1925-1965). De cultivo regional a materia prima estratégica (pp. 247-282). Tijuana, México: El Colegio de la Frontera Norte.
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- Recibido: mayo de 2020.↵
- Licenciada en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México (UNAM), Maestra y Doctora en Historia por El Colegio de México. Investigadora adscrita al Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma de Baja California y profesora en el Programa de Maestría y Doctorado en Historia del mismo instituto. Cuenta con el reconocimiento del Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT. Contacto: mendez.diana@uabc.edu.mx.↵