(Región Centro, Argentina, 1990-2020)
Roxana Patricia Albanesi[2] y Patricia Silvia Propersi[3]
Definición
Las localidades agrarias son pueblos y ciudades que expresan una particular imbricación rural urbana en un territorio vinculado principalmente a la agroexportación, bajo un modelo concentrador y excluyente, que responde a la lógica de acumulación del capital global en el período y área de referencia. Sus rasgos característicos: urbanización de productores y asalariados rurales, la ocupación del espacio urbano por la infraestructura necesaria para la producción agraria, el escaso desarrollo local generado por la riqueza agropecuaria, las consecuencias ambientales negativas de las actividades agroindustriales y los cambios en la sociabilidad y las pautas culturales tradicionales.
Origen y trayectoria
La denominación “localidad agraria” se vincula a la noción de territorio, pues hace alusión a la construcción social e histórica efectuada por la materialización de las actividades humanas en un espacio físico determinado, ello implica reconocer las relaciones sociales, entre ellas las relaciones de poder, visualizar el desarrollo de procesos en los que diferentes agentes (productoras/es agropecuarias/os, empresas, trabajadoras/es, instituciones) están involucrados a partir de sus posiciones y del despliegue de diferentes estrategias (Tadeo, 2006). Esta definición no se corresponde a los criterios censales que diferencian a las localidades “urbanas” (más de 2.000 habitantes) de las “rurales” (menos de 2.000 habitantes).
Las condiciones agroecológicas de la región en conjunción con el modelo de país, privilegiaron una economía basada en la producción de materias primas, tanto para la exportación como el abastecimiento del mercado interno. Las transformaciones socioeconómicas sufridas en el territorio, con la modernización del agro pampeano a partir de la década de 1970, convirtieron poco a poco a las localidades agrarias no sólo en residencia de propietarios, productores y trabajadores agrícolas, sino también en el lugar preferido de los capitales relacionados a la economía agraria de commodities exportables para la gestión de la agricultura industrial. Se trata de inversiones estratégicas, las necesarias para la gestión y la exportación, grandes empresas transnacionales relacionadas con la provisión de insumos y acopio y algunas –especialmente ubicadas en localidades agrarias portuarias– para la transformación industrial (aceiteras y biodiesel) y comercialización. Todas capital intensivas y poco demandantes de mano de obra, su instalación responde a la necesidad extractivista de llevar el producto (y con él los bienes naturales utilizados) al mercado mundial. Mientras, en el territorio local el proceso se caracterizó por la emergencia de nuevos sectores de la producción (contratistas, pooles de siembra), formas novedosas de ofrecer servicios tecnológicos y financieros y la apertura de nuevos mercados.
La capitalización de la agricultura provocó un proceso de deconstrucción del territorio, a partir de la disminución de la diferencia entre el mundo rural y el urbano debido a la mayor interacción entre ambos, por esta razón presentarlos de forma separada perdió sentido. Se consideró, entonces, pensar espacios analíticos donde se priorizan las vinculaciones antes que analizarlos como mundos sociales separados. El término imbricación rural-urbana expresa superposiciones parciales entre los campos organizativos, económicos, sociales, culturales y políticos de los grupos sociales involucrados (Giarraca, 2003).
Las localidades agrarias son lugares donde lo rural y lo urbano se enlazan como resultado de un proceso histórico, allí se desarrolla gran parte de la gestión de la agricultura y las actividades industriales y de servicios relacionadas con ella, junto a otras actividades que se desenvuelven –articuladas o no– a la producción agraria. Se propone interpretar este espacio como coexistencia de distintas narrativas, en forma dinámica, enfatizando tanto su construcción social como su naturaleza (Massey, 2012).
Es posible identificar diversos tipos de localidades agrarias en la Región Centro de Argentina. Tuvieron un inicio en común pero su variabilidad se relaciona con su evolución histórica, la ubicación geográfica, la infraestructura disponible para su desarrollo económico, entre otros factores. Más allá de las diferencias y matices encontrados persiste en ellas una matriz agraria que les dio origen y un presente donde los intereses ligados al agronegocio determinan en gran medida la modalidad de ocupación del territorio.
El término abarca un abanico de espacios imbricados que va desde ciudades agroindustriales a pueblos rurales de tradición ganadera, espacios que crecen o decrecen en términos demográficos y económicos y con organizaciones socioculturales e institucionales de diversa complejidad, pero cuya particularidad común es la interdependencia rural-urbana.
Construcción de un territorio. El impacto de la producción y su modelo tecnológico en la imbricación urbana-rural
Las localidades agrarias se transformaron al ritmo de las grandes etapas económicas o fases de acumulación a nivel nacional. Bajo el patrón de acumulación agroexportador, la puesta en marcha de la economía implicó su surgimiento y desarrollo. Algunas localidades surgieron a la luz de políticas de colonización estatal, la mayoría fueron creadas a instancias del ferrocarril o empresarios interesados en la valoración del territorio en línea con el grupo gobernante de entonces que reservó para la inmigración las funciones de realizar las transformaciones productivas necesarias, de constituirse en el fondo de reserva de la fuerza de trabajo y de aportar la cultura de la civilización (Bonaudo y Sonzogni, 2000). Desde su fundación cumplieron roles como productoras de alimentos para el mercado interno, centros de servicios para las actividades agropecuarias de exportación e instancias de socialización de la población rural. Crecieron demográfica y económicamente hasta las manifestaciones de la crisis del modelo.
En la etapa de industrialización por sustitución de importaciones, además de las actividades agrarias, en muchas de ellas (vinculadas a su ubicación geográfica o el capital social y cultural de su población) surge una nueva estructura fabril orientada al mercado interno, pero también vinculadas a la agroexportación (como la industria de maquinaria agrícola y de transporte), basadas en pequeñas y medianas empresas. También puede considerarse esta una etapa de crecimiento para las localidades agrarias. Aumentó la población, se trazaron nuevas vías de comunicación y surgieron nuevas instituciones y servicios locales.
Estos territorios diversificados, desde 1970, sufrieron los embates del modelo de reprimarización de la economía –y especialmente en las últimas tres décadas– a partir del proceso de concentración de la estructura agraria y la transnacionalización del capital agroindustrial con impactos en las actividades económicas y la vida social de las localidades. Desde la modernización, el cambio de actividad productiva (de producción agrícola-ganadera a especialización agrícola), la mecanización total de las labores y el control químico de plagas permitió llevar adelante la producción sin que fuese necesaria la residencia de la familia en el campo. La migración rural se inició con los familiares del productor y se consolidó con el cambio de residencia del productor y de los trabajadores rurales. El proceso se dio de forma simultánea a un abandono y escaso desarrollo de caminos, el cierre de escuelas rurales, el abandono de la producción para el autoconsumo de las familias, las dificultades para acceder a la salud y a bienes culturales. Las localidades agrarias fueron el espacio urbano que permitió un desarrollo social, cultural y educativo más abarcador de la población tradicionalmente dedicada a las actividades agropecuarias, asestando un plazo de caducidad a lo que se conocía hasta entonces como el mundo rural.
El crecimiento económico capital intensivo y rentístico, genera una división creciente de la sociedad local, al caer la demanda de trabajos que históricamente requirió la ruralidad. Un ejemplo, que muestra además la endeble frontera entre lo urbano y lo rural, es la valorización inmobiliaria de espacios no incluidos en la trama urbanizada, originando un nuevo mapa de poblamiento. La demanda urbana de tierra y vivienda, por un lado y la búsqueda de opciones para invertir excedentes –en parte del sector agrario–, por otro, son algunos de los principales motivos que han impulsado progresivamente el surgimiento de loteos en zonas periurbanas, en los bordes o las proximidades de los centros poblados. Una percepción predominante entre las y los pobladores de estas localidades es que los beneficios generados por la agricultura quedan en manos de muy pocos y no se ven reflejado en obras, en emprendimientos económicos locales.
Como consecuencia del cambio de residencia, con el tiempo, también se instalaron los galpones de maquinarias e insumos en los pueblos. Estas circunstancias y la radicación urbana de todas las instituciones y empresas agroindustriales determinaron que la gestión de la agricultura se transformara en un evento urbano y el espacio rural sólo sea el lugar de la producción y la cosecha. En cada década transcurrida desde la modernización se va desvaneciendo la forma de producción que desde la escala permitía la interacción próxima hombre–naturaleza, perdiendo de vista el flujo continuo de procesos vivos que pueden ser afectados por acciones individuales y colectivas.
En los últimos años se planteó localmente si, en las condiciones vigentes de la agricultura industrial, es posible la existencia de un ambiente saludable. La contaminación provocada por la aplicación de agroquímicos en los campos y por la ubicación de plantas de silos y secadoras de granos industriales en el casco urbano (o muy cercano al mismo) genera conflictos. Además, en localidades ubicadas al margen del río Paraná, que son también puertos de exportación y sede de las grandes empresas del agronegocio, la contaminación y los inconvenientes por el flujo del transporte en época de cosecha genera también gran disconformidad. En estos territorios, soportes de la producción y comercialización de commodities, ha resultado dificultoso validar las consecuencias adversas que el modelo arroja y moviliza a la parte de la población que no acepta seguir cubriendo sus costos.
Un aspecto llamativo de estas localidades es la dependencia externa de alimentos, la población consume predominantemente productos provenientes de otras zonas o que han “viajado” muchos kilómetros para su transformación industrial y retorno local, generalmente a precios más elevados que en las grandes ciudades.
A pesar del proceso de urbanización creciente, algunas características socioculturales propias de la ruralidad persisten: el ritmo de vida más pausado que en grandes ciudades, la ausencia de anonimato, una mayor familiaridad en el trato cotidiano, las viviendas más “abiertas”, una sensación de mayor seguridad. Si bien existen diferentes escalas demográficas dentro de las localidades agrarias, la sociabilidad difiere en todas ellas a la de las grandes ciudades. Son núcleos de dicha sociabilidad las cooperadoras, la sala de primeros auxilios, los clubes deportivos, las peñas folclóricas, los grupos de cambio tecnológico. El mundo del fútbol y las fiestas locales y regionales no han desaparecido y afirman identidades. La sociabilidad se distingue por la persistencia de relaciones no regidas exclusivamente por el lucro, formas de reciprocidad donde el intercambio de favores es central, en la carneada, por ejemplo. Esto lleva también a la persistencia de la informalidad en las relaciones laborales y predominio de formas patriarcales y clientelares construidas a lo largo de generaciones. Ratier (2009) enfatiza al respecto la importancia del componente rural en la estructura sociocultural de estos lugares. Pero también, siguiendo el razonamiento de Jean (1986) plantea la existencia de ciudades ruralizadas donde no hay dos realidades distintas que se dan la espalda sino una interacción entre rurales y urbanos.
Reflexiones
La población de las localidades agrarias asiste a este proceso de profundo cambio con expectativas y percepciones diferentes. Los involucrados en los perjuicios se han organizado y reclamado (vecinales, organizaciones no gubernamentales) mientras otros apelan al “efecto derrame” y consideran que el crecimiento económico, los ciclos positivos de la agricultura, dinamizan la economía local.
La transformación territorial responde a las tendencias del capitalismo global, al “sistema mundo” en términos de Wallerstein (2005) que comprende un sistema interestatal a nivel de naciones. Pero dentro de la trama productiva de la agroexportación son los Estados locales (municipios y comunas) quienes aparecen como organizadores del territorio donde ésta se desenvuelve. Se reconocen como los Estados visibles a los cuales la sociedad local dirige sus reclamos, aun cuando sus funciones específicas y recursos materiales los condicionan. Por un lado, el grueso de la recaudación impositiva corresponde a la órbita provincial y nacional y, por otro, sus posibilidades de acción se encuentran muy limitadas cuando se enfrentan a mega empresas transnacionales dedicadas al acopio y la transformación industrial de las materias primas o a productores agropecuarios que son, a la vez, vecinos de la localidad. Para la administración política local las actividades impuestas por el capital global son prácticamente imposibles de controlar.
Los ciclos económicos positivos del sector agropecuario aumentan las posibilidades de consumo de los actores vinculados al agronegocio, pero no se traducen en otras instancias distributivas. Paradójicamente, si la riqueza es apropiada sólo por algunos actores, los costos ambientales son socializados entre todos los habitantes de estas localidades.
Finalmente, en el interior de las localidades se expresan no sólo situaciones de adecuación al contexto –como el predominio del monocultivo, las actividades exportables y el modelo de producción industrial– sino también reclamos sociales por un mayor y mejor desarrollo local y el crecimiento de experiencias socioculturales y económicas alternativas lideradas por la agricultura familiar, poniendo en evidencia que sus habitantes seleccionan y ponen en práctica diversas estrategias frente a las transformaciones descriptas en este texto. Crece el interrogante acerca de los alcances de una sociedad progresivamente organizada frente a los históricos intereses del capital.
Bibliografía
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Bonaudo, M. y Sonzogni, E. (1990). Viejos y nuevos colonos. Su convergencia en un mundo en transición. Ruralia. Revista Argentina de Estudios Agrarios, 1, 7-41.
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Massey, D. (2012). Un sentido global del lugar. Madrid, España: Icaria.
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- Recibido: febrero de 2021.↵
- Profesora de Historia del Instituto de Educación Superior Nro. 28 Olga Cossettini, Rosario, Argentina. Magíster en Ciencias Sociales con Mención en Estudios Agrarios por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Doctora de la Universidad de Buenos Aires (UBA), área Historia. Miembro del Grupo de Estudios Agrarios (GEA) de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Contacto: ralbanes@unr.edu.ar – roxanaalbanesi@gmail.com ↵
- Ingeniera Agrónoma por la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario (FCAGR-UNR). Magíster en Ciencias Sociales – Especialidad en Estudios Agrarios por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Doctora en Ciencias Agrarias por la FCAGR-UNR. Miembro del Grupo de Estudios Agrarios (GEA) de la FCAGR-UNR. Contacto: pproper@unr.edu.ar – patoreste@hotmail.com.↵